dissabte, 6 de juny del 2020

LA 320ª NOCHE


Y CUANDO LLEGÓ LA 320ª NOCHE
Ella dijo:

... y vendió por cincuenta dinares a un mercader con tienda abierta la consabida cortina maravillosa. Después compró otra vez seda e hilo de oro y plata, en cantidad suficiente para una nueva cortina o alfombra de gusto, y se lo llevó todo a Zumurrud, que volvió a poner manos a la obra, y en otros ocho días ejecutó una cortina más hermosa aún que la anterior, y que también produjo la cantidad de cincuenta dinares. Y durante el espacio de un año vivieron de tal suerte, comiendo, bebiendo y sin carecer de nada ni dejar de satisfacer su mutuo amor, más ardiente cada día.

Un día salió Alischar de la casa, llevando, según su costumbre, un paquete que contenía un tapiz ejecutado por Zumurrud, y emprendió el camino del zoco para presentárselo a los mercaderes por mediación del pregonero, como siempre. Llegado al zoco, se lo entregó al pregonero, que empezó a pregonarlo delante de las tiendas de los mercaderes, cuando acertó a pasar un cristiano, uno de esos individuos que pululan a la entrada de los zocos, asediando a los parroquianos con sus ofrecimientos.

Este cristiano se aproximó al pregonero y a Alischar y les ofreció sesenta dinares por el tapiz, en vez de los cincuenta por que se pregonaba. Pero Alischar, que sentía aversión y desconfianza hacia aquella clase de individuos, y recordaba, además, el encargo de Zumurrud, no quiso vendérselo. Entonces el cristiano aumentó su oferta y acabó por proponer cien dinares, y el pregonero le dijo al oído a Alischar: "¡Verdaderamente, no desaproveches esta excelente ocasión!" Porque el pregonero ya había sido sobornado secretamente por el cristiano con diez dinares. Y maniobró tan bien sobre el espíritu de Alischar, que le decidió a entregar el tapiz al cristiano, mediante la cantidad convenida. Y lo hizo no sin gran aprensión, cobrando los cien dinares, y volvió a emprender el camino de su casa.

Conforme iba andando, al volver una esquina notó que le seguía el cristiano. Se paró y le preguntó: "¿Cristiano, qué tienes que hacer en este barrio en donde no entra la gente de tu clase?" Este dijo: "Perdona ¡oh señor! pero tengo un encargo que hacer al final de esta calleja. ¡Alah te conserve!"

Alischar siguió su camino y llegó a la puerta de su casa. Y allí notó que el cristiano, después de haber dado un rodeo había vuelto por el otro extremo de la calle y llegaba a su puerta al mismo tiempo que él. Y le gritó, lleno de ira: "¡Maldito cristiano! ¿A qué me sigues de esa manera por donde voy?" El otro contestó: "¡Oh, señor mío! ¡Créeme que me encontraste aquí por casualidad! ¡Pero te ruego que me des un trago de agua, y Alah te recompensará, porque la sed me quema interiormente!" Y Alischar pensó: "¡Por Alah! ¡No se dirá que un musulmán se ha negado a dar de beber a un perro sediento! ¡Voy a darle un poco de agua!" Y entró en su casa, cogió un cántaro de agua, e iba a salir para dársela al cristiano, cuando Zumurrud le oyó levantar el pestillo y salió a su encuentro, conmovida por su ausencia prolongada. Y le dijo, besándole: "¿Cómo tardaste tanto en volver hoy? ¿Vendiste al fin el tapiz, y ha sido a un mercader con tienda o a un transeúnte?"

El respondió, visiblemente turbado: "He tardado un poco porque el zoco estaba lleno, pero de todos modos acabé por vendérsela a un mercader". Ella dijo con cierta duda en la voz: "¡Por Alah! Mi corazón no está tranquilo. Pero ¿adónde vas con ese cántaro?" El dijo: "Voy a dar de beber al pregonero del zoco, que me ha acompañado hasta aquí". Pero no la satisfizo esta respuesta, y mientras salía Alischar, recitó muy ansiosa, estos versos del poeta:

¡Oh corazón mío que piensas en el amado; pobre corazón lleno de esperanzas y que crees eterno el beso! ¿No ves que a tu cabecera vela, con los brazos tendidos, la Separadora, y que en la sombra te acecha pérfido el Destino?

Cuando Alischar se dirigía hacia afuera, encontrose con el cristiano, que ya había entrado en el zaguán por la puerta abierta. Al verlo el mundo se ennegreció delante de sus ojos, y exclamó: "¿Qué haces ahí, perro, hijo de perro? ¿Y cómo osaste penetrar en mi casa sin mi permiso?" El otro contestó: "¡Por favor, oh mi señor, perdóname! Cansado de haber andado todo el día y sin poderme tener ya en pie, me vi obligado a pasar el umbral, pues al cabo no hay tanta diferencia entre la puerta y el zaguán. ¡Además, no pido más que el tiempo suficiente para tomar aliento y me voy! ¡No me rechaces, y Alah no te rechazará!"

Y cogió el cántaro que sostenía Alischar muy perplejo, bebió lo necesario y se lo devolvió. Y Alischar se quedó de pie enfrente, esperando que se fuera. Pero pasó una hora, y el cristiano no se movía. Entonces, Alischar, sofocado, le gritó: "¿Quieres marcharte ahora mismo y seguir tu camino?" Pero el cristiano le contestó: "¡Oh señor mío! No serás de aquellos que hacen un beneficio a alguien para obligarle a estar lamentándolo toda la vida, ni de aquellos de quienes dijo el poeta:

¡Se desvaneció la raza generosa de los que, sin contar, llenaban la mano del pobre antes de que se les tendiese!

¡Ahora hay una raza vil de usureros que calculan el interés de un poco de agua prestada al pobre del camino!

"Yo, mi señor, ya he apagado la sed con el agua de tu casa; pero ahora me atormenta de tal manera el hambre, que me contentaría con lo que te haya quedado de la comida, aunque fuera un pedazo de pan seco y una cebolla, nada más". Alischar, cada vez más enfurecido, le gritó: "¡Vaya, vaya! ¡Fuera de aquí! ¡Basta de citas poéticas! ¡No queda nada en la casa!" El otro contestó, sin moverse del sitio: "¡Señor, perdóname! Pero si no hay nada en tu casa, tienes encima los cien dinares que te ha producido el tapiz. Te ruego, pues, por Alah, que vayas al zoco más cercano a comprarme una torta de trigo, para que no se diga que abandoné tu casa sin que se haya partido entre nosotros el pan y la sal".

Cuando Alischar oyó estas palabras, dijo para sí: "No hay duda posible. Este maldito cristiano es un loco y un extravagante. Y lo voy a echar a la calle y a azuzar contra él a los perros vagabundos". Y cuando se preparaba a empujarle afuera, el cristiano, inmóvil, le dijo: "¡Oh mi señor! ¡Es un solo pedazo de pan el que deseo, y una sola cebolla para poder matar el hambre! ¡De modo que no hagas mucho gasto por mí, que sería demasiado! Porque el prudente se contenta con poco; y un pan seco basta para apagar el hambre que tortura al sabio, cuando el mundo no bastaría para saciar el falso apetito del tragón.

Cuando Alischar vio que no le quedaba más remedio que ceder, dijo al cristiano: "¡Voy al zoco a buscar de comer! ¡Espérame aquí sin moverte!" Y salió de la casa después de haber cerrado la puerta, y sacó la llave de la cerradura para metérsela en el bolsillo. Fue apresuradamente al zoco, compró queso asado con miel, pepinos, plátanos, hojaldre y pan recién salido del horno, y se lo trajo todo al cristiano, diciéndole: "¡Come!"

Pero éste se negó, diciendo: "¡Oh mi señor! ¡Qué generosidad la tuya! ¡Lo que traes basta para alimentar a diez personas! ¡Es demasiado, a menos que quieras honrarme comiendo conmigo!"

Alischar respondió: "Yo estoy harto. ¡Come solo!" El otro exclamó: "¡Oh mi señor, la sabiduría de las naciones nos enseña que el que se niega a comer con su huésped es indudablemente un bastardo adulterino...!"

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.


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