Y CUANDO LLEGÓ LA 210ª NOCHE
Ella dijo:
... solos en la cámara nupcial a los recién casados.
Sett Budur quedó encantada del aspecto lleno de frescura da la joven Hayat-Alnefus, y con rápida ojeada la juzgó verdaderamente deseable, por sus grandes ojos negros asustados, su tez límpida, sus senos que se dibujaban infantiles debajo de la gasa. Y Hayat-Alnefus sonrió tímidamente por haber agradado a su esposo, aunque temblaba de emoción reprimida y bajaba los ojos, sin atreverse apenas a moverse bajo sus velos y pedrerías. Y también había podido notar la hermosura soberana de aquel joven de mejillas vírgenes de pelo, que le parecía más perfecto que todas las jóvenes más hermosas de palacio. De modo que se conmovió todo su ser cuando le vió acercarse muy despacio y sentarse a su lado en el gran colchón tendido encima de la alfombra. Sett Budur cogió con las suyas las manos de la joven, y se inclinó lentamente, y la besó en la boca. Y Hayat-Alnefus no se atrevió a devolverle aquel beso tan delicioso; pero cerró los ojos por completo y exhaló un suspiro de honda felicidad. Y Sett Budur le puso la cabeza en la curva de sus brazos, se la apoyó contra el pecho, y a media voz le cantó versos de un ritmo tan propio para mecer, que la joven durmiose a poco con una sonrisa de dicha en los labios.
En cuanto despertó Sett Budur, que se había acostado casi completamente vestida, y hasta con el turbante puesto, se apresuró a hacer rápidamente abluciones someras, puesto que además tomaba numerosos baños en secreto para no descubrirse; se adornó con sus atributos regios, y fué a la sala del trono a recibir los homenajes de toda la corte, despachar los negocios, suprimir abusos, nombrar y destituir.
Entre otras supresiones que le parecieron urgentes, abolió los consumos, las aduanas y las cárceles, y repartió grandes liberalidades a los soldados, al pueblo y a las mezquitas. Por eso le quisieron mucho sus nuevos súbditos, e hicieron votos por su prosperidad y larga vida.
En cuanto al rey Armanos y a su esposa, se apresuraron a ir a saber de su hija Hayat-Alnefus, y le preguntaron si su esposo había estado cariñoso, y si ella estaba muy cansada, pues no querían empezar por interrogarla acerca del asunto más importante. Hayat-Alnefus contestó: "¡Mi esposo estuvo delicioso! ¡Me ha besado en la boca y me he dormido en sus brazos al ritmo de sus canciones! ¡Ah, qué amable es!" Entonces Armanos dijo: "¿Y no ha pasado nada más hija mía?" Ella contestó: "¡Nada más!" Y la madre preguntó: "Entonces, ¿ni siquiera te has desnudado del todo?" Ella respondió: "¡Claro que no!" Entonces el padre y la madre se miraron; pero no dijeron nada y se fueron. Eso en cuanto a ellos.
En cuanto a Sett Budur, ya despachados los asuntos, volvió a su habitación a buscar a Hayat-Alnefus, y le preguntó: "¿Qué te han dicho, ¡oh mi muy querida! tu padre y tu madre?" Ella contestó: "¡Me han preguntado por qué no me había desnudado!" Budur contestó: "¡No hay que apurarse por eso! ¡Ya te ayudaré!" Y prenda por prenda le quitó la ropa, hasta la última camisa, y la cogió desnuda en brazos, y se tendió con ella en el colchón.
Entonces Budur depositó un beso suavísimo en los hermosos ojos de la joven, y le preguntó: "Hayat-Alnefus, cordera mía, ¿te gustan mucho los hombres?" La otra respondió: "No los he visto nunca, como no sean los eunucos de palacio, como es natural. ¡Pero me han dicho, que sólo son hombres a medias! ¿Qué les falta para estar completos?" Budur contestó: "Precisamente lo mismo que te falta a ti, ojos míos". Hayat-Alnefus, sorprendida, contestó: "¿A mí? ¿Y qué me falta a mí, ¡por Alah!?" Budur contestó: "¡Un dedo!"
Al oír tales palabras, Hayat-Alnefus, asustada, lanzó un grito ahogado, y sacó las manos de debajo de la colcha y extendió los diez dedos, mirándolos con ojos dilatados por el terror. Pero Budur la estrechó contra su pecho, y la besó en el pelo, y le dijo: "¡Por Alah! ¡Ya Hayat-Alnefus, todo era broma!" Y siguió cubriéndola de besos, hasta que la calmó completamente. Entonces le dijo: "¡Oh mi muy querida, bésame!" Y Hayat-Alnefus acercó sus frescos labios a los labios de Budur, y ambas, así enlazadas, se durmieron hasta por la mañana...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
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