Y CUANDO LLEGÓ LA 170ª NOCHE
Ella dijo:
La pequeña Doniazada, que ya no podía resistir más su impaciencia, se levantó de la alfombra en que estaba acurrucada, y dijo a Schehrazada: "¡Oh hermana mía, te ruego que nos cuentes la historia prometida cuyo título sólo ya me estremece de placer y emoción!".
Y Schehrazada sonrió a su hermana, y dijo: "¡Aguardo para empezar, la venia del rey!".
Entonces el rey Schahriar, que aquella noche se había dado prisa a hacer su cosa con Schehrazada, por el mucho ardor con que deseaba tal historia, dijo:
"¡Oh Schehrazada, cuando quieras puedes empezar la historia mágica que, según tu promesa, me ha de gustar tanto!"
Y al punto Schehrazada contó la siguiente historia:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que hubo durante la antigüedad del tiempo, en el país de Khaledán, un rey llamado Schahramán, dueño de poderosos ejércitos y de riquezas considerables.
Pero este rey, aunque era extremadamente dichoso y tenía setenta favoritas, sin contar sus cuatro mujeres legítimas, sufría en el alma por su esterilidad en cuanto a descendencia, pues había llegado a avanzada edad, y sus huesos y su médula empezaban a adelgazar, y Alah no le dotaba de un hijo que pudiera sucederle en el trono del reino.
Un día se decidió a poner al gran visir al corriente de sus penas ocultas, y habiéndole mandado llamar, le dijo: "¡Oh mi visir, ya no sé a qué atribuir esta esterilidad que me hace padecer enormemente!"
Y el gran visir reflexionó durante una hora, al cabo de la cual levantó la cabeza, y dijo al rey: "¡Oh rey, verdaderamente es ésta una cuestión muy delicada, y sólo la puede resolver Alah Todopoderoso!
Créeme que, después de haber reflexionado bien, no doy más que con una solución". Y el rey le preguntó: "¿Y cuál es?" El visir contestó: "¡Hela aquí! Esta noche, antes de entrar en el harem, cuida de cumplir escrupulosamente los deberes ordenados por el rito; haz tus abluciones con fervor y somete por medio de la oración tu voluntad a la de Alah el Bienhechor. ¡Y de esa manera, tu unión con una esposa escogida será fertilizada por la bendición!".
Al oír estas palabras de su visir, el rey exclamó: "¡Oh visir de prudente palabra, acabas de indicarme un remedio admirable!" Y dió expresivas gracias al visir por el consejo, y le regaló un ropón de honor.
Llegada ya la noche, entró en el departamento de las mujeres, no sin haber cumplido minuciosamente los deberes del rito, y eligió a la más joven de sus mujeres, a la que tenía las caderas más suntuosas, que era una virgen de raza, y se introdujo en ella aquella noche. Y la fecundó en el mismo instante y hora. Y al cabo de nueve meses, día por día, parió la joven un varón, en medio de festejos, y al son de flautas, pífanos y címbalos.
Y el niño que acababa de nacer resultó tan hermoso, y tan semejante era a una luna, que su padre, maravillado, le puso por nombre Kamaralzamán (La Luna del Siglo).
"¡Y en verdad que aquel niño era la más bella de las cosas creadas!"
Hubo de comprobarse especialmente cuando llegó a la adolescencia, y la belleza esparció sobre sus quince años todas las flores que encantan la vista de los humanos. Con la edad, sus perfecciones habían llegado a su límite; sus ojos se habían hecho más mágicos que los de los ángeles Harut y Marut; sus miradas más seductoras que las de Taghut, y sus mejillas más agradables que las anémonas. En cuanto a su cintura, se había hecho más flexible que la caña de bambú y más fina que una hebra de seda. Pero en cuanto a sus nalgas, eran tan pesadas que podían tomarse por una montaña de arena en movimiento, y los ruiseñores se ponían a cantar al verlas.
Así, nada tenía de extraño que su cintura delicadísima se quejara a veces del peso enorme que la seguía, y que a veces, cansada del peso, se enojase con las nalgas.
A todo esto, conservaba tanta frescura como las rosas, y era tan delicioso como la brisa de la tarde. Y precisamente los poetas de su época trataron de expresar de un modo cadencioso la belleza que les pasmaba, y le cantaron en versos numerosos como los siguientes entre otros mil:
Cuando los humanos le ven, exclaman: ¡Mis ojos pueden leer estas palabras que la belleza ha trazado sobre su frente! "¡Afirmo que es el único hermoso!"
¡Cornalinas son sus labios al sonreír; su saliva es miel derretida; sus dientes un collar de perlas; sus cabellos se enroscan junto a sus sienes en rizos negros, como los escorpiones que muerden el corazón de los enamorados!
¡De una recortadura de sus uñas se hizo el cuarto de la luna! ¡Pero su grupa fastuosa que tiembla, los hoyuelos de sus nalgas y la flexibilidad de su cintura, superan ya a toda expresión!
Mucho quería el rey Schahramán a su hijo, hasta tal punto, que no podía separarse de él un momento. Y como tenía que disipar con excesos sus cualidades y su hermosura, deseaba en extremo no morirse sin verle casado, y disfrutar así de su posteridad. Y un día que le preocupaba más que de costumbre tal idea, se la manifestó a su gran visir, que le dijo: "¡La idea es excelente! Porque el matrimonio suaviza el humor".
Entonces el rey Schahramán dijo al jefe de los eunucos: "¡Ve pronto a decir a mi hijo Kamaralzamán que venga a hablar conmigo!"
Y en cuanto el eunuco le transmitió la orden, Kamaralzamán se presentó a su padre, y después de haberle deseado la paz respetuosamente, besó la tierra entre sus manos, con los ojos bajos y en modesta actitud, como cuadra a un hijo sumiso para su padre...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
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