dimarts, 30 de juny del 2020

LA 343ª NOCHE


Y CUANDO LLEGÓ LA 343ª NOCHE
Ella dijo:

.. aquella ciudad que no quería dejarse violar por las tentativas humanas.

Al principio no pudieron distinguir nada en las tinieblas, porque ya la noche había espesado sus sombras sobre la llanura; pero de pronto hízose un vivo resplandor por Oriente, y en la cima de la montaña apareció la luna, iluminando cielo y tierra con un parpadeo de sus ojos. Y a sus plantas desplegose un espectáculo que les contuvo la respiración.

Estaban viendo una ciudad de ensueño.

Bajo el blanco cendal que caía de la altura, en toda la extensión que podía abarcar la mirada fija en los horizontes hundidos en la noche, aparecían dentro del recinto de bronce cúpulas de palacios, terrazas de casas, apacibles jardines, y a la sombra de los macizos brillaban los canales, que iban a morir en un mar de metal, cuyo seno frío reflejaban las luces del cielo. Y el bronce de las murallas, las pedrerías encendidas de las cúpulas, las terrazas cándidas, los canales y el mar entero, así como las sombras proyectadas por Occidente amalgamábanse bajo la brisa nocturna v la luna mágica.

Sin embargo, aquella inmensidad estaba sepultada, como en una tumba, en el universal silencio. Allá dentro no había ni un vestigio de vida humana. Pero he aquí que con un mismo gesto, quieto, destacábanse sobre monumentales zócalos altas figuras de bronce, enormes jinetes tallados en mármol, animales alados que se inmovilizaban en un vuelo estéril; y los únicos seres dotados de movimiento en aquella quietud eran millares de inmensos vampiros que daban vueltas a ras de los edificios bajo el cielo, mientras búhos invisibles turbaban el estático silencio con sus lamentos y sus voces fúnebres en los palacios muertos y las terrazas solitarias.

Cuando saciaron la mirada con aquel espectáculo extraño, el emir Muza y sus compañeros bajaron de la montaña, asombrándose en extremo por no haber advertido en aquella ciudad inmensa la huella de un ser humano vivo. Y ya al pie de los muros de bronce, llegaron a un lugar donde vieron cuatro inscripciones grabadas en caracteres jónicos, y que enseguida descifró y tradujo al emir Muza el jeique Abdossamad.

Decía la primera inscripción:

¡Oh hijo de los hombres, qué vanos son tus cálculos! ¡La muerte está cercana; no hagas cuentas para el porvenir; se trata de un Señor del Universo que dispersa las naciones y los ejércitos, y desde su palacios de vastas magnificencias precipita a los reyes en la estrecha morada de la tumba; y al despertar su alma en la igualdad de la tierra, han de verse reducidos a un montón de ceniza y polvo!

Cuando oyó estas palabras, exclamó el emir Muza: "¡oh sublimes verdades! ¡Oh sueños del alma en la igualdad de la tierra! ¡Qué conmovedor es todo esto!" Y copió al punto en sus pergaminos aquellas frases. Pero ya traducía el jeique la segunda inscripción, que decía:

¡Oh hijo de los hombres! ¿Por qué te ciegas con tus propias manos? ¿Cómo puedes confiar en este vano mundo? ¿No sabes que es un albergue pasajero, una morada transitoria? ¡Di! ¿Dónde están los reyes que cimentaron los imperios? ¿Dónde están los conquistadores, los dueños del Irak, de Ispahán y del Khorassán? ¡Pasaron cual si nunca hubieran existido!

Igualmente copió esta inscripción el emir Muza, y escuchó muy emocionado al jeique, que traducía la tercera:

¡Oh hijo de los hombres! ¡Anegas tu alma en los placeres., y no ves que la muerte se te monta en los hombros espiando tus movimientos! ¡El mundo es como una tela de araña, detrás de cuya fragilidad está acechándote la nada! ¿Adónde fueron a parar los hombres llenos de esperanzas y sus proyectos efímeros? ¡Cambiaron por la tumba los palacios donde habitan búhos ahora!

No pudo el emir Muza contener su emoción y se estuvo largo tiempo llorando con las manos en las sienes, y decía: "¡Oh el misterio del nacimiento y de la muerte! ¿Por qué nacer, si hay que morir? ¿Por qué vivir, si la muerte da el olvido de la vida? ¡Pero sólo Alah conoce los destinos, y nuestro deber es inclinarnos ante El con obediencia muda!"

Hechas estas reflexiones, se encaminó de nuevo al campamento con sus compañeros, y ordenó a sus hombres que al punto pusieran manos a la obra para construir con madera y ramajes una escala larga y sólida, que les permitiese subir a lo alto del muro, con objeto de intentar luego bajar a aquella ciudad sin puertas.

Enseguida dedicáronse a buscar madera y gruesas ramas secas; las mondaron lo mejor que pudieron con sus sables y sus cuchillos; las ataron unas a otras con sus turbantes, sus cinturones, las cuerdas de los camellos, las cinchas y las guarniciones, logrando construir una escala lo suficiente larga para llegar a lo alto de las murallas. Y entonces la tendieron en el sitio más a propósito, sosteniéndola por todos lados con piedras gruesas; e invocando el nombre de Alah, comenzaron a trepar por ella lentamente...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.


LA 342ª NOCHE


Y CUANDO LLEGÓ LA 342ª NOCHE
Ella dijo:

"... Hice una seña a mis tropas, y a la cabeza de ellas me precipité sobre el tropel de genios enemigos que mandaba el rey Domriat. E intentaba atacar yo mismo al jefe de los adversarios, cuando le vi convertirse de improviso en una montaña inflamada que empezó a vomitar fuego a torrentes, esforzándose por aniquilarme y ahogarme con los despojos que caían hacia nuestra parte en olas abrasadoras. Pero me defendí y ataqué con encarnizamiento, animando a los míos, y sólo cuando me convencí de que el número de mis enemigos me aplastaría a la postre, di la señal de retirada y me puse en fuga por los aires a fuerza de alas. Pero nos persiguieron por orden de Soleimán, viéndonos por todas partes rodeados de adversarios, genios, hombres, animales y pájaros; y de los nuestros quedaron extenuados unos, aplastados otros por las patas de los cuadrúpedos, y precipitados otros desde lo alto de los aires, después que les sacaron los ojos y les despedazaron la piel. También a mí alcanzáronme en mi fuga, que duró tres meses. Preso y amarrado ya, me condenaron a estar sujeto a esta columna negra hasta la extinción de las edades, mientras que aprisionaron a todos los genios que yo tuve a mis órdenes, los transformaron en humaredas y los encerraron en vasos de cobre, sellados con el sello de Soleimán, que arrojaron al fondo del mar que baña las murallas de la Ciudad de Bronce.

"En cuanto a los hombres que habitan este país, no sé exactamente qué fué de ellos, pues me hallo encadenado desde que se acabó nuestro poderío. ¡Pero si vais a la Ciudad de Bronce, quizás os tropecéis con huellas suyas y lleguéis a saber su historia!"

Cuando acabó de hablar el busto, comenzó a agitarse de un modo frenético para desligarse de la columna. Y temerosos de que lograra libertarse y les obligara a secundar sus esfuerzos, el emir Muza y sus acompañantes no quisieron permanecer más tiempo allí, y se dieron prisa a proseguir su camino hacia la ciudad, cuyas torres y murallas veían ya destacarse en lontananza.

Cuando sólo estuvieron a una ligera distancia de la ciudad, como caía la noche y las cosas tomaban a su alrededor un aspecto hostil, prefirieron esperar al amanecer para acercarse a las puertas; y montaron tiendas donde pasar la noche, porque estaban rendidos de las fatigas del viaje.

Apenas comenzó el alba por Oriente a aclarar las cimas de las montañas, el emir Muza despertó a sus acompañantes, y se puso con ellos en camino para alcanzar una de las puertas de entrada. Entonces vieron erguirse formidables ante ellos, en medio de la claridad matinal, las murallas de bronce, tan lisas, que diríase acababan de salir del molde en que las fundieron. Era tanta su altura, que parecían como una primera cadena de los montes gigantescos que las rodeaban, y en cuyos flancos incrustábanse, cual nacidas allí mismo, con el metal de que se hicieron.

Cuando pudieron salir de la inmovilidad que les produjo aquel espectáculo sorprendente, buscaron con la vista alguna puerta por donde entrar bordeando las murallas, siempre en espera de encontrar la entrada. Pero no vieron entrada ninguna. Y siguieron andando todavía horas y horas, sin ver puerta ni brecha alguna, ni nadie que se dirigiese a la ciudad o saliese de ella. Y a pesar de estar ya muy avanzado el día, no oyeron dentro ni fuera de las murallas el menor rumor, ni tampoco notaron el menor movimiento arriba ni al pie de los muros.

Pero el emir Muza no perdió la esperanza, animando a sus acompañantes para que anduviesen más aún; y caminaron así hasta la noche, y siempre veían desplegarse ante ellos la línea inflexible de murallas de bronce que seguían la carrera del sol por valles y costas, y parecían surgir del propio seno de la tierra.

Entonces el emir Muza ordenó a sus acompañantes que hicieran alto para descansar y comer. Y se sentó con ellos durante algún tiempo, reflexionando acerca de la situación.

Cuando hubo descansado, dijo a sus compañeros que se quedaran allí vigilando el campamento hasta su regreso, y seguido del jeique Abdossamad y de Taleb ben-Sehl, trepó con ellos a una alta montaña con el propósito de inspeccionar los alrededores y reconocer aquella ciudad que no quería dejarse violar por las tentativas humanas...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.


dilluns, 29 de juny del 2020

LA 341ª NOCHE


Y CUANDO LLEGÓ LA 341ª NOCHE
Ella dijo:

.. .y emprendió de nuevo con sus acompañantes el camino de la Ciudad de Bronce.

Anduvieron uno, dos y tres días, hasta la tarde del tercero. Entonces vieron destacarse a los rayos del rojo sol poniente, erguida sobre un alto pedestal, la silueta de un jinete inmóvil que blandía una lanza de larga punta, semejante a una llama incandescente del mismo color que el astro que ardía en el horizonte.

Cuando estuvieron muy cerca de aquella aparición, advirtieron que el jinete, y su caballo, y el pedestal eran de bronce, y que en el palo de la lanza, por el sitio que iluminaban aún los postreros rayos del astro, aparecían grabadas en caracteres de fuego estas palabras:

¡Audaces viajeros que pudisteis llegar, hasta las tierras vedadas, ya no sabréis volver sobre vuestros pasos!

¡Si os es desconocido el camino de la ciudad, movedme sobre mi pedestal con la fuerza de vuestros brazos, y dirigíos hacia donde yo vuelva el rostro cuando quede otra vez quieto!

Entonces el emir Muza se acercó al jinete y le empujó con la mano. Y súbito, con la rapidez del relámpago, el jinete giró sobre sí mismo y se paró volviendo el rostro en dirección completamente opuesta a la que habían seguido los viajeros. Y el jeique Abdossamad hubo de reconocer que, efectivamente, habíase equivocado y que la nueva ruta era la verdadera.

Al punto volvió sobre sus pasos la caravana, emprendiendo el nuevo camino, y de esta suerte prosiguió el viaje durante días y días, hasta que una noche llegó ante una columna de piedra negra, a la cual estaba encadenado un ser extraño del que no se veía más que medio cuerpo, pues el otro medio aparecía enterrado en el suelo. Aquel busto que surgía de la tierra, diríase un engendro monstruoso arrojado allí por la fuerza de las potencias infernales. Era negro y corpulento como el tronco de una palmera vieja, seca y desprovista de sus palmas. Tenía dos enormes alas negras, y cuatro manos, dos de las cuales semejaban garras de leones. En su cráneo espantoso se agitaba de un modo salvaje una cabellera erizada de crines ásperas, como la cola de un asno silvestre. En las cuencas de sus ojos llameaban dos pupilas rojas, y en la frente, que tenía dobles cuernos de buey, aparecía el agujero de un solo ojo que abríase inmóvil y fijo, lanzando iguales resplandores verdes que la mirada de tigres y panteras.

Al ver a los viajeros, el busto agitó los brazos dando gritos espantosos y haciendo movimientos desesperados como para romper las cadenas que le sujetaban a la columna negra. Y asaltada por un terror extremado, la caravana se detuvo allí sin alientos para avanzar ni retroceder.

Entonces se encaró el emir Muza con el jeique Abdossamad y le preguntó: "¿Puedes ¡oh venerable! decirnos qué significa esto?" El jeique contestó: "¡Por Alah, ¡oh emir! que esto supera a mi entendimiento!" Y dijo el emir Muza: "¡Aproxímate, pues, más a él, e interrógale! ¡Acaso él mismo nos lo aclare!"

Y el jeique Abdossamad no quiso mostrar la menor vacilación, y se acercó al monstruo, gritándole: "¡En nombre del Dueño que tiene en su mano los imperios de lo Visible y de lo Invisible, te conjuro a que me respondas! ¡Dime quién eres, desde cuándo estás ahí y por qué sufres un castigo tan extraño!"

Entonces ladró el busto. Y he aquí las palabras que entendieron luego el emir Muza, el jeique Abdossamad y sus acompañantes. "Soy un efrit de la posteridad de Eblis, padre de los genios. Me llamo Daesch ben-Alaemasch, y estoy encadenado aquí por la Fuerza Invisible hasta la consumación de los siglos.

"Antaño, en este país, gobernado por el rey del mar, existía en calidad de protector de la Ciudad de Bronce un ídolo de ágata roja, del cual yo era guardián y habitante al propio tiempo, porque me aposenté dentro de él; y de todos los pises venían muchedumbres a consultar por conducto mío la suerte y a escuchar los oráculos y las predicciones augurales que hacía yo.

"El rey del Mar, de quien yo mismo era vasallo, tenía bajo su mando supremo al ejército de los genios que se habían rebelado contra Soleimán ben-Daúd; y me había nombrado jefe de ese ejército para el caso de que estallara una guerra entre aquél y el señor formidable de los genios. Y, en efecto, no tardó en estallar tal guerra.

"Tenía el rey del Mar una hija tan hermosa, que la fama de su belleza llegó a oídos de Soleimán, quien deseoso de contarla entre sus esposas, envió un emisario al rey del Mar para pedírsela en matrimonio, a la vez que le instaba a romper la estatua de ágata y a reconocer que no hay más Dios que Alah, y que Soleimán es el profeta de Alah. Y le amenazaba con su enojo y su venganza si no se sometía inmediatamente a sus deseos.

"Entonces congregó el rey del Mar a sus visires y a los jefes de los genios, y les dijo: "Sabed que Soleimán me amenaza con todo género de calamidades para obligarme a que le dé mi hija y rompa la estatua que sirve de vivienda a vuestro jefe Daesch ben-Alaemaseh. ¿Qué opináis acerca de tales amenazas? ¿Debo inclinarme o resistir? "

Los visires contestaron: "¿Y qué tienes que temer del poder de Soleimán, ¡oh rey nuestro!? ¡Nuestras fuerzas son tan formidables como las suyas por lo menos, y sabremos aniquilarlas!"

Luego encaráronse conmigo y me pidieron mi opinión. Dije entonces: "¡Nuestra única respuesta para Soleimán será dar una paliza a su emisario!" Lo cual ejecutose al punto. Y dijimos al emisario: "¡Vuelve ahora para dar cuenta de la aventura a tu amo!"

"Cuando enterose Soleimán del trato inflingido a su emisario, llegó al límite de la indignación, y reunió en seguida todas sus fuerzas disponibles, consistentes en genios, hombres, pájaros y animales. Confió a Assaf ben-Barkhia el mando de los guerreros humanos, y a Domriat, rey de los efrits, el mando de todo el ejército de genios, que ascendía a sesenta millones, y el de los animales y aves de rapiña recolectados en todos los puntos del universo y en las islas y mares de la tierra.

Hecho lo cual, yendo a la cabeza de tan formidable ejército, Soleimán se dispuso a invadir el país de mi soberano el rey del Mar. Y no bien llegó, alineó su ejército en orden de batalla.

"Empezó por formar en dos alas a los animales, colocándolos en líneas de a cuatro, y en los aires apostó a las grandes aves de rapiña, destinadas a servir de centinelas que descubriesen nuestros movimientos, y a arrojarse de pronto sobre los guerreros para herirles y sacarles los ojos. Compuso la vanguardia con el ejército de hombres, y la retaguardia con el ejército de genios; y mantuvo a su diestra a su visir Assaf ben-Barkhia y a su izquierda a Domriat, rey de los efrits del aire. El permaneció en medio, sentado en su trono de pórfido y de oro, que arrastraban cuatro elefantes. Y dió entonces la señal de la batalla.

"De repente hízose oír un clamor que aumentaba con el ruido de carreras al galope y el estrépito tumultuoso de los genios, hombres, aves de rapiña y fieras guerreras; resonaba la corteza terrestre bajo el azote formidable de tantas pisadas, en tanto que retemblaba el aire con el batir de millones de alas, y con las exclamaciones, los gritos y los rugidos.

"Por lo que a mí respecta, se me concedió el mando de la vanguardia del ejército de genios sometidos al rey del Mar. Hice una seña a mis tropas, y a la cabeza de ellas me precipité sobre el tropel de genios enemigos que mandaba el rey Domriat...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.


diumenge, 28 de juny del 2020

LA 340ª NOCHE


Y CUANDO LLEGÓ LA 340ª NOCHE
Ella dijo:

"...Y cuando esté preparado todo, haz tu testamento, emir Muza, y partamos."

Al oír tales palabras, el emir Muza, gobernador de Moghreb, invocando el nombre de Alah, no quiso tener un momento de vacilación; congregó a los jefes de sus soldados y a los notables del reino, testó ante ellos y nombró como sustituto a su hijo Harún. Tras de lo cual, mandó hacer los preparativos consabidos, no se llevó consigo más que algunos hombres seleccionados de antemano, y en compañía del jeique Abdossamad y de Taleb el enviado del califa, tomó el camino del desierto, seguido por mil camellos cargados con agua y por otros mil cargados con víveres y provisiones.

Durante días y meses marchó la caravana por las llanuras solitarias, sin encontrar por su camino un ser viviente en aquellas inmensidades monótonas cual el mar encalmado. Y de esta suerte continuó el viaje en medio del silencio infinito, hasta que un día advirtieron en lontananza como una nube brillante a ras del horizonte, hacia la que se dirigieron. Y observaron que era un edificio con altas murallas de acero chino, sostenido por cuatro filas de columnas de oro que tenían cuatro mil pasos de circunferencia. La cúpula de aquel palacio era de oro y servía de albergue a millares y millares de cuervos, únicos habitantes que bajo el cielo se veían allá. En la gran muralla donde abríase la puerta principal, de ébano macizo incrustado de oro, aparecía una placa inmensa de metal rojo, la cual dejaba leer estas palabras trazadas en caracteres jónicos, que descifró el jeique Abdossamad y se las tradujo al emir Muza y a sus acompañantes:

¡Entra aquí para saber la historia de los dominadores!

¡Todos pasaron ya! ¡Y apenas tuvieron tiempo para descansar a la sombra de mis torres!

¡Los dispersó la muerte como si fueran sombras! ¡Los disipó la muerte como a la paja el viento!

Con exceso se emocionó el emir Muza al oír las palabras que traducía el venerable Abdossamad, y murmuró: "¡No hay más Dios que Alah!" Luego dijo: "¡Entremos!" Y seguido por sus acompañantes, franqueó los umbrales de la puerta principal y penetró en el palacio.

Entre el vuelo mundo de los pajarracos negros, surgió ante ellos la alta desnudez granítica de una torre cuyo final perdíase de vista, y al pie de la cual se alineaban en redondo cuatro filas de cien sepulcros cada una, rodeando un monumental sarcófago de cristal pulimentado, en torno del cual se leía esta inscripción, grabada en caracteres jónicos realzados por pedrerías:

¡Pasó cual el delirio de las fiebres la embriaguez del triunfo! ¿De cuántos acontecimientos no hube de ser testigo?

¿De qué brillante fama no gocé en mis días de gloria?

¿Cuántas capitales no retemblaron bajo el casco sonoro de mi caballo?

¿Cuántas ciudades no saqueé, entrando en ellas como el simún destructor? ¿Cuántos imperios no destruí, impetuoso como el trueno?

¿Qué de potentados no arrastré a la zaga de mi carro?

¿Qué de leyes no dicté en el universo? ¡Y ya lo veis!

¡La embriaguez de mi triunfo pasó cual el delirio de la fiebre, sin dejar más huella que la que en la arena pueda dejar la espuma!

¡Me sorprendió la muerte, sin que mi poderío la rechazase, ni lograran mis cortesanos defenderme de ella!

Por tanto, viajero, escucha las palabras que jamás mis labios pronunciaron mientras estuve vivo:

¡Conserva tu alma! ¡Goza en paz la calma de la vida, la belleza, que es calma de la vida! ¡Mañana se apoderará de ti la muerte!

Mañana responderá la tierra a quien te llame: "¡Ha muerto!" ¡Y nunca mi celoso seno devolvió a los que guarda para la eternidad!

Al oír estas palabras que traducía el jeique Abdossamad, el emir Muza y sus acompañantes no pudieron por menos de llorar. Y permanecieron largo rato en pie ante el sarcófago y los sepulcros, repitiéndose las palabras fúnebres. Luego se encaminaron a la torre, que se cerraba con una puerta de dos hojas de ébano, sobre la cual se leía esta inscripción, también grabada en caracteres jónicos realzados por pedrerías:

¡En el nombre del Eterno, del Inmutable!

¡En el nombre del Dueño de la furia v del poder!

¡Aprende, viajero que pasas por aquí, a no enorgullecerte de las apariencias, porque su resplandor es engañoso!

¡Aprende con mi ejemplo a no dejarte deslumbrar por ilusiones que te precipitarían en el abismo!

¡Voy a hablarte de mi poderío!

¡En mis cuadras, cuidadas por los reyes que mis armas cautivaron, tenía yo diez mil caballos generosos!

¡En mis estancias reservadas tenía yo como concubinas mil vírgenes escogidas entre aquellas cuyos senos son gloriosos y cuya belleza hace palidecer el brillo de la luna!

¡Diéronme mis esposas una posteridad de mil príncipes reales, valientes cual leones!

¡Poseía inmensos tesoros: y bajo mi dominio se abatían los pueblos y los reyes, desde el Oriente hasta los límites extremos de Occidente, sojuzgados por mis ejércitos invencibles!

¡Y creí eterno mi poderío y afirmada por los siglos de los siglos la duración de mi vida, cuando de pronto se hizo oír la voz que me anunciaba los irrevocables decretos del que no muere!

¡Entonces reflexioné acerca de mi destino!

¡Congregué a mis jinetes y a mis hombres de a pie, que eran millares, armados con sus lanzas y con sus espadas!

Y a presencia de todos ellos hice llevar mis arquillas y los cofres de mis tesoros, y les dije a todos:

"¡Os doy estas riquezas, estos quintales de oro y plata si prolongáis por un día mi vida sobre la tierra!"

¡Pero se mantuvieron con los ojos bajos, y guardaron silencio!

¡Hube de morir a la sazón! ¡Y mi palacio se tornó en asilo de la muerte!

¡Si deseas conocer mi nombre, sabe que me llamé Kusch ben-scheddad ben-Aad el Grande!

Al oír tan sublimes verdades, el emir Muza y sus acompañantes prorrumpieron en sollozos y lloraron largamente. Tras de lo cual penetraron en la torre, y hubieron de recorrer inmensas salas habitadas por el vacío y el silencio. Y acabaron por llegar a una estancia mayor que las otras, con bóveda redondeada en forma de cúpula, y que era única de la torre que tenía algún mueble. El mueble consistía en una colosal mesa de madera de sándalo, tallada maravillosamente, y sobre la cual se destacaba, en hermosos caracteres análogos a los anteriores, esta inscripción:

¡Otrora se sentaron a esta mesa mil reyes tuertos y mil reyes que conservaron bien sus ojos! ¡Ahora son ciegos todos en la tumba!

El asombro del emir Muza hubo de aumentar frente a aquel misterio, y como no pudo dar con la solución, transcribió tales palabras en sus pergaminos; luego, conmovido en extremo, abandonó el palacio y emprendió de nuevo con sus acompañantes el camino de la Ciudad de Bronce...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.


dissabte, 27 de juny del 2020

LA 339ª NOCHE


Y CUANDO LLEGÓ LA 339ª NOCHE
Ella dijo:

HISTORIA PRODIGIOSA DE LA CIUDAD DE BRONCE

Cuentan que en el trono de los califas Omníadas, en Damasco, se sentó un rey (¡sólo Alah es rey!) que se llamaba Abdalmalek ben-Merwán. Le gustaba departir a menudo con los sabios de su reino acerca de nuestro señor Soleimán ben-Daúd (¡con él la plegaria y la paz!), de sus virtudes, de su influencia y de su poder ilimitado sobre las fieras de las soledades, los efrits que pueblan el aire y los genios marítimos y subterráneos.

Un día en que el califa, oyendo hablar de ciertos vasos de cobre antiguo, cuyo contenido era una extraña humareda negra de formas diabólicas, asombrose en extremo y parecía poner en duda la realidad de hechos tan verídicos, hubo de levantarse entre los circunstantes el famoso viajero Taleb ben-Sehl, quien confirmó el relato que acababan de escuchar, y añadió: "En efecto, ¡oh Emir de los Creyentes! esos vasos de cobre no son otros que aquellos donde se encerraron, en tiempos antiguos, a los genios que se rebelaron ante las órdenes de Soleimán, vasos arrojados al fondo del mar mugiente, en los confines del Moghreb, en el África occidental, tras de sellarlos con el sello temible. Y el humo que se escapa de ellos es simplemente el alma condensada de los efrits, los cuales no por eso dejan de tomar su aspecto formidable si llegan a salir al aire libre".

Al oír tales palabras, aumentaron considerablemente la curiosidad y el asombro del califa Abdalmalek, que dijo al Taleb ben-Sehl: "¡Oh Taleb, tengo muchas ganas de ver uno de esos vasos de cobre que encierran efrits convertidos en humo! ¿Crees realizable mi deseo? Si es así, pronto estoy a hacer por mí propio las investigaciones necesarias. Habla". El otro contestó: "¡Oh Emir de los Creyentes! Aquí mismo puedes poseer uno de esos objetos, sin que sea preciso que te muevas y sin fatigas para tu persona venerada. No tienes más que enviar una carta al emir Muza, tu lugarteniente en el país del Moghreb. Porque la montaña a cuyo pie se encuentra el mar que guarda esos vasos está unida al Moghreb por una lengua de tierra que puede atravesarse a pie enjuto. ¡Al recibir una carta semejante, el emir Muza no dejará de ejecutar las órdenes de nuestro amo el califa!"

Estas palabras tuvieron el don de convencer a Abdalmalek, que dijo a 'Taleb en el instante: "¿Y quién mejor que tú ¡oh Taleb! será capaz de ir con celeridad al país del Moghreb, con el fin de llevar esa carta a mi lugarteniente el emir Muza? Te otorgo plenos poderes para que tomes de mi tesoro lo que juzgues necesario para gastos de viaje, y para que lleves cuantos hombres te hagan falta en calidad de escolta. Pero date prisa, ¡oh Taleb!" Y al punto escribió el califa una carta de su puño y letra para el emir Muza, la selló y se la dio a Taleb, que besó la tierra entre las manos del rey, y no bien hizo los preparativos oportunos, partió con toda diligencia hacia el Moghreb, adonde llegó sin contratiempos.

El emir Muza le recibió con júbilo y le guardó todas las consideraciones debidas a un enviado del Emir de los Creyentes; y cuando Taleb le entregó la carta, la cogió, y después de leerla y comprender su sentido, se la llevó a sus labios, luego a su frente y dijo: "¡Escucho v obedezco!" Y enseguida mandó que fuera a su presencia el jeique Abdossamad, hombre que había recorrido todas las regiones habitables de la tierra, y que a la sazón pasaba los días de su vejez anotando cuidadosamente, por fechas, los conocimientos que adquirió en una vida de viajes no interrumpidos. Y cuando presentose el jeique; el emir Muza le saludó con respeto y le dijo: "¡Oh jeique Abdossamad! He aquí que el Emir de los Creyentes me transmite sus órdenes para que vaya en busca de los vasos de cobre antiguos, donde fueron encerrados por nuestro Soleimán ben-Daúd los genios rebeldes. Parece ser que yacen en el fondo de un mar situado al pie de una montaña que debe hallarse en los confines extremos del Moghreb. Por más que desde hace mucho tiempo conozco todo el país, nunca oí hablar de ese mar ni del camino que a él conduce; pero tú, ¡oh jeique Abdossamad! que recorriste el mundo entero, no ignorarás sin duda la existencia de esa montaña y de ese mar.

Reflexionó el jeique una hora de tiempo, y contestó: "¡Oh emir Muza ben-Nossair! No son desconocidos para mi memoria esa montaña y ese mar; pero, a pesar de desearlo, hasta ahora no puedo ir donde se hallan; el camino que allá conduce se hace muy penoso a causa de la falta de agua en las cisternas, y para llegar se necesitan dos años y algunos meses, y más aún para volver, ¡suponiendo que sea posible volver de una comarca cuyos habitantes no dieron nunca la menor señal de su existencia, y viven en una ciudad situada, según dicen; en la propia cima de la montaña consabida, una ciudad en la que no logró penetrar nadie y que se llama la Ciudad de Bronce!"

Y dichas tales palabras, se calló el jeique, reflexionando un momento todavía; y añadió: "Por lo demás, ¡oh emir Muza! no debo ocultarte que ese camino está sembrado de peligros y de cosas espantosas, y que para seguirle hay que cruzar un desierto poblado por efrits y genios, guardianes de aquellas tierras vírgenes de la planta humana desde la antigüedad. Efectivamente, sabe ¡oh Ben-Nossair! que esas comarcas del extremo Occidente africano están vedadas a los hijos de los hombres. Sólo dos de ellos pudieron atravesarlas: Soleimán ben-Daúd, uno, y El-Iskandar de Dos-Cuernos, el otro. ¡Y desde aquellas épocas remotas, nada turba el silencio que reina en tan vastos desiertos! Pero si deseas cumplir las órdenes del califa e intentar, sin otro guía que tu servidor, ese viaje por un país que carece de rutas ciertas, desdeñando obstáculos misteriosos y peligros, manda cargar mil camellos con odres repletos de agua y otros mil camellos con víveres y provisiones; lleva la menos escolta posible, porque ningún poder humano nos preservaría de la cólera de las potencias tenebrosas cuyos dominios vamos a violar, y no conviene que nos indispongamos con ellas alardeando de armas amenazadoras e inútiles. ¡Y cuando esté preparado todo, haz tu testamento, emir Muza, y partamos! ...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.


divendres, 26 de juny del 2020

LA 338ª NOCHE


Y CUANDO LLEGÓ LA 338ª NOCHE
Ella dijo:

"...Ha dicho un poeta:

¡Las morenas tienen en sí un sentido oculto! ¡Si lo adivinas, tus ojos no se dignarán mirar nunca a las demás mujeres!

¡Las encantadoras saben del arte sutil con todos sus rodeos, y se lo enseñarían hasta al ángel Harut!
Otro ha dicho:

¡Amo a una morena encantadora, cuyo color me hechiza, y cuya cintura es recta como una lanza!

¡Cuántas veces me arrebató la sedosa manchita negra, tan acariciada y tan besada, que adorna su cuello!

¡Por el color de su piel lisa, por el perfume delicioso que exhala, se parece al tallo oloroso del áloe!

Y cuando la noche tiende el velo de las sombras, la morena viene a verme. Y la sujeto junto a mí, hasta que las mismas sombras sean del color de nuestros sueños.

"Pero tú ¡oh amarilla! estás marchita como las hojas de la mulukhia (Liliácea comestible) de mala calidad que se coge en Bab El-Luk y que es fibrosa y dura.

"Tienes el color de la marmita de barro cocido que utiliza el vendedor de cabezas de carnero.

"Tienes el color del ocre y el de la grama.

"Tienes una cara de cobre amarillo, parecido a la fruta del árbol Zakum, que en el infierno da como frutos cráneos diabólicos.

"Y de ti ha dicho el poeta:

¡La suerte me ha dado una mujer de color amarillo tan chillón, que me da dolor de cabeza, y mi corazón y mis ojos se estremecen de malestar!

¡Si mi alma no quiere renunciar a verla por siempre, para castigarme me daré tan grandes golpes en la cara que me arrancaré las muelas!"

Cuando Ali El-Yamaní oyó estas palabras, se estremeció de placer, y se echó a reír de tal modo, que se cayó de espaldas, después de lo cual dijo a las dos jóvenes que se sentaran en sus sitios; y para demostrarles a todas el gusto que le había dado oírlas, les hizo regalos iguales de hermosos vestidos y pedrerías terrestres y marítimas.

Y tal es, ¡oh Emir de los Creyentes! prosiguió Mohammad El-Bassri, dirigiéndose al califa El-Mamún, la historia de las seis jóvenes, que ahora siguen viviendo muy a gusto unas con otras en la morada de su amo Alí El-Yamaní en Bagdad, nuestra ciudad".

Extremadamente encantado quedó el califa con esta historia, y preguntó: "Pero ¡oh Mohammad! ¿Sabes siquiera en dónde está la casa del amo de esas jóvenes, y podrías ir a preguntarle si quiere vendérmelas? ¡Si accede, cómpramelas y tráemelas!"

Mohammad contestó: "Puedo decir ¡oh Emir de los Creyentes! que estoy seguro que el amo de estas esclavas no querrá separarse de ellas, porque le tienen enamorado hasta el extremo". Y El-Mamún dijo: "Lleva contigo como precio de cada una diez mil dinares, o sea sesenta mil en total. Los entregarás de mi parte a ese Alí-El-Yamaní y le dirás que deseo sus seis esclavas".

Oídas estas palabras del califa, Mohammad El-Bassri se apresuró a coger la cantidad consabida y fué a buscar al amo de las esclavas, al cual manifestó el deseo del Emir de los Creyentes. Alí El-Yamaní, en el primer impulso, no se atrevió a negarse a la petición del califa, y habiendo cobrado los sesenta mil dinares, entregó las seis esclavas a Mohammad El-Bassri, que las condujo enseguida a presencia de ElMamún.

El califa al verlas, llegó al límite del encanto, tanto por lo vario de sus colores como por sus maneras elegantes, su ingenio cultivado y sus diversos atractivos. Y le dio a cada una en su harem, un sitio escogido, y durante varios días pudo gozar de sus perfecciones y de su hermosura.

A todo esto, el primer amo de las seis, Alí El-Yamaní, sintió pesar sobre sí la soledad, v empezó a lamentar el impulso que le había hecho ceder al deseo del califa. Y un día falto ya de paciencia, envió al califa una carta llena de desesperación, en la cual, entre otras cosas tristes, había los versos siguientes:

¡Llegue mi desesperado saludo a las hermosas de quienes está separada mi alma! ¡Ellas son mis ojos, mis orejas, mi alimento, mi bebida, mi jardín y mi vida!

¡Desde que estoy lejos de ellas, nada distrae mi dolor, y hasta el sueño ha huido de mis párpados!

¿Por qué no las tengo, más celoso que antes, encerradas las seis en mis ojos, y por qué no he bajado mis párpados como tapices encima de ellas?

¡Oh dolor, oh dolor! ¡Preferiría no haber nacido, a caer herido por las flechas -¡sus miradas mortales!- y sacadas de la herida!

Cuando el califa El-Mamún recorrió esta carta, como tenía el alma magnánima, mandó llamar en seguida a las seis jóvenes, les dió a cada una diez mil dinares y vestidos maravillosos y otros regalos admirables, y las mandó devolver a su antiguo amo.

No bien Alí El-Yamaní las vio llegar, más bellas que antes y más ricas y más felices, alcanzó el límite de la alegría, y siguió viviendo con ellas entre delicias y placeres, hasta el día de la última separación.

Pero -prosiguió Schehrazada no creas, ¡oh rey afortunado! que todas las historias que has oído hasta ahora puedan valer de cerca ni de lejos lo que la HISTORIA PRODIGIOSA DE LA CIUDAD DE BRONCE, que me reservo contarte la noche próxima, si quieres.

Y la pequeña Doniazada exclamó: "¡Oh, qué amable sería, Schehrazada, si entretanto nos dijeras siquiera las primeras palabras!"

Entonces Schehrazada sonrió y dijo:

"Cuentan que había un rey (¡Alah sólo es rey!) en la ciudad de...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.


dijous, 25 de juny del 2020

LA 337ª NOCHE


Y CUANDO LLEGÓ LA 337ª NOCHE
Ella dijo:

...En cuanto a ti ¡oh gorda!, déjame que te diga las verdades.

"Cuando andas ¡oh montón de grasa y carne! lo haces como el pato; cuando comes, como el elefante: insaciable eres en la copulación, y en el reposo, intratable.

"Además, ¿cuál será el hombre de zib bastante largo para llegar a tu cavidad oculta por las montañas de tu vientre y tus muslos?

"Y si tal hombre se encuentra y puede penetrar en ti, enseguida lo rechaza un envite de tu vientre hinchado.

"Parece que no te das cuenta de que, tan gorda como eres, no vales más que para que te vendan en la carnicería.

"Tu alma es tan tosca como tu cuerpo. Tus chanzas son tan pesadas que sofocan. Tus juegos son tan tremendos, que matan. Y tu risa es tan espantosa, que rompe los huesos de la oreja.

"Si tu amante suspira en tus brazos, apenas puedes respirar; si te besa, te encuentra húmeda y pegajosa de sudor.

"Cuando duermes, roncas; cuando velas, resuellas como un búfalo; apenas puedes cambiar de sitio; y cuando descansas, eres un peso para ti misma; pasas la vida moviendo las quijadas como una vaca y regoldando como un camello.

"Cuando orinas, te mojas la ropa; cuando gozas, inundas los divanes; cuando vas al retrete, te metes hasta el cuello; cuando vas a bañarte, no puedes alcanzarte la vulva, que se queda macerada en su jugo y revuelta en su cabellera nunca depilada.

"Si te miran por la parte delantera, pareces un elefante; si te miran de perfil, pareces un camello; si te miran por detrás, pareces un pellejo hinchado.

"En fin, seguramente fue de ti de quien dijo el poeta:

¡Es pesada como la vejiga llena de orines; sus muslos son dos estribaciones de montaña, y al andar mueve el suelo como un terremoto!

¡Si en Occidente suelta un cuesco, resuena en el Oriente todo!"

A estas palabras de Hurí-del-Paraíso, Alí El-Yamaní, su amo, le dijo: "¡En verdad ¡oh Hurí! que tu elocuencia es notoria! ¡Y tu lenguaje ¡oh Luna-Llena! es admirable! Pero ya es hora de que volváis a vuestros sitios, para dejar hablar a la rubia y a la morena".

Entonces Sol-del-Día y Llama-de-Hoguera se levantaron, y se colocaron una enfrente de otra.

Y la joven rubia fue la primera que dijo a su rival:

"¡Soy la rubia descrita largamente en el Korán! Soy la que calificó Alah cuando dijo: "¡El amarillo es el color que alegra las miradas!" De modo que soy el más bello de los colores.

"Mi color es una maravilla, mi belleza es un límite, y mi encanto es un fin. Porque mi color da su valor al oro y su belleza a los astros y al sol.

"Este color embellece las manzanas y los melocotones, y presta su matiz al azafrán. Doy sus tonos a las piedras preciosas y su madurez al trigo.

"Los otoños me deben el oro de su adorno, y la causa de que la tierra esté tan bella con su alfombra de hojas, es el matiz que fijan sobre ella los rayos del sol.

"Pero en cambio, ¡oh morena! cuando tu color se encuentra en un objeto, sirve para despreciarlo. ¡Nada tan vulgar ni tan feo! ¡Mira a los búfalos, los burros, los lobos y los perros: todos son morenos!

"¡Cítame un solo manjar en que se vea con gusto tu color! Ni las flores ni las pedrerías han sido nunca morenas.

"Ni eres blanca, ni eres negra. De modo que no se te pueden aplicar ninguno de los méritos de ambos colores, ni las frases con que se los alaba".

Oídas estas palabras de la rubia, su amo le dijo: "¡Deja ahora hablar a Llama-de-Hoquera!"

Entonces la joven morena hizo brillar en una sonrisa el doble collar de sus dientes -¡perlas!-, y como además de su color de miel tenía formas graciosas, cintura maravillosa, proporciones armoniosas, modales elegantes y cabellera de carbón que bajaba en pesadas trenzas hasta sus nalgas admirables, empezó por realzar sus encantos en un momento de silencio, y después dijo a su rival la rubia:

"¡Loor a Alah, que no me ha hecho ni gorda deforme, ni flaca enfermiza, ni blanca como el yeso, ni negra como el polvo de carbón, ni amarilla como el cólico, sino que ha reunido en mí con arte admirable los colores más delicados y las formas más atractivas.

"Además, todos los poetas han cantado a porfía mis loores en todos los idiomas, y soy la preferida de todos los siglos y de todos los sabios. "Pero sin hacer mi elogio, que harto hecho está, he aquí sólo algunos de los poemas escritos en honor mío:

"Ha dicho un poeta...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

dimecres, 24 de juny del 2020

LA 336ª NOCHE


Y CUANDO LLEGÓ LA 336ª NOCHE
Ella dijo:

.. Y entonces, después de algunos estremecimientos, se volvió hacia su rival, la delgada Hurí-del-Paraíso, y le dijo:

"¡Loor a Alah, que me ha creado gruesa, que ha puesto cojines en todas mis esquinas, que ha cuidado de rellenarme la piel con grasa que huele a benjuí de cerca y de lejos, y que, sin embargo, no dejó de darme como añadidura bastantes músculos para que en caso necesario pueda aplicar a mi enemigo un puñetazo que lo convierta en mermelada de membrillo!

"Ahora bien, ¡oh flaca! sabe que los sabios han dicho: "La alegría de la vida y la voluptuosidad consisten en tres cosas: ¡comer carne, montar carne y meter carne en carne!"

"¿Quién podría contemplar mis formas opulentas sin estremecerse de placer? Alah mismo, en el Libro, hace el elogio de la grasa cuando manda inmolar en los sacrificios carneros gordos, o corderos gordos, o terneras gordas.

"Mi cuerpo es un huerto cuyas frutas son: las granadas, mis pechos; los melocotones, mis mejillas; las sandías, mis nalgas.

"¿Cuál fue el pájaro que más echaron de menos en el desierto los Beni-lsrail (hijos de Israel), al huir de Egipto? ¿No era indudablemente la codorniz, de carne jugosa y gorda?

"¿Se ha visto nunca a nadie pararse en casa del carnicero para pedir la carne tísica? ¿Y no da el carnicero a sus mejores parroquianos los pedazos más carnosos?

"Oye, además, ¡oh flaca! lo que dijo el poeta respecto a la mujer gruesa como yo:


¡Mírala andar cuando mueve hacia los dos lados dos odres balanceados, pesados y temibles en su lascivia!

¡Mírala, cuando se sienta, deja impresas, en el sitio que abandona, sus nalgas, como recuerdo de su paso!

¡Mírala bailar cuando con movimientos de caderas hace estremecerse a nuestras almas y caer nuestros corazones a sus pies!

"En cuanto a ti, ¡oh flaca! ¿A qué puedes parecerte, como no sea a un gorrión desplumado? ¿Y no son tus piernas lo mismo que patas de cuervo? ¿Y no se parecen tus muslos al palo del horno? ¿Y no es tu cuerpo seco y duro como el poste de un ahorcado?

"De ti, mujer descarnada, se trata en estos versos del poeta:

¡Líbreme Alah de verme obligado nunca a abrazar a esa mujer flaca ni de servir de frotadero a su pasaje obstruido por guijarros!

¡En cada miembro tiene un asta que choca y se bate con mis huesos, hasta el punto de que me despierto con la piel amoratada y resquebrajada!"

Cuando Alí El-Yamaní oyó estas palabras de la gruesa Luna-Llena, le dijo: "¡Ya te puedes callar! ¡Ahora le toca a Hurí-del-Paraíso!" Entonces la delgada y esbelta joven miró a la gruesa Luna-Llena, sonriendo, y le dijo:

"¡Loor a Alah, que me ha creado dándome la forma de la frágil rama del álamo, la flexibilidad del tallo del ciprés y el balanceo de la azucena!

"Cuando me levanto, soy ligera: cuando me siento, soy gentil; cuando bromeo, soy encantadora; mi aliento es suave y perfumado, porque mi alma es sencilla y pura de todo contacto que manche.

"Nunca he oído ¡oh gorda! que un amante alabe a su amada diciendo: "¡Es enorme como un elefante; es carnosa como alta es una montaña!"

"En cambio, siempre he oído decir al amante para describir a su amada: "Su cintura es delgada, flexible y elegante. ¡Su andar es tan ligero, que sus pasos apenas dejan huellas! Sus juegos y caricias son discretas, y sus besos están llenos de voluptuosidad. Con poca cosa se la alimenta, y le apagan la sed pocas gotas de agua. ¡Es más ágil que el gorrión y más viva que el estornino! ¡Es flexible como el tallo del bambú! Su sonrisa es graciosa y graciosos son sus modales. Para atraerla hacia mí no necesito hacer esfuerzos. Y cuando hacia mí se inclina, inclínase delicadamente; y si se me sienta en las rodillas, no se deja caer con pesadez, sino que se posa como una pluma de ave".

"Sabe, pues, ¡oh gorda! que yo soy la esbelta, la fina, por la cual arden los corazones todos. ¡Soy la que inspiro las pasiones más violentas y vuelvo locos a los hombres más sensatos!

"En fin, yo soy la que comparan con la parra que trepa por la palmera y que se enlaza al tronco con tanta indolencia. Soy la gacela esbelta, de hermosos ojos húmedos y lánguidos. ¡Y tengo bien ganado mi nombre de Hurí!

"En cuanto a ti, ¡oh gorda! déjame decirte las verdades...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.


diumenge, 21 de juny del 2020

LA 335ª NOCHE


Y CUANDO LLEGÓ LA 335ª NOCHE
Ella dijo:

". ..Y si el color negro no fuera el más estimable de los colores, Alah no lo habría hecho tan querido al núcleo de los ojos y del corazón. Por eso son tan verdaderas estas palabras del poeta:

¡Si me gusta tanto su cuerpo de ébano, es porque es joven y encierra un corazón cálido y pupilas de fuego!

¡En cuanto a lo blanco, me horroriza en extremo! ¡Escasas son las veces que me veo obligado a tragar una clara de huevo, o a consolarme, a falta de otra cosa, con carne color de clara de huevo!

¡Pues nunca me veréis experimentar amor extremado por un sudario blanco, o gustar de una cabellera del mismo color!

"Y dijo otro poeta:

¡Si me vuelve loco el exceso de mi amor a esa mujer negra de cuerpo brillante, no lo extrañéis, oh amigos míos!

¡Pues a toda locura, según dicen los médicos, preceden ideas negras!

"Dijo asimismo otro:

¡No me gustan esas mujeres blancas, cuya piel parece cubierta de harina tamizada!

¡La amiga a quien amo es una negra cuyo color es el de la noche y cuya cara es la de la luna! ¡Color y rostro inseparables, pues si no existiese la noche, no habría claridad de luna!

"Y además, ¿cuándo se celebran las reuniones íntimas de los amigos más que de noche? ¿Y cuánta gratitud no deben los enamorados a las tinieblas de la noche, que favorecen sus retozos, les preservan de los indiscretos y les evitan censuras? Y en cambio; ¿qué sentimiento de repulsión no les inspira el día indiscreto, que los molesta y compromete? ¡Sólo esta diferencia debería bastarte, oh blanca!

Pero oye lo que dice el poeta:

¡No me gusta ese muchacho pesado, cuyo color blanco se debe a la grasa que le hincha; me gusta ese joven negro, esbelto y delgado, cuyas carnes son firmes!

¡Pues por naturaleza he preferido siempre como cabalgadura para el torneo de lanza, un garañón nuevo, de finos corvejones, y he dejado a los demás montar en elefantes!

"Y otro dijo:

¡El amigo ha venido a verme esta noche, y nos acostamos juntos deliciosamente! ¡La mañana nos encontró abrazados todavía!

¡Si he de pedir algo al Señor, es que convierta todos mis días en noches, para no separarme nunca del amigo!

"De modo ¡oh blanca! que si hubiera de seguir enumerando los méritos y alabanzas del color negro, faltaría a la sentencia siguiente: "¡Palabras claras y cortas valen más que un discurso largo!"

Pero todavía he de añadir que tus méritos valen bien poco comparados con los míos. ¡Eres blanca, efectivamente, como la lepra es blanca, y fétida, y sofocante! Y si te comparas con la nieve, ¿olvidas que en el infierno no sólo hay fuego, sino que en ciertos sitios la nieve produce un frío terrible que tortura a los réprobos más que la quemadura de la llama? Y al compararme con la tinta, ¿olvidas que con tinta negra se ha escrito el Libro de Alah, y que es negro el almizcle preciado que los reyes se ofrecen entre sí? Por último, y por tu bien, te aconsejo que recuerdes estos versos del poeta:

¿No has notado que el almizcle no sería almizcle si no fuera tan negro, y que el yeso no es despreciable más que por ser blanco?

¡Y en qué estimación se tiene la parte negra del odio mientras se hace poco caso de la blanca!

Cuando llegaba a este punto Pupila-del-Ojo, su amo Alí El-Yamaní, le dijo: "Verdaderamente, ¡oh negra! y tú, esclava blanca, habéis hablado ambas de un modo excelente. ¡Ahora les toca a otras dos!"

Entonces se levantaron la gruesa y la delgada, mientras la blanca y la negra volvían a su sitio. Y aquéllas quedaron de pie una frente a otra, y la gruesa Luna-Llena se dispuso a hablar la primera.

Pero empezó por desnudarse, dejando descubiertas las muñecas, los tobillos, lo brazos y los muslos, y acabó por quedarse casi completamente desnuda, de modo que realzaba las opulencias de su vientre con magníficos pliegues superpuestos, y la redondez de su ombligo umbroso, y la riqueza de sus nalgas considerables. Y no se quedó más que con la camisa fina, cuyo tejido leve y transparente, sin ocultar sus formas redondas, las velaba de manera agradable. Y entonces, después de algunos estremecimientos, se volvió hacia su rival, la delgada Hurí-del-Paraíso, y le dijo...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.


dissabte, 20 de juny del 2020

LA 334ª NOCHE


Y CUANDO LLEGÓ LA 334ª NOCHE
Ella dijo:

 "... la autoridad de los poetas y el auxilio del Korán". Y las seis jóvenes contestaron oyendo y obedeciendo, y se aprestaron a la lucha encantadora.

La primera que se levantó fue la esclava Cara-de-Luna, que hizo seña a la negra Pupila-del-Ojo para que se pusiera delante de ella, y enseguida dijo:

"¡Oh, negra! En los libros de los sabios, se dice que habló así la Blancura: ¡Soy una luz esplendorosa! ¡Soy una luna que se alza en el horizonte! ¡Mi color es claro y evidente! Mi frente brilla con el resplandor de la plata. Y mi belleza inspiró al poeta que ha dicho:

¡La blanca de mejillas finas, suaves y pulidas, es una bellísima perla esmeradamente guardada!

¡Es derecha como la letra aleph; la letra mim es su boca; sus cejas son dos nuns al revés y sus miradas son flechas que dispara el arco formidable de sus cejas!

¡Pero si quieres conocer sus mejillas y su cintura, he de decirte: Sus mejillas, pétalos de rosas, flores de arrayán y narcisos. Su cintura, una tierna rama flexible que se balancea con gracia en el jardín, y por la cual se daría todo el jardín y sus vergeles!

"Pero prosigo, ¡oh negra!

"Mi color es el color del día; también es el color de la flor de azahar y de la estrella de la mañana.

"Sabe que Alah el Altísimo, en el Libro venerado, dijo a Musa (¡con él la plegaria y, la paz!), quien tenía la mano cubierta de lepra: "¡Métete la mano en el bolsillo, y cuando la saques la encontrarás blanca, o sea pura e intacta!"

"También está escrito en el Libro de nuestra fe: "¡Los que hayan sabido conservar la cara blanca, es decir, indemne de toda mancha, serán los elegidos por la misericordia de Alah!"

"Por lo tanto, mi color es el rey de los colores, y mi belleza es mi perfección, y mi perfección es mi belleza.

"Los trajes ricos y las hermosas preseas sientan bien siempre a mi color y hacen resaltar más mi esplendor, que subyuga almas y corazones.

"¿No sabes que siempre es blanca la nieve que cae del cielo? ¿Ignoras que los creyentes han preferido la muselina blanca para la tela de sus turbantes?”

"¡Cuántas más cosas admirables podría decirte acerca de mi color! Pero no quiero extenderme más hablando de mis méritos, pues la verdad es evidente por sí misma, como la luz que hiere la mirada. ¡Y además, quiero empezar a criticarlo ahora mismo, ¡oh negra!, color de tinta y de estiércol, limadura de hierro, cara de cuervo, la más nefasta de las aves!

"Empieza por recordar los versos del poeta que hablan de la blanca y la negra:

¿No sabes que el valor de una perla depende de su blancura, y que un saco de carbón apenas cuesta un dracma?

¿No sabes que las cosas blancas son de buen agüero y ostentan la señal del paraíso, mientras las caras negras no son más que pez y alquitrán, destinados a alimentar el fuego del infierno?

"Sabe también que según los anales de los hombres justos, el santo Nuh (Noé) se durmió un día, estando a su lado sus dos hijos Sam (Sem) y Ham (Cam). Y de pronto se levantó una brisa que le arremangó la ropa y le dejó las interioridades al descubierto. Al ver aquello, Ham se echó a reír, y como le divertía el espectáculo -pues Nuh, segundo padre de los hombres, era muy rico en rigideces suntuosas-, no quiso cubrir la desnudez de su padre. Entonces Sam se levantó gravemente, y se apresuró a taparlo todo bajando la ropa. A la sazón despertose el venerable Nuh, y al ver reírse a Ham, le maldijo, y al ver el aspecto serio de Sam, le bendijo.

Y al momento se le puso blanca la cara a Sam, y a Ham se le puso negra. Y desde entonces, Sam (Los pueblos semíticos) fue el tronco del cual nacieron los profetas, los pastores de los pueblos, los sabios y los reyes, y Ham que había huido de la presencia de su padre, fue el tronco del cual nacieron los negros, los sudaneses.

¡Y ya sabes, ¡oh negra! que todos los sabios, y los hombres en general, sustentan la opinión de que no puede haber un sabio en la especie negra ni en los países negros!"

Oídas estas palabras de la esclava blanca, su amo le dijo: "¡Ya puedes callar! ¡Ahora le toca a la negra!"

Entonces, Pupila-del-Ojo, que había permanecido inmóvil, se encaró con Cara-de-Luna, y le dijo:

"¿No conoces, ¡oh blanca ignorante! el pasaje del Korán en que Alah el Altísimo juró por la noche tenebrosa y el día resplandeciente? Pues Alah el Altísimo, en aquel juramento, empezó por mentar la noche y luego el día, lo cual no habría hecho si no prefiriese la noche al día. Y además, el color negro de los cabellos y pelos, ¿no es signo y ornato de juventud, así como el blanco es indicio de vejez y del fin de los goces de la vida? Y si el color negro no fuera el más estimable los colores...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.