Y CUANDO LLEGÓ LA 322ª NOCHE
Ella dijo:
"...encontraremos a tu amada Sett Zumurrud". Y Alischar se puso a llorar de alegría. Y después de haber besado la mano a la cena vieja, se apresuró a comprar y entregarle lo que le había indicado.
Entonces la vieja fue a vestirse a su casa. Se tapó la cara con un velo de miel oscuro, se cubrió la cabeza con un pañuelo de cachemira, se envolvió en un velo grande de seda negra, se puso en la cabeza consabida cesta, y cogiendo un bastón para sostener su respetable vejez, empezó a recorrer lentamente los harenes de personajes y mercaderes por los distintos barrios, y no tardó en llegar a la casa del viejo achideddín, el miserable cristiano que pasaba por musulmán, el maldito a quien Alah confunda y abrase en el fuego del infierno y atormente hasta la extinción del tiempo. ¡Amin!
Y llegó precisamente en el momento en que la desventurada joven, arrojada entre las esclavas y criadas de la cocina y dolorida aún de los golpes que había recibido, yacía medio muerta en una mala estera.
Llamó a la puerta la vieja, y una esclava abrió y la saludó amistosamente. Y la vieja le dijo: "Hija mía, tengo cosas bonitas que vender ¿Hay en casa quién las compre?" La criada dijo: "¡Ya lo creo!" la llevó a la cocina, en donde la vieja se sentó con gran compostura, rodeándola en seguida las esclavas. Fue muy benévola en la venta, y les cedió, por precios muy módicos, pulseras, sortijas y pendientes, de modo le se granjeó su confianza y ganó sus simpatías por su lenguaje virtuoso y la dulzura de sus modales.
Pero al volver la cabeza vio a Zumurrud tendida, e interrogó a las esclavas, que le dijeron cuanto sabían. E inmediatamente comprendió que estaba en presencia de la que buscaba. Se acercó a la joven y dijo: "¡Hija mía! ¡Aléjese de ti todo mal! ¡Alah me envía para socorrerte! ¡Eres Zumurrud, la esclava amada de Alischar, hijo de Gloria!" Y la enteró del objeto de su venida, disfrazada de vendedora, le dijo: "Mañana por la noche estate dispuesta a dejarte raptar; asómate a la ventana de la cocina que da a la calle, y cuando veas que alguien, entre la oscuridad, se pone a silbar, ésa será la seña. Responde silbando también, y salta sin temor a la calle. ¡Alischar en persona estará allí y te salvará!" Y Zumurrud besó las manos a la vieja, que se apresuró a salir y enterar a Alischar de lo que acababa de suceder, añadiendo: "Irás allá, al pie de la ventana de la cocina de ese maldito, harás tal v cual cosa".
Entonces Alischar dio mil gracias a la vieja por sus favores, quiso hacerle un regalo; pero no lo aceptó ella y se fue deseándole buen éxito y felicidades, y le dejó recitando versos sobre la amargura de la separación.
A la noche siguiente, Alischar se encaminó a la casa descripta por la buena vieja y acabó por encontrarla. Se sentó al pie de la pared y aguardó a que llegara la hora de silbar. Pero cuando llevaba allí un rato, como había pasado dos noches de insomnio, le venció de pronto el cansancio y se durmió. ¡Glorificado sea el Único, que nunca duerme!
Mientras Alischar permanecía aletargado al pie de la pared, el Destino envió hacia allí, en busca de alguna ganga, a un ladrón entre los ladrones audaces, que, después de dar vuelta a la casa sin encontrar salida, llegó al sitio en que dormía Alischar. Y se inclinó hacia éste, y tentado por la riqueza de su traje, le robó hábilmente el hermoso turbante y el albornoz, y se los puso enseguida. En el mismo momento vio que se abría la ventana y oyó silbar a alguien. Miró, y vio una forma de mujer que le hacía señas y silbaba. Era Zumurrud, que le tomaba por Alischar.
Al ver aquello, el ladrón, aunque sin saber lo que significaba, pensó: "¡Me convendrá contestar!" Y silbó. Enseguida salió Zumurrud por la ventana y saltó a la calle con la ayuda de una cuerda. Y el ladrón que era un mozo robusto, la cogió a cuestas y se alejo con la rapidez de un relámpago. .
Cuando Zumurrud vio que su acompañante tenía tanta fuerza, se asombró mucho, y le dijo: "Amado Alischar, la vieja me había dicho que apenas podías moverte por lo que te habían debilitado la pena y el temor. ¡Pero veo que estás más fuerte que un caballo!" Pero como el ladrón no contestaba y corría con mayor celeridad, Zumurrud le pasó la mano por la cara y se la encontró erizada de pelos más duros que la escoba del hammam, de tal modo que parecía un cerdo que se hubiera tragado una gallina, cuyas plumas se le salieran por la boca.
Al encontrarse con aquello, la joven sintió un terror espantoso, y empezó a darle golpes en la cara, gritando: "¿Quién eres y qué eres?" Y como en aquel momento estaban ya lejos de las casas, en campo raso invadido por la noche y la soledad, el ladrón se detuvo un momento, dejó en el suelo a la joven, y gritó: "¡Soy Djiwán el kurdo, el compañero más terrible de la gavilla de Ahmad Ed-Danaf!”
"¡Somos cuarenta mozos que llevamos mucho tiempo privados de carne fresca! ¡La noche próxima será la más bendita de tus noches, pues todos te cabalgaremos sucesivamente, y te pisaremos el vientre, y nos revolcaremos entre tus muslos, y le haremos dar vueltas a tu capullo hasta por la mañana!”
Cuando Zumurrud oyó semejantes palabras de su raptor comprendió todo lo horrible de su situación, y se echó a llorar, golpeándose el rostro y deplorando el error que la había entregado a aquel bandido perpetrador de violencias y a sus cuarenta compañeros. Y después, viendo que su destino aciago la perseguía y que no podía luchar contra él, se dejó llevar de nuevo por su raptor sin oponer resistencia y se contentó con suspirar: "¡No hay más Dios que Alah! ¡Me refugio en El! ¡Cada cual lleva su Destino atado al cuello, y haga lo que quiera, no puede alejarse de él! ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
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