Y CUANDO LLEGÓ LA 321ª NOCHE
Ella dijo:
"... el que se niega a comer con su huésped es indudablemente un bastardo adulterino." Estas palabras no tenían réplica posible. Alischar no se atrevió a negarse, y se sentó al lado del cristiano, y se puso a comer con él distraídamente. Y el cristiano se aprovechó de la distracción de su huésped para mondar un plátano, partirlo, y deslizar en él con destreza banj puro mezclado con extracto de opio, en dosis suficiente para derribar a un elefante y dormirlo durante un año. Mojó el plátano en la miel blanca, en la cual nadaba el excelente queso asado, y se lo ofreció a Alischar, diciéndole: "¡Oh mi señor! ¡Por la verdad de la fe, acepta de mi mano este suculento plátano que mondé para ti!" Alischar que tenía prisa por acabar, cogió el plátano y se lo tragó.
Apenas había llegado el plátano a su estómago, cayó Alischar al suelo privado de sentido. Entonces el cristiano brincó como un lobo pelado y se precipitó afuera, pues en la calleja de enfrente permanecían en acecho varios hombres con un mulo, y a su cabeza estaba el viejo Rachideddín, el miserable de los ojos azules al cual no había querido pertenecer Zumurrud, y que había jurado poseerla a la fuerza a todo trance. Este Rachideddín no era más que un innoble cristiano, que profesaba exteriormente el islamismo para gozar sus privilegios cerca de los mercaderes, y era el propio hermano del cristiano que acababa de traicionar a Alischar, y que se llamaba Barssum.
Este Barssum corrió, pues, a avisar a su miserable hermano del resultado de su ardid, y los dos, seguidos por sus hombres, penetraron en la casa de Alischar, se precipitaron en la inmediata habitación, alquilada por Alischar para harem de Zumurrud, lanzáronse sobre la hermosa joven, a la cual amordazaron y agarraron para transportarla en un momento a lomos del mulo, que pusieron al galope, a fin de llegar en pocos instantes, sin que nadie les molestara en el camino, a casa del viejo Rachideddin.
El viejo miserable de ojos azules y bizcos mandó entonces llevar a Zumurrud a la estancia más apartada de la casa, y se sentó cerca de ella, después de haberle quitado la mordaza, y le dijo: "Hete aquí ya en mi poder, bella Zumurrud, y no será el bribón de Alischar quien venga ahora a sacarte de mis manos. Empieza, pues, antes de acostarte en mis brazos y de experimentar mi valentía en el combate, por abjurar de tu descreída fe y consentir en ser cristiana, como yo soy cristiano. ¡Por el Mesías y la Virgen! ¡Si no te rindes inmediatamente a mi doble deseo, te someteré a los peores tormentos y te haré más desdichada que una perra!"
Al oír estas palabras del miserable cristiano, los ojos de la joven se llenaron de lágrimas, que rodaron por sus mejillas, y sus labios se estremecieron y exclamó:
"¡Oh malvado de barbas blancas! ¡Por Alah! ¡Podrás hacer que me corten en pedazos, pero no conseguirás que abjure de mi fe; podrás apoderarte de mi cuerpo por la violencia, como el cabrón en celo con la cabra joven, pero no someterás mi espíritu a la impureza compartida!
¡Y Alah sabrá pedirte cuenta de tus ignominias tarde o temprano!"
Cuando el anciano vio que no podía convencerla con palabras, llamó a sus esclavos y les dijo: "¡Echadla al suelo, y sujetadla boca abajo fuertemente!" Y los esclavos la echaron al suelo boca abajo. Entonces aquel miserable cristiano agarró un látigo y empezó a azotarla con crueldad en sus hermosas partes redondeadas, de modo que cada golpe dejaba una larga raya roja en la blancura de las nalgas. Y Zumurrud, a cada golpe que recibía, en vez de debilitarse en la fe exclamaba: "¡No hay más Dios que Alah, y Mohamed es el enviado de Alah!" Y el otro no dejó de azotarla hasta que no pudo ya levantar el brazo. Entonces mandó a sus esclavos que la llevasen a la cocina con las criadas y que no le dieran de comer ni de beber.
¡Esto en cuanto a ellos dos!
En cuanto a Alischar, quedó tendido sin sentido en el zaguán de su casa hasta el día siguiente.
Entonces volvió en sí y abrió los ojos, disipada ya la embriaguez del banj y desaparecidos de su cabeza los vapores del opio. Se sentó entonces en el suelo, y con todas sus fuerzas llamó: "¡Ya Zumurrud!" Pero no le contestó nadie.
Levantose anhelante y entró en la habitación, que encontró vacía y silenciosa. Se acordó del cristiano importuno, y como también éste había desaparecido, ya no dudó del rapto de su amada Zumurrud.
Entonces se tiró al suelo, dándose golpes en la cabeza y sollozando; después se desgarró los vestidos, y lloró todas las lágrimas de la desolación; y en el límite de la desesperanza, se lanzó fuera de su casa, recogió dos piedras grandes, una con cada mano, y empezó a recorrer enloquecido todas las calles, golpeándose el pecho con las piedras y gritando: "¡Ya Zumurrud, Zumurrud!"
Y los chiquillos le rodearon, corriendo como él y gritando: "¡Un loco, un loco!" Y los conocidos que le encontraban le miraban con lástima y lamentaban la pérdida de su razón, diciendo: "¡Es el hijo de Gloria! ¡Pobre Alischar!"
Y siguió vagando de aquel modo y haciéndose sonar el pecho a guijarrazos, cuando le encontró una buena vieja, que le dijo: "Hijo mío, ¡así goces de la seguridad y la razón! ¿Desde cuándo estás loco?"
Y Alischar le contestó con estos versos:
¡La ausencia de una mujer me hizo perder la razón! ¡Oh vosotras que creéis en mi locura, traedme a la que hubo de causarla, y daréis a mi espíritu la frescura de un díctamo!
Al oír tales versos y al mirar más atentamente a Alischar, la buena anciana comprendió que debía ser un enamorado infeliz, y le dijo: "¡Hijo mío, no temas contarme tus penas y tu infortunio! ¡Acaso me haya puesto Alah en tu senda para ayudarte!" Entonces Alischar le contó su aventura con Barssum el cristiano.
Enterada la buena vieja, estuvo reflexionando una hora, y luego levantó la cabeza y le dijo a Alischar:
"¡Levántate, hijo mío, y ve pronto a comprarme un cesto de buhonero, en el cual colocarás, después de adquirirlos en el zoco, pulseras de cristal de colores, anillos de cobre plateado, pendientes, dijes y otras varias cosas como las que venden las piadosas por las casas a las mujeres. Y yo me pondré el cesto en la cabeza, y recorreré las casas de la ciudad, vendiendo esas cosas a las mujeres. Y así podré hacer averiguaciones que nos orientarán, y si Alah quiere, contribuirán a que encontremos a tu amada Sett Zumurrud! ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
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