LA 5ª NOCHE
Ella dijo:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que
el rey Yunán dijo a su visir: "Visir, has dejado entrar en ti la envidia
contra el médico, y quieres que yo lo mate para que luego me arrepienta, como
se arrepintió el rey Sindabad después de haber matado al halcón". El visir
preguntó: "¿Y cómo ocurrió eso?"
Entonces el rey Yunán contó:
Dicen que entre los reyes de Fars hubo uno
muy aficionado a diversiones, a paseos por los jardines y a toda especie de
cacerías. Tenía un halcón adiestrado por él mismo, y no lo dejaba de día ni de
noche, pues hasta por la noche lo tenía sujeto al puño. Cuando iba de caza lo
llevaba consigo, y le había colgado del cuello un vasito de oro, en el cual le
daba de beber. Un día estaba el rey sentado en su palacio, y vio de pronto
venir al wekil (intendente) que estaba encargado de las aves de caza, y le
dijo: "¡Oh rey de los siglos! Llegó la época de ir de caza". Entonces
el rey hizo sus preparativos y se puso el halcón en el puño. Salieron después y
llegaron a un valle, donde armaron las redes de caza. Y de pronto cayó una
gacela en las redes.
Entonces dijo el rey: Mataré a aquel por cuyo
lado pase la gacela".
Empezaron a estrechar la red en torno de la
gacela, que se aproximó al rey y se enderezó sobre las patas como si quisiera
besar la tierra delante del rey. Entonces el rey comenzó a dar palmaditas para
hacer huir a la gacela, pero ésta brincó y pasó por encima de su cabeza y se
internó tierra adentro.
El rey se volvió entonces hacia los guardias,
y vio que guiñaban los ojos maliciosamente. Al presenciar tal cosa, le dijo al
visir: "¿Por qué se hacen esas señas mis soldados?" Y el visir
contestó: "Dicen que has jurado matar a aquel por cuya proximidad pasase
la gacela". Y el rey exclamó: "¡Por mi vida! ¡Hay que perseguir y
alcanzar a esa gacela!" Y se puso a galopar, siguiendo el rastro, y pudo
alcanzarla. El halcón le dio con el pico en los ojos de tal manera, que la cegó
y la hizo sentir vértigos. Entonces el rey empuñó su maza, golpeando con ella a
la gacela hasta hacerla caer desplomada. En seguida descabalgó, degollándola y
desollándola, y colgó del arzón de la silla los despojos.
Hacía bastante calor, y aquel lugar era
desierto, árido, y carecía de agua. El rey tenía sed y también el caballo. Y el
rey se volvió y vio un árbol del cual brotaba agua como manteca. El rey llevaba
la mano cubierta con un guante de piel; cogió el vasito del cuello del halcón,
lo llenó de aquella agua, y lo colocó delante del ave, pero ésta dio con la
pata al vaso y lo volcó. El rey cogió el vaso por segunda vez, lo llenó, y como
seguía creyendo que el halcón tenía sed, se lo puso delante, pero el halcón le dio
con la pata por segunda vez, y lo volcó. Y el rey se encolerizó contra el halcón,
y cogió por tercera vez el vaso, pero se lo presentó al caballo, y el halcón
derribó el vaso con el ala.
Entonces dijo el rey: "¡Alah te sepulte,
oh la más nefasta de las aves de mal agüero! No me has dejado beber, ni has
bebido tú, ni has dejado que beba el caballo". Y dio con su espada al
halcón y le cortó las alas. Entonces el halcón, irguiendo la cabeza, le dijo
por señas: "Mira lo que hay en el árbol". Y el rey levantó los ojos y
vio en el árbol una serpiente, y el líquido que corría era su veneno. Entonces
el rey se arrepintió de haberle cortado las alas al halcón. Después se levantó,
montó a caballo, se fue, llevándose la gacela, y llegó a su palacio.
Le dio la gacela al cocinero, y le dijo:
"Tómala y guísala". Luego se sentó en su trono, sin soltar al halcón.
Pero el halcón, tras una especie de estertor, murió. El rey, al ver esto,
prorrumpió en gritos de dolor y de amargura por haber matado al halcón que le
había salvado de la muerte.
¡Tal es la historia del rey Sindabad!"
Cuando el visir hubo oído el relato del rey
Yunán, le dijo: "¡Oh gran rey lleno de dignidad! ¿Qué daño he hecho yo
cuyos funestos efectos hayas tú podido ver? Obro así por compasión hacia tu
persona. Y ya verás cómo digo la verdad. Si me haces caso podrás salvarte, y si
no, perecerás como pereció un visir astuto que engañó al hijo de un rey entre
los reyes.
El rey de que se trata tenía un hijo
aficionadísimo a la caza con galgos, y tenía también un visir. El rey mandó al
visir que acompañara a su hijo allá donde fuese. Un día entre los días, el hijo
salió a cazar con galgos, y con él salió el visir. Y ambos vieron un animal
monstruoso. Y el visir dijo al hijo del rey: "¡Anda contra esa fiera!
¡Persíguela!" Y el príncipe se puso a perseguir a la fiera hasta que todos
le perdieron de vista. Y de pronto la fiera desapareció del desierto. Y el
príncipe permanecía perplejo, sin saber hacia dónde ir, cuando vio en lo más
alto del camino una joven esclava que estaba llorando.
El príncipe le preguntó: "¿Quién
eres?" Y ella respondió: "Soy la hija de un rey de reyes de la India.
Iba con la caravana por el desierto, sentí ganas de dormir, y me caí de la
cabalgadura sin darme cuenta. Entonces me encontré sola y abandonada". A
estas palabras, sintió lástima el príncipe y emprendió la marcha con la joven,
llevándola a la grupa de su mismo caballo. Al pasar frente a un bosquecillo, la
esclava le dijo: "¡Oh señor, desearía evacuar una necesidad!"
Entonces el príncipe la desmontó junto al bosquecillo, y viendo que tardaba
mucho, marchó detrás de ella sin que la esclava pudiera enterarse. La esclava
era un vampiro, y estaba diciendo a sus hijos: "¡Hijos míos, os traigo un
joven muy robusto!" Y ellos dijeron: "¡Tráenoslo, madre, para que lo
devoremos!" Cuando lo oyó el príncipe, ya no pudo dudar de su próxima
muerte, y las carnes le temblaban de terror mientras volvía al camino.
Cuando salió la vampiro de su cubil, al ver
al príncipe temblar como un cobarde, le preguntó: "¿Por qué tienes
miedo?" Y él dijo: "Hay un enemigo que me inspira temor". Y
prosiguió la vampiro: "Me has dicho que eres un príncipe..." Y
respondió él: "Así es la verdad". Y ella le dijo: "Y entonces,
¿por qué no das algún dinero a tu enemigo para satisfacerle?" El príncipe
replicó: "No se satisface con dinero. Sólo se contenta con el alma. Por
eso tengo miedo, como víctima de una injusticia". Y la vampiro le dijo:
"Si te persiguen como afirmas, pide contra tu enemigo la ayuda de Alah, y
Él te librará de sus maleficios y de los maleficio de aquellos de quienes tienes
miedo".
Entonces el príncipe levantó la cabeza al
cielo y dijo: "¡Oh tú, que atiendes al oprimido que te implora, hazme
triunfar de mi enemigo, y aléjale de mí, pues tienes poder para cuanto
deseas!"
Cuando la vampiro oyó estas palabras,
desapareció. Y el príncipe pudo regresar al lado de su padre, y le dio cuenta
del mal consejo del visir. Y el rey mandó matar al visir".
En seguida el visir del rey Yunán prosiguió
de este modo:
¡Y tú, oh rey, si te fías de ese médico,
cuenta que te matará con la peor de las muertes! Aunque le hayas colmado de
favores, y le hayas hecho tu amigo, está preparando tu muerte. ¿Sabes por qué
te curó de tu enfermedad por el exterior de tu cuerpo, mediante una cosa que
tuviste en la mano? ¿No crees que es sencillamente para causar tu pérdida con
una segunda cosa que te mandará también coger?"
Entonces el rey Yunán dijo: "Dices la
verdad. Hágase según tu opinión, ¡oh visir bien aconsejado! Porque es muy
probable que ese médico haya venido ocultamente como un espía para ser mi
perdición. Si me ha curado con una cosa que he tenido en la mano, muy bien
podría perderme con otra que, por ejemplo, me diera a oler". Y luego el
rey Yunán dijo a su visir: "¡Oh visir! ¿Qué debemos hacer con él?" Y
el visir respondió: "Hay que mandar inmediatamente que le traigan, y
cuando se presente aquí degollarlo, y así te librarás de sus maleficios, y
quedarás desahogado y tranquilo. Hazle traición antes que él te la haga a
ti"
Y el rey Yunán dijo: "Verdad dices, ¡oh
visir!" Después el rey mandó llamar al médico, que se presentó alegre,
ignorando lo que había resuelto el Clemente.
El poeta lo dice en sus versos:
¡Oh tú, que temes los embates del Destino,
tranquilízate! ¿No sabes que todo está en las manos de Aquel que ha formado la
tierra?
Porque lo que está escrito, escrito está y no
se borra nunca! ¡Y lo que no está escrito no hay por qué temerlo!
¡Y tú Señor! ¿Podré dejar pasar un día sin
cantar tus alabanzas? ¿Para quién reservaría si no el don maravilloso de mi
estilo rimado y mi lengua de Poeta?
¡Cada nuevo don que recibo de tus manos, ¡oh
Señor! es más hermoso que el precedente y se anticipa a mis deseos!
Por eso, ¿cómo no cantar tu gloria, toda tu
gloria, y alabarte en mi alma y en público?
¡Pero he de confesar que nunca tendrán mis
labios elocuencia bastante, ni mi pecho fuerza suficiente para cantar y para
llevar los beneficios de que me has colmado!
¡Oh tú que dudas, confía tus asuntos a las
manos de Alah, el único Sabio! ¡Y así que lo hagas tu corazón nada tendrá que
temer por parte de los hombres!
¡Sabes también que nada se puede hacer por tu
voluntad, sino por la voluntad del Sabio de los Sabios!
¡No desesperes pues, nunca y olvida todas las
tristezas y todas las zozobras! ¿No sabes que las zozobras destruyen el corazón
más firme y más fuerte?
¡Abandónaselo todo! ¡Nuestros proyectos no
son más que proyectos de esclavos impotentes ante el único Ordenador! ¡Déjate
llevar! ¡Así disfrutarás de una paz duradera!
Cuando se presentó el médico Ruyán, el rey le
dijo: "¿Sabes por qué te he hecho venir a mi presencia?" Y el médico
contestó: "Nadie sabe lo desconocido, más que Alah el Altísimo".
Y el rey le dijo: "Te he mandado llamar
para matarte y arrancarte el alma". Y el médico Ruyán, al oír estas
palabras, se sintió asombrado, con el más prodigioso asombro, y dijo: "¡Oh
rey! ¿Por qué me has de matar? ¿Qué falta he cometido?" Y el rey contestó:
"Dicen que eres un espía y que viniste para matarme. Por eso te voy a
matar antes de que me mates". Después el rey llamó al porta-alfanje y le
dijo: "¡Corta la cabeza a ese traidor y líbranos de sus maleficios!"
El médico le dijo: "Consérvame la vida, y Alah te la conservará. No me
mates, si no Alah te matará también".
Después reiteró la súplica, como yo lo hice
dirigiéndome a ti ¡oh efrit! sin que me hicieras caso, pues, por el contrario,
persististe en desear mi muerte.
Y en seguida el rey Yunán dijo al médico:
"No podré vivir confiado ni estar tranquilo como no te mate. Porque si me
has curado con una cosa que tuve en la mano, creo que me matarás con otra cosa
que me des a oler o de cualquier modo". Y dijo el médico: "¡Oh rey!
¿Es ésta tu recompensa? ¿Así devuelves mal por bien?" Pero el rey
insistió: "No hay más remedio que darte la muerte sin demora". Y
cuando el médico se convenció de que el rey quería matarle sin remedio, lloró y
se afligió al recordar los favores que había hecho a quienes no los merecían.
Ya lo dice el poeta:
¡La joven y loca Moimuna es verdaderamente
bien pobre de espíritu! ¡Pero su padre, en cambio, es un hombre de gran corazón
y considerado entre los mejores!
¡Miradle, pues! ¡Nunca anda sin su farol en
la mano, y así evita el lodo de los caminos, el polvo de las carreteras y los
resbalones peligrosos...!
En seguida se adelantó el porta-alfanje,
vendó los ojos del médico, y sacando la espada, dijo al rey: "Con tu
venia". Pero el médico seguía llorando y suplicando al rey:
"Consérvame la vida, y Alah te la conservará. No me mates, o Alah te
matará a ti".
Y recitó estos versos de un poeta:
¡Mis consejos no tuvieron ningún éxito, mientras
que los consejos de los ignorantes conseguían su propósito! ¡No recogí más que
desprecios!
¡Por esto, si logro vivir, me guardaré mucho
de aconsejar! ¡Y si muero, mi ejemplo servirá a los demás para que enmudezca su
lengua!
Y dijo después al rey: "¿Es ésta tu
recompensa? He aquí que me tratas como hizo un cocodrilo". Entonces
preguntó el rey: "¿Qué historia es esa de un cocodrilo?" Y el médico
dijo: "¡Oh señor! No es posible contarla en este estado. ¡Por Alah sobre
ti! ¡Consérvame la vida y Alah te la conservará!"
Y después comenzó a derramar copiosas
lágrimas. Entonces algunos de los favoritos del rey se levantaron y dijeron:
"¡Oh rey! Concédenos la sangre de este médico, pues nunca le hemos visto
obrar en contra tuya; al contrario, le vimos librarte de aquella enfermedad que
había resistido a los médicos y a los sabios". El rey les contestó:
"Ignoráis la causa de que mate a este médico; si lo dejo con vida, mi
perdición es segura, porque si me curó de la enfermedad con una cosa que tuve en
la mano, muy bien podría matarme dándome a oler cualquier otra. Tengo mucho
miedo de que me asesine para cobrar el precio de mi muerte, pues debe ser un
espía que ha venido a matarme. Su muerte es necesaria; sólo así podré perder
mis temores". Entonces el médico imploró otra vez: "Consérvame la
vida para que Alah te la conserve; y no me mates, para que no te mate
Alah".
Pero ¡oh efrit! cuando el médico se convenció
de que el rey lo iba a hacer matar sin remedio, dijo: "¡Oh rey! Si mi
muerte es realmente necesaria, déjame ir a casa para despachar mis asuntos,
encargar a mis parientes y vecinos que cuiden de enterrarme, y sobre todo para
regalar mis libros de medicina. A fe que tengo un libro que es verdaderamente
el extracto de los extractos y la rareza de las rarezas, que quiero legarte
como un obsequio para que lo conserves cuidadosamente en tu armario".
Entonces el rey preguntó al médico:
"¿Qué libro es ese?" Y contestó el médico: "Contiene cosas
inestimables; el menor de los secretos que revela es el siguiente: Cuando me
corten la cabeza, abre el libro, cuenta tres hojas y vuélvelas; lee en seguida
tres renglones de la página de la izquierda; y entonces la cabeza cortada te
hablará y contestará a todas las preguntas que le dirijas".
Al oír estas palabras el rey se asombró hasta
el límite del asombro, y estremeciéndose de alegría y de emoción, dijo:
"¡Oh médico! ¿Hasta cortándote la cabeza hablarás?" Y el médico
respondió: "Sí, en verdad, ¡oh rey! Es, efectivamente, una cosa
prodigiosa". Entonces el rey le permitió que saliera, aunque escoltado por
guardianes, y el médico llegó a su casa, y despachó sus asuntos aquel día, y al
siguiente día también. Y el rey subió al diwán, y acudieron los emires, los
visires, los chambelanes, los nawabs (lugartenientes o representantes del rey)
y todos los jefes del reino, y el diwán parecía un jardín lleno de flores.
Entonces entró el médico en el diwán y se
colocó de pie ante el rey, con un libro muy viejo y una cajita de colirio llena
de unos polvos. Después se sentó y dijo: "Que me traigan una
bandeja". Le llevaron una bandeja, y vertió los polvos, y los extendió por
la superficie. Y dijo entonces: "¡Oh rey! coge ese libro, pero no lo abras
antes de cortarme la cabeza. Cuando la hayas cortado colócala en la bandeja y manda
que la aprieten bien contra los polvos para restañar la sangre. Después abrirás
el libro".
Pero el rey, lleno de impaciencia no le
escuchaba ya; cogió el libro y lo abrió, pero encontró las hojas pegadas unas a
otras. Entonces metiendo su dedo en la boca, lo mojó con su saliva y logró
despegar la primera hoja. Lo mismo tuvo que hacer con la segunda y la tercera
hoja, y cada vez se abrían las hojas con más dificultad. De ese modo abrió el
rey seis hojas, y trató de leerlas, pero no pudo encontrar ninguna clase de
escritura. Y el rey dijo: "¡Oh médico, no hay nada escrito!"
Y el médico respondió: "Sigue volviendo
más hojas del mismo modo". Y el rey siguió volviendo más hojas. Pero
apenas habían pasado algunos instantes circuló el veneno por el organismo del
rey en el momento y en la hora misma, pues el libro estaba envenenado. Y
entonces sufrió el rey horribles convulsiones, y exclamó: "¡El veneno
circula!"
Y después el médico Ruyán comenzó a
improvisar versos diciendo:
¡Esos jueces! ¡Han juzgado, pero excediéndose
en sus derechos y contra toda justicia! ¡Y sin embargo, oh Señor, la justicia
existe!
¡A su vez fueron juzgados! ¡Si hubieran sido
íntegros y buenos, se les habría perdonado! ¡Pero oprimieron y la suerte los ha
oprimido y les ha abrumado con las peores tribulaciones!
¡Ahora son motivo de burla y de piedad para
el transeúnte! ¡Esa es la ley! ¡Esto a cambio de aquello! ¡Y el Destino se ha
cumplido con toda lógica!
Cuando Ruyán el médico acababa su recitado,
cayó muerto el rey. Sabe ahora ¡Oh efrit, que si el rey Yunán hubiera
conservado al médico Ruyán, Alah a su vez le habría conservado! Pero al
negarse, decidió su propia muerte.
Y si tú, ¡oh efrit, hubieses querido
conservarme, Alah te habría conservado!
En este momento de su narración, Scheherezade
vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y su hermana Doniazada le
dijo: "¡Qué deliciosas son tus palabras!"
Y Scheherezade contestó:
"Nada es eso comparado con lo que os contaré la noche próxima, si vivo
todavía y el rey tiene a bien conservarme".
Y pasaron aquella noche en la
dicha completa y en la felicidad hasta por la mañana. Después el rey se dirigió
al diwán. Y cuando terminó el diwán, volvió a su palacio y se reunió con los
suyos.
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