PERO CUANDO LLEGO LA 20ª NOCHE
Ella dijo:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado!, que entonces el visir se levantó, acogiendo con júbilo al hermoso Nureddin y diciéndole: "Entra, ¡oh hijo mío! en la cámara de tu esposa, y sé dichoso. Mañana te llevaré a ver al sultán. Y ahora sólo me resta implorar de Alah que te conceda todos sus favores y todos sus bienes".
Entonces Nureddin besó otra vez la mano del visir, su suegro, y entró en el aposento de la doncella. ¡Y sucedió lo que había de suceder!
¡Y esto fué referente a Nureddin!
En cuanto a Chamseddin, su hermano... he aquí lo que ocurrió. Terminada la expedición que hizo con el sultán de Egipto, hacia el lado de las Pirámides, regresó inmediatamente a su casa. Y se inquietó mucho al no encontrar a su hermano Nureddin. Y preguntó por él a sus esclavos, que le respondieron: "Nuestro amo Nureddin, el mismo día que te fuiste con el sultán, montó en una mula enjaezada con gran lujo, como en los días solemnes, y nos dijo: "Me voy hacia la parte de Kaliubia, estaré fuera unos días, pues noto opresión en el pecho y necesito aire libre; pero que no me siga nadie.
Y desde entonces no hemos vuelto a tener noticias suyas".
Entonces Chamseddin deploró mucho la ausencia de su hermano y fué aumentando su dolor de día en día, hasta que acabó por convertirse en una aflicción inmensa. Y pensaba: "Seguramente, el motivo de que se haya marchado no es otro que aquellas palabras tan duras que le dije la víspera de mi viaje con el sultán. Y esto y no otra cosa le ha obligado a huir. Pero es preciso que repare la falta cometida contra él y que disponga que lo busquen".
Y Chamseddin fué inmediatamente a ver al sultán, y le refirió lo que ocurría. Y el sultán mandó escribir mensajes autorizados con su sello y los envió con emisarios de a caballo en todas direcciones a todos sus lugartenientes de todas las comarcas, y les decía en estos pliegos que Nureddin había desaparecido y que precisaba buscarle fuese donde fuese.
Pero transcurrido algún tiempo, todos los correos regresaron sin ninguna noticia, porque ni uno solo había ido a Bassra, donde estaba Nureddin. Entonces Chamseddin, lamentándose hasta el límite de las lamentaciones, exclamó: "¡Mía es toda la culpa! ¡Todo esto me ocurre por mi poco tacto y mi falta de discreción!"
Pero como todo tiene su término, Chamseddin acabó por consolarse, y un día pidió en matrimonio a la hija de un gran comerciante de El Cairo, hizo su contrato con ella y con ella se casó. ¡Y sucedió lo que había de suceder!
Y se dió la coincidencia de que la misma noche que penetró Chamseddin en la cámara nupcial, fué justamente la misma en que Nureddin penetró en el aposento de la hija del visir de Bassra. Y permitió Alah esta coincidencia del matrimonio de los dos hermanos en la misma noche, para demostrar que manda en el destino de las criaturas.
Y todo se verificó, además, según lo habían combinado los dos hermanos antes de su querella, pues las dos esposas quedaron preñadas la misma noche: parieron el mismo día y a la misma hora, y la de Chamseddin, visir de Egipto, parió una niña cuya hermosura no tuvo igual en todo el país, y la de Nureddin, de Bassra, dió a luz un niño tan hermoso que no había otro como él en todo el mundo.
Ya lo dijo el poeta:
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- ¡El niño! ... ¡Cuán delicado es! ... ¡Y qué gentil! ¡Y qué gracioso!.. . ¡Beber su boca! ¡Beber esta boca hace olvidar las copas llenas y los vasos desbordantes!
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- ¡Beber en sus labios, apagar la sed en la frescura de sus mejillas y mirarse en el manantial de sus ojos, es olvidar la púrpura de los vinos, sus aromas, su sabor y toda su embriaguez!
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- ¡Si viniese la misma Belleza a compararse con este niño, bajaría humillada la cabeza!
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- Y si le preguntaseis: "¡Oh Belleza! ¿Qué te parece? ¿Viste jamás nada semejante?" Ella contestaría: "¡Como él, verdaderamente, ninguno!"
Al hijo de Nureddin se le llamó Hassan Badreddin, a causa de su hermosura.[1] Su nacimiento motivó grandes regocijos públicos. Y el séptimo día se dieron fiestas y banquetes dignos de príncipes.
Terminados los festejos, el visir de Bassra fué con Nureddin a ver al sultán. Entonces Nureddin besó la tierra entre las manos del sultán, y como estaba dotado de una gran elocuencia y era muy versado en las bellezas literarias, le recitó estos versos del poeta:
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- ¡Ante él se inclina y se eclipsa el mayor de los bienhechores; pues ha conquistado el corazón de todos los seres elegidos!
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- ¡Canto sus obras, aunque no son sus obras, sino cosas tan bellas que debería formarse con ellas un collar que adornara su cuello!
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- ¡ Y si beso la plata de tus dedos, es porque no son dedos, sino la llave de todos los beneficios!
Tanto gustaron al sultán estos versos, que obsequió espléndidamente a Nureddin y a su suegro el visir, ignorando aún lo del matrimonio y cuanto se relacionaba con su existencia, por lo cual preguntó al visir, después de haber felicitado a Nureddin: "¿Quién es este joven tan hermoso y tan elocuente?"
Entonces el visir contó al sultán toda la historia, desde el principio al fin, y le dijo: "Este joven es sobrino mío". Y el sultán exclamó: "¿Y cómo no había yo oído hablar de él?"
Y el visir dijo: "¡Oh mi soberano y señor! Sabe que un hermano mío era visir de Egipto. Al morir dejó dos hijos, el mayor de los cuales heredó el cargo, y el otro, que es éste, ha venido a buscarme, pues prometí y juré a mi hermano que casaría a mi hija con uno de mis sobrinos. Así es que apenas llegó lo casé con mi hija. Este sobrino mío es joven, como ves, y yo ya soy demasiado viejo y estoy sordo y no puedo atender a los negocios del reino. Por eso vengo a pedir a mi soberano el sultán que se digne nombrar a mi sobrino, que es también mi yerno, para el cargo de visir. Y puedo asegurarte que merece este cargo, pues es hombre de buen consejo, pródigo en ideas excelentes y muy ducho en el modo de despachar los asuntos.
Entonces el sultán miró con más detenimiento a Nureddin, y quedó encantado de este examen, aceptó el consejo de su anciano visir y nombró para el cargo a Nureddin en lugar de su suegro, y le regaló un magnífico traje de honor, el mejor de todos los que pudo encontrar, y una mula de sus propias caballerizas y le señaló sus guardias y sus chambelanes.
Nureddin besó entonces la mano del sultán, y salió con su suegro. y ambos regresaron a su casa en el colmo de la alegría y besaron al recién nacido Hassan Badreddin y dijeron: "El nacimiento de esta criatura nos trajo buena suerte".
Al día siguiente, Nureddin fué a palacio a desempeñar sus nuevas funciones, y al llegar besó la tierra entre las manos del sultán, y recitó estas dos estrofas:
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- ¡Para ti sean nuevas las felicidades todos los días, las prosperidades también! ¡ Y que el envidioso se consuma de despecho!
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- ¡Ojalá sean blancos para ti todos los días, y negros los días de todos los envidiosos!
Entonces el sultán le permitió que se sentara en el diwán del visirato, y Nureddin se sentó en el diwán del visirato. Y empezó a desempeñar su cargo, despachando los asuntos pendientes y administrando justicia como si llevara muchos años de visir, y lo hizo tan a conciencia ante el sultán, que se maravilló de su inteligencia, de su comprensión para aquellos asuntos y de su admirable manera de administrar justicia, y le distinguió más aún, entrando en gran intimidad con él.
Y Nureddin siguió desempeñando a maravilla sus elevadas funciones; pero no por eso olvidó la educación de su hijo Hassan Badreddin, a pesar de todos los asuntos del reino. Porque Nureddin era cada día más poderoso y más favorecido del sultán, que aumentó el número de sus chambelanes, servidores, guardias y correos. Y llegó a ser tan rico, que pudo dedicarse al comercio en gran escala, fletando naves mercantes que recorrían todo el mundo; construyendo molinos y ruedas elevadoras de agua y plantando magníficos huertos y jardines. Y todo esto antes de que su hijo cumpliera los cuatro años.
Falleció entonces el anciano visir, suegro de Nureddin, y éste le hizo un entierro solemne, al cual asistieron él y todos los grandes del reino.
Y desde entonces Nureddin se consagró exclusivamente a la educación de su hijo. Y lo confió al sabio más versado en leves religiosas y civiles. Este sabio venerable iba todos los días a dar lecciones de lectura al niño Hassan Badreddin, y poco a poco, con método, le inició en la interpretación del Corán, que acabó por aprenderse de memoria, y después el sabio siguió años y años enseñando a su discípulo todos los conocimientos útiles. Y Hassan no dejaba de crecer en hermosura, gracia y perfección, como dice el poeta:
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- ¡Este joven! ¡Es la luna y, como ella, resplandece de hermosura, aunque el sol tome el esplendor de sus rayos de las anémonas de sus mejillas!
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- ¡Es el rey de la hermosura por su distinción sin igual! ¡Y habrá que suponer que prestó su lozanía a las flores y las praderas!
Durante todo aquel tiempo, el joven Hassan Badreddin no abandonó un instante el palacio de su padre Nureddin, pues el sabio le exigía una gran atención a sus lecciones. Pero cuando Hassan cumplió los quince años y ya no tuvo que aprender nada más del viejo maestro, su padre le llamó, le puso el traje más lujoso que encontró entre los suyos, le hizo que montara en la mejor de sus mulas y se dirigió con él al palacio del sultán, atravesando con numeroso séquito las calles de Bassra.
Y todos los habitantes, al ver al joven Hassan Badreddin, prorrumpían en gritos de admiración, por su hermosura, la esbeltez de su talle, su gracia y sus modales encantadores. Y exclamaban: "¡Por Alah! ¡Es hermoso como la luna! ¡Que Alah lo libre del mal de ojo!" Y aquello duró hasta la llegada de Badreddin y su padre al palacio.
Cuando el sultán vió la hermosura del joven Hassan Badreddin, quedó tan sorprendido, que perdió la respiración y se olvidó de respirar durante un buen rato. Y le mandó acercarse, y le estimó mucho, le hizo su favorito, colmándole de regalos, y dijo a su padre Nureddin: "Visir, es absolutamente indispensable que me lo envíes todos los días, pues comprendo que no podría pasarme sin él". Y el visir Nureddin tuvo que contestar: "Escucho y obedezco".
Cuando Hassan Badreddin hubo llegado a ser amigo y favorito del sultán, su padre Nureddin cayó gravemente enfermo, y sospechando que no tardaría Alah en llamarle a Su misericordia, mandó a buscar a su hijo y le dirigió las últimas advertencias, diciéndole: "Sabe, ¡oh hijo mío! que este mundo es para nosotros una morada pasajera, porque el mundo futuro es eterno. Por eso antes de morir quiero darte algunas instrucciones; óyelas bien y ábreles tu corazón". Y Nureddin explicó a su hijo Hassan las mejores normas para conducirse como es debido con sus semejantes y guiarse en la vida.
Luego se acordó Nureddin de su hermano Chamseddin, el visir de Egipto, y de su país y de sus parientes y de todos sus amigos de El Cairo, y al recordarlos no pudo dejar de llorar por no haberlos vuelto a ver. Pero en seguida se acordó de que tenía que aconsejarle algo más a Hassan, y le dijo: "Hijo mío, conserva en tu memoria las palabras que voy a decirte, porque son muy importantes. Sabe que tengo en El Cairo un hermano llamado Chamseddin, que es tío tuyo, y además visir de Egipto. Hace tiempo que nos separamos algo disgustados, y yo estoy aquí, en Bassra, sin licencia suya. Voy, pues, a dictarte mis últimas disposiciones sobre esto. Toma un papel y un cálamo y escribe lo que dicte”
Entonces Hassan Badreddin cogió una hoja de papel, extrajo el tintero del cinturón, sacó del estuche el mejor cálamo, que era el que estaba mejor cortado, lo mojó en la estopa empapada en tinta sobre la mano izquierda, y cogiendo el cálamo con la derecha, le dijo a Nureddín: "¡Oh padre mío, escucho tus palabras!" Y Nureddín empezó a dictar: "En nombre de Alah el Clemente, el Misericordioso..."
Y continuó dictando en seguida a su hijo toda su historia, desde el principio hasta el fin, y además le dictó la fecha de su llegada a Bassra, y de su casamiento con la hija del viejo visir, y le dictó su genealogía completa, sus ascendientes directos e indirectos, con sus nombres; el nombre de su padre y de su abuelo, su origen, su grado de nobleza personal adquirida, y en fin, todo su linaje paterno y materno.
Después le dijo: "Conserva cuidadosamente ese pliego de papel. Y si por mandato del Destino te ocurriese alguna desgracia en tu vida, regresa al país de origen de tu padre, en donde nací yo, o sea El Cairo, la ciudad próspera; pregunta allí por tu tío el visir, que vive en nuestra casa, y salúdale de mi parte deseándole la paz, y dile que he muerto afligido por morir en el extranjero, lejos de él, y que antes de morir no tenía más deseo que verle. He aquí, ¡oh mi hijo Hassan! los consejos que quería darte. ¡Te conjuro a que no los olvides!"
Entonces Hassan Badreddin dobló cuidadosamente el papel, después de echarle arenilla, secarlo y sellarlo con el sello de su padre el visir, y luego lo colocó en el forro de su turbante, y lo cosió allí, habiéndolo envuelto en un pedazo de hule para preservarlo de la humedad.
Hecho esto, no pensó más que en llorar, besando la mano de su padre Nureddin y afligiéndose al comprender que se quedaba solo, siendo tan joven, y privado de la compañía de su padre. Y Nureddin no dejó de dar consejos a su hijo Hassan Badreddin hasta que entregó el alma.
Entonces Hassan Badreddin sintió un pesar grandísimo, así como el sultán y todos los emires, y los grandes y los humildes. Y enterraron a Nureddin según su rango.
Hassan Badreddin hizo durar dos meses las ceremonias del luto, y durante todo este tiempo no salió un instante de su casa y hasta olvidó la visita a palacio para saludar al sultán según costumbre.
Y el sultán no comprendió que era la aflicción la que retenía al hermoso Hassan Badreddin lejos de él, sino que pensó que Hassan lo abandonaba y lo menospreciaba. Y entonces se indignó mucho, y en vez de nombrar a Hassan sucesor de su padre el visir Nureddin, nombró a otro para este cargo haciendo privado suyo a un joven chambelán. No contento con esto, hizo más el sultán contra Hassan Badreddin. Mandó sellar y confiscar todos sus bienes, todas sus casas y todas sus propiedades, y después dispuso que prendiesen a Hassan Badreddin y se lo llevasen encadenado.
Y en seguida el nuevo visir, en compañía de varios chambelanes, se dirigió a la casa del joven Hassan, que no podía sospechar la desgracia que le amenazaba.
Pero afortunadamente, había entre los esclavos de su palacio un joven mameluk que quería mucho a Hassan Badreddin. En cuanto supo lo que pasaba, echó a correr, y llegó a casa del joven Hassan, al cual halló muy triste, con la cabeza baja y el corazón dolorido, sin dejar de pensar en la muerte de su padre. Y el esclavo le enteró entonces lo que ocurría. Y Hassan le preguntó: "¿Pero no tendré tiempo para coger algo con qué subsistir durante mi huída al extranjero?" Y el mameluk le dijo: "El tiempo urge. No pienses más que en salvar tu persona".
Al oírle, el joven Hassan, vestido tal como estaba, y sin llevar nada consigo, salió apresuradamente, después de echarse la orla de su túnica por encima de la cabeza para que no lo conociesen. Y siguió caminando hasta que se vió fuera de la ciudad.
Al saber los habitantes de Bassra que se había intentado prender a Hassan Badreddin, hijo del difunto visir Nureddin, y la confiscación de sus bienes y su probable sentencia de muerte, se afligieron en extremo y exclamaron: "¡Qué lástima de hermosura y de joven tan agradable!" Y Hassan, al recorrer las calles sin que le conociesen, oía estos lamentos y exclamaciones. Pero aun se apresuró más, y siguió andando, hasta que la suerte y el destino hicieron que precisamente pasase por el cementerio donde estaba la turbeh (tumba) de su padre. Entonces entró en el cementerio, y caminando por entre las tumbas llegó a la turbeh de su padre. Y se quitó la ropa que le cubría la cabeza, entró bajo la cúpula de la turbeh, y resolvió pasar allí la noche.
Pero mientras permanecía sentado y sumido en sus pensamientos, vió que se le acercaba un judío de Bassra, mercader conocidísimo en la ciudad. Este mercader judío regresaba de un pueblo cercano, encaminándose a Bassra. Y al pasar cerca de la turbeh de Nureddin, miró hacia el interior, y vió al joven Hassan Badreddin, a quien conoció en seguida. Entonces entró, se acercó a él respetuosamente y le dijo: "¡Oh mi señor! ¡qué mal semblante tienes y qué desmejorado estás, siendo tan hermoso! ¿Te ha ocurrido alguna nueva desgracia además del fallecimiento de tu padre el visir Nureddin, a quien respeté, y que tanto me quería y estimaba? ¡Téngale Alah en Su misericordia!"
Pero Hassan Badreddin no quiso revelarle el verdadero motivo de su trastorno, y le contestó: "Esta tarde, mientras estaba durmiendo, se me presentó mi difunto padre, y me ha reconvenido porque no visitaba su turbeh. De pronto me desperté, lleno de terror y remordimiento, y me vine aquí en seguida. Y aun estoy bajo aquella impresión tan penosa".
Entonces el judío le dijo: ";.0h mi señor! Hace tiempo que pensaba ir en tu busca para hablarte de un asunto, y ahora me favorece la casualidad, puesto que te encuentro. Sabes, pues, ¡oh mi joven señor! que tu padre el visir, con quien estaba yo en relaciones mercantiles, había fletado naves que ahora vuelven cargadas de mercancías. Estas naves vienen consignadas a él. Si quisieras cederme su carga, te ofrecería mil dinares por cada una, y te pagaría al contado".
Y el judío sacó de su bolsillo un monedero lleno de oro, contó mil dinares, y se los ofreció en seguida a Hassan, que no dejó de aceptar este ofrecimiento ordenado por Alah para sacarlo del apuro en que se hallaba. Y el judío añadió: "Ahora. ¡oh mi señor! ponme el recibo, provisto de tu sello". Y Hassan Badreddin cogió el papel que le alargaba el judío, así como el cálamo, mojó éste en el tintero de cobre, y escribió en el papel:
"Declaro que quien ha escrito este papel es Hassan Badreddin, hijo del difunto visir Nureddin (¡Alah lo haya acogido en su misericordia), y que ha vendido al judío N., hijo de N., mercader de Bassra, el cargamento de la primera nave que llegue a la ciudad de Bassra y forme parte de las pertenecientes a mi padre Nureddin. Y vendo esto por mil dinares, y nada más". Luego puso su sello en la parte inferior de la hoja, y se la entregó al judío, que lo saludó respetuosamente, y se fué.
Entonces Hassan rompió a llorar, pensando en su padre, en su posición pasada y en su suerte presente; pero como ya se había hecho de noche, le venció el sueño y se quedó dormido en la turbeh. Y así siguió hasta que salió la luna, y como en aquel momento se le había escurrido la cabeza encima de la piedra de la turbeh, hubo de dar una vuelta completa, echándose de espaldas, y la luna iluminó por completo su rostro, que resplandecía con toda su belleza.
Aquel cementerio era frecuentado por efrits de la buena especie, efrits musulmanes y creyentes. Y por casualidad, aquella noche, una encantadora efrita volaba por allí, tomando el fresco, y vió a la luz de la luna al joven Hassan que estaba durmiendo, y observó su belleza y sus hermosas proporciones, y quedándose maravillada, dijo: "¡Gloria a Alah! ¡Oh, qué hermoso joven! ¡Cómo me enamoran sus hermosos ojos, que me figuro muy negros y de una blancura ... !" Pero después pensó: "Mientras se despierta, voy a seguir mi paseo por los aires". Y echó a volar, subió muy arriba buscando el fresco, y se encontró en lo más alto con uno de sus compañeros, un efrit también musulmán. Le saludó muy gentilmente y él le devolvió el saludo con mucha deferencia. Entonces ella le preguntó: "¿De dónde vienes, compañero?" Y él le contestó: "De El Cairo". Y la efrita volvió a preguntar: "¿Les va bien a los buenos creyentes de El Cairo?" Y el efrit contestó: "Gracias a Alah, les va bien". Entonces la efrita le dijo: "Compañero, ¿quieres venir conmigo para admirar la hermosura de un joven que está durmiendo en el cementerio de Basrra?" Y el efrit dijo: "Estoy a tus órdenes".
Entonces se cogieron de la mano, descendieron juntos al cementerio, y se pararon delante de Hassan, dormido. Y la efrita dijo al efrit, guiñándole el ojo: "¿Eh? ¿Tenía yo razón?" Y el efrit, asombrado por la maravillosa hermosura de Hassan Badreddin, exclamó: "¡Por Alah! ¡No he visto cosa parecida! ¡Ha sido creado para poner en combustión todas las vulvas!" Después reflexionó un momento, y dijo: "Sin embargo, hermana mía, he de decirte que he visto a otra persona que puede compararse con este joven tan hermoso". Y la efrita exclamó: "¡No es posible!" Y dijo el efrit: "¡Por Alah, que la he visto. Ha sido bajo el clima de Egipto, en El Cairo, y es la hija del visir Chamseddin". La efrita dijo: "Pues no la conozco". Y el efrit le replicó: "Escucha. He aquí la historia de esa joven:
"Su padre, el visir Chamseddin, ha caído en desgracia por causa de ella. Habiendo oído el sultán de Egipto hablar a sus mujeres de la belleza extraordinaria de la hija del visir, se la pidió en matrimonio a su padre. Pero el visir Chamseddin, que había pensado otra cosa para su hija, se vió en una gran confusión, y dijo al sultán: "¡Oh, mi señor y soberano! Ten la bondad de permitirme que me excuse, y perdóname por ello. Ya sabes la historia de mi pobre hermano Nureddin, que era visir conmigo. Ya sabes que desapareció un día, sin que hayamos vuelto a saber de él. Y el motivo de su marcha no pudo ser más leve". Y contó al sultán detalladamente este motivo. Y después añadió: "He jurado ante Alah, el día que nació mi hija, que ocurriera lo que ocurriera, no la casaría más que con el hijo de mi hermano Nureddin. Y han transcurrido desde entonces dieciocho años. Pero afortunadamente, he sabido hace pocos días que mi hermano Nureddin se había casado con la hija del visir de Bassra, y que había tenido un hijo. Por lo tanto, mi hija, nacida de mis obras con su madre, está destinada y escriturada a su primo, el hijo de mi hermano Nureddin. En cuanto a ti, ¡oh mi señor y soberano! puedes elegir otra joven. El Egipto está lleno de ellas. ¡Y muchas son bocado de rey!"
Pero el sultán, al oírle, se enfureció mucho, y gritó: "¡Qué has dicho, miserable visir! ¡Te quise honrar descendiendo hasta ti para casarme con tu hija, y aun te atreves a negármela, alegando ese pretexto tan estúpido! ¡Está muy bien! Pero juro por mi cabeza que te obligaré a casarla, a despecho de tu nariz, con el último de mis servidores". Y el sultán tenía un palafrenero contrahecho y jorobado, con una joroba delante y otra joroba detrás, y le mandó llamar en seguida y dispuso que se escribiese su contrato de matrimonio con la hija del visir Chamseddin, a pesar de las súplicas del padre. Y ordenó al jorobado que se acostara aquella misma noche con la joven. Además, mandó que la boda se celebrase lujosamente y con música".
Así los he dejado, ¡oh hermana mía! en el momento en que los esclavos de palacio rodeaban al jorobado y le dirigían bromas egipcias muy graciosas, llevando cada uno en la mano las velas de la boda para acompañar al novio. Y éste tomaba el baño en el hammam, entre las risas y las burlas de los esclavos, que decían: "¡Mejor quisiéramos tener la herramienta pelada de un borrico, que el asqueroso zib de este jorobeta!" Y efectivamente, hermana mía, el jorobado es muy feo y repulsivo".
Y el efrit, al recordarle, escupió en el suelo con un gesto de repugnancia. Después dijo: "En cuanto a la joven, es la criatura más bella que he visto en mi vida. Puedo asegurarte que es todavía más hermosa que este mancebo. La llaman Sett El-Hosn, (Soberana de la Belleza) y se merece el nombre.
Ha quedado llorando amargamente, alejada de su padre al cual se le ha prohibido asistir a la ceremonia. Y está sola, en medio de los festejos, entre los músicos, danzarinas y cantadoras. Y el repugnante palafrenero no tardará en salir del hammam, y le aguardan para empezar la fiesta.
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
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