Siguió contando la historia al rey Schahriar:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que el barbero prosiguió así la aventura de su quinto hermano El-Aschar:
" ... hasta que terminen por completo todas las ceremonias. Entonces mandaré a algunos de mis esclavos que cojan un bolsillo con quinientos dinares en moneda menuda, y la tiren a puñados por el salón, y repartan otro tanto entre músicos y cantoras y otro tanto, a las doncellas de mi mujer. Y luego las doncellas llevarán a mi esposa a su aposento. Y yo me haré esperar mucho. Y cuando entre en la habitación atravesaré por entre las dos filas de doncellas. Y al pasar cerca de mi esposa le pisaré el pie de un modo ostensible para demostrar mi superioridad como varón. Y pediré una copa de agua azucarada, y después de haber dado gracias a Alah, la beberé tranquilamente.
Y seguiré no haciendo caso a mi mujer, que estará en la cama dispuesta a recibirme, y a fin de humillarla y demostrarle de nuevo mi superioridad y el poco caso que hago de ella, no le dirigiré ni una vez la palabra, y así aprenderá cómo pienso conducirme en lo sucesivo, pues no de otro modo se logra que las mujeres sean dóciles, dulces y tiernas. Y en efecto, no tardará en presentarse mi suegra, que me besará la frente y las manos, y dirá: "¡Oh mi señor! dígnate mirar a mi hija, que es tu esclava y desea ardientemente que la acompañes, y le hagas la limosna de una sola palabra tuya"
Pero yo, a pesar de las súplicas de mi suegra, que no se habrá atrevido a llamarme yerno por temor de demostrar familiaridad, no le contestaré nada. Entonces me seguirá rogando, y estoy seguro de que acabará por echarse a mis pies y los besará, así como la orla de mi ropón. Y me dirá entonces: "¡Oh mi señor! ¡Te juro por Alah que mi hija es virgen! ¡Te juro por Alah que ningún hombre la vió descubierta, ni conoce el color de sus ojos! No la afrentes ni la humilles tanto. Mira cuán sumisa la tienes. Sólo aguarda una seña tuya para satisfacerte en cuanto quieras".
Y mi suegra se levantará para llenar una copa de un vino exquisito, dará la copa a su hija, que en seguida vendrá a ofrecérmela, toda temblorosa. Y yo, arrellanado en los cojines de terciopelo bordados en oro, dejaré que se me acerque, sin mirarla, y gustaré de ver de pie a la hija del gran visir delante del ex vendedor de cristalería, que pregonaba en una esquina:
¡Oh gotas de sol! ¡Oh senos de adolescente! ¡Ojos de mi nodriza! ¡Soplo endurecido de las vírgenes! ¡Oh cristal! ¡Ombligo de niño! ¡Cristal ¡Miel coloreada! ¡Cristal!
Y ella, al ver en mí tanta grandeza, habrá de tomarme por el hijo de algún sultán ilustre cuya gloria llene el mundo. Y entonces insistirá para que tome la copa de vino, y la acercará gentilmente a mis labios. Y furioso al ver esta familiaridad, le dirigiré una mirada terrible, le daré una gran bofetada y un puntapié en el vientre, de esta manera..."
Y mi hermano hizo ademán de dar el puntapie a su soñada esposa y se lo dió de lleno al canasto que encerraba la cristalería. Y el cesto salió rodando con su contenido. Y se hizo añicos todo lo que constituía la fortuna de aquel loco.
Ante aquel irreparable destrozo, El-Aschar empezó a darse puñetazos en la cara y a desgarrarse la ropa y a llorar. Y entonces, como era precisamente viernes e iba a empezar la plegaria, las personas que salían de sus casas vieron a mi hermano, y unos se paraban movidos de lástima, y otros siguieron su camino creyéndole loco.
Mientras estaba deplorando la pérdida de su capital y de sus intereses, he aquí que pasó por allí, camino de la mezquita, una gran señora. Un intenso perfume de almizcle se desprendía de toda ella. Iba montada en una mula enjaezada con terciopelo y brocado de oro, y la acompañaba considerable número de esclavos y sirvientes.
Al ver todo aquel cristal roto y a mi hermano llorando, preguntó la causa de tal desesperación. Y le dijeron que aquel hombre no tenía más capital que el canasto de cristalería, cuya venta le daba de comer, y que nada le quedaba después del accidente. Entonces la dama llamó a uno de los criados y le dijo: "Da a ese pobre hombre todo el dinero que lleves encima". Y el criado se despojó de una gran bolsa que llevaba sujeta al cuello con un cordón, y se la entregó a mi hermano. Y El-Aschar la cogió, la abrió, y encontró después de contarlos quinientos dinares de oro. Y estuvo a punto de morirse de emoción y de alegría, y empezó a invocar todas las gracias y bendiciones de Alah en favor de su bienhechora.
Y enriquecido en un momento, se fué a su casa para guardar aquella fortuna. Y se disponía a salir para alquilar una buena morada en que pudiese vivir a gusto, cuando oyó que llamaban a la puerta. Fué a abrir, y vió a una vieja desconocida que le dijo: "¡Oh hijo mío! sabe que casi ha transcurrido la hora de la plegaria en este santo día de viernes, y aun no he podido hacer mis abluciones. Te ruego que me permitas entrar para hacerlas, resguardada de los importunos".
Y mi hermano dijo: "Escucho y obedezco". Y abrió la puerta de par en par y la llevó a la cocina, donde la dejó sola.
A los pocos instantes fué a buscarle la vieja, y sobre el miserable pedazo de estera que servía de tapiz terminó su plegaria haciendo votos en favor de mi hermano, llenos de compunción. Y mi hermano le dió las gracias más expresivas, y sacando del cinturón dos dinares de oro se los alargó generosamente. Pero la vieja los rechazó con dignidad, y dijo:
"¡Oh hijo mío! ¡alabado sea Alah, que te hizo tan magnánimo! No me asombra que inspires simpatías a las personas apenas te vean. Y en cuanto a ese dinero que me ofreces, vuelva a tu cinturón, pues a juzgar por tu aspecto debes ser un pobre saalik, y te debe hacer más falta que a mí, que no lo necesito. Y si en realidad no te hace falta, puedes devolvérselo a la noble señora que te lo dió por habérsete roto la cristalería".
Y mi hermano dijo: "¡Cómo! Buena madre, ¿conoces a esa dama? En ese caso, te ruego que me indiques dónde la podré ver". Y la vieja contestó: "Hijo mío, esa hermosa joven sólo te ha demostrado su generosidad para expresar la inclinación que le inspiran tu juventud, tu vigor y tu gallardía. Pues su marido es impotente y nunca logrará satisfacerle, porque Alah le ha castigado con unos compañones tan fríos, que dan lástima.
Levántate, pues, guarda en tu cinturón todo el dinero para que no te lo roben en esta casa tan poco segura, y ven conmigo. Pues has de saber que sirvo a esa señora hace mucho tiempo y me confía todas sus comisiones secretas. Y en cuanto estés con ella, no te encojas para nada, pues debes hacer con ella todo aquello de que eres capaz. Y cuanto más hagas, más te querrá. Y por su parte se esforzará en proporcionarte todos los placeres y todas las alegrías, y serás dueño absoluto de su hermosura y sus tesoros".
Cuando mi hermano oyó estas palabras de la vieja, se levantó, hizo lo que le había dicho, y siguió a la anciana, que había echado a andar. Y mi hermano marchó detrás de ella hasta que llegaron ambos a un gran portal, en el que la vieja llamó a su modo. Y mi hermano se hallaba en el límite de la emoción y de la dicha.
Ante aquel llamamiento salió a abrir una esclava griega muy bonita, que les deseó la paz y sonrió a mi hermano de una manera muy insinuante. Y le introdujo en una magnífica sala, con grandes cortinajes de seda y oro fino y magníficos tapices. Y mi hermano, al verse solo, se sentó en un diván, se quitó el turbante, se lo puso en las rodillas y se secó la frente. Y apenas se hubo sentado se abrieron las cortinas y apareció una joven incomparable, como no la vieron las miradas más maravilladas de los hombres. Y mi hermano El-Aschar se puso de pie sobre sus dos pies.
La joven le sonrió con los ojos y se apresuró a cerrar la puerta, que se había quedado abierta. Y se acercó a El-Aschar, le cogió la mano, y lo llevó consigo al diván de terciopelo. Y como antes de ejercer de cabalgador quisiera hablar, la joven, con una mano en la boca, le indicó que callase, mientras que con la otra le invitaba a que no perdiese el tiempo con más dilaciones. Y en el mismo instante mi hermano hizo a la joven cuanto sabía hacer en punto a copulaciones, abrazos, besos, mordiscos, caricias, contorsiones y variaciones una, dos, tres veces, y así durante algunas horas del tiempo.
Después de aquellos transportes, la joven se levantó y le dijo a mi hermano: "¡Ojo de mi vida! no te muevas de aquí hasta que yo vuelva". Después salió rápidamente y desapareció.
Pero de pronto se abrió violentamente la puerta y apareció un negro horrible, gigantesco, que llevaba en la mano un alfanje desnudo. Y gritó al aterrorizado El-Aschar: "¡Oh, grandísimo miserable! ¿Cómo te atreviste a llegar hasta aquí, ¡oh tú!, producto mixto de los compañones corrompidos de todos los criminales?" Y mi hermano no supo qué contestar a lenguaje tan violento, se le paralizó la lengua, se le aflojaron los músculos y se puso muy pálido.
Entonces el negro le cogió, lo desnudó completamente y se puso a darle de plano con el alfanje más de ochenta golpes, hasta que mi hermano se cayó al suelo y el negro lo creyó cadáver. Llamó entonces con voz terrible, y acudió una negra con un plato lleno de sal. Lo puso en el suelo y empezó a llenar de sal las heridas de mi hermano, que a pesar de padecer horriblemente, no se atrevía a gritar por temor de que le remataran. Y la negra se marchó después que hubo cubierto completamente de sal todas las heridas.
Entonces el negro dió otro grito tan espantoso como el primero, y se presentó la vieja, que ayudada por el negro, después de robar todo el dinero a mi hermano, lo cogió por los pies, lo arrastró por todas las habitaciones hasta llegar al patio, donde lo lanzó al fondo de un subterráneo, en el que acostumbraba precipitar los cadáveres de todos aquellos a quienes con sus artificios había atraído a la casa para que sirviesen de cabalgadores a su joven señora.
El subterráneo en cuyo fondo habían arrojado a mi hermano El-Aschar era muy grande y oscurísimo, y en él se amontonaban los cadáveres unos sobre otros. Allí pasó El-Aschar dos días enteros, imposibilitado de moverse por las heridas y la caída. Pero Alah (¡alabado y glorificado sea!) quiso que mi hermano pudiese salir de entre tanto cadáver y arrastrarse a lo largo del subterráneo, guiado por una escasa claridad que venía de lo alto. Y pudo llegar hasta el tragaluz, de donde descendía aquella claridad, y una vez allí salir a la calle, fuera del subterráneo.
Se apresuró entonces a regresar a su casa, a la cual fui a buscarle, y le cuidé con los remedios que sé extraer de las plantas. Y al cabo de algún tiempo, curado ya completamente mi hermano, resolvió vengarse de la vieja y de sus cómplices por los tormentos que le habían causado. Se puso a buscar a la vieja, siguió sus pasos, y se enteró bien del sitio a que solía acudir diariamente para atraer a los jóvenes que habían de satisfacer a su ama y convertirse después en lo que se convertían. Y un día se disfrazó de persa, se ciñó un cinto muy abultado, escondió un alfanje bajo su holgado ropón, y fue a esperar la llegada de la vieja, que no tardó en aparecer.
En seguida se aproximó a ella, y fingiendo hablar mal nuestro idioma remedó el lenguaje bárbaro de los persas. Dijo: "¡Oh, buena madre! soy forastero y quisiera saber dónde podría pesar y reconocer unos novecientos dinares de oro que llevo en el cinturón, y que acabo de cobrar por la venta de unas mercaderías que traje de mi tierra". Y la maldita vieja de mal agüero le respondió:
"¡Oh, no podías haber llegado más a tiempo! Mi hijo, que es un joven tan hermoso como tú, ejerce el oficio de cambista, y te prestará el pesillo que buscas. Ven conmigo, y te llevaré a su casa". Y él contestó: "Pues ve delante". Y ella fué delante y él detrás, hasta que llegaron a la casa consabida. Y les abrió la misma esclava griega de agradable sonrisa, a la cual dijo la vieja en voz baja: "Esta vez le traigo a la señora músculos sólidos y un zib bien a punto".
Y la esclava cogió a El-Aschar de la mano, y le llevó a la sala de las sedas, y estuvo con él entreteniéndole algunos momentos; después avisó a su ama, que llegó e hizo con mi hermano lo mismo que la primera vez. Pero sería ocioso repetirlo.
Después se retiró, y de pronto apareció el negro terrible, con el alfanje desenvainado en la mano, y gritó a mi hermano que se levantara y lo siguiese. Y entonces mi hermano, que iba detrás del negro, sacó de pronto el alfanje de debajo del ropón, y del primer tajo le cortó la cabeza.
Al ruido de la caída acudió la negra, que sufrió la misma suerte; después la esclava griega, que al primer sablazo quedó también descabezada. Inmediatamente le tocó a la vieja, que llegó corriendo para echar mano al botín. Y al ver a mi hermano con el brazo cubierto de sangre y el acero en la mano, se cayó espantada en tierra, y El-Aschar la agarró del pelo y le dijo: "¿No me conoces, vieja zorra, podrida entre las podridas?"
Y respondió la vieja: "¡Oh, mi señor no te conozco!"
Pero mi hermano dijo: "Pues sabe, ¡oh alcahueta! que soy aquel en cuya casa fuiste a hacer las abluciones, trasero de mono viejo!". Y al decir esto, mi hermano partió en dos mitades a la vieja de un solo sablazo. Después fué a buscar a la joven que había copulado con él dos veces.
No tardó en encontrarla, ocupada en componerse y perfumarse en un aposento retirado. Y cuando la joven le vió cubierto de sangre, dió un grito de terror, y se arrojó a sus pies, rogándole que le perdonase la vida. Y mi hermano, recordando los placeres compartidos con ella, le otorgó generosamente la vida, y le preguntó: "¿Y cómo es que estás en esta casa, bajo el dominio de ese negro horrible a quien he matado con mis manos?" La joven respondió: "¡Oh, dueño mío! antes de estar encerrada en esta maldita casa, era yo propiedad de un rico mercader de la población, y esta vieja solía venir a verme y nos manifestaba mucha amistad. Un día entre los días fui a su casa y me dijo: "Me han invitado a una gran boda, pues no habrá en el mundo otra parecida. Y vengo a llevarte conmigo". Yo le contesté: "Escucho y obedezco". Me puse mis mejores ropas, cogí un bolsillo con cien dinares y salí con la vieja. Llegamos a esta casa, en la cual me introdujo con su astucia, y caí en manos de ese negro atroz, que después de arrebatarme la virginidad, me sujetó aquí a la fuerza y me utilizó para sus criminales designios, a costa de la vida de los jóvenes que la vieja le proporcionaba.
Así he pasado tres años entre las manos de esa vieja maldita". Entonces mi hermano dijo: "Pero llevando aquí tanto tiempo, debes saber si esos criminales han amontonado riquezas". Y ella contestó: "Hay tantas, que dudo mucho que tú solo pudieras llevártelas. Ven a verlo tú mismo".
Se llevó a mi hermano, y le enseñó grandes cofres llenos de monedas de todos los países y de bolsillos de todas las formas. Y mi hermano se quedó deslumbrado y atónito. Ella entonces le dijo: "No es así como podrás llevarte este oro. Ve a buscar unos mandaderos y tráelos para que carguen con él. Mientras tanto, yo prepararé los fardos".
Apresuróse El-Aschar a buscar a los mozos, y al poco tiempo volvió con diez hombres que llevaban cada uno una gran banasta vacía.
Pero al llegar a la casa vió el portal abierto de par en par. Y la joven había desaparecido con todos los cofres. Y comprendió entonces que se había burlado de él para poderse llevar las principales riquezas. Pero se consoló al ver las muchas cosas preciosas que quedaban en la casa y los valores encerrados en los armarios con todo lo cual podía considerarse rico para toda su vida. Y resolvió llevárselo al día siguiente; pero como estaba muy fatigado, se tendió en el magnífico lecho y se quedó dormido.
Al despertar al día siguiente, llegó hasta el límite del terror al verse rodeado por veinte guardias del walí, que le dijeron: "Levántate a escape y vente con nosotros". Y se lo llevaron, cerraron y sellaron las puertas, y lo pusieron entre las manos del walí, que le dijo: "He averiguado tu historia, los asesinatos que has cometido y el robo que ibas a perpetrar".
Entonces mi hermano exclamó: "¡Oh walí! Dame la señal de la seguridad, y te contaré lo ocurrido". Y el walí entonces le dió un velo, símbolo de la seguridad, y El-Aschar le contó toda la historia desde el principio hasta el fin. Pero no sería útil repetirla. Después mi hermano añadió: "Ahora, ¡oh walí de ideas justas y rectas! consentiré, si quieres, en compartir contigo lo que queda en aquella casa".
Pero el walí replicó: "¿Cómo te atreves a hablar de reparto? ¡Por Alah! No tendrás nada, pues debo cogerlo todo. Y date por muy contento al conservar la vida. Además, vas a salir inmediatamente de la ciudad y no vuelvas por aquí, bajo pena del mayor castigo". Y el walí desterró a mi hermano, por temor a que el califa se enterase de la historia de aquel robo. Y mi hermano tuvo que huir muy lejos.
Pero para que se cumpliese por completo el Destino, apenas había salido de las puertas de la ciudad le asaltaron unos bandidos, y al no hallarle nada encima, le quitaron la ropa, dejándole en cueros, le apalearon y le cortaron las orejas y la nariz.
Y supe entonces, ¡oh Emir de los Creyentes! las desventuras del pobre El-Aschar. Salí en su busca, y no descansé hasta encontrarlo. Lo traje a mi casa, donde le curé, y ahora le doy para que coma y beba durante el resto de sus días.
¡Tal es la historia de El-Aschar!
Pero la historia de mi sexto y último hermano, ¡oh, Emir de los Creyentes! merece que la escuches antes que me decida a descansar".
"Se llama Schakalik o el Tarro hendido, ¡oh Comendador de los Creyentes! Y a este hermano mío le cortaron los labios, y no sólo los labios, sino también el zib. Pero le cortaron los labios y el zib a consecuencia de circunstancias extremadamente asombrosas.
Porque Schakalik, mi sexto hermano, era el más pobre de todos nosotros, pues era verdaderamente pobre. Y no hablo de los cien dracmas de la herencia de nuestro padre, porque Schakalik, que nunca había visto tanto dinero junto, se comió los cien dracmas en una noche, acompañado de la gentuza más deplorable del barrio izquierdo de Bagdad.
No poseía, pues, ninguna de las vanidades de este mundo, y sólo vivía de las limosnas de la gente que lo admitía en su casa por su divertida conversación y por sus chistosas ocurrencias.
Un día entre los días había salido Schakalik en busca de un poco de comida para su cuerpo extenuado por las privaciones, y vagando por las calles se encontró ante una magnífica casa, a la cual daba acceso un gran pórtico con varios peldaños. Y en estos peldaños y a la entrada había un número considerable de esclavos, sirvientes, oficiales y porteros.
Mi hermano Schakalik se aproximó a los que allí estaban y les preguntó de quién era tan maravilloso edificio. Y le contestaron: "Es propiedad de un hombre que figura entre los hijos de los reyes".
Después se acercó a los porteros, que estaban sentados en un banco en el peldaño más alto, y les pidió limosna en el nombre de Alah. Y le respondieron: "¿Pero de dónde sales para ignorar que no tienes más que presentarte a nuestro amo para que te colme en seguida de sus dones?" Entonces mi hermano entró y franqueó el gran pórtico, atravesó un patio espacioso y un jardín poblado de árboles hermosísimos y de aves cantoras.
Lo rodeaba una galería calada con pavimento de mármol, y unos toldos le daban frescura durante las horas de calor. Mi hermano siguió andando y entró en la sala principal, cubierta de azulejos de colores verde, azul y oro, con flores y hojas entrelazadas. En medio de la sala había una hermosa fuente de mármol, con un surtidor de agua fresca, que caía con dulce murmullo.
Una maravillosa estera de colores alfombraba la mitad del suelo, más alta que la otra mitad, y reclinado en unos almohadones de seda con bordados de oro se hallaba muy a gusto un hermoso jeique de larga barba blanca y de rostro iluminado por benévola sonrisa. Mi hermano se acercó, y dijo al anciano de la hermosa barba: "¡Sea la paz contigo!" Y el anciano, levantándose en seguida, contestó: "¡Y contigo la paz y la misericordia de Alah con sus bendiciones! ¿Qué deseas, ¡oh, tú!"
Y mi hermano respondió: "¡Oh, mi señor! sólo pedirte una limosna, pues estoy extenuado por el hambre y las privaciones".
Y al oír estas palabras, exclamó el viejo jeique: "¡Por Alah! ¿Es posible que estando yo en esta ciudad se vea un ser humano en el estado de miseria en que te hallas? ¡Cosa es que realmente no puedo tolerar con paciencia!"
Y mi hermano, levantando las dos manos al cielo, dijo: "¡Alah te otorgue su bendición! ¡Benditos sean tus generadores!" Y el jeique repuso: "Es de todo punto necesario que te quedes en esta casa para compartir mi comida y gustar la sal en mi mesa". Y mi hermano dijo: "Gracias te doy, ¡oh, mi señor y dueño! Pues no podía estar más tiempo en ayunas, como no me muriese de hambre".
Entonces el viejo dió dos palmadas y ordenó a un esclavo que se presentó inmediatamente: "¡Trae en seguida un jarro y la palangana de plata para que nos lavemos las manos!"
Y dijo a mi hermano Schakalik: "¡Oh, huésped! Acércate y lávate las manos".
Y al decir esto, el jeique se levantó, y aunque el esclavo no había vuelto, hizo ademán de echarse agua en las manos con un jarro invisible y restregárselas como si tal agua cayese.
Al ver esto, no supo qué pensar mi hermano Schakalik; pero como el viejo insistía para que se acercase a su vez, supuso que era una broma y como él tenía también fama de divertido, hizo ademán de lavarse las manos lo mismo que el jeique. Entonces el anciano dijo: "¡Oh, vosotros! poned el mantel y traed la comida, que este pobre hombre está rabiando de hambre".
En seguida acudieron numerosos servidores, que empezaron a ir y venir como si pusieran el mantel y lo cubriesen de numerosos platos llenos hasta los bordes. Y Schakalik, aunque muy hambriento, pensó que los pobres deben respetar los caprichos de los ricos, y se guardó mucho de demostrar impaciencia alguna.
Entonces el jeique le dijo: "¡Oh huésped! siéntate a mi lado, y apresúrate a hacer honor a mi mesa". Y mi hermano se sentó a su lado, junto al mantel imaginario, y el viejo empezó a fingir que tocaba a los platos y que se llevaba bocados a la boca, y movía las mandíbulas y los labios como si realmente masticase algo. Y le decía a mi hermano: "¡Oh, huésped! mi casa es tu casa y mi mantel es tu mantel; no tengas cortedad y come lo que quieras, sin avergonzarte. Mira qué pan; cuán blanco y bien cocido. ¿Cómo encuentras este pan?"
Schakalik contestó: "Este pan es blanquísimo y verdaderamente delicioso; en mi vida he probado otro que se le parezca". El anciano dijo: "¡Ya lo creo! La negra que lo amasa es una mujer muy hábil. La compré en quinientos dinares de oro. Pero ¡oh huésped! Prueba de esta fuente en que ves esa admirable pasta dorada de kebeba con manteca, cocida al horno. Cree que la cocinera no ha escatimado ni la carne bien machacada, ni el trigo mondado y partido, ni el cardamomo, ni la pimienta. Come, ¡oh pobre hambriento! y dime qué te parecen su sabor y su perfume".
Y mi hermano respondió: "Esta kebeba es deliciosa para mi paladar, y su perfume me dilata el pecho. Cuanto a la manera de guisarla, he de decirte que ni en los palacios de los reyes se come otra mejor". Y hablando así, Schakalik empezó a mover las quijadas, a mascar y a tragar como si lo hiciera realmente. Y el anciano dijo: "Así me gusta ¡oh huésped! Pero no creo que merezca tantas alabanzas, porque entonces, ¿qué dirás de ese plato que está a tu izquierda, de esos maravillosos pollos asados, rellenos de alfónsigos, almendras, arroz, pasas, pimienta, canela y carne picada de carnero? ¿Qué te parece el humillo?" Mi hermano exclamó: "¡Alah, Alah! ¡Cuán delicioso es su humillo, qué sabrosos están y qué relleno tan admirable!"
Y el anciano dijo: "En verdad eres muy indulgente y muy cortés para mi cocina. Y con mis propios dedos quiero darte a probar ese plato incomparable". Y el jeique hizo ademán de preparar un pedazo tomado de un plato que estuviese sobre el mantel, y acercándoselo a los labios a Schakalik, le dijo: "Ten y prueba este bocado, ¡oh huésped! y dame tu opinión acerca de este plato de berenjenas rellenas que nadan en apetitosa salsa". Mi hermano hizo como si alargase el cuello, abriese la boca y tragara el pedazo, y dijo cerrando los ojos de gusto: "¡Por Alah! "¡Cuán exquisito y cuán en su punto! Sólo en tu casa he probado tan excelentes berenjenas. Todo está preparado con el arte de dedos expertos: la carne de cordero picada, los garbanzos, los piñones, los granos de cardamomo, la nuez moscada, el clavo, el jengibre, la pimienta y las hierbas aromáticas. Y tan bien hecho está, que se distingue el sabor de cada aroma".
El anciano dijo: "Por eso, ¡oh mi huésped! espero de tu apetito y de tu excelente educación que te comerás las cuarenta y cuatro berenjenas rellenas que hay en ese plato".
Schakalik contestó: "Fácil ha de serme el hacerlo, pues están más sabrosas que el pezón de mi nodriza y acarician mi paladar más deliciosamente que dedos de vírgenes". Y mi hermano fingió coger cada berenjena una tras otra, haciendo como si las comiese, y meneando la cabeza y dando con la lengua grandes chasquidos. Y al pensar en estos platos se le exasperaba el hambre y se habría contentado con un poco de pan seco, de habas o de maíz. Pero se guardó de decirlo.
Y el anciano repuso: "¡Oh huésped! tu lenguaje es el de un hombre bien educado, que sabe comer en compañía de los reyes y de los grandes. Come, amigo, y que te sea sano y de deliciosa digestión".
Y mi hermano dijo: "Creo que ya he comido bastante de estas cosas". Entonces el viejo volvió a palmotear y dispuso: "¡Quitad este mantel y poned el de los postres! ¡Vengan todos los dulces, la repostería y las frutas más escogidas!" Y los esclavos empezaron otra vez a ir y venir, y a mover las manos, y a levantar los brazos por encima de la cabeza, y a cambiar un mantel por otro. Y después, a una seña del viejo, se retiraron.
El anciano dijo a Schakalik: "Llegó, ¡oh huésped! el momento de endulzarnos el paladar. Empecemos por los pasteles. ¿No da gusto ver esa pasta fina, ligera, dorada y rellena de almendra, azúcar y granada, esa pasta de katayefs sublimes que hay en ese plato? ¡Por vida mía! Prueba uno o dos para convencerte. ¿Eh? ¡Cuán en su punto está el almíbar! ¡Qué bien salpicado está de canela! Se comería uno cincuenta sin hartarse, pero hay que dejar sitio para la excelente kenafa que hay en esa bandeja de bronce cincelado. Mira cuán hábil es mi repostera, y cómo ha sabido trenzar las madejas de pasta. Apresúrate a comerla antes de que se le vaya el jarabe y se desmigaje. ¡Es tan delicada! Y esa mahallabieh de agua de rosas, salpicada con alfónsigos pulverizados; y esos tazones llenos de natillas aromatizadas con agua de azahar.
¡Come, huésped, métele mano sin cortedad! ¡Así! ¡Muy bien!" Y el viejo daba ejemplo a mi hermano, y se llevaba la mano a la boca con glotonería, y fingía que tragaba como si fuese de veras, y mi hermano le imitaba admirablemente, a pesar de que el hambre le hacía la boca agua.
El anciano continuó: "¡Ahora, dulces y frutas! Y respecto a los dulces, ¡oh huésped! sólo lucharás con la dificultad de escoger. Delante de ti tienes dulces secos y otros con almíbar. Te aconsejo que te dediques a los secos, pues yo los prefiero, aunque los otros sean también muy gratos. Mira esa transparente y rutilante confitura seca de albaricoque tendida en anchas hojas. Y ese otro dulce seco de cidras con azúcar cande perfumado con ámbar. Y el otro, redondo, formando bolas sonrosadas, de pétalos de rosa y de flores de azahar. ¡Ese, sobre todo, me va a costar la vida un día! Resérvate, resérvate, que has de probar ese dulce de dátiles rellenos de clavo y almendra. Es de El Cairo, pues en Bagdad no lo saben hacer así. Por eso he encargado a un amigo de Egipto que me mande cien tarros llenos de esta delicia. Pero no comas tan aprisa, pues por más que tu apetito me honre en extremo, quiero que me des tu parecer sobre ese dulce de zanahorias con azúcar y nueces perfumado con almizcle".
Y Schakalik dijo: "¡Oh! ¡Este dulce es una cosa soñada! ¡Cómo adora sus delicias mi paladar! Pero se me figura que tiene demasiado almizcle". El anciano replicó: "¡Oh no, oh no! Yo no pienso que sea excesivo, pues no puedo prescindir de ese perfume, como tampoco del ámbar. Y mis cocineros y reposteros lo echan a chorros en todos mis pasteles y dulces. El almizcle y el ámbar son los dos sostenes de mi corazón".
Y el viejo prosiguió: "Pero no olvides estas frutas, pues supongo que habrás dejado sitio para ellas. Ahí tienes limones, plátanos, higos, dátiles frescos, manzanas, membrillos y muchas más. También hay nueces y almendras frescas y avellanas. Come, ¡oh huésped! que Alah es misericordioso".
Pero mi hermano, que a fuerza de mascar en balde ya no podía mover las mandíbulas, y cuyo estómago estaba cada vez más excitado por el incesante recuerdo de tanta cosa buena, dijo:
"¡Oh señor! He de confesar que estoy ahito, y que ni un bocado me podría entrar por la garganta". El anciano replicó: "¡Es admirable que te hayas hartado tan pronto! Pero ahora vamos a beber, que aun no hemos bebido".
Entonces el viejo palmoteó, y acudieron los esclavos con las mangas levantadas y los ropones cuidadosamente recogidos, y fingieron llevárselo todo y poner después en el mantel dos copas y frascos, alcarrazas y tarros magníficos. Y el anciano hizo como si echara vino en las copas, y cogió una copa imaginaria y se la presentó a mi hermano, que la aceptó con gratitud, y después de llevársela a la boca dijo: "¡Por Alah! ¡Qué vino tan delicioso! E hizo ademán de acariciarse placenteramente el estómago. Y el anciano fingió coger un frasco grande de vino añejo y verterlo delicadamente en la copa, que mi hermano se bebió de nuevo. Y siguieron haciendo lo mismo, hasta que mi hermano hizo como si se viera dominado por los vapores del vino, y empezó a menear la cabeza y a decir palabras atrevidas. Y pensaba: "Llegó la hora de que pague este viejo todos los suplicios que me ha hecho pasar".
Y como si estuviera completamente borracho, levantó el brazo derecho y descargó tan violento golpe en el cogote del anciano, que resonó en toda la sala. Y alzó de nuevo el brazo, y le dió el segundo golpe más recio todavía. Entonces el anciano exclamó: "¿Qué haces, ¡oh tú el más vil entre los hombres!"
Mi hermano Schakalik respondió: "¡Oh dueño mío y corona de mi cabeza! soy tu esclavo sumiso, aquel a quien has colmado de dones, acogiéndole en tu mansión y alimentándole en tu mesa con los manjares más exquisitos, como no los probaron ni los reyes. Soy aquel a quien has endulzado con las confituras, compotas y pasteles más ricos, acabando por saciar su sed con los vinos más deliciosos.
Pero bebí tanto, que he perdido el seso. ¡Disculpa, pues, a tu esclavo, que levantó la mano contra su bienhechor! ¡Disculpa, ya que tu alma es más elevada que la mía, y perdona mi locura!"
Entonces el anciano, lejos de encolerizarse, se echó a reír a carcajadas, y acabó por decir: "Mucho tiempo he estado buscando por todo el mundo, entre las personas con más fama de bromistas y divertidas, un hombre de tu ingenio, de tu carácter y de tu paciencia. Y nadie ha sabido sacar tanto partido como tú de mis chanzas y juegos. Hasta ahora has sido el único que ha sabido amoldarse a mi humor y a mis caprichos, conllevando la broma y correspondiendo con ingenio a ella. De modo que no sólo te perdono este final, sino que quiero que me acompañes a la mesa, que está realmente cubierta de manjares, dulces y frutas enumerados. Y en adelante, ya no me separaré jamás de ti".
Y dió orden a sus esclavos para que los sirvieran en seguida, sin escatimar nada, lo cual se ejecutó puntualmente.
Después que comieron los manjares y se endulzaron con pasteles, confituras y frutas, el anciano invitó a Schakalik a pasar con él al segundo comedor, reservado especialmente a las bebidas. Y al entrar fueron recibidos al son de armoniosos instrumentos y con canciones de las esclavas blancas, deliciosas jóvenes más hermosas que lunas. Y mientras el viejo y mi hermano bebían exquisitos vinos, no cesaron las cantoras de entonar admirables melodías. Y algunas bailaron después como pájaros de alas rápidas.
Y este día de fiesta terminó con besos y goces más positivos que soñados.
Pero el jeique tomó tal afecto a mi hermano, que fué su amigo íntimo y su compañero inseparable, demostrándole un inmenso cariño, y le obsequiaba cada día con mayor regalo. Y no dejaron de comer, beber y vivir deliciosamente durante veinte años más.
Pero tenía que cumplirse lo que había escrito el Destino. Y pasados los veinte años murió el viejo, e inmediatamente el walí mandó embargar todos sus bienes, confiscándolos en provecho propio, pues el jeique carecía de herederos, y mi hermano no era su hijo. Entonces Schakalik, obligado a escaparse por la persecución del walí, tuvo que buscar la salvación huyendo de Bagdad.
Y resolvió atravesar el desierto para dirigirse a la Meca y santificarse. Pero cierto día, la caravana a la cual se había unido fué atacada por los nómadas, salteadores de caminos, malos musulmanes que no practicaban los preceptos de nuestro Profeta (¡sean con él la plegaria y la paz de Alah!).
Y los viajeros fueron despojados y reducidos a esclavitud, y a Schakalik le tocó el más feroz de aquellos bandidos beduínos, que lo llevó a su tribu y lo hizo su esclavo. Y todos los días le pegaba una paliza y le hacía sufrir todos los suplicios, y le decía: "Debes ser muy rico en tu país, y si no me pagas un buen rescate, acabarás por morir a mis propias manos". Y mi hermano, llorando, exclamaba: "¡Por Alah! Nada poseo, ¡oh jefe de los árabes! pues desconozco el camino de la riqueza. Y ahora soy tu esclavo y estoy en tu poder; puedes hacer de mí lo que quieras".
Pero el beduíno tenía por esposa a una admirable mujer entre las mujeres, de negras cejas y ojos de noche. Y era ardiente en la copulación. Por eso, cada vez que el beduíno se alejaba de la tienda, esta criatura del desierto iba a buscar a mi hermano para ofrecerle su cuerpo. Y Schakalik, que se diferencia de todos nosotros en no ser gran cabalgador, no podía satisfacer plenamente a la ardorosa beduína, que se insinuaba y ponía en juego todos sus recursos, jugando las caderas, los pechos y el ombligo.
Pero un día que estaban a punto de besarse se precipitó en la tienda el terrible beduíno, y los sorprendió en aquella postura. Y sacó del cinturón un cuchillo tan ancho que de un solo golpe podía rebanar la cabeza de un camello, de una a otra yugular. Y agarró a mi hermano, empezó por cortarle los dos labios, metiéndoselos en la boca, y le dijo: "¡Miserable! ¿Cómo te atreviste a seducir a mi esposa?" Y empuñando el zib de mi hermano se lo cortó de un golpe y luego los compañones. En seguida, arrastrándolo por los pies, lo echó sobre un camello, lo llevó a lo alto de una montaña, lo tiró al suelo y se marchó para seguir su camino.
Como la tal montaña está situada en el camino por donde van los peregrinos, algunos de estos peregrinos, que eran de Bagdad, hallaron a Schakalik; y al reconocer al chistosísimo Tarro hendido, que tanto los había hecho reír, vinieron a avisarme, después de haberle dado de comer y beber.
Y fui en su busca, ¡oh Emir de los Creyentes! me lo eché a cuestas, lo traje a Bagdad, y luego de curarle, le he dado con qué mantenerse mientras viva.
He aquí en pocas palabras, ¡oh Príncipe de los Creyentes! la historia de mis seis hermanos, que habría podido contarte con más detenimiento. Pero he preferido no abusar de tu paciencia, probando de este modo lo poco charlatán que soy, y que además de hermano de mis hermanos podría llamarme su padre, y que el mérito de ellos desaparece al presentarme yo, apellidado el Samet.
Y el califa Montasser Billah se echó a reír a carcajadas y me dijo:
"Efectivamente, ¡oh Samet! hablas bien poco, y nadie podrá acusarte de indiscreción, ni de curiosidad, ni de malas cualidades. Pero tengo mis motivos para exigir que inmediatamente salgas de Bagdad y te vayas a otra parte. Y sobre todo, date prisa". Y así me desterró el califa, tan injustamente, sin explicarme la causa de aquel castigo.
Entonces, ¡oh mis señores! empecé a viajar por todos los climas y todos los países, hasta que supe el fallecimiento de Montaser Billah y el reinado de su sucesor el califa El-Mostasen.
Volví a Bagdad enseguida, pero me encontré con que todos mis hermanos habían muerto. Y entonces ese joven que se acaba de marchar tan descortésmente me llamó a su casa para que le afeitase la cabeza. Y contra todo lo que ha dicho puedo aseguraros, ¡oh mis señores! que le hice un grandísimo favor, y a no ser por mi ayuda, probable es que el kadí, padre de la joven, lo hubiese mandado matar. De modo que todo lo que ha dicho es una calumnia, y cuanto ha contado sobre mi supuesta curiosidad, indiscreción, charlatanería y falta de tacto es falso absolutamente, ¡oh vosotros cuantos aquí estáis!"
Tal es, ¡oh rey afortunado! -prosiguió Schehrazada-, la historia en siete partes que el sastre de la China refirió al rey.
Y después añadió: "Cuando el barbero Samet hubo terminado su historia, no necesitamos oír más para convencernos de que era realmente el charlatán más extraordinario y el rapista más indiscreto de toda la tierra. Y quedamos persuadidos de que el joven cojo de Bagdad había sido la víctima de su insoportable indiscreción.
Entonces, aunque sus historias nos habían hecho pasar un buen rato, acordamos castigarle. Y nos apoderamos de él, a pesar de sus chillidos, y lo encerramos en un cuarto oscuro lleno de ratas. Y los demás seguimos comiendo, bebiendo y disfrutando hasta que llegó la hora de la plegaria. Y entonces nos retiramos, y yo fui en busca de mi esposa.
Pero al llegar a mi casa encontré a mi mujer de muy mal humor, y me dijo: "¿Te parece bien dejarme sola mientras andas de diversión con tus amigos? Si no me sacas enseguida a pasear, me presentaré al walí para entablar la demanda de divorcio".
Y como soy enemigo de disturbios conyugales, quise que hubiera paz, y a pesar del cansancio salí a pasear con mi mujer. Y anduvimos recorriendo calles y jardines hasta la puesta del sol.
Y cuando regresábamos a casa encontramos por casualidad a ese jorobeta que se hallaba a tu servicio, ¡oh rey poderoso y magnánimo!
Y el jorobado estaba borracho completamente, diciendo chistes a cuantos le rodeaban, y recitó estos versos:
-
- ¡No sé si elegir la copa transparente y coloreada o el vino sutil y purpurino!
-
- ¡Porque la copa es como el vino sutil y purpurino, y el vino es como la copa coloreada y transparente!
Y se interrumpía para embromar a los transeúntes o para danzar, golpeando la pandereta. Y yo y mi mujer supusimos que sería para nosotros un agradable comensal, y le convidamos a comer con nosotros. Y juntos comimos, y mi esposa se quedó con nosotros, pues no creía que la presencia de un jorobado fuese como la de un hombre regular, pues de no pensarlo así no habría comido delante de un extraño.
Entonces fué cuando a mi esposa se le ocurrió bromear con el jorobeta y meterle en la boca la comida que lo ahogó.
Y en seguida, ¡oh rey poderoso! cogimos el cadáver del jorobeta y lo dejamos en la casa del médico judío que está presente. Y a su vez el médico judío lo dejó en la casa del intendente, que hizo responsable al corredor copto.
Y tal es, ¡oh rey generoso! la más extraordinaria de las historias que te hayan referido. Y esta historia del barbero y sus hermanos es, con seguridad, más sorprendente que la del jorobado".
Cuando el sastre hubo acabado de hablar, el rey de la China dijo: "He de confesar que es muy interesante esa historia, y acaso más sugestiva que la del pobre jorobeta.
Pero ¿dónde está ese asombroso barbero? Quiero verle y oírle antes de adoptar mi decisión respecto a vosotros cuatro.
Después enterraremos a nuestro jorobeta. Y le erigiremos un buen sepulcro por lo mucho que me divirtió en vida, y aun después de muerto, pues me ha dado ocasión de oír la historia del joven cojo, la del barbero con sus seis hermanos y las otras tres historias".
Y dicho esto, el rey mandó a sus chambelanes que se fuesen con el sastre a buscar al barbero. Y una hora después, el sastre y los chambelanes, que habían ido a sacar al barbero del cuarto oscuro, lo trajeron al palacio y se lo presentaron al rey.
El rey examinó al barbero, y vio que era un anciano jeique lo menos de noventa años, de cara muy negra, barbas muy blancas, lo mismo que las cejas, orejas colgantes y agujereadas, narices de pasmosa longitud y aspecto lleno de presunción y altanería.
Al verlo, el rey de la China se echó a reír ruidosamente y le dijo: "¡Oh silencioso! Me han dicho que sabes contar historias admirables y llenas de maravilla.
Quisiera oírte algunas de las que sabes referir tan bien". El barbero contestó: "¡Oh rey del tiempo! no te han engañado al ponderarte mis cualidades, pero en primer lugar desearía saber lo que hacen aquí, reunidos, ese corredor nazareno, ese judío, ese musulmán, y ese jorobeta muerto, tumbado en el suelo. ¿De dónde procede esta extraña reunión?"
Y el rey de la China se rió mucho y replicó: "¿Y por qué me interrogas respecto a gente que te es desconocida?"
El barbero dijo: "Pregunto solamente para demostrar a mi rey que no soy un charlatán indiscreto, que no me ocupo nunca en lo que no me importa, y que soy inocente de las calumnias que me dirigen, como la de llamarme hablador y lo demás. Sabe, por lo tanto, que soy digno de ostentar el sobrenombre de Silencioso, pues el poeta dijo:
Cuando tus ojos vean a una persona con un sobrenombre, sabe que, como indagues bien, siempre acabará por surgir el sentido del sobrenombre.
Entonces dijo el rey: "Mucho me agrada este barbero. Voy a contarle la historia del jorobado, y luego las relatadas por el nazareno, el judío, el intendente y el sastre". Y el rey refirió al barbero todas las historias, sin omitir una particularidad.
Pero no es necesario repetirlas.
Cuando el barbero hubo oído las historias y supo la causa de la muerte del jorobado, empezó a menear gravemente la cabeza, y exclamó: "¡Por Alah! ¡Cosa extraordinaria es ésa y me sorprende grandemente! A ver, levantad el velo que cubre el cadáver, que yo lo vea". Y cuando se descubrió el cadáver, el barbero se sentó en el suelo, puso la cabeza del jorobado en sus rodillas v le miró atentamente a la cara. Y de pronto soltó tal carcajada, que la fuerza de la risa le hizo caer de trasero. Y exclamó: "En verdad, toda muerte tiene una causa entre las causas. Y la causa de la muerte de este jorobado es la cosa más sorprendente de las cosas sorprendentes. Porque merece ser escrita con hermosas letras de oro en los registros del reino, para enseñanza de los hombres futuros".
Y el rey, pasmado al oír las palabras del barbero, le dijo: "¡Oh barbero, oh Silencioso! explícanos el sentido de tus palabras". Y el barbero replicó: "¡Oh rey! te juro por tu gracia y tus beneficios que tu jorobeta tiene el alma en el cuerpo. Y lo vas a ver". Y en seguida sacó de su cinturón un frasquito con un ungüento, empapó con él el pescuezo del jorobado y le vendó el cuello con un paño de lana, Después aguardó que transcurriese una hora. Sacó entonces del mismo cinturón unas largas tenazas de hierro, las introdujo en el garguero del jorobado, manipuló en varios sentidos y las sacó al fin, llevando en ellas el pedazo de pescado y la espina, causa de lo ocurrido al jorobeta.
Y éste estornudó estrepitosamente, abrió los ojos, volvió en sí, se palpó la cara con las manos, dió un brinco, se puso de pie y exclamó: "¡La ilah ile Alah! Y Mohamed es el Enviado de Alah! ¡Sean con él la plegaria y la salvación de Alah!"
Y todos los circunstantes quedaron estupefactos y llenos de admiración hacia el barbero. Y después, al reponerse de su emoción, el rey y todos los presentes empezaron a reír a carcajadas al ver la cara del jorobeta. Y el rey dijo: "¡Por Alah! ¡Qué aventura tan prodigiosa! ¡En mi vida he visto nada más sorprendente y extraordinario!" Y añadió: "¡Oh vosotros aquí presentes! ¿Ha visto alguno que así se muera un hombre para resucitar después? Si, gracias a Alah, no hubiese estado aquí este barbero, nuestro jeique Samet, el día de hoy habría sido el último de la vida del jorobado. Y sólo por la ciencia y el mérito de este barbero admirable y lleno de capacidad hemos podido salvar su vida". `Y todos los presentes dijeron: "Verdad es, ¡oh rey! Pues esta aventura es el prodigio de los prodigios y el milagro de los milagros".
Entonces el rey de la China, lleno de júbilo, mandó que inmediatamente se escribieran con letras de oro la historia del jorobado y del barbero, y que se conservasen en los archivos del reino. Y así se ejecutó puntualmente. En seguida regaló un magnífico traje de honor a cada uno de los acusados, al médico judío, al corredor nazareno, al intendente y al sastre, y los agregó al servicio de su persona y del palacio, y les mandó hacer las paces con el jorobeta. Y a éste le hizo maravillosos regalos, le colmó de riquezas, le nombró para altos cargos y lo eligió como compañero de mesa y bebida.
Pero aun tuvo más extraordinarias atenciones con el barbero; le hizo vestir un suntuoso traje de honor, mandó que le construyesen un astrolabio todo de oro, otros instrumentos de oro, tijeras y navajas con perlas y pedrería; le nombró barbero y peluquero de su persona y del reino, y también le tomó por compañero íntimo.
Y siguieron viviendo la vida más próspera y más dichosa, hasta que puso término a su felicidad la Arrebatadora de todo goce, la Dislocadora de toda intimidad, la Separadora de los amigos, la Sepultadora, la Invencible, la Inevitable.
Y Schehrazada dijo al rey Schariar, sultán de las islas de la India y de la China: "No creas que esta historia sea más admirable que la de la hermosa Dulce-Amiga". Y el sultán Schahriar preguntó: "¿Qué Dulce-Amiga?"
Entonces Schehrazada dijo:
He llegado a saber, !oh rey afortunado! que el trono de Bassra fué ocupado por un sultán tributario de su soberano el califa Harún AlRaschid, que le llamaba el rey Mohammad ben-Soleimán El-Zeiní.
Amparaba a los pobres y a los necesitados, se compadecía de sus súbditos desgraciados y repartía su fortuna entre los que creían en nuestro Profeta Mohamed (¡con él sean la plegaria y la paz de Alah!)
Era, pues, verdaderamente digno de este elogio del poeta:
-
- ¡Transformó en su pluma la punta de la lanza, el corazón de los enemigos en una hoja donde escribir, y en tinta su sangre!
Tenía dos visires llamados respectivamente El-Mohín ben Sauí y El-Faldl ben-Khacán. Pero hay que saber que El-Faldl era el hombre más generoso de su tiempo, dotado de buen carácter, admirables costumbres y excelentes cualidades, que le granjearon el cariño de todos los corazones y la estimación de los hombres prudentes y sabios, quienes le consultaban y pedían su parecer en los asuntos más difíciles. Y todos los habitantes del reino, sin ninguna excepción, le deseaban larga vida y muchas prosperidades, porque hacía todo el bien posible y odiaba la injusticia.
En cuanto al otro visir, llamado El-Mohín, era muy diferente: tenía horror al bien y cultivaba el mal, hasta tal punto, que un poeta dijo:
-
- ¡Le vi! Y en seguida me dispuse a huir ante la mancilla de su aproximación, y me levanté la orla del ropón para evitar su torpe contacto! ¡Y confié mi salvación a la ligereza de mi corcel para que me llevase lejos de aquel elemento tan impuro!
De modo que a cada uno de estos dos visires, tan distintos entre sí, se les puede aplicar cada uno de estos versos de otro poeta:
-
- ¡Goza la deliciosa compañía del hombre noble, de alma noble, hijo de noble, pues siempre observarás que el hombre noble ha nacido noble y de padre noble!
-
- ¡Pero aléjate del contacto del hombre vil, de alma vil, de extracción vil, porque siempre verás que el hombre vil ha nacido de padre vil!
La gente sentía, pues, tanto odio y repulsión hacia el visir ElMohín, como amor le inspiraba el visir El-Faldl. Así es que El-Mohín tenía una gran enemistad hacia su compañero, y no desperdiciaba ninguna ocasión de perjudicarle ante el sultán.
Un día entre los días, Mohammad ben-Soleimán El-Zeiní, estaba sentado en el trono de su reino, en la sala de justicia, rodeado de todos los emires y de todos los notables y grandes de su corte. Y este día había llegado al mercado un lote de esclavas de todos los países. El rey se dirigió a su visir El-Faldl, y le dijo: "Quiero que me busques una esclava que no tenga igual en el mundo. Que además de su perfección y su belleza, tenga una admirable dulzura de carácter".
Al oír estas palabras del rey dirigidas a su visir El-Faldl Fadleddín, el visir El-Mohín, lleno de envidia porque el rey depositaba toda su confianza en su rival, quiso desalentar al soberano, y exclamó: "¡Pero si se pudiese encontrar a esa mujer, habría que pagarla lo menos en diez mil dinares de oro!" Entonces el rey, más obstinado por tal dificultad, llamó inmediatamente a su tesorero, y le dijo: "Toma en seguida diez mil dinares de oro y llévalos a casa de mi visir El-Faldl". Y el tesorero se apresuró a ejecutar la orden.
El visir se dirigió en seguida al zoco de los esclavos, pero nada encontró que ni de cerca ni de lejos se ajustase a las condiciones requeridas para la compra. Reunió entonces a todos los corredores que se ocupaban de la compra y de la venta de esclavas blancas y negras, y les encargó que buscasen una esclava como la quería el rey. Y les dijo: "Cuando una esclava alcance el precio de mil dinares de oro avisadme en seguida, y ya veré si conviene".
Y desde entonces no pasaba día sin que dos o tres corredores propusiesen una linda esclava al visir, que siempre despedía al corredor y a la esclava sin ultimar la compra. Y vió durante un mes más de mil muchachas, a cual más hermosas y capaces de infundir virilidad a mil viejos impotentes. Pero no podía decidirse por ninguna de ellas. Un día entre los días iba a montar a caballo para visitar al rey y rogarle que aguardara algún tiempo, cuando se le acercó un corredor a quien conocía, y que, teniéndole el estribo, lo saludó respetuosamente y recitó en honor suyo estas dos estancias:
-
- ¡Oh tú, que das mayor realce a la gloria del reinado y restauras el añoso edificio de los antepasados! ¡Oh tú, siempre victorioso gran visir!
-
- ¡Das nueva vida a los míseros y a los moribundos con tu generosidad y tus beneficios! ¡Y todas tus acciones son siempre gratas al Recompensador y las ponemos sobre nuestra frente!
Y recitados los versos, dijo el corredor al visir: "¡Oh noble ElFaldl! te anuncio que ha aparecido la esclava que tuviste la bondad de encargarme que buscara, y está a tu disposición". Y el visir dijo: "Tráela para que yo la vea". Y regresó a su palacio, adonde una hora después llegaba el corredor con la esclava.
Unicamente diré para discribirla que era de una esbeltez deliciosa, de pechos rectos y gloriosos, párpados oscuros, ojos de noche, mejillas redondas, fina barbilla adornada con un hoyuelo, caderas poderosas y sólidas, cintura de abeja y nalgas soberanas. Iba vestida de telas raras y escogidas. Pero olvidaba decirte, ¡oh rey! que su boca era una flor, su saliva jarabe, sus labios nuez moscada y su cuerpo fino y flexible como una tierna rama de sauce. Su voz, canto de la brisa, era más agradable que el céfiro que se perfuma al pasar entre las flores de los jardines. Y era digna de estos versos del poeta:
-
- ¡Su piel es más suave que la seda, su voz canta como el agua, con las ondulaciones del agua, y como ella también reposada y pura!
-
- ¡Y sus ojos! Alah dijo: “!Sed!” y fueron hechos. ¡Son la obra de un Dios! ¡ y su mirada turba a los humanos más que el vino y su fermento!
-
- ¡Pensando en ella en las horas nocturnas, mi alma se turba y mi cuerpo arde! ¡Y al pensar en su crencha, negra como la noche y en su frente de aurora, iluminadora de la mañana, me siento morir!
Y a causa de sus gracias y de su dulzura, la llamaron desde la pubertad Dulce-Amiga. (En árabe Anis Al- Dialis)
Por eso cuando la vió el visir quedó completamente maravillado, y preguntó al corredor: "¿Qué precio tiene esta esclava?" Y el otro contestó: "Su amo pide diez mil dinares, y en eso hemos quedado, porque me parece justo. Pero él jura que pierde al venderla en ese precio por una porción de cosas que yo quisiera que oyeses de sus mismos labios".
Entonces el visir dijo: "Pues que venga en seguida".
El corredor salió en busca del amo de la esclava y lo llevó ante el visir. Y el visir vió que el amo de la maravillosa joven era un persa viejísimo, aniquilado por la edad, que lo había reducido a huesos y pellejo. Como dice el poeta:
-
- ¡El Tiempo y el Destino me envejecieron; mi cabeza tiembla y mi cuerpo se viene abajo! ¿Quién es capaz de resistir a la fuerza y la violencia del Tiempo?
-
- ¡Hace muchos años me tenía derecho y erguido y andaba hacia el sol! ¡Ahora, caído de aquella altura, mi compañía es la enfermedad y la inmovilidad, mi amada!
Y el amo de la esclava deseó la paz al visir. Y el visir le dijo: "¿Estás conforme en venderme esta esclava en diez rnil dinares? Has de saber que no es para mí, sino para el rey". El anciano contestó: "Siendo para el rey, prefiero ofrecérsela como un presente, sin aceptar precio alguno.
Pero ¡oh visir magnánimo! ya que me interrogas, mi deber es contestarte. Sabe que esos diez mil dinares apenas me indemnizan del importe de los pollos con que la alimenté desde su infancia, de los magníficos vestidos con que siempre la adorné y de los gastos que he hecho para instruirla. Porque ha tenido varios maestros y aprendió a escribir con muy buena letra; conoce también las reglas de la lengua árabe y de la lengua persa, la gramática y la sintaxis, los comentarios del Libro, las reglas de derecho divino y sus orígenes, la jurisprudencia, la moral, la filosofía, la medicina, la geometría y el catastro.
Pero sobresale especialmente en el arte de versificar, en tañer los más variados instrumentos, en el canto y en el baile; y por último, ha leído todos los libros de los poetas e historiadores. Y todo ello ha contribuido a hacer más admirable su ingenio y su carácter, por eso la he llamado Dulce-Amiga".
El visir dijo: "Verdaderamente tienes razón, pero sólo puedo dar diez mil dinares. Además, los haré pesar y comprobar inmediatamente".
Y en efecto, el visir mandó pesar inmediatamente los diez mil dinares de oro en presencia del anciano persa, que los tomó. Pero antes de marcharse, el viejo mercader de esclavos se acercó al visir y le dijo: "Quisiera, ¡oh mi señor! que me permitieses un consejo".
Y el visir repuso: "Di lo que quieras". Y prosiguió el anciano: Aconsejo a mi señor el visir que no lleve inmediatamente al palacio del rey Mohammad ben-Soleimán El-Zeiní a mi esclava Dulce-Amiga, porque mi esclava ha llegado hoy de viaje, y el cambio de clima y de aguas la ha fatigado mucho. Por eso lo mejor para ti y para ella es que la conserves en tu casa diez días, y así reposará y ganará en hermosura y tomará un baño en el hammam y se cambiará de vestidos. Y entonces la podrás presentar al rey, y con esto tu gestión parecerá más honrosa y meritoria a los ojos de nuestro sultán". Y el visir comprendió que el viejo persa era buen consejero y le hizo caso. Y retuvo en su palacio a Dulce-Amiga, mandando que preparasen un aposento reservado para que descansase.
Pero el visir El-Faldl tenía un hijo de admirable hermosura, como la luna cuando sale. Su cara era de una blancura maravillosa, sus mejillas sonrosadas, y en una de ellas tenía un lunar como una gota de ámbar gris, según dice el poeta:
-
- ¡Las rosas de sus mejillas! ¡Más deliciosas que los dátiles rojos en sus racimos!
-
- ¡Si su cuerpo es tierno y dulce, su corazón es duro e inexorable! ¿Por qué no poseerá su corazón algunas de las cualidades de su cuerpo?
-
- ¡Porque si su cuerpo, tan tierno y tan dulce, influyera algo en su corazón, no sería tan injusto ni tan duro para mi amor!
-
- ¡Y tú, amigo, que me reconvienes por el amor que me domina, cree que tengo disculpas, pues no soy ya dueño de mí, y mi cuerpo y todas mis fuerzas se encuentran bajo el poder de esa pasión dominadora!
-
- ¡Y sabe que el único culpable no es él ni soy yo, sino mi corazón! ¡Y no me verías languidecer si mi joven tirano fuese más compasivo!
Pero el hijo del visir, que se llamaba Alí-Nur, nada sabía de la compra de la esclava. Y además, el visir había empezado por encargar a Dulce-Amiga que no olvidase los consejos que tenía que darle. Y le dijo: "Sabe ¡oh hija mía! que te he comprado por cuenta de nuestro amo el rey para que seas la preferida entre sus favoritas. De modo que debes tener mucho cuidado en evitar todas las ocasiones de comprometerte y comprometerme.
Así es que he de advertirte que tengo un hijo algo mala cabeza, pero guapo mozo. No hay en este barrio ninguna doncella que no se haya entregado a él y de cuya flor no haya gozado. Por lo tanto, evita su encuentro; que no oiga tu voz ni vea tu rostro, pues de otra suerte te perderías sin remedio".
Y Dulce-Amiga dijo: "Escucho y obedezco". Y el visir, tranquilizado sobre este punto, se alejó para seguir su camino.
Pero por voluntad escrita de Alah, las cosas llevaron un rumbo muy diferente. Porque algunos días después, Dulce-Amiga fué al hammam del palacio del visir, y las esclavas emplearon toda su habilidad en darle un baño que fuera el mejor de su vida.
Después de haberle lavado los miembros y el cabello, le dieron masaje. Y la depilaron esmeradamente, frotaron con almizcle su cabellera, le tiñeron conhenné las uñas de los pies y de las manos, le alargaron con kohl las cejas y las pestañas, y quemaron junto a ella pebeteros de incienso macho y ámbar gris, perfumándole de este modo toda la piel.
Después la envolvieron con una sábana embalsamada con azahar y rosas, le sujetaron la cabellera con un paño caliente, y la sacaron del hammam para llevarla al aposento donde la aguardaba la mujer del visir, madre del hermoso Alí-Nur.
Dulce-Amiga, al ver a la mujer del visir, corrió a su encuentro y le besó la mano, y la esposa del visir la besó en las dos mejillas, y le dijo: "¡Oh Dulce-Amiga! ¡ojalá te dé ese baño todo el bienestar y todas las delicias! ¡Oh Dulce-Amiga, cuán hermosa estás, cuán limpia y perfumada! Iluminas nuestro palacio, que no necesita más luz que la tuya"
Y Dulce-Amiga, muy emocionada, se llevó la mano al corazón, a los labios y a la frente, e inclinando la cabeza, respondió: "Gracias, ¡oh madre y señora! ¡Proporciónete Alah todos los goces de la tierra y del paraíso! En verdad ha sido delicioso este baño, y sólo me ha dolido una cosa: no compartirlo contigo. Entonces la madre de Alí-Nur mandó que llevasen a Dulce-Amiga sorbetes y pastas, y se dispuso a marchar al hammam para tomar su baño.
Pero no quiso dejar sola a Dulce-Amiga, por temor y por prudencia. Llamó, pues, a dos esclavas jóvenes, y les mandó que guardasen la puerta del aposento de Dulce-Amiga, diciéndoles: "No dejéis entrar a nadie bajo ningún pretexto, porque Dulce-Amiga está desnuda y podría enfriarse". Y las dos esclavas contestaron respetuosamente: "Escuchamos Y obedecemos".
Y entonces la madre de Alí-Nur, rodeada de sus doncellas, se fué al hammam después de haber besado otra vez a Dulce-Amiga, que le deseó un baño delicioso.
Pero en aquel momento entraba en la casa el joven Alí-Nur, buscó a su madre para besarle la mano, como todos los días, y como no la encontrara en su habitación, la fué buscando por todas las demás, hasta que llegó frente a la puerta de aquella en que estaba encerrada Dulce-Amiga. Y vió a las dos esclavas que guardaban la puerta, y las dos esclavas le sonrieron, porque era muy gentil, y le adoraban en secreto. Pero asombrado al ver aquella puerta tan bien guardada, les dijo: "¿Está ahí mi madre?" Y las esclavas, intentando rechazarle, le contestaron: "¡Oh, no, amo Alí-Nur, no está ahí nuestra ama! ¡No está ahí! ¡Ha ido al hammam! ¡Está en el hammam, amo Alí-Nur!" Y les dijo: "Pues entonces, ¿qué hacéis aquí, corderas? Apartaos para que pueda descansar". Y ellas replicaron: "¡No entres, oh Alí-Nur, no entres ahí! ¡Ahí sólo está nuestra ama joven Dulce-Amiga!" Alí-Nur exclamó: "¿Qué Dulce-Amiga?" Y ellas contestaron: "La hermosa, Dulce-Amiga que tu padre y amo nuestro el visir Fadleddin ha comprado en diez mil dinares para el sultán. Acaba de salir del hammam y está desnuda, sin más ropa que la sábana del baño. ¡No entres, oh Alí-Nur, no entres! podría enfriarse, y nuestra ama nos pegaría. ¡No entres, oh Alí-Nur!"
Entretanto, Dulce-Amiga oía estas palabras desde su habitación, y pensaba: "¡Por Alah! ¿Cómo será ese joven Alí-Nur, cuyas hazañas me ha enumerado su padre el visir? ¿Cómo será ese mancebo que no ha dejado en el barrio doncella intacta ni mujer sin ataque?
¡Por Alah, que desearía verle!"
Y no pudiendo aguantarse, se puso de pie, y perfumada aún con todos los aromas del hammam, llena de frescura. con los poros abiertos a la vida, se acercó a la puerta, la entreabrió poco a poco y se puso a mirar. Y vió a Alí-Nur. Y le pareció como la luna llena. Y sólo con mirarle le sacudió la emoción y se estremeció toda su carne.
Y al mismo tiempo, Alí-Nur había tenido ocasión de mirar por la puerta. entreabierta, apreciando toda la hermosura de Dulce-Amiga.
Y arrebatado por el deseo, dió tal grito y sacudió tan fuertemente a las dos esclavas, que llorando huyeron de entre sus manos, refugiándose en la habitación contigua, y desde allí se pusieron a mirar, pues Alí-Nur no se había tomado el trabajo de cerrar la puerta después de haber llegado junto a Dulce-Amiga. Y así vieron todo lo que ocurrió.
Y efectivamente, Alí-Nur avanzó hacia donce estaba Dulce-Amiga, que, aturdida, se había dejado caer en el diván, y le aguardaba desnuda, toda temblorosa y con los ojos muy abiertos. Y Alí-Nur, llevándose la mano al corazón, se inclinó ante Dulce-Amiga, y le dijo: "¡Oh Dulce-Amiga! ¿Eres tú la que ha comprado mi padre en diez mil dinares de oro? ¿Te pesaron acaso en el otro platillo para contrastar bien tu verdadero valor? ¡Oh Dulce-Amiga! ¡Eres más hermosa que el oro fundido, tu cabellera más abundante que la de una leona del desierto y tus pechos más frescos y más suaves que el musgo de los arroyos!"
Ella contestó: "Alí-Nur, ante mis ojos asombrados apareces más poderoso que el león del desierto; ante mi carne que te desea, más fuerte que el leopardo, y ante mis labios que palidecen, más rasgador que el duro acero. ¡Alí-Nur, mi sultán!"
Y ebrio Alí-Nur, se precipitó sobre Dulce-Amiga. Y las dos esclavas se asombraron al ver todo esto desde fuera. Pues aquello era para ellas muy extraño, y no lo comprendían. Porque Alí-Nur, después de cambiar ruidosos besos con Dulce-Amiga, se apoderó de sus piernas y penetró en la casa de la misericordia. Y Dulce-Amiga le rodeó con sus brazos, y durante algún tiempo sólo hubo besos, contorsiones y elocuencia sin palabras.
Entonces las dos siervas quedaron sobrecogidas de terror. Y gritando, huyeron espantadas, yendo a refugiarse en el hammam, cuando precisamente salía del baño la madre de Alí-Nur, humedecida por el sudor que le corría por el cuerpo. Y les dijo a las esclavas: "¿Qué os pasa para chillar y correr de este modo, hijas mías?" Y ellas clamaban: "¡Oh señora, oh señora!" Y ella insistió: "¿Pero qué ocurre, desdichadas?"
Y ellas, llorando, dijeron: "Oh señora, he aquí que nuestro joven amo Alí-Nur ha empezado a darnos golpes y nos ha echado! Y luego le vimos entrar en la habitación de nuestra ama Dulce-Amiga y él gustó su lengua y ella también. Y no sabemos qué le haría después, porque ella suspiraba mucho, y él también suspiraba encima de ella. ¡Y estamos aterradas por todo eso!
Entonces, la esposa del visir, aunque iba calzada con los altos zuecos de madera que se gastan para el baño, echó a correr a pesar de su avanzada edad, seguida por todas sus doncellas, y llegó a la habitación de Dulce-Amiga, precisamente cuando Alí-Nur, habiendo oído los gritos de las esclavas, había huido más que aprisa, una vez terminada la cosa.
Y la mujer del visir, pálida de emoción, se acercó a Dulce-Amiga y le dijo: "¿Qué es lo que ha ocurrido?" Y Dulce-Amiga repitió las palabras que Alí-Nur le había enseñado: "¡Oh mi señora! Mientras estaba descansando del baño, echada en el diván, entró un joven a quien nunca he visto. Y era muy hermoso, ¡oh señora! y hasta se te parecía en los ojos y en las cejas.
Y me dijo: "¿Eres tú, Dulce-Amiga, la que ha comprado mi padre en diez mil dinares?"
Y yo le contesté: "Sí; soy Dulce-Amiga, comprada por el visir en diez mil dinares, pero estoy destinada al sultán Mohammad ben-Soleimán El-Zeiní".
Y el joven, riéndose replicó: "¡No lo creas, oh Dulce-Amiga! acaso haya tenido mi padre esa intención, pero ha cambiado de parecer y te ha destinado toda para mí". Entonces, ¡oh señora! a fuer de esclava sumisa desde mi nacimiento, hube de obedecer. Además, creo haber hecho bien, pues prefiero ser esclava de tu hijo Alí-Nur, ¡oh mi señora! que convertirme en esposa del mismo califa que reina en Bagdad".
La madre de Alí-Nur contestó: "¡Ah, hija mía, qué desdicha para todos nosotros! Mi hijo Alí-Nur es un gran malvado, y te engañó. Pero dime, hija mía, ¿qué ha hecho contigo?" Dulce-Amiga respondió: "Me rendí a su voluntad, y él se apoderó de mí y nos enlazamos". Y la mujer del visir dijo: "¿Pero te ha poseído por completo?"
Y replicó Dulce-Amiga: "Ciertamente, y hasta tres veces. ¡oh madre mía!" Al oír esto la madre de Alí-Nur, dijo: "¡Oh hija mía! ¡Cómo te ha destrozado!" Y empezó a llorar y a abofetearse, y todas sus esclavas lloraban lo mismo, y clamaban: "¡Qué calamidad, qué calamidad!"
Porque en el fondo lo que aterraba a la madre de Alí-Nur y a las doncellas de la madre de Alí-Nur, era el temor que les inspiraba el padre de Alí-Nur.
En efecto, el visir, aunque bueno y generoso, no podía tolerar aquella usurpación, sobre todo tratándose de cosa del rey, pudiendo ponerse en tela de juicio el honor y el comportamiento del visir. Y en el arrebato de su ira era capaz de matar a su hijo Alí-Nur, al cual lloraban todas aquellas mujeres, considerándole perdido para su amor y su afecto.
Y entonces entró el visir Fadleddin y vió a todas las mujeres llorando, llenas de desolación. Y preguntó: "¡Pero qué os ocurre, hijas mías?" Y la madre dé Alí-Nur se secó los ojos y dijo: "¡Oh esposo mío! Empieza por jurarme por la vida de nuestro profeta (¡sean con él la plegaria y la paz de Alah!) que has de conformarte de todo punto con lo que te diga, si no, moriré antes que hablar".
Juró el visir, y. su mujer le contó el supuesto engaño de Alí-Nur y la irremediable pérdida de la virginidad de Dulce-Amiga.
Alí-Nur había hecho pasar muy malos ratos a sus padres, pero Fadleddin, al enterarse de su reciente fechoría, quedó aterrado, se desgarró las vestiduras, se dió de puñetazos en la cara, se mordió las manos, se mesó las barbas y tiró por los aires el turbante.
Entonces su esposa trató de consolarle, y le dijo: "No te aflijas de ese modo, pues los diez mil dinares te los restituiré por completo sacándolos de mi peculio y vendiendo parte de mis pedrerías". Pero el visir Fadleddin exclamó: "¿Qué piensas?, ¡oh mi señora! ¿Se te figura que lamento la pérdida de ese dinero, que para nada necesito?
Lo que me aflige es la mancha que ha caído en mi honor y la probable pérdida de mi vida". Y su esposa dijo: "En realidad, nada se ha perdido, pues el rey ignora hasta la existencia de Dulce-Amiga, y con mayor razón la pérdida de su virginidad. Con los diez mil dinares que te daré podrás comprar otra esclava, y nosotros nos quedaremos con Dulce-Amiga, que adora a nuestro hijo. Y es un verdadero tesoro el haberla encontrado, porque es de todo punto perfecta".
El visir replicó: "¡Oh madre de Alí-Nur! Te olvidas del enemigo que queda detrás de nosotros, del segundo visir, llamado El-Mohín ben-Sauí, que acabará por enterarse de todo alguna vez.
Aquel día avanzará entre las manos del rey y le dirá. . ."
Al llegar a este momento de su narración, vió Schehrazada que iba a nacer el día, e interrumpió discretamente su relato.
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