dijous, 11 de juny del 2020

LA 324ª NOCHE


Y CUANDO LLEGÓ LA 324ª NOCHE
Ella dijo:

"...Sabe, en efecto, que la costumbre de los habitantes de esta ciudad, cuando muere nuestro rey sin dejar hijo varón, es dirigirnos a esta carretera y aguardar la llegada del primer caminante que nos envía el Destino para elegirle como rey y saludarle como a tal. ¡Y hoy hemos tenido la dicha de encontrarte a ti, el más hermoso de los reyes de la tierra y el único de tu siglo y de todos los siglos!"

Y Zumurrud, que era una mujer de seso y de excelentes ideas, no se desconcertó con noticia tan extraordinaria, y dijo al gran chambelán y a los demás dignatarios: "¡Oh vosotros todos, fieles súbditos míos desde ahora, no creáis de todos modos que yo soy algún turco de oscuro nacimiento o hijo de algún plebeyo! ¡Al contrario! ¡Tenéis delante de vosotros a un turco de elevada estirpe que ha huido de su país y de su casa después de haber reñido con su familia, y ha resuelto recorrer el mundo buscando aventuras! ¡Y como precisamente el Destino me hace dar con una ocasión bastante propicia para ver algo nuevo, consiento en ser vuestro rey!"

Y enseguida se puso a la cabeza de la comitiva, y entre las aclamaciones y gritos de júbilo de todo el pueblo, hizo su entrada triunfal en la ciudad.

Al llegar a la puerta principal de palacio, los emires y chambelanes se apearon, y la sostuvieron por debajo de los brazos, y la ayudaron a bajar del caballo, y la llevaron en brazos al gran salón de recepciones; y después de revestirla con los atributos regios, la hicieron sentar en el trono de oro de los antiguos reyes. Y todos juntos se prosternaron y besaron el suelo entre sus manos, pronunciando el juramento de sumisión.

Entonces Zumurrud inauguró su reinado mandando abrir los tesoros regios acumulados durante siglos, y mandó sacar cantidades considerables, que repartió entre los soldados, los pobres y los indigentes. Así es que el pueblo la amó e hizo votos por la duración de su reinado. Y además Zumurrud tampoco se olvidó de regalar gran cantidad de ropas de honor a los dignatarios de palacio, y otorgar mercedes a los emires y chambelanes, así como a sus esposas y a todas las mujeres del harem. Además abolió el cobro de impuestos, los consumos y las contribuciones, y mandó libertar a los presos, y corrigió todos los males. Y de tal modo ganó el afecto de grandes y chicos, que todos la tenían por hombre, y se maravillaron de su continencia y castidad cuando supieron que nunca entraba en el harem ni se acostaba jamás con sus mujeres. En efecto, no quiso tener de noche más servicio particular que el de sus lindos eunucos, que dormían atravesados delante de su puerta.

Lejos de ser dichosa, Zumurrud no hacía más que pensar en su amado Alischar, de quien no tuvo noticias, no obstante todas las investigaciones que mandó hacer secretamente. Y no cesaba de llorar cuando estaba sola, ni de rezar y ayunar para atraer la bendición de Alah sobre Alischar y lograr volverle a ver sano y salvo después de la ausencia. Y así pasó un año y todas las mujeres del palacio levantaban los brazos, desesperadas, y exclamaban: "¡Qué desgracia para nosotras que el rey sea tan devoto y casto!"

Al cabo del año, Zumurrud tuvo una idea y quiso ejecutarla inmediatamente. Mandó llamar a visires y chambelanes, y les ordenó que los arquitectos e ingenieros abrieran un vasto meidán, de una parasanga de ancho y largo, y que construyeran en medio de un magnífico pabellón con cúpula, que había de tapizarse ricamente para colocar un trono, y tantos asientos como dignatarios había en palacio.

Se ejecutaron en muy poco tiempo las órdenes de Zumurrud. Y trazado el meidán, y levantado el pabellón, y dispuestos el trono y los asientos en el orden jerárquico, Zumurrud convocó a todos los grandes de la ciudad y del palacio, y les ofreció un banquete tal, que ningún anciano recordaba de otro parecido. Y al final del festín, Zumurrud se volvió hacia los invitados y les dijo: "¡En adelante, durante todo mi reinado, os convocaré en este pabellón a principios de cada mes, y os sentaréis en vuestros sitios, y convocaré asimismo a todo el pueblo, para que tome parte en el banquete, y coma y beba, y dé gracias al Donador por sus dones!" Y todos le contestaron oyendo y obedeciendo. Y entonces añadió: "¡Los pregoneros públicos llamarán a mi pueblo al festín y les advertirán que será ahorcado quien se niegue a venir!"

Y al principio del mes los pregoneros públicos recorrieron las calles, gritando: "¡Oh vosotros todos, mercaderes y compradores, ricos y pobres, hambrientos y hartos, por orden de nuestro señor el rey, acudid al pabellón del meidán! ¡Comeréis y beberéis y bendeciréis al Bienhechor! ¡Y será ahorcado quien no vaya! ¡Cerrad las tiendas y dejad de vender y comprar! ¡El que se niegue será ahorcado!"

A esta invitación, la muchedumbre acudió y se hacinó en el pabellón, estrujándose en medio del salón unos a otros, mientras el rey permanecía sentado en el trono, y a su alrededor, en los sitios respectivos, aparecían colocados jerárquicamente los grandes y dignatarios. Y todos empezaron a comer toda clase de cosas excelentes, como carneros asados, arroz con manteca, y sobre, todo el excelente manjar llamado "kisek", preparado con trigo pulverizado y leche fermentada. Y mientras comían, el rey los examinaba atentamente uno tras otro, y durante tanto tiempo, que cada cual decía a su vecino: "¡Por Alah! ¡No sé por qué me mira el rey con esa obstinación!" Y entretanto, los grandes y dignatarios no dejaban de alentar a toda aquella gente, diciéndole: "¡Comed sin cortedad y hartaos! ¡El mayor gusto que le podéis dar al rey es demostrarle vuestro apetito!" Y ellos decían: "¡Por Alah! ¡En toda la vida no hemos visto un rey que quisiera tan bien a su pueblo! "

Y entre los glotones que comían con más ardiente voracidad haciendo desaparecer en su garganta fuentes enteras, estaba el miserable cristiano Barssum que durmió a Alischar y raptó a Zumurrud, ayudado por su hermano el viejo Rachideddín. Cuando Barssum acabó de comer la carne y los manjares con manteca o grasa, vio una fuente colocada fuera de su alcance, llena de un admirable arroz con leche cubierto de azúcar fino y canela; atropelló a todos los vecinos y agarró la fuente, que atrajo a sí y colocó debajo de su mano, y cogió un enorme pedazo, que se metió en la boca. Escandalizado entonces uno de sus vecinos, le dijo...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.


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