Y CUANDO LLEGÓ LA 228ª NOCHE
Ella dijo:
"...te mandaría matar, lo mismo que a los de tu tripulación".
Al oír estas palabras, el capitán no pudo contestar más que oyendo y obedeciendo, y a pesar del perjuicio que salida tan forzada pudiera ocasionar a sus mercaderías, supuso que a la vuelta le indemnizaría el rey, y se dió a la vela. Y le permitió Alah una navegación tan feliz, que llegó en pocos días a la ciudad descreída, y desembarcó de noche con los marineros más robustos de su tripulación.
En aquel momento, Kamaralzamán, que había acabado su labor del día, estaba sentado muy triste, y con lágrimas en los ojos recitaba versos sobre la ausencia. Pero al oír llamar a la puerta, se levantó y fué a preguntar: "¿Quién va? El capitán, fingiendo voz cascada, dijo: "¡Un pobre de Alah!" Al oír esta súplica, dicha en árabe, Kamaralzamán, cuyo corazón latió de piedad, abrió. Pero inmediatamente fué cogido y agarrotado, y los marineros invadieron el jardín, y al ver los veinte tarros colocados como la primera vez, se apresuraron a cogerlos. Después volvieron todos al barco, y se dieron inmediatamente a la vela.
Entonces el capitán, rodeado por sus hombres, se acercó a Kamaralzamán y le dijo: "¡Ah! ¿Conque eres tú el aficionado a muchachos, que desgarraste al niño en la cocina del rey? ¡Cuando llegue el barco, encontrarás el palo dispuesto a hacerte lo propio, como no prefieras que ahora mismo te ensarten estos mozos continentes!" Y le señaló a los marineros, que se guiñaban el ojo al mirarlo, pues les parecía muy bien disfrutar de aquella ganga.
Al oír tales palabras, Kamaralzamán que aunque libertado de las ataduras desde que llegó a la nave no había dicho palabra, dejándose llevar por el Destino, no pudo soportar tamaña imputación, y exclamó:
"¡Me refugio en Alah! ¿No te da vergüenza hablar de ese modo? ¡Oh capitán! ¡Reza por el profeta!" El capitán contestó: "¡Sean con El y con todos los suyos la bendición de Alah y la plegaria! ¡Pero tú fuiste el que ensartó al chico!"
Al oír estas palabras, Kamaralzamán exclamó otra vez; "¡Me refugio en Alah!" El capitán replicó: "¡Tenga Alah misericordia de nosotros! ¡Nos ponemos bajo su custodia!"
Y Kamaralzamán repuso: "¡Os juro a todos vosotros por la vida del Profeta (¡sean con El la plegaria y la paz!), que no entiendo nada de semejante acusación, y que nunca he puesto los pies en esa isla de Ébano a la cual me lleváis, ni en el palacio de su rey! ¡Rezad por el Profeta, oh buena gente!" Entonces todos replicaron, como se acostumbra: "¡Sea con El la bendición!”
Pero el capitán replicó: "¿De modo que nunca has sido cocinero ni has ensartado a ningún niño en tu vida?" Kamaralzamán, en el límite de la indignación, escupió al suelo, y gritó: "¡Me refugio en Alah! ¡Haced de mí lo que queráis, pues, por Alah, mi lengua no se volverá a mover para contestar a tales cosas!" Y ya no quiso decir palabra. Entonces el capitán dijo: "Yo cumplo mi deber con entregarte al rey. ¡Si eres inocente, ya te arreglarás como puedas!"
A todo esto, el barco llegó a la isla de Ébano con felicidad. Y el capitán llevó enseguida a Kamaralzamán a palacio, y solicitó ver al rey. Y como le aguardaban, se le introdujo en la sala del trono.
Y Sett Budur, para no delatarse, por interés tanto suyo como de Kamaralzamán, había combinado un plan muy acertado, sobre todo para ser discurrido por una mujer.
Y cuando miró al que el capitán traía, a la primera ojeada conoció a su adorado Kamaralzamán, y se quedó muy pálida y amarilla como el azafrán. Y todos atribuyeron su cambio de color a la ira por el recuerdo a la ensartadura del niño. Ella le miró mucho tiempo sin poder hablar, mientras Kamaralzamán, con su traje viejo de jardinero, había llegado al límite de la confusión y el temblor. Y estaba muy distante de figurarse que se encontraba en presencia de aquella por quien había vertido tantas lágrimas y experimentado tantas penas, zozobras y malos tratos.
Por fin pudo dominarse Sett Budur, y se volvió hacia el capitán, y le dijo: "¡Como premio por tu fidelidad, te quedarás con el dinero que te di por las aceitunas!" El capitán besó la tierra, y dijo: "¿Y los otros veinte tarros de esta última vez que están todavía en el Bollado?" Budur dijo: "Si has traído otros veinte tarros, apresúrate a mandármelos. ¡Y te pagaré mil dinares de oro!" Y le despidió.
Después se volvió hacia Kamaralzamán, que estaba con los ojos bajos, y dijo a los chambelanes: "¡Coged a ese joven y llevadle al hammam...!
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
*Aclaración
El traductor une en este capítulo las noches 226, 227 y 228.
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