Y CUANDO LLEGÓ LA 241ª NOCHE
Ella dijo:
... al gobernador, que fué en seguida al pabellón, y en el umbral quedose como deslumbrado por tal belleza.
Cuando Feliz-Bella vió entrar a aquel hombre desconocido, se apresuró a velarse la cara, rompió en sollozos, y buscó con la mirada un sitio por donde pudiera huir; pero fué en vano.
Entonces, como la vieja no aparecía, Feliz-Bella ya no dudó de la traición de la maldita, y se acordó de ciertas palabras que su fiel portero le había dicho respecto a los ojos llenos de artificios de aquella mujer.
En cuanto al gobernador, seguro de que Feliz-Bella era la misma que tenía delante, volvió a salir, cerrando la puerta, y fué a dar rápidamente algunas órdenes: escribió una carta al califa Abd El-Malek ben Meruán, y confió la carta y la joven al jefe de sus guardias, mandándole que emprendiera en seguida el camino de Damasco.
Entonces el jefe de los guardias se llevó por la fuerza a Feliz. Bella, la colocó encima de un ágil dromedario, se puso delante de ella, y partió a toda prisa hacia Damasco, seguido por algunos esclavos.
En cuanto a Feliz-Bella, durante todo el camino se tapó la cara con el velo, y sollozó en silencio, indiferente a las paradas, a las sacudidas, a los descansos y a las marchas. Y el jefe de los guardias no le pudo sacar una palabra ni una seña, y así siguió hasta la llegada a Damasco. El jefe se dirigió sin demora al palacio del Emir de los Creyentes, entregó la esclava y la carta al jefe de los chambelanes, recibió la respuesta que le dieron, y se volvió a Kufa del mismo modo que había venido.
Al día siguiente, el califa entró en el harem y manifestó a su esposa y a su hermana la llegada de la esclava nueva, diciéndole: "El gobernador de Kufa acaba de enviarme como regalo una esclava joven; y me escribe para decirme que esa esclava, comprada por él, es hija de un rey, apresada en su país por mercaderes de esclavos". Y su esposa le respondió: "¡Alah acreciente tus goces y sus beneficios!" Y la hermana del califa preguntó: "¿Cómo se llama? ¿Es morena o blanca?" El califa contestó: "¡Aun no la he visto!"
Entonces la hermana del califa, llamada Sett Zahia, que era de tierno corazón, sintió lástima, y se acercó a la joven, y le preguntó: "¿Por qué lloras, hermana mía?" ¿No sabes que desde ahora estás segura, y que tu vida transcurrirá ligera y sin preocupaciones? ¿Adónde podías ir a parar mejor que al palacio del Emir de los Creyentes?" Al oír estas palabras, la hija de Prosperidad levantó los ojos sorprendida, y preguntó: "Pero ¡oh mi señora! ¿En qué ciudad estoy, para que sea éste el palacio del Emir de los Creyentes?" Sett Zahia contestó "¡En la ciudad de Damasco! ¿Pero tú no lo sabías? ¿Y el mercader que te vendió no te ha advertido que lo hacía por cuenta del califa Abd El-Malek ben-Meruán? Ya lo sabes, hermana, eres propiedad del Emir de los Creyentes, que es mi hermano. Sécate, pues, las lágrimas y dime tu nombre".
Al oír semejantes palabras, la joven ya no pudo reprimir los sollozos que la ahogaban, y murmuró: "¡Oh mi señora, en mi tierra me llaman Feliz-Bella!"
A la sazón entró el califa. Avanzó hacia Feliz-Bella sonriendo bondadosamente, se sentó a su lado, y le dijo: "¡Quítate el velo de la cara!, ¡oh joven!" Pero Feliz-Bella, en vez de descubrirse la cara, se aterró sólo de pensarlo, y se tapó completamente con la tela hasta por debajo de la barbilla, con mano temblorosa. Y el califa no quiso enojarse por una acción tan extraordinaria, y dijo a Sett Zahia: "Te confío a esta joven, y espero qué dentro de pocos días la hayas acostumbrado a ti, y la animes, y consigas que sea menos tímida". Después dirigió otra mirada a Feliz-Bella y nada pudo ver, fuera de las finas muñecas. Pero con aquello le bastó para que la amara en extremo; muñecas tan admirablemente modeladas no podían pertenecer más que a una perfecta beldad. Y se retiró.
Entonces Sett Zahia se llevó a Feliz-Bella, y la condujo al hammam del palacio, y después del baño la vistió con un traje muy hermoso, y le colocó en el peinado varias sartas de perlas y pedrerías, y después le acompañó el resto del día, tratando de acostumbrarla a ella. Pero Feliz-Bella, aunque muy confusa con los miramientos que le prodigaba la hermana del califa, no podía dejar de llorar, ni quería tampoco revelar la causa de sus penas, porque pensaba que con ello no variaría su destino. Guardó, pues, para sí aquel agudo dolor, y siguió consumiéndose día y noche, de tal modo, que al poco tiempo cayó gravemente enferma; y desesperaron de salvarla después de haber experimentado en ella la ciencia de los médicos más famosos de Damasco.
En cuanto a Feliz-Bello, hijo de Primavera, al anochecer regresó a su casa, y según costumbre, se echó en el diván, y llamó: "¡Oh Feliz-Bella!"
Pero, por primera vez, nadie contestó. Entonces se levantó súbito y llamó de nuevo: "¡Oh Feliz-Bella!" Pero nadie contestó. Porque todas las esclavas se habían escondido, y ninguna de ellas se atrevía a moverse. Entonces Feliz-Bello se dirigió al aposento de su madre, entró precipitadamente, y encontró a su madre sentada, muy triste, con la mano en la mejilla y absorta en sus pensamientos. Al verla, creció su inquietud, y preguntó, todo lleno de espanto: "¿Dónde está Feliz Bella?"
Pero la esposa de Primavera no contestó más que con lágrimas, y después suspiró: "¡Alah nos proteja!, ¡oh hijo mío! Feliz-Bella, en ausencia tuya, ha venido a pedirme permiso para salir con la vieja e ir, según me dijo, a visitar a un santo walí que realiza milagros. ¡Ah, hijo mío! mi corazón no estuvo tranquilo nunca desde que esa vieja entró en nuestra casa. ¡Tampoco la ha mirado jamás con buenos ojos, nuestro portero, el servidor anciano y fiel que nos crió a todos! ¡Siempre he tenido el presentimiento de que esa vieja nos había de traer mala suerte con sus oraciones harto prolongadas y sus miradas tan astutas!" Pero Feliz-Bello interrumpió a su madre para preguntar: "¿A qué hora exactamente ha salido Feliz-Bella?" La madre contestó: "Esta mañana temprano, después de haberte ido al zoco". Y Feliz-Bello exclamó: "Ya ves, madre mía, para lo que nos sirve variar nuestras costumbres y otorgar a nuestras mujeres libertades de las cuales no saben qué hacer, y que tienen que serles funestas. ¡Ah, madre mía! ¿Por qué permitiste salir a Feliz-Bella? ¿Quién sabe por dónde se pudo extraviar, o si se ha caído al agua, o si la sepultó un alminar que se haya derrumbado? ¡Pero voy a escape a ver al gobernador para obligarle a hacer investigaciones inmediatamente!"
Y Feliz-Bello, fuera de sí, corrió al palacio, y el gobernador la recibió sin hacerle esperar, por consideración hacia su padre Primavera, que era una de las personas más notables de la ciudad. Y Feliz- Bello, sin atender siquiera a las fórmulas obligatorias de la zalema dijo al gobernador: "Mi esclava ha desaparecido de nuestra casa esta mañana en compañía de una vieja a la cual habíamos dado albergue Vengo a rogarte que me ayudes a buscarla". El gobernador, adoptando un tono lleno de interés, contestó: "¡En seguida, hijo mío! Estoy dispuesto a todo por consideración a tu digno padre. Ve a buscar de mi parte al jefe de la guardia, y cuéntale el caso. Es hombre muy avisado y lleno de recursos, y sin duda alguna encontrará a la esclava dentro de pocos días".
Entonces Feliz-Bello corrió a ver al jefe de la guardia, y le dijo "Vengo a verte de parte del gobernador para encontrar a mi esclava que ha desaparecido de mi hogar".
El jefe de la guardia, que estaba sentado en la alfombra, con las piernas cruzadas, resolló dos o tres veces, y al fin preguntó: "¿Con quién se ha marchado?" Feliz-Bello respondió: "Con una vieja cuyas señas son éstas y aquéllas. Y la vieja va vestida de estameña, y lleva al cuello un rosario con millares de cuentas". Y el jefe de la guardia dijo: "¡Por Alah! ¡Dime en dónde está la vieja, y enseguida iré a buscar a la esclava!"
A estas preguntas, Feliz-Bello contestó: "Pero ¿y qué sé yo dónde está la vieja? ¿Vendría aquí si supiera dónde está?" El jefe de la guardia mudó la postura, colocando las piernas en sentido inverso, y dijo: "¡Hijo mío, únicamente Alah el Omnisciente es capaz de descubrir las cosas invisibles!" Entonces, Feliz-Bello, irritado hasta el límite, exclamó: "¡Por el Profeta! ¡A ti solo te haré responsable de esto! ¡Y en caso necesario iré a ver al gobernador, y hasta al Emir de los Creyentes, para que sepan quién eres!"
El otro contestó: "¡Puedes ir adonde te parezca! ¡No he estudiado hechicería, para adivinar las cosas ocultas!"
Enseguida Feliz-Bello volvió a casa del gobernador, y le dijo: ¡He ido a ver al jefe de la guardia y ha pasado tal y cuál cosa!" Y el gobernador dijo: "¡No es posible! ¡Hola, guardias, id a buscar a ese hijo de perro!" Y cuando llegó el jefe, el gobernador dijo: "¡Te mando que hagas las pesquisas más minuciosas para encontrar a la esclava de Feliz-Bello, hijo de Primavera! Envía a tus jinetes en todas direcciones. Corre tú también, y busca por todas partes. ¡Pero tienes que encontrarla!" Y al mismo tiempo le guiñó el ojo para que no hiciera nada. Después se volvió hacia Feliz-Bello, y le dijo:
"¡En cuanto a ti, hijo mío, no quiero que tengas que reclamar en adelante esa esclava más que a mí! ¡Y si por acaso -pues todo puede suceder- no se encontrara a la esclava, yo mismo te daré en su lugar diez vírgenes de la edad de las huríes, de pechos turgentes y nalgas duras y firmes como cubos de granito! ¡Y obligaré también al jefe de la guardia a darte de su harem diez esclavas jóvenes tan intactas como mis ojos!
Pero tranquiliza tu alma, pues sabe que el Destino te otorgará siempre lo que te esté reservado, y por otra parte, nunca lograrás lo que no te haya destinado la suerte...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
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