dijous, 30 de novembre del 2017

LA 151ª NOCHE


PERO CUANDO LLEGO LA 151ª NOCHE
Ella dijo:

"He aquí que el agujero en que se había refugiado la pulga era la madriguera del ratón; de modo que cuando el ratón vió entrar a la pulga en su casa se indignó extraordinariamente, y le dijo: "¿Qué vienes a hacer aquí, ¡oh pulga! ya que no eres de mi especie ni de mi esencia? ¿Qué buscas aquí, ¡oh parásito! del cual sólo se puede esperar algo desagradable?"

Y la pulga contestó: "¡Oh ratón hospitalario entre los ratones! sabe que si he invadido tan indiscretamente tu domicilio, ha sido contra mi voluntad, pues lo he hecho para librarme de la muerte con que me amenazaba la dueña de esta casa. ¡Y todo por un poco de sangre que le he chupado! ¡Verdad es que era de primera calidad, suave, tibia y de maravillosa digestión!

Vengo, pues, a ti, confiada en tu bondad, para rogarte que me tengas en tu casa hasta que haya pasado el peligro. Lejos de atormentarte y obligarte a huir de tu domicilio, te demostraré una gratitud tan señalada, que darás las gracias a Alah por haberme admitido en tu compañía". Entonces, convencido el ratón por el acento sincero de la pulga; dijo: "Si realmente es así, ¡oh pulga! puedes compartir mi albergue y vivir aquí tranquila. ¡Serás mi compañera en la próspera y adversa fortuna! ¡Y en cuanto a la sangre bebida en el muslo de la mujer, no te apures! ¡Digiérela gozosamente en la paz de tu corazón y con delicia! ¡Cada cual encuentra su alimento donde puede, y nada hay en ello de reprensible; y si Alah nos ha dado la vida, no ha sido para que nos dejemos morir de hambre ni de sed! Y a este propósito, he aquí los versos que oí recitar un día por las calles a un santón:

¡Nada tengo en la tierra que me sujete: ni muebles, ni esposa que me gruña, ni casa! ¡Oh corazón mío, cuán libre estás!
¡Un pedazo de pan, un sorbo de agua y un poco de sal bastan para mi alimento, pues estoy completamente solo! ¡Un raído ropón me sirve de traje, y aún me sobra!
¡Tomo el pan donde lo encuentro, y acato el destino conforme viene! ¡Nada me pueden quitar! ¡Lo que cojo a los demás para vivir es lo que les sobra! ¡Corazón mío, cuán libre estás!
"Cuando la pulga oyó este discurso del ratón, se sintió muy conmovida; y le dijo: "¡Oh ratón, hermano mío, qué vida tan deliciosa vamos a pasar juntos! ¡Alah apresure el momento en que pueda agradecer tus bondades!"

"Y el tal momento no tardó en llegar. Efectivamente, la misma noche, el ratón, que había ido a dar una vuelta por la casa del mercader, oyó un rumor metálico, y sorprendió al mercader que contaba uno por uno los numerosos dinares guardados en un saquito, y cuando hubo echado la cuenta, los escondió bajo la almohada, se tumbó en la cama, y se durmió.

Entonces el ratón fué a buscar a la pulga, le contó lo que acababa de ver, y le dijo: "Ha llegado la ocasión de que me ayudes a transportar esos dinares de oro desde la cama del mercader hasta mi albergue".

Al oír estas palabras, la pulga estuvo a punto de desmayarse de emoción, por lo exorbitante que le pareció todo aquello, y exclamó con tristeza: "No debes pensar en eso, ¡oh ratón! ¿Cómo he de llevar yo a cuestas un dinar, cuando mil pulgas juntas no podrían ni siquiera moverlo? En cambio puedo ayudarte de otro modo, pues tan pulga como me ves, me encargo de sacar al mercader de su habitación ahuyentándole de la casa; y entonces serás el amo del terreno, y sin apresurarte y a tu gusto podrás transportar los dinares a tu madriguera".

El ratón exclamó: "¡Eres en verdad una pulga excelente, y no había caído en ello hasta ahora! ¡Mi madriguera es lo suficientemente grande para encerrar todo el oro, y he abierto setenta puertas para poder salir en el caso de que quisieran emparedarme en ella! ¡Date prisa a ejecutar lo que has ofrecido!"

"Entonces la pulga, dando brincos, saltó a la cama en que dormía el mercader, fué rectamente hacia las posaderas, y en ellas le picó como nunca había picado pulga alguna en trasero humano. El mercader, al sentir la picadura y el agudísimo dolor que le produjo, se levantó rápidamente, llevándose la mano al honroso sitio, del cual ya se había apresurado a alejarse la pulga. Y el mercader empezó a lanzar mil maldiciones, que resonaban en el vacío de la casa silenciosa. Después de dar mil vueltas, trató de volverse a dormir. ¡Pero no contaba con su enemigo! En vista de que el mercader se empeñaba en seguir acostado, la pulga volvió a la carga más enfurecida que antes, y esta vez le picó con todas sus fuerzas en el sensible lugar que se llama perineo.

"Entonces el mercader, sobresaltado y rugiendo, rechazó las mantas y las ropas, y bajó corriendo al lugar donde estaba el pozo, y allí se remojó insistentemente con agua fría, a fin de calmar el escozor. Y ya no quiso volver a su alcoba, sino que se echó en un banco del patio para pasar el resto de la noche.

"De esta suerte el ratón pudo transportar a su madriguera sin ninguna dificultad todo el oro del comerciante, y cuando amaneció ya no quedaba un dinar en el saco.

"¡Y de este modo, supo agradecer la pulga la hospitalidad del ratón, recompensándole con creces!

"Y tú, amigo cuervo -prosiguió el zorro-, espero que pronto verás mi abnegación en cambio del pacto de amistad que sellemos".

Pero el cuervo dijo: Verdaderamente, ¡oh mi señor zorro! tu historia no me ha convencido ni mucho menos. Al cabo y al fin cada cual puede libremente hacer o dejar de hacer el bien, sobre todo cuando este bien amenaza convertirse en causa de varias calamidades. Y éste es el caso presente. Hace mucho tiempo que eres famoso por tus perfidias y por el incumplimiento de la palabra empeñada. ¿Cómo ha de inspirarme ninguna confianza un ser como tú, de mala fe, y que ha sabido últimamente traicionar y hacer perecer a su primo el lobo? Porque ¡oh traidor entre los traidores! estoy bien enterado de esa fechoría tuya cuyo relato es sabido a toda la gente animal.

¡De modo que si te prestaste a sacrificar a uno que si no era de tu especie era de tu raza, si lo has traicionado después de tratarle como amigo tanto tiempo y de adularle de mil maneras, es seguro que para ti será un juego la perdición de cualquier otro animal que sea de raza diferente de la tuya!

Esto me recuerda una historia muy aplicable al caso".

El zorro preguntó: "¿Qué historia?"

Y el cuervo dijo: "¡La del buitre!" Entonces exclamó el zorro: "No conozco nada de esa historia del buitre. ¡Cuéntamela!"

Y el cuervo habló de este modo:

"Había un buitre cuya tiranía sobrepasaba todos los límites conocidos. No se sabía de ave alguna, ni chica ni grande, que estuviese libre de sus vejaciones. Había sembrado el terror entre todos los lobos del aire y de la tierra, y de tal modo se le temía, que las alimañas más feroces, al verle llegar, soltaban lo que tuvieran y huían espantadas de su pico formidable y de sus plumas erizadas. Pero llegó un tiempo en que los años, acumulados sobre su cabeza, se la desplumaron del todo, le gastaron las garras y le hicieron caer a pedazos las quijadas amenazadoras. La intemperie ayudó también a dejarle el cuerpo baldado y las alas sin virtud. Entonces se convirtió en tal objeto de lástima, que sus antiguos enemigos no quisieron devolverle sus tiranías y sólo lo trataron con desprecio. ¡Y para comer tenía que contentarse con las sobras que dejaban las aves y los animales!

"Y he aquí, ¡oh zorro! que tú has perdido ahora tus fuerzas, pero te queda aún la alevosía.

Quieres, viejo e imposibilitado como estás, aliarte conmigo que, gracias a la bondad del Hacedor, conservo intacto el empuje de mis alas, lo agudo de mi vista y lo acerado de mi pico: ¡No quieras hacer conmigo lo que hizo el gorrión!"

Pero el zorro, lleno de asombro, preguntó: "¿De qué gorrión hablas?"

Y el cuervo dijo:

"He llegado a saber que un gorrión habitaba un prado en el cual pacía un rebaño de corderos. Rayaba la tierra con el pico, siguiendo a los carneros, cuando de pronto vió que un águila enorme se precipitaba sobre un corderillo, se lo llevaba en las garras y desaparecía con él a lo lejos.

El gorrión sintiéndose acometido de una extrema arrogancia, extendió las alas poseído de vanidad, y dijo para sí: "También yo sé volar, y por lo tanto podré arrebatar un carnero de los más grandes". Inmediatamente eligió el carnero más gordo que pudo hallar entre todos: tenía una lana abundante y añeja, y por debajo del vientre, empapada con los orines de por la noche, no era más que una masa pegajosa y putrefacta.

El gorrión se lanzó sobre el lomo del carnero, y quiso llevárselo. Pero al primer impulso, las patas se le quedaron enredadas en las vedijas de lana, y entonces él fué el que quedó prisionero.

Acudió el pastor, se apoderó de él, le arrancó las plumas de las alas, y atándole una pata con un bramante, se lo dió a sus hijos para que jugasen con él, y les dijo: "¡Mirad bien este pájaro! Ha querido, por desgracia suya, habérselas con quien es más fuerte que él, ¡y por eso ha sido castigado con la esclavitud!"

"Y tú, ¡oh zorro inválido! quieres compararte conmigo, pues tienes la audacia de proponerme tu alianza. ¡Vamos, viejo taimado, vuelve las espaldas enseguida!"

Comprendió el zorro entonces que era inútil querer engañar a un individuo tan listo como el cuervo. Y dominado por la rabia, empezó a rechinar tan de recio las mandíbulas, que se rompió un diente. Y el cuervo, burlonamente, dijo: "¡Siento de veras que te hayas roto un diente por mi negativa!"

Pero el zorro le miró con un respeto sin límites, y le dijo: "No es por tu negativa por lo que se me ha roto el diente, sino por la vergüenza de haber dado con uno más listo que yo"

Y dichas estas palabras, el zorro se apresuró a largarse para ir a esconderse.

Y tal es, ¡oh rey afortunado! -prosiguió Schehrazada- la historia del zorro y el cuervo. Acaso haya sido un poco larga; pero ahora me propongo, si Alah me otorga vida hasta mañana, y tienes gusto en ello, contarte la historia de la bella Schamsennahar con el príncipe Alí ben-Bekar.

Y el rey Schahriar exclamó: "¡Oh Schehrazada! no creas que me hayan aburrido las historias de los animales y las aves, ni que me hayan parecido largas, pues me han encantado. ¡Y si supieras otras, me agradaría oírlas, aunque sólo fuese por lo que me podrían aprovechar!

¡Y ya que me anuncias una historia, que por el título me parece completamente admirable, estoy dispuesto a oírla!"

En aquel momento Schehrazada vió aparecer la mañana, y rogó al rey que aguardara hasta el día siguiente.


dimarts, 28 de novembre del 2017

LA 150ª NOCHE


Y CUANDO LLEGO LA 150ª NOCHE
Ella dijo:

"¡La muerte del malo es un beneficio para la humanidad, pues purifica 'la tierra!"

Al oír estas palabras, el lobo, lleno de rabia y desesperación, se mordió una pata, pero dulcificando más la voz, dijo: "¡Oh zorro! la raza a que perteneces es famosa entre todos los animales de la tierra, por sus exquisitos modales, su elocuencia, su sutileza y la dulzura de su temperamento. ¡Termina, pues, este juego, y recuerda las tradiciones de tu familia!"

Pero el zorro, al oír estas palabras, se echó a reír con tanta gana, que se desmayó. No tardó en volver en sí, y dijo al lobo: "Ya veo, ¡oh maravilloso bruto! que tu educación está completamente por hacer. Pero no tengo tiempo para dedicarme a semejante tarea, y me contentaré, antes de que revientes, con hacer entrar en tus oídos algunas palabras de los sabios. ¡Sabe, pues, que todo tiene remedio, menos la muerte; que todo puede corromperse, menos el diamante; y por último, que se puede uno librar de todo, menos del Destino!

"En cuanto a ti, me has hablado hace un momento, según creo, de recompensarme al salir del hoyo y de otorgarme tu amistad. Sospecho que te pareces a aquella serpiente cuya historia no debes conocer, dada tu ignorancia". Y como el lobo confesare que la desconocía, el zorro dijo:

"Sabe, ¡oh lobo! que hubo una vez una serpiente que había logrado escaparse de manos de un titiritero. Y esta serpiente, no acostumbrada a caminar por haber estado tanto tiempo enrollada en un saco, se arrastraba penosamente por el suelo, y seguramente habría sido aplastada, si un transeúnte caritativo no la hubiera visto, y creyéndola enferma, movido de piedad, la cogió y le dió calor. Y lo primero que hizo la serpiente al recobrar la vida fué buscar el sitio más delicado del cuerpo de su salvador y clavar en él su diente cargado de veneno. Y el hombre cayó muerto inmediatamente. Ya lo dijo el poeta:

¡Desconfía y procura huir cuando la víbora se enrosque mimosamente! ¡Va a estirarse, y su veneno entrará en tu carne con la muerte!

"Y también, ¡oh lobo! hay estos versos admirables que vienen muy bien al caso:

¡Cuando un niño haya sido cariñoso contigo y tú le trates mal, no te asombre que te guarde rencor en el fondo del hígado, ni de que se vengue algún día, cuando tenga pelos en el brazo!

"Y yo, maldito lobo, para dar comienzo a tu castigo y hacerte probar anticipadamente las delicias que te aguardan en el fondo de ese hoyo, mientras llega la ocasión de regar tu tumba como te he dicho, he aquí lo que te ofrezco: ¡levanta la cabeza, amigo!"

Y el zorro, volviéndose de espaldas, se apoyó con las patas de atrás en el borde del hoyo, e hizo llover sobre el hocico del lobo lo suficiente para ungirle y perfumarle hasta sus últimos momentos.

Y hecho esto, se subió a lo más alto de la escarpa, y empezó a chillar llamando a los amos y a los guardas, que no tardaron en acudir. Y cuando se acercaron, se ocultó el zorro, pero lo bastante cerca para ver las piedras enormes que aquéllos tiraban al hoyo y oír los aullidos de agonía de su enemigo el lobo.

Al llegar a este punto, Schehrazada se detuvo un momento para beber un vaso de sorbete que le alargaba la pequeña Doniazada. El rey Schahriar exclamó: "¡Ardía en impaciencia por saber la muerte del lobo! ¡Ahora que ya ocurrió, quisiera oírte contar algo sobre la ingenua e irreflexiva confianza y sus consecuencias!"

Y Schehrazada dijo: "¡Escucho y obedezco!"

Cuento del ratón y la comadreja
Había una mujer cuyo oficio no era otro que descortezar sésamo. Y un día le llevaron una medida de sésamo de primera calidad, diciéndole: "¡El médico ha mandado a un enfermo que se alimento exclusivamente con sésamo! Y te lo traemos para que lo limpies y mondes con cuidado".

La mujer lo cogió, puso en seguida manos a la obra, y al acabar el día lo había limpiado y mondado completamente. ¡Y daba gusto ver aquel sésamo tan blanco! Así es que una comadreja que andaba por allí se vió tentadísima, y llegada la noche, se dedicó a transportarlo desde la bandeja en que estaba a su madriguera. Y tan bien lo hizo, que por la mañana no quedaba en la bandeja más que una cantidad muy pequeña de sésamo.

Y oculta la comadreja, pudo juzgar el asombro y la ira de la mondadora al ver aquella bandeja casi limpia del contenido. Y la oyó exclamar: "¡Ah, si pudiera dar con el ladrón! ¡No pueden ser más que esos malditos ratones que infectan la casa desde que se murió el gato! ¡Como pillase a uno, le haría pagar las culpas de todos los otros!"

Cuando la comadreja oyó estas palabras, se dijo: "Es necesario, para resguardarme de la venganza de esta mujer, tener que confirmar sus sospechas, en cuanto atañe a los ratones. ¡Si no, puede que la tomara conmigo y me rompiera los huesos!"

Y enseguida fué a buscar al ratón, y le dijo: "¡Oh hermano! ¡Todo vecino se debe a su vecino! ¡No hay nada tan antipático como un vecino egoísta que no guarda atención alguna a los que viven a su lado y no les envía nada de los platos exquisitos que las hembras de la casa han guisado, ni de los dulces y pasteles preparados en las grandes festividades!"

Y el ratón contestó: "¡Cuán verdad es todo eso, buena amiga! ¡Por eso, aunque haga pocos días que estés aquí, me congratulo tanto de las buenas intenciones que manifiestas! ¡Plegue a Alah que todos los vecinos sean tan buenos y tan simpáticos como tú! Pero ¿qué tienes que anunciarme?" La comadreja dijo: "La buena mujer que vive en esta casa ha recibido una medida de sésamo fresco muy apetitoso. Se lo han comido hasta hartarse entre ella y sus hijos, y sólo han dejado un puñado. Por eso vengo a avisártelo; prefiero mil veces que lo aproveches tú, a que se los coman los glotones de sus parientes".

Oídas estas palabras, el ratón se alegró tanto, que empezó a dar brincos y a mover la cola. Y sin tomarse tiempo para reflexionar, ni advertir el aspecto hipócrita de la comadreja, ni fijarse en la mujer que acechaba, ni preguntarse siquiera qué móvil podía impulsar a la comadreja a semejante acto de generosidad, corrió locamente y se precipitó en medio de la bandeja, en donde brillaba el sésamo esplendente y mondado.

Y se llenó glotonamente la boca. ¡Pero en aquel instante salió la mujer de detrás de la puerta, y de un palo hendió la cabeza del ratón!

¡Y así el pobre ratón, por su imprudente confianza, pagó con la vida las culpas ajenas!

Al oír estas palabras, el rey Schahriar exclamó: "¡Oh Schehrazada! ¡Qué lección de prudencia hay en ese cuento! ¡Si lo hubiera sabido antes, me habría guardado muy bien de poner una confianza sin límites en mi esposa, aquella libertina a quien maté con mis propias manos, y no hubiese creído en los miserables eunucos negros que ayudaron a la traidora!

¿Sabes por ventura alguna historia referente a la fiel amistad?" Y Schehrazada dijo:

Cuento del cuervo y el gato de Algalia
He llegado a saber que un cuervo y un gato de Algalia habían trabado una firme amistad y se pasaban las horas retozando y jugando a varios juegos. Y un día que hablaban de cosas realmente interesantes, pues no hacían caso de lo que pasaba a su alrededor, fueron devueltos a la realidad por el rugido espantoso de un tigre, que resonaba en el bosque.

Inmediatamente, el cuervo, que estaba en el tronco de un árbol al lado de su amigo, se apresuró a ganar las ramas altas. En cuanto al gato, de espantado no sabía dónde ocultarse, pues ignoraba el sitio de donde acababa de salir el rugido del tigre.

En tal perplejidad, dijo al cuervo: "¿Qué haré, amigo mío? Dime si puedes indicarme algún medio o si puedes prestarme algún socorro eficaz". El cuervo respondió: "¿Qué no haría yo por ti, buen amigo? Estoy dispuesto a afrontarlo todo para sacarte de apuros; pero antes de acudir en tu socorro, déjame recordarte lo que dijo el poeta:

¡La verdadera amistad es la que nos impulsó a arrojarnos al peligro para salvar al objeto amado, arriesgándonos a sucumbir!

¡Es la que nos hace abandonar bienes, padres y familia, para ayudar al hermano de nuestra amistad!"

Enseguida el cuervo se apresuró a volar hacia un rebaño que pasaba por allí, guardado por enormes perros, más imponentes que leones. Y se fué derecho a uno de los perros, se precipitó sobre su cabeza y le dió un fuerte picotazo. Después se lanzó sobre otro perro e hizo lo mismo; y habiendo excitado así a todos los perros, echó a volar a una altura suficiente para que le fueran persiguiendo, pero sin que le alcanzaran sus dientes. Y graznaba a toda voz, como para mofarse de ellos. De modo que los perros le fueron siguiendo cada vez más furiosos, hasta que los atrajo hacia el centro del bosque. Y cuando los ladridos hubieron resonado en todo el bosque, el cuervo supuso que el tigre, espantado, había debido huir; entonces el cuervo se remontó cuanto pudo, y habiéndolo perdido de vista los perros, regresaron al rebaño. El cuervo fué a buscar a su amigo el gato, al cual había salvado de aquel peligro, y vivió con él en paz y felicidad.

Y ahora deseo contarte, ¡oh rey afortunado! -prosiguió Schehrazada- la historia del cuervo y el zorro.

Cuento del cuervo y el zorro
Se cuenta que un zorro viejo, cuya conciencia estaba cargada de no pocas fechorías, se había retirado al fondo de un monte abundante en caza, llevándose consigo a su esposa. Y siguió haciendo tanto destrozo que acabó por despoblar completamente la montaña, y para no morirse de hambre, empezó por comerse a sus propios hijos y por estrangular una noche traidoramente a su esposa, a la cual devoró en un momento. Y hecho esto no le quedó nada a qué hincar el diente.

Era demasiado viejo para cambiar de residencia y no era bastante ágil para cazar liebres y coger al vuelo las perdices. Mientras estaba absorto en estas ideas, que le ennegrecían el mundo delante del hocico, vió posarse en la copa de un árbol a un cuervo que parecía muy cansado.

Y enseguida pensó: "¡Si pudiera hacerme amigo de ese cuervo, sería mi felicidad! ¡Tiene buenas alas que le permiten hacer lo que no pueden mis patas baldadas! ¡Así, me traería el alimento, y además me haría compañía en esta soledad que empieza a serme tan pesada!" Y pensado y hecho, avanzó hasta el pie del árbol en que estaba posado el cuervo, y después de las zalemas acostumbradas, le dijo: "¡Oh mi vecino! ¡No ignoras que todo buen musulmán tiene dos méritos para su vecino! ¡El de ser musulmán y el de ser su vecino! ¡Reconozco en t i esos dos méritos, y me siento conmovido por la atracción invencible le tu gentileza y por las buenas disposiciones de amistad fraternal que te supongo!

Y tú, ¡oh buen cuervo! ¿qué sientes hacia mí?"

Al oír estas palabras, el cuervo se echó a reír de tan buena gana que le faltó poco para caerse del árbol. Después dijo: "¡No puedo ocultarte que es muy grande mi sorpresa! ¿De cuándo acá, ¡oh zorro! esa amistad insólita? ¿Y cómo ha entrado la sinceridad en tu corazón, cuando sólo estuvo en la punta de tu lengua? ¿Desde cuándo dos razas tan distintas pueden fundirse tan perfectamente, siendo tú de la raza de los animales y yo de la raza de las aves? Y sobre todo, ¡oh zorro! ya que eres tan elocuente, ¿sabrías decirme desde cuándo los de tu raza han dejado de ser de los que comen y los de mi raza los comidos? ¿Te asombras? ¡Pues ciertamente no hay por qué! ¡Vamos, zorro! ¡viejo malicioso, vuelve a guardar todas esas hermosas palabras en tu alforja, y dispénsame de una amistad respecto a la cual no me has dado pruebas!"

Entonces el zorro exclamó: "¡Oh cuervo juicioso, cuán perfectamente razonas! Pero sabe que nada es imposible para Aquel que formó los corazones de sus criaturas, y ha engendrado en el mío ese generoso sentimiento hacia ti.

¡Y para demostrarte que individuos de distinta raza pueden estar de acuerdo, y para darte las pruebas que con tanta razón me reclamas, no encuentro nada mejor que contarte la historia que he llegado a saber, la historia de la pulga y el ratón, si es que quieres escucharla!" El cuervo repuso: "Puesto que hablas de pruebas, dispuesto estoy a oír esa historia de la pulga y el ratón, que desconozco".

Y el zorro la narró de este modo:

"¡Oh amigo, lleno de gentileza! los sabios versados en los libros antiguos y modernos nos cuentan que una pulga y un ratón fueron a vivir en la casa de un rico mercader, cada cual en el lugar que fué más de su agrado.

"Ahora bien; cierta noche, la pulga, harta de chupar la sangre agria del gato de la casa, saltó a la cama donde estaba tendida la esposa del mercader, se deslizó entre la ropa, se escurrió por debajo de la camisa para llegar a los muslos, y desde allí brincó hasta el pliegue de la ingle, precisamente en el sitio más delicado. Y notó realmente que aquel sitio era muy delicado, muy suave, muy blanco y liso a pedir de boca: No tenía ni arrugas ni pelos indiscretos. ¡Al contrario, ¡oh cuervo amigo! al contrario! Y fué el caso que la pulga se encastilló en aquel paraje y se puso a chupar la deliciosa sangre de la mujer hasta llegar a la hartura. Sin embargo, puso tan poca discreción en su trabajo, que la mujer se despertó al sentir la picadura, y llevó la mano velozmente al sitio picado, y habría aplastado a la pulga si ésta no se hubiese escurrido diestramente por el calzón, corriendo a través de los innumerables pliegues de esa prenda especial de la mujer, y saltando desde allí al suelo para refugiarse en el primer agujero que encontró. ¡Esto en cuanto a la pulga!

"En cuanto a la mujer, como lanzase un alarido de dolor que hizo acudir a todas las esclavas, advertidas éstas de la causa del sufrir de su señora, se apresuraron a remangarse los brazos y a buscar la pulga entre las ropas. Dos esclavas se encargaron de las faldas, otra de la camisa, y otras dos del amplio calzón, cuyos pliegues examinaron escrupulosamente uno tras otro. Entretanto, la mujer se hallaba completamente en cueros, y a la luz de los candelabros se registraba la parte delantera mientras que la esclava favorita le inspeccionaba minuciosa mente la trasera. ¡Pero ya te puedes figurar, ¡oh cuervo! que no encontraron nada! ¡Y esto es todo en cuanto a la mujer!"

El cuervo exclamó: "Pero a todo eso, ¿en dónde están las pruebas de que me hablabas?" El zorro repuso: "¡Precisamente vamos a ello!"

Y prosiguió de esta manera:

"He aquí que el agujero en que se había refugiado la pulga era la madriguera del ratón. . .

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.


diumenge, 26 de novembre del 2017

LA 149ª NOCHE


Y CUANDO LLEGO LA 149ª NOCHE

Schehrazada dijo:
El pastor y la joven

Cuentan que en una montaña de entre las montañas del país musulmán había un pastor dotado de una gran cordura y de una fe constante. Este pastor llevaba una vida pacífica y retirada, contentándose con su suerte, y viviendo con la leche y la lana, productos de su rebaño. Y este pastor tenía tanta dulzura, y reunía tantas bendiciones, que las bestias feroces nunca atacaban a su rebaño, pues tanto lo respetaban, que al verle de lejos le saludaban con sus gritos y aullidos. Este pastor siguió viviendo así largo tiempo, sin interesarle, para su mayor dicha y tranquilidad, nada de lo que pasaba en las ciudades del universo.

Pero un día Alah el Altísimo quiso probar el grado de su cordura y el valor real de sus virtudes, y no encontró tentación más fuerte que enviarle la beldad de la mujer. Encargó, pues, a uno de sus ángeles que se disfrazase de mujer, y no escatimara ninguno de los artificios femeniles para hacer pecar al santo pastor.

Y un día en que el pastor, hallándose enfermo, estaba tendido en su gruta, y glorificaba en su alma al Creador, vió entrar de pronto en su albergue, risueña y gentil, a una joven de ojos negros, a quien se podía tomar también por un muchacho. Y al entrar se perfumó su gruta, y el pastor sintió que se estremecía su carne de viejo. Pero frunció el ceño, y se hizo un ovillo en un rincón, y dijo a la intrusa: "¿Qué vienes a hacer aquí, ¡oh mujer desconocida!? ¡Ni te he llamado, ni me haces ninguna falta!"

La joven se acercó entonces, se sentó junto al viejo, y le dijo: "¡Mírame! ¡Todavía no soy mujer, sino virgen, y vengo a ofrecerme a ti, sencillamente por gusto, y por lo que he sabido de tu virtud!"

Pero el anciano exclamó: "¡Oh tentadora del infierno, aléjate! ¡Déjame entregarme a la adoración de Aquel que no muere!"

Entonces la joven movió lentamente las flexibilidades de su cintura, miró al viejo, que trataba de retroceder, y suspiró:

"¡Dime!, ¿Por qué no me quieres? ¡Te traigo un alma sumisa y un cuerpo a punto de derretirse de deseo! ¡ Mira si mi pecho no es más blanco que la leche de tus ovejas. Y si mi desnudez no es más fresca que el agua de la sierra! Toca mi cabellera, ¡oh pastor! ¡Es más sedosa que el bello del cordero al salir del vientre de su madre! ¡Mis caderas son finas y resbaladizas, y apenas se dibujan en mi primera eflorescencia! ¡Y mis senos, que comienzan a hincharse, se estremecerían sólo con que los rozara ligeramente tu mano! ¡Ven! ¡Mis labios, que siento vibrar se derretirán en tu boca! ¡Mis dientes tienen mordiscos que infunden vida a los viejos moribundos! ¡Ven, que mi miel está pronta a caer gota a gota de todos los poros de mi cuerpo! ¡Ven!"

Pero el viejo, aunque le temblaban todos los pelos de la barba, exclamó: "¡Huye, ¡oh demonio! o te echaré de aquí con este garrote!"

Entonces la joven celestial le echó frenéticamente los brazos al cuello y le murmuró al oído: "¡Soy un fruto exquisito; cómelo y curarás! ¿Conoces el perfume del jazmín... ? ¡Te parecería muy basto, si olieras mi virginidad!"

Pero el anciano exclamó: "¡El perfume de la plegaria es el único que perdura! ¡Fuera de aquí miserable seductora!" Y la rechazó con ambos brazos.

Entonces la joven se levantó, se quitó rápidamente la ropa y se quedó erguida, toda desnuda, blanca, sólo bañada en las oleadas de sus cabellos.

Y su mudo llamamiento, en la soledad de aquella gruta, era más terrible que todos los gritos del delirio.

Y el viejo no pudo dejar de gemir, y para no ver ya aquella azucena viviente se cubrió la cabeza con su manto, y exclamó:

"¡Vete, vete, ¡oh mujer de ojos traicioneros! ¡Desde el principio del mundo eres la causa de nuestras calamidades! ¡Perdiste a los hombres de las edades primeras y siembras la discordia entre los hijos del mundo! ¡El que te escucha renuncia para siempre a los goces infinitos, que sólo podrán disfrutar aquellos que te expulsan de su vida!"

Y el viejo ocultó más la cabeza entre los pliegues del manto.

Pero la joven repuso: "¿Qué dices de los antiguos? ¡Los más sabios entre ellos me adoraron, y me cantaron los más severos! ¡Y mi belleza no les hizo desviarse del camino derecho, sino que iluminó sus pasos y constituyó la delicia de su vida! ¡La verdadera cordura, ¡oh pastor! es olvidarlo todo en mi seno ! ¡Vuelve a la sabiduría! ¡Estoy dispuesta a abrirme a ti y a llenarte de la verdadera sabiduría!"

Entonces el viejo se volvió del todo hacia la pared, y exclamó: "¡Atrás, engendro de malicia! ¡Te abomino y te rechazo! ¡A cuántos hombres buenos has hecho traición, y a cuántos malvados has protegido! ¡Tu hermosura es falsa! ¡En cambio, al que sabe orar se le aparece una belleza que nunca podrán ver los que te miran! ¡Atrás!"

Oídas estas palabras, la joven exclamó: "¡Oh pastor santo! ¡Bebe la leche de tus ovejas, y vístete con su lana, y reza al Señor en la soledad y en la paz de tu corazón!"

Y la visión desapareció.

Entonces, desde todos los puntos de la montaña, acudieron hacia el pastor las alimañas silvestres, que besaron la tierra entre sus manos para pedirle su bendición.

En ese momento de su narración, Schehrazada se detuvo, y el rey Schahriar, entristecido, le dijo: "¡Oh Schehrazada! el ejemplo del pastor me da verdaderamente qué pensar. ¡Y no sé si lo mejor para mí sería retirarme a una gruta, y huir por siempre de las preocupaciones de mi reino, y no tener más ocupación que apacentar ovejas! ¡Pero antes quiero oír cómo continúa la Historia de los Animales y las Aves!"

Cuento del cuervo y el zorro

Se cuenta que un zorro viejo, cuya conciencia estaba cargada de no pocas fechorías, se había retirado al fondo de un monte abundante en caza, llevándose consigo a su esposa. Y siguió haciendo tanto destrozo que acabó por despoblar completamente la montaña, y para no morirse de hambre, empezó por comerse a sus propios hijos y por estrangular una noche traidoramente a su esposa, a la cual devoró en un momento. Y hecho esto no le quedó nada a qué hincar el diente.

Era demasiado viejo para cambiar de residencia y no era bastante ágil para cazar liebres y coger al vuelo las perdices. Mientras estaba absorto en estas ideas, que le ennegrecían el mundo delante del hocico, vió posarse en la copa de un árbol a un cuervo que parecía muy cansado.

Y enseguida pensó: "¡Si pudiera hacerme amigo de ese cuervo, sería mi felicidad! ¡Tiene buenas alas que le permiten hacer lo que no pueden mis patas baldadas! ¡Así, me traería el alimento, y además me haría compañía en esta soledad que empieza a serme tan pesada!" Y pensado y hecho, avanzó hasta el pie del árbol en que estaba posado el cuervo, y después de las zalemas acostumbradas, le dijo: "¡Oh mi vecino! ¡No ignoras que todo buen musulmán tiene dos méritos para su vecino! ¡El de ser musulmán y el de ser su vecino! ¡Reconozco en t i esos dos méritos, y me siento conmovido por la atracción invencible le tu gentileza y por las buenas disposiciones de amistad fraternal que te supongo!

Y tú, ¡oh buen cuervo! ¿Qué sientes hacia mí?"

Al oír estas palabras, el cuervo se echó a reír de tan buena gana que le faltó poco para caerse del árbol. Después dijo: "¡No puedo ocultarte que es muy grande mi sorpresa! ¿De cuándo acá, ¡oh zorro! esa amistad insólita? ¿Y cómo ha entrado la sinceridad en tu corazón, cuando sólo estuvo en la punta de tu lengua? ¿Desde cuándo dos razas tan distintas pueden fundirse tan perfectamente, siendo tú de la raza de los animales y yo de la raza de las aves? Y sobre todo, ¡oh zorro! ya que eres tan elocuente, ¿sabrías decirme desde cuándo los de tu raza han dejado de ser de los que comen y los de mi raza los comidos? ¿Te asombras? ¡Pues ciertamente no hay por qué! ¡Vamos, zorro! ¡Viejo malicioso, vuelve a guardar todas esas hermosas palabras en tu alforja, y dispénsame de una amistad respecto a la cual no me has dado pruebas!"

Entonces el zorro exclamó: "¡Oh cuervo juicioso, cuán perfectamente razonas! Pero sabe que nada es imposible para Aquel que formó los corazones de sus criaturas, y ha engendrado en el mío ese generoso sentimiento hacia ti.

¡Y para demostrarte que individuos de distinta raza pueden estar de acuerdo, y para darte las pruebas que con tanta razón me reclamas, no encuentro nada mejor que contarte la historia que he llegado a saber, la historia de la pulga y el ratón, si es que quieres escucharla!"

El cuervo repuso: "Puesto que hablas de pruebas, dispuesto estoy a oír esa historia de la pulga y el ratón, que desconozco".

Y el zorro la narró de este modo:

"¡0h amigo, lleno de gentileza! los sabios versados en los libros antiguos y modernos nos cuentan que una pulga y un ratón fueron a vivir en la casa de un rico mercader, cada cual en el lugar que fué más de su agrado.

"Ahora bien; cierta noche, la pulga, harta de chupar la sangre agria del gato de la casa, saltó a la cama donde estaba tendida la esposa del mercader, se deslizó entre la ropa, se escurrió por debajo de la camisa para llegar a los muslos, y desde allí brincó hasta el pliegue de la ingle, precisamente en el sitio más delicado. Y notó realmente que aquel sitio era muy delicado, muy suave, muy blanco y liso a pedir de boca: No tenía ni arrugas ni pelos indiscretos. ¡Al contrario, ¡oh cuervo amigo! al contrario! Y fué el caso que la pulga se encastilló en aquel paraje y se puso a chupar la deliciosa sangre de la mujer hasta llegar a la hartura. Sin embargo, puso tan poca discreción en su trabajo, que la mujer se despertó al sentir la picadura, y llevó la mano velozmente al sitio picado, y habría aplastado a la pulga si ésta no se hubiese escurrido diestramente por el calzón, corriendo a través de los innumerables pliegues de esa prenda especial de la mujer, y saltando desde allí al suelo para refugiarse en el primer agujero que encontró. ¡Esto en cuanto a la pulga!

"En cuanto a la mujer, como lanzase un alarido de dolor que hizo acudir a todas las esclavas, advertidas éstas de la causa del sufrir de su señora, se apresuraron a remangarse los brazos y a buscar la pulga entre las ropas. Dos esclavas se encargaron de las faldas, otra de la camisa, y otras dos del amplio calzón, cuyos pliegues examinaron escrupulosamente uno tras otro. Entretanto, la mujer se hallaba completamente en cueros, y a la luz de los candelabros se registraba la parte delantera mientras que la esclava favorita le inspeccionaba minuciosa mente la trasera. ¡Pero ya te puedes figurar, ¡oh cuervo! que no encontraron nada! ¡Y esto es todo en cuanto a la mujer!"

El cuervo exclamó: "Pero a todo eso, ¿en dónde están las pruebas de que me hablabas?" El zorro repuso: "¡Precisamente vamos a ello!"

Y prosiguió de esta manera:

"He aquí que el agujero en que se había refugiado la pulga era la madriguera del ratón...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

LA 148ª NOCHE


Y CUANDO LLEGO LA 148ª NOCHE

Schehrazada dijo:

Cuento de la tortuga y el martín - pescador
Se cuenta en uno de mis libros antiguos, ¡oh rey afortunado! que un martín-pescador estaba un día a orillas de un río y observaba atentamente alargando el pescuezo, la corriente del agua. Pues tal era el oficio que le permitía ganarse la vida y alimentar a sus hijos, y lo ejercía sin pereza, desempeñando honradamente su profesión.

Y mientras vigilaba de tal modo el menor remolino y la ondulación más leve, vió deslizarse por delante de él, y detenerse contra la peña en que estaba observando, un cuerpo muerto de la raza humana. Entonces lo examinó, y viendo que tenía heridas de importancia en todos sus miembros y rastros de lanzazos y sablazos, pensó para sí: "¡Debe de ser algún bandido al cual han hecho expiar sus fechorías!"

Después levantó las alas y saludó al Retribuidor, diciendo: "¡Bendito sea Aquel que hace servir a los malos después de muertos para el bienestar de sus buenos servidores!" Y se dispuso a precipitarse sobre el cuerpo para arrancarle algunos pedazos, y llevárselos a sus crías, y comérselos con ellas. Pero enseguida vió que el cielo se oscurecía por encima de él con una nube de grandes aves de rapiña, como buitres y gavilanes, que empezaron a dar vueltas en grandes círculos, acercándose cada vez más.

Al ver aquello, el martín-pescador se sintió sobrecogido del temor de que lo devorasen aquellos lobos del aire, y se apresuró a largarse a todo vuelo lejos de allí. Y pasadas muchas horas se detuvo en la copa de un árbol que se hallaba en medio del río, hacia su desembocadura, y aguardó allí a que la corriente arrastrara hasta aquel sitio el cuerpo flotante. Y muy entristecido se puso a pensar en las vicisitudes y en la inconstancia de la suerte.

Y se decía: "He aquí que me veo obligado a alejarme de mi país y de la orilla que me vió nacer, y en la cual están mis hijos y mi esposa. ¡Ah, cuán vano es el mundo! ¡Y cuánto más vano todavía el que se deja engañar por sus exterioridades, y confiando en la buena suerte vive al día, sin ocuparse del mañana! ¡Si yo hubiese sido más prudente habría hacinado provisiones para los días de necesidad como el de hoy, y los lobos del aire no me habrían asustado al haber venido a disputarme mis ganancias! ¡Pero el sabio nos aconseja la paciencia en tales trances! ¡Tengámosla, pues!"

Y mientras recapacitaba de esta manera, vió a una tortuga que, saliendo del agua y nadando lentamente, avanzaba hacia el árbol en que él se encontraba. Y la tortuga levantó la cabeza, le vió en el árbol, y enseguida le deseó la paz, y le dijo: "¿Cómo es, ¡oh pescador! que has desertado del ribazo en que generalmente te hallabas?"

El pájaro respondió:

"Si bajo la misma tienda que te alberga y en tu mismo país llega a habitar un rostro desagradable, sólo una determinación has de tomar: déjale tu tienda y tu país y apresúrate a marcharte!"

"Y yo, !Oh buena tortuga! He visto mi ribazo dispuesto a ser invadido por los lobos del aire, y para que no me impresionaran de mala manera sus caras desagradables, he preferido dejarlo todo y marcharme hasta que Alah quiera compadecerse de mi suerte".

Cuando la tortuga oyó estas palabras, dijo al martín-pescador:

"Desde el momento en que es así, aquí me tienes entre tus manos, dispuesta a servirte con toda mi abnegación y a hacerte compañía en tu abandono e indigencia, pues ya sé lo desdichado que es el extranjero lejos de su país y de los suyos, y cuán dulce es para él hallar afecto y solicitud entre los desconocidos. Y yo, aunque sólo te conozco de vista, seré para ti una compañera atenta y cordial".

Entonces, el martín-pescador dijo:

"¡Oh tortuga de buen corazón, que eres dura por fuera y tierna por dentro! ¡Comprendo que voy a llorar de emoción ante la sinceridad de tu oferta! ¡Cuántas gracias te doy! ¡Y cuán razonables son tus palabras acerca de la hospitalidad que se ha de conceder a los extranjeros, y la amistad que se ha de otorgar a las personas en el infortunio! Porque verdaderamente, ¿qué sería la vida sin amigos y sin las conversaciones con los amigos, y sin las risas y las canciones con los amigos?"

¡El sabio es el que sabe encontrar amigos conforme a su temperamento, pues no se puede considerar amigos s los seres con los que hay que tratar en razón del oficio, como yo trataba con los martín- pescadores de mi especie, que me envidiaban por mis pescas y mis hallazgos! Así es que ahora deben estar muy contentos con mi ausencia esos tristes compañeros, que sólo saben mostrar sus mezquinos intereses, ¡pero nunca piensan en elevar su alma hacia el Dador! Siempre están con el pico vuelto hacia la tierra. ! Y tienen alas, pero no las utilizan! ¡Por eso la mayoría de ellos no podría volar aunque quisiera! ¡Sólo se sumergen y a veces se quedan en el fondo del agua!

Al oír estas palabras, la tortuga, que escuchaba silenciosa, exclamó: "¡Oh martín-pescador, baja para que te abrace!" Y él bajó del árbol, y la tortuga le besó entre los ojos, y le dijo:

"Verdaderamente, ¡Oh hermano mío! No has nacido para vivir en comunidad como las aves de tu raza, que están completamente desprovistas de sutileza, y no poseen modales exquisitos! ¡Quédate conmigo, y nuestra vida será agradable en este rincón de la tierra, perdido en medio del agua, a la sombra de este árbol y entre el rumor de las olas!"

Pero el martín pescador le dijo: "Te doy las gracias hermana tortuga, pero: ¿y los niños? ¿Y mi esposa?"

La tortuga respondió:

"¡Alah es grande y misericordioso! ¡Nos ayudará a transportarlos hasta aquí, y pasaremos días tranquilos y libres de toda zozobra! " Al oírla, el martín-pescador dijo: "¡Oh tortuga! demos juntos gracias al Optimo, que ha permitido que nos reuniéramos!" Y exclamó:

¡Loor a Nuestro Señor! Da riquezas a unos y pobreza a otros. Sus designios son sabios y bien calculados.

¡Loor a Nuestro Señor! ¡Cuántos pobres son ricos en sonrisas! ¡Cuántos ricos son pobres de alegría!

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Entonces el rey Schahriar dijo: "¡Oh Schehrazada! tus palabras alejan de mí los feroces pensamientos. ¡Quisiera saber si conoces historias de lobos, por ejemplo, o de animales montaraces!"

Y contestó Schehrazada: "¡Precisamente son las historias que mejor conozco!"

Entonces el rey Schahriar dijo: "¡Apresúrate, pues, a contarlas!"

Y Schehrazada prometió contarlas en la noche venidera.



dissabte, 25 de novembre del 2017

LA 147ª NOCHE


Y CUANDO LLEGO LA 147ª NOCHE
Ella dijo:

Cuando el pavo real y la pava hubieron oído el relato de la oca, se conmovieron hasta el límite de la emoción, y la pava dijo a la oca: "¡Hermana, aquí estamos seguros, permanece con nosotros todo el tiempo que quieras, hasta que Alah te devuelva la paz del corazón, único bien estimable después de la salud! ¡Quédate, pues, y compartirás nuestra suerte, buena o mala!"

Pero la oca dijo: "¡Tengo mucho miedo, mucho miedo!" La pava repuso: "¡Pues no debes tenerlo! ¡Queriendo librarte de la suerte que está escrita, tientas al Destino! ¡Este es el más fuerte! ¡Y lo que en nuestra frente está escrito tiene que suceder! ¡No hay deuda que no se pague! ¡De modo que si se nos ha fijado un fin, no hay fuerza que pueda anularlo! ¡Pero lo que más ha de consolarte es la convicción de que ninguna alma puede morir sin haber agotado los bienes que le debe el Justo Retribuidor!"

Y mientras departían de esta suerte, crujieron las ramas a su alrededor, y se oyó un ruido de pasos que turbó de tal modo a la pobre oca, que tendió frenéticamente las alas, y se tiró al mar, gritando: ¡Tened cuidado, tened cuidado! ¡Aunque todo destino haya de cumplirse!"

Pero aquello era una falsa alarma, pues entre las ramas apareció la cabeza de un lindo corzo de ojos húmedos. Y la pava real gritó a la oca: "¡Hermana mía, no te asustes así! ¡Vuelve enseguida! ¡Tenemos un nuevo huésped! ¡Es un lindo corzo, de la raza de los animales, así como tú eres de la de las aves! ¡Y no come carne sangrienta, sino hierbas y plantas! ¡Ven, y ahuyenta tu inquietud, pues nada extenúa el cuerpo y agota el alma como el temor y la zozobra!"

Entonces volvió la oca meneando las alas, y el corzo, después de las zalemas de costumbre, les dijo: "¡Esta es la primera vez que vengo por aquí, y no he visto tierra más fértil, ni plantas y hierbas más frescas y tentadoras! ¡Permitidme, pues, que os acompañe y que disfrute con vosotros de los beneficios del Creador!" Y los tres le contestaron: "¡Sobre nuestras cabezas y nuestros ojos, ¡oh corzo lleno de cortesía! ¡Aquí encontrarás bienestar, amor de familia y todo género de facilidades!"

Y todos se pusieron a comer, a beber y a gozar de aquel clima tan suave durante largo espacio de tiempo. Pero nunca dejaron de rezar sus oraciones por la mañana y por la tarde, excepto la oca, que segura ya de la paz, olvidaba sus deberes para con el Distribuidor de la tranquilidad constante.

¡No tardó en pagar con la vida aquella ingratitud hacia Alah! Una mañana, un barco desarbolado fué arrojado a la costa; sus tripulantes abordaron a la isla, y al ver el grupo formado por el pavo real, su esposa, la oca y el corzo, se acercaron rápidamente. Entonces los dos pavos reales volaron a lo lejos ocultándose en las copas de los árboles más frondosos, el corzo saltó, y en unos cuantos brincos se puso fuera de alcance. Sólo la oca se quedó allí, pues aunque intentó correr la cercaron en seguida y la cogieron, comiéndosela en la primera comida que hicieron en la isla.

En cuanto al pavo y la pava real, antes de dejar la isla para regresar a su bosque, fueron ocultamente a enterarse de la suerte de la oca, y la vieron en el momento que la degollaban. Entonces buscaron por todas partes a su amigo el corzo, y después de mutuas zalemas y felicitaciones por haber escapado del peligro, enteraron al corzo del infortunio de la pobre oca. Y los tres lloraron mucho en recuerdo suyo, y la pava dijo: "¡Era muy dulce, y modesta, y gentil!" Y el corzo exclamó: "¡Verdad es! ¡Pero a última hora descuidaba sus deberes para con Alah, y olvidaba darle las gracias por sus beneficios!" Entonces dijo el pavo real: "¡Oh hija de mi tío, y tú, corzo piadoso, oremos!" Y los tres besaron la tierra entre las manos de Alah, y exclamaron:

¡Bendito sea el Justo, el Retribuidor, el Dueño Soberano del Poder, el Omnisciente, el Altísimo!
¡Gloria al Creador de todos los seres, al Vigilante de cada uno de los seres, al Retribuidor de cada cuál según sus méritos y capacidades!
Alabado sea Aquel que ha desplegado los cielos, y los ha redondeado, y los ha iluminado; aquel que ha tendido la tierra a cada lado de los mares, y la ha vestido y adornado con toda su belleza!

Entonces después de haber contado esta historia, Schehrazada se calló un momento. Y el rey Schariar exclamó: "¡Qué admirable es esa oración, y qué bien dotados están esos animales! Pero, ¡oh Schehrazada! ¿No sabes algo más respecto a ellos?" Y Schehrazada dijo: "¡Oh rey lleno de generosidad! eso no es nada comparado con lo que podría contarte".

Y el rey preguntó: "¿Pues qué esperas para seguir?" Schehrazada dijo: "Antes de continuar la historia de los animales, quiero contarte, ¡oh rey! otra historia que confirmará las conclusiones de ésta, es decir, lo agradable que es la oración para el Señor". Y el rey Schahriar dijo: "¡Ciertamente, puedes contarla!"


divendres, 24 de novembre del 2017

LA 146ª NOCHE

PERO CUANDO LLEGO LA 146ª NOCHE

HISTORIA ENCANTADORA DE LOS ANIMALES Y DE LAS AVES
Cuento de la oca, el pavo real y la pava real

He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que había en la antigüedad del tiempo y en lo pasado de la edad y el momento, un pavo real muy aficionado a recorrer en compañía de su esposa las orillas del mar y a pasearse por una selva que allí había toda llena de arroyos y poblada por el canto de las aves.

Durante el día, el pavo y la pava buscaban tranquilamente su alimento, y al llegar la noche se encaramaban a lo alto del árbol más frondoso, para no tentar los deseos de algún vecino que fuese poco escrupuloso en su admiración hacia la hermosura de la pava. Y eran felices de este modo, bendiciendo al Bienhechor, que les dejaba vivir en la paz y la dulzura.

Pero un día el pavo real invitó a su esposa para que le acompañase a una isla que se veía desde la playa, y de este modo podrían cambiar de aires y de perspectivas. La pava le contestó oyendo y obedeciendo, echaron a volar los dos, y llegaron a la isla.

Aquella isla estaba cubierta de árboles cargados de frutas y regada por multitud de arroyos. El pavo y su esposa quedaron extraordinariamente encantados de su paseo por aquella frescura, y permanecieron allí algún tiempo para probar todas las frutas y beber aquella agua tan dulce y tan fina.

Cuando se disponían a regresar a su casa, vieron venir hacia ellos una oca, que batía las alas llena de espanto. Y temblándole todas sus plumas, fué a pedirles ayuda y protección. El pavo real y su esposa la recibieron muy cordialmente, y la pava, hablándole con toda su afabilidad, le dijo: "¡Sé bien venida entre nosotros! ¡Aquí encontraréis el calor de la familia y cuanto necesites!"

Entonces la oca empezó a tranquilizarse, y el pavo, muy convencido de que la historia de la oca sería una historia verdaderamente asombrosa, le preguntó: "¿Qué te ha ocurrido y cuál es la causa de tu espanto?" Y respondió la oca: "Aun estoy enferma de lo que acaba de sucederme y del terror horrible que me inspira Ibn-Adán. ¡Alah nos guarde y nos libre de Ibn-Adán!"

Y el pavo, muy afligido, dijo: "¡Cálmate, mi buena oca, cálmate!" Y preguntó la pava: "¿Cómo es posible que ese Ibn-Adán logre llegar hasta esta isla? Desde la playa no puede saltar. Y no hay medio de atravesar de otro modo tanto espacio de agua". Entonces exclamó la oca: "¡Bendito sea el que os ha puesto en mi camino para calmar mis terrores y devolver la paz a mi corazón!" Y la pava dijo: "¡Oh hermana mía! cuéntame ahora el motivo de ese terror que te inspira Ibn-Adán, y no calles nada de tu historia, que ha de ser muy interesante". Y la oca contó lo que sigue:

"Sabe, ¡oh pavo real lleno de gloria, y tú, dulce pava, la más hospitalaria entre todas las pavas! que habito en esta isla desde mi niñez, y he vivido siempre en ella sin ningún contratiempo y sin que nada agobiase mi alma ni molestara mi vista. Pero anoche, cuando estaba durmiendo con la cabeza debajo del ala, vi que se me aparecía en sueños ese Ibn-Adán, que quiso entablar conversación conmigo. Iba á contestarle, pero oí una voz que me gritaba: "¡Cuidado, ten mucho cuidado! ¡Desconfía de Ibn-Adán y de la dulzura de sus palabras, pues ocultan sus perfidias! ¡Y no olvides lo que dijo el poeta:

¡Te da a gustar la dulzura que hay en la punta de su lengua, para sorprenderte de improviso como el zorro!

"Porque sabe, pobre oca, que Ibn-Adán posee tal grado de astucia, que logra atraer a los habitantes del seno de las aguas y a los monstruos más feroces del mar, y puede derribar como una masa desde lo alto de los aires las águilas que se ciernen tranquilas, sólo con tirarles un puñado de barro. En fin, es tan pérfido, que siendo tan débil, sabe vencer al elefante y utilizarlo como siervo suyo y arrancarle los colmillos para hacer con ellos sus armas. ¡Ah, pobre oca, huye enseguida!"

"Entonces me desperté llena de espanto, y huí sin mirar atrás, alargando el cuello y desplegando las alas. Seguí corriendo hasta que las fuerzas me abandonaron. Luego, como había llegado al pie de una montaña, me oculté detrás de una roca. Y mi corazón latía de miedo y de cansancio, presa del temor que me inspiraba Ibn-Adán. ¡Y como no había comido ni bebido, me atormentaban el hambre y la sed! Pero no sabía qué hacer ni me atrevía a moverme, cuando divisé enfrente de mí, a la entrada de una caverna, un león rojo, de mirada dulce, qué inspiraba confianza y simpatía.

Y aquel león, que era muy joven, denotó una gran satisfacción al verme, encantado de mi timidez, pues mi aspecto le había seducido. Así es que me llamó de este modo: "¡Oh chiquita gentil, acércate y ven a conversar conmigo un rato!"

Y yo, muy agradecida a su invitación, me aproximé a él humildemente. Y él me dijo: "¿Cómo te llamas y de qué raza eres?" Y le contesté: "¡Me llaman oca y soy de la raza de las aves!" Y me dijo: "¿Por qué estás tan temblorosa?"

Entonces le conté cuanto había visto y cuanto había oído en sueños. Y se asombró muchísimo, y exclamó: "¡Yo también he tenido un sueño análogo, y al contárselo a mi padre me ha puesto sobre aviso contra Ibn-Adán, diciéndome que desconfiara de sus ardides y perfidias! Pero hasta ahora no me he encontrado con ese Ibn-Adán".

"Al oír estas palabras, aumentó mi espanto, y dije apresuradamente al león: "No vacilemos en hacer lo que más nos conviene. Ha llegado el momento de acabar con esa plaga, y a ti, ¡oh hijo del sultán de los animales! te corresponde la gloria de matar a Ibn-Adán, pues haciéndolo así se acrecentará tu fama a los ojos de todas las criaturas del cielo, del agua y de la tierra". Y seguí lisonjeando al león, hasta que le decidí a ponerse en busca de nuestro enemigo.

"Salió entonces de la caverna, y me dijo que le siguiese. Y yo iba detrás de él. Y el león avanzaba arrogante, yo detrás de él y sin poder apenas seguirle, hasta que vimos a lo lejos una gran polvareda, y al disiparse apareció un burro en pelo, sin albarda ni ronzal, que brincaba, coceaba, se echaba al suelo y se revolcaba en el polvo, con las cuatro patas al aire.

"Al ver esto, mi amigo el león se quedó muy asombrado, pues sus padres casi no le habían permitido hasta entonces salir de la caverna. Y el león llamó al burro: "¡Eh! ¡Tú! ¡Ven por aquí!" Y el otro se apresuró a obedecerle. Y el león le dijo: "¿Por qué obras así, animal loco? ¿De qué especie de animales eres?" Y contestó el otro: "¡Oh mi señor! soy el borrico tu esclavo, de la especie de los borricos". Y el león preguntó: "¿Por qué corrías hacia aquí?" Y el burro respondió: "¡Oh hijo del sultán de los animales! venía huyendo de Ibn-Adán.

Entonces el joven león se echó a reír, y dijo: "¿Cómo con esa alzada tan respetable y esas anchuras temes a Ibn-Adán?" Y el borrico, meneando la cola, denotando penetración dijo: "¡Oh hijo del sultán! ya veo que no conoces a ese maldito. Si le temo no es porque desee mi muerte, pues sus intenciones son peores. Mi terror proviene del mal trato que me haría sufrir.

Sabe que hace que le sirva de cabalgadura, y para ello me pone en el lomo una cosa que llama la albarda; después me aprieta la barriga con otra cosa que llama la cincha, y debajo del rabo me pone un anillo cuyo nombre he olvidado, pero que hiere cruelmente mis partes delicadas. Por último, me mete en la boca un pedazo del hierro que me ensangrienta la lengua y el paladar, y que llama bocado. Entonces me monta, y para hacerme andar más aprisa, me pica en el cuello y en el trasero con un aguijón. Y si el cansancio me hace retrasar la marcha, lanza contra mí las más espantosas maldiciones y las más horribles palabras, que me hacen estremecer, a pesar de ser un borrico, pues me llama delante de todo el mundo:

"¡Alcahuete! ¡Hijo de zorra! ¡Hijo de bardaje! ¡El culo de tu hermana!" ¡ Y qué sé yo qué otras cosas más! Y si por desgracia me peo, para desahogarme algo del pecho, entonces su furor ya no conoce límites, y vale más, por consideración a ti, i oh hijo de mi sultán! que no repita todo lo que me hace y me dice en semejantes circunstancias. ¡Así es que no me entrego a tales desahogos más que cuando sé que está muy lejos y tengo la seguridad de hallarme solo!

¡Pero hay más! Cuando yo llegue a viejo, me venderá a cualquier aguador, que poniéndome sobre el lomo un baste de madera, me cargará de pesados pellejos y enormes cántaros de agua hasta que, no pudiendo más con los malos tratos y privaciones, reviente míseramente. ¡Y entonces echará mi esqueleto a los perros que vagan por los vertederos! Y tal es la suerte que me reserva Ibn-Adán.

¿Habrá entre todas las criaturas quien sea más, desgraciado que yo? Responde, ¡oh buena y tierna oca!"

"Entonces, ¡oh señores míos! sentí un estremecimiento de horror y de piedad, y en el límite de la emoción, del espanto y del temblor, exclamé: "¡Oh mi señor león! verdaderamente el burro es muy desgraciado. ¡Porque yo, sólo con oírle, me muero de lástima!" Y el joven león, viendo al borrico dispuesto a largarse, le dijo: "¡Pero no tengas prisa, compañero! ¡Quédate otro poco, porque realmente me interesas! ¡Y me gustaría que me sirvieses de guía para llegar hasta Ibn-Adán!"

El burro contestó: "¡Lo ciento, señor mío! Pero prefiero poner entre ambos la distancia de una buena jornada de camino, pues le he dejado ayer cuando se dirigía hacia este lugar. Y ahora busco un sitio seguro para resguardarme de sus perfidias y de su astucia. Además, con licencia tuya, ahora que estoy convencido de que no me oye, quiero desahogarme a gusto y gozar de la vida".

Y dichas estas palabras, el burro lanzó un prolongado rebuzno, al que siguieron trescientos pedos magníficos, que disparó coceando. Se revolcó después por la hierba durante un buen rato, y al fin se levantó. Entonces, como viese una polvareda que se levantaba a lo lejos, enderezó una oreja, luego la otra, miró fijamente, y volviendo la grupa echó a correr y desapareció.

"Una vez disipada la polvareda, apareció un caballo negro, con la frente marcada por una mancha blanca como un dracma de plata, hermoso, altivo, reluciente, y con las patas adornadas de una corona de pelos blancos. Venía hacia nosotros relinchando de un modo muy arrogante. Y cuando vió a mi amigo el joven león, se detuvo en honor suyo, y quiso retirarse discretamente. Pero el león, encantado de su elegancia y seducido por su aspecto, le dijo: "¿Quién eres, hermoso animal? ¿Por qué corres de ese modo, como si algo te inquietase en esta inmensa soledad?"

El otro contestó: "¡Oh rey de los animales! ¡Soy un caballo entre los caballos! ¡Y huyo para evitar la proximidad de Ibn-Adán!"

"El león, al oír estas palabras, llegó al límite del asombro, y dijo al caballo: "No hables de ese modo, ¡oh caballo! pues en realidad es vergonzoso que sientas miedo hacia Ibn-Adán, siendo fuerte como eres, y estando dotado de esa robustez y esas alturas, y pudiendo con una sola coz hacerle pasar de la vida a la muerte. ¡Mírame! No, soy tan grande como tú, y sin embargo, he prometido a esta oca gentil librarla para siempre de sus terrores, matando a Ibn-Adán y devorándolo por completo. Entonces podré tener el gusto de llevar nuevamente a esta pobre oca a su casa y al seno de su familia".

"Cuando el caballo oyó estas palabras de mi amigo, le miró con sonrisa triste, y le dijo: "Arroja lejos de ti esos pensamientos, ¡oh hijo del sultán de los animales! y no te hagas ilusiones acerca de mi fuerza, y mi alzada, y mi velocidad, pues todo eso es insignificante para la astucia de Ibn-Adán. Y sabe que cuando estoy en sus manos, logra domarme a su gusto, pues me pone en las patas trabones de cáñamo y de crin, y me ata por la cabeza a un poste en lo más alto, de una pared, y de este modo no puedo moverme ni echarme.

¡Pero hay más! Cuando quiere montarme, me coloca sobre el lomo una cosa que llama silla, me oprime el vientre con dos cinchas muy duras que me mortifican, y me mete en la boca un pedazo de acero, del cual tira mediante unas correas con las que me dirige por donde le place. Y montado en mí, me pincha y me perfora los costados con, las puntas de unas espuelas, y me ensangrienta todo el cuerpo. ¡Pero no acaba ahí! Cuando soy viejo, y mi lomo ya no es bastante flexible y resistente, ni mis músculos pueden llevarle todo lo aprisa qué él quisiera, me vende a algún molinero que me hace rodar día y noche la piedra del molino, hasta que sobreviene mi completa decrepitud.

¡Entonces me entrega al desollador, que me degüella, y me despelleja, y vende mi piel a los curtidores y mi crin a los fabricantes de crines, tamices y cedazos! ¡Y tal es la suerte que me espera con ese Ibn-Adán!"

"Entonces el joven león, muy emocionado con lo que acababa de oír, dijo al caballo: "Veo que es preciso desembarazar a la creación de ese malhadado ser a quien todos llaman Ibn-Adán. Di, amigo mío: ¿cuándo y dónde has visto a Ibn-Adán?" El caballo dijo: "Huí de él hacia el mediodía. ¡Y ahora me persigue corriendo tras de mí!" "Y apenas acababa de decir estas palabras, se alzó una gran polvareda que le inspiró un terror inmenso, y sin darle tiempo para disculparse huyó a todo galope. Y vimos en medio de la polvareda aparecer y venir hacia nosotros, a paso largo, un camello muy asustado que llegaba alargando el cuello y mugiendo desesperadamente.

"Al ver a este animal tan grande y tan desmesuradamente colosal, el león se figuró que debía ser Ibn-Adán y nadie más que él y sin consultarme, se arrojó contra el camello, e iba a dar un salto y a estrangularlo, cuando le grité con toda mi voz: "¡Oh hijo del sultán, detente! ¡No es Ibn-Adán, sino un pobre camello, el más inofensivo de los animales! ¡Y seguramente huye también de Ibn-Adán!"

Entonces el joven león se detuvo muy pasmado, y preguntó al camello: "¿Pero de veras temes también a ese ser llamado Ibn- Adán, ¡oh animal prodigioso!? ¿Para qué te sirven tus pies enormes si no puedes aplastarle con ellos?" Y el camello levantó lentamente la cabeza, y con la mirada extraviada como en una pesadilla, repuso tristemente: "¡Oh hijo del sultán! mira las ventanas de mi nariz. ¡Todavía están agujereadas y hendidas por el anillo de crin que me puso Ibn-Adán para domarme y dirigirme, y a este anillo que aquí ves estaba sujeta una cuerda que Ibn-Adán confiaba al más pequeño de sus hijos, el cual, montado en un borriquillo, podía guiarme a su gusto, a mí y a todo un tropel de camellos colocados en fila! ¡Mira mi lomo! ¡Todavía conserva las heridas causadas por los fardos con que me carga desde hace siglos! ¡Mira mis patas! ¡Están callosas y molidas por las largas carreras y los forzados viajes a través de la arena y de las piedras! ¡Pero hay más! ¡Sabe que cuando me hago viejo, después de tantas noches sin dormir y tantos días sin descanso, explota mi pobre piel y mis huesos viejos, vendiéndome a un carnicero que revende mi carne a los pobres, y mi cuero en las tenerías, y mi pelo a los que hilan y tejen! ¡Y he aquí el trato que me hace sufrir Ibn-Adán!"

"Oídas estas palabras del camello, el joven león sintió un furor sin límites, y rugió, arañó el suelo con las garras, y después dijo al camello: "¡Apresúrate a decirme en dónde has dejado a Ibn-Adán!" Y el camello respondió: "Viene buscándome, y no tardará en presentarse. Así, pues, ¡oh hijo del sultán! déjame huir a otros países, lo más lejos a que pueda escaparme. ¡Pues ni las soledades del desierto ni las tierras más remotas servirán para librarme de su persecución!"

Entonces el león le dijo: "¡Oh buen camello! aguarda un poco, y verás cómo derribo a Ibn-Adán, y trituro sus huesos, y me bebo su sangre!" Pero el camello, estremecido por el espanto, contestó: "Dispénsame, ¡oh hijo del sultán! Prefiero huir, porque ya lo dijo el poeta:

Si bajo la misma tienda que te alberga y en tu mismo país llega a habitar un rostro desagradable, Sólo una determinación has de tomar: ¡déjale tu tienda y tu país y apresúrate a marcharte!"

"Y después de recitar esta estrofa tan acertada, el buen camello besó la tierra entre las manos del león, se levantó, y le vimos huir, tambaleándose en lontananza.

"Apenas había desaparecido, se presentó un vejete, de aspecto muy débil y de piel arrugada, llevando a cuestas un canasto con herramientas de carpintero, y sobre la cabeza ocho tablas grandes.

"Al verle, ¡oh señores míos! no tuve fuerzas ni para avisar a mi joven amigo, y caí como muerta al suelo. En cambio el joven león, muy divertido con el aspecto de aquel vejete tan raro, se le acercó para examinarlo más de cerca.

Y el carpintero se postró entonces delante de él, y le dijo sonriendo con acento muy humilde: "¡Oh poderoso rey, lleno de gloria, que ocupas el primer puesto en la creación! ¡Te deseo horas muy felices, y ruego a Alah que te ensalce más todavía en el respeto del universo, acrecentando tus fuerzas y virtudes! ¡Yo soy un desgraciado que viene a pedirte ayuda y protección en las desdichas que le persiguen por parte de un gran enemigo!" Y se puso a llorar, a gemir y a lamentarse.

"Entonces el joven león, muy conmovido con las lágrimas y el aspecto tan desdichado de aquel hombre, suavizó la voz y le dijo: "¿Quién te persigue de esa manera? ¿Y quién eres tú, el más elocuente de los animales que conozco, y el más cortés, aunque seas el más feo de todos?"

El otro respondió: "¡Oh señor de los animales! pertenezco a la especie de los carpinteros, y mi opresor es Ibn-Adán. ¡Ah, señor león! ¡Alah te guarde de las perfidias de Ibn-Adán! ¡Todos los días, desde que amanece, me hace trabajar para su provecho y nunca me paga; así es que, muriéndome de hambre, he renunciado a trabajar para él, y he huido de las ciudades que habita!"

"Al oír estas palabras, el león sintió un furor enorme; rugió, brincó, resolló, echó espuma y sus ojos lanzaron chispas; y exclamó: "Pero ¿dónde está ese Ibn-Adán? Quiero triturarlo con mis dientes, y vengar a todas sus víctimas". El hombre respondió: "No tardará en presentarse, pues me viene persiguiendo, enfurecido por no tener quien le haga la casa".

El león dijo: "Pero tú, ¡oh animal carpintero! que andas a pasos tan cortos y que vas tan inseguro sobre dos patas, ¿hacia dónde te diriges?" Y Contestó el carpintero: "Voy a buscar al visir de tu padre, al señor leopardo, que me ha llamado por medio de un emisario suyo para que le construya una cabaña sólida en que pueda albergarse y defenderse contra los ataques de Ibn-Adán, pues quiere prevenirse, desde que se ha esparcido el rumor de la próxima llegada de Ibn-Adán a estos parajes. ¡Y por eso me ves cargado con estas tablas y estas herramientas!"

"Cuando el joven león oyó estas palabras, tuvo envidia al leopardo, y dijo al carpintero: "¡Por vida mía! ¡Extremada audacia sería por parte del visir de mi padre pretender que se ejecuten sus encargos antes que los nuestros! ¡Vas a detenerte aquí, levantando para mi defensa esa cabaña! ¡En cuanto al señor visir, que se aguarde!"

Pero el carpintero, haciendo como que se marchaba, contestó: "¡Oh hijo del sultán! te prometo volver en cuanto acabe la cabaña del leopardo, porque temo mucho sus iras. ¡Y entonces te construiré, no una cabaña, sino un palacio!" Pero el león no quiso hacerle caso, y hasta se enfureció, y se arrojó sobre el carpintero para asustarle, y a manera de chanza le apoyó una pata en el pecho. Y sólo con aquella caricia, el hombrecillo perdió el equilibrio, y fué al suelo con sus tablas y herramientas. Y el león se echó a reír al ver el terror y la facha aturdida de aquel hombre. Y éste, aunque muy mortificado por dentro, no lo dió a entender y hasta comenzó a sonreír, y humilde y cobardemente empezó su trabajo.

"Tomó, pues, las medidas del león en todas direcciones y en pocos instantes construyó un cajón sólidamente armado, al cual sólo dejó una abertura angosta; y clavó en el interior grandes clavos cuyas puntas estaban vueltas hacia dentro, de adelante hacia atrás; y dejó a trechos unos agujeros no muy grandes. Hecho esto, invitó respetuosamente al león a tomar posesión de su propiedad. Pero el león vaciló al principio, y dijo al hombre: "¡La verdad es que eso me parece muy estrecho, y no sé cómo podré penetrar ahí!" Y el vejete repuso: "¡Bájate y entra arrastrándote, pues una vez dentro te encontrarás muy a gusto!" Entonces el león se agachó, y su cuerpo flexible se deslizó en lo interior, sin dejar fuera más que la cola. Pero el vejete se apresuró a enrollar aquella cola, y meterla rápidamente con lo demás, y en un abrir y cerrar de ojos tapó la abertura y la clavó con solidez.

"Entonces el león intentó moverse y retroceder, pero las puntas aceradas de los clavos le penetraron en la carne, y le pincharon por todos lados. Y se puso a rugir de dolor, y exclamó: "¡Oh carpintero! ¿Qué viene a ser esta casa tan angosta que has construido, y estas puntas que me hieren cruelmente?"

"Oídas estas palabras, el hombre lanzó un grito de triunfo, y empezó a saltar y a reír, y dijo al león: "¡Son las puntas de Ibn-Adán! ¡Oh perro del desierto! así aprenderás a tu costa que yo, Ibn-Adán, a pesar de mi fealdad, de mi cobardía y mi debilidad, puedo triunfar de la fuerza y de la belleza".

"Y dichas estas espantosas palabras, el miserable encendió una antorcha, hacinó leña en torno del cajón, y le prendió fuego. Y yo, más paralizada que nunca de terror, vi a mi pobre amigo arder vivo, muriendo con la muerte más cruel. Y el maldito Ibn-Adán, sin haberme visto, porque estaba tendida en el suelo, se alejó triunfante. "Entonces, pasado bastante tiempo, me pude levantar, y me alejé con el alma llena de espanto. Y así pude llegar hasta aquí, donde el Destino hizo que os encontrara, ¡oh señores míos, de alma compasiva!"

Cuando el pavo real y la pava hubieron oído el relato de la oca...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.