Y CUANDO LLEGÓ LA 251ª NOCHE
Ella dijo:
"...la mixtura que espesa los compañones de los hombres y les da aptitud para fecundar a la mujer!"
Al oír estas palabras, el síndico pensó: "¡Por Alah! ¡Mañana mismo voy a la droguería a comprar un poco de esa mixtura para espesar los compañones!"
Y a la mañana siguiente, apenas se abrió el zoco, el síndico cogió un tazón vacío, y fué a una droguería y le dijo al droguero: "¡La paz sea contigo!" Y el droguero le devolvió la zalema y le dijo: "¡Oh mañana bendita que te trae como primer parroquiano! ¡Manda!" El síndico dijo: "¡Vengo a pedirte que me vendas una onza de la mixtura que espesa los compañones del hombre!" Y le alargó el tazón de porcelana.
Cuando oyó estas palabras, el droguero no supo qué pensar, y se dijo: "Nuestro síndico, generalmente tan formal, tiene ganas de broma; le contestaré, pues, en el mismo tono". Y le dijo: "¡Por Alah! Ayer sí que me quedaba; pero se vende tanta mixtura de ésa, que se me agotó la provisión. Ve a pedírsela a mi vecino".
Entonces el síndico fué a casa del segundo droguero, y después a casa del tercero, y luego a todas las droguerías del zoco, y todos le despedían con las mismas palabras, riéndose para sí de tan extraordinaria petición.
Cuando el síndico vió que sus gestiones no le daban resultado, volvió a su tienda, y se sentó, muy meditabundo y asqueado de la vida. Y mientras pasaba tan mal rato, vió que parábase a su puerta el jeique de los corredores, el mayor tragador de haschich, borracho, fumador de opio, modelo de los perdidos y de la canalla del zoco, el cual se llamaba Sésamo.
El corredor Sésamo respetaba mucho al síndico Schamseddin, y nunca pasaba por delante de su tienda sin saludarle, inclinándose hasta el suelo y usando las más corteses fórmulas. Y aquella mañana no dejó de tributar las acostumbradas consideraciones al buen síndico, pero no pudo dejar de corresponder a su zalema en tono de mal humor. Y Sésamo, que lo notó, le preguntó:
"¿Qué gran desastre te ha ocurrido para perturbar así tu alma, ¡oh venerable síndico nuestro!?" Este contestó: "Mira, Sésamo, ven a sentarte aquí y oye mis palabras. Y verás si tengo motivo para afligirme. Considera, Sésamo, que hace cuarenta años que me casé y todavía no he tenido ni sombra de un niño. ¡Y han acabado por decirme que la culpa es sólo mía, porque, al parecer, mis compañones son transparentes y mi jugo harto claro y sin vigor!
Y me han aconsejado que busque en las droguerías la mixtura que espesa los compañones. Pero ningún droguero la tiene en su tienda. ¡Y aquí me ves desesperado, por no poder encontrar algo con que dar la consistencia necesaria al jugo más preciado de mi individuo!"
Cuando el corredor Sésamo oyó las palabras del síndico, en vez de asombrarse o reírse, como los drogueros, alargó la mano con la palma hacia arriba, y dijo: "Pon un dinar en esta mano y dame un tazón de porcelana. Tengo lo que necesitas". Y el síndico le preguntó: "¡Por Alah! ¿Es posible? ¡Oh Sésamo! ¡Sabe que si me ayudas en este trance está hecha tu fortuna! ¡Te lo juro por la vida del Profeta! ¡Y para empezar, toma dos dinares en lugar de uno!" Y le puso las dos monedas de oro en la mano y le entregó el tazón.
Entonces, Sésamo, el borracho fabuloso, se mostró en aquella ocasión bastante superior en ciencia a todos los drogueros del zoco. Efectivamente, volvió a su casa, después de haber comprado en el zoco cuanto le hacía falta, y enseguida se puso a preparar la siguiente mixtura:
Tomó dos onzas de zumo de copaiba china, una onza de extracto graso de cáñamo jónico, una de cariofilina fresca, una de cinamono rojo de Serendib, diez dracmas de cardamomo blando de Malabar, cinco de jengibre indio, cinco de pimienta blanca, cinco de pimentón de las islas, una onza de boyas estrelladas de badián de la india y media onza de tomillo de las montañas. Mezclolo todo diestramente, después de machacarlo y pasarlo por el tamiz, le echó miel pura, y así formó una pasta muy compacta, a la cual añadió cinco gramos de almizcle y una onza de huevos de pescado machacadas. Le añadió también un poco de julepe ligero de agua de rosa, y lo puso todo en el tazón de porcelana.
Apresurase entonces a llevar el tazón al síndico Schamseddin, diciéndole: "¡He aquí la mixtura soberana que endurece los compañones del hombre y espesa los jugos demasiado fluidos...!"
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
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