2ª NOCHE
Doniazada dijo a su hermana Scheherezade:
"¡Oh hermana mía! Te ruego que acabes la historia del mercader y el
efrit". Y Scheherezade respondió: "De todo corazón, y como debido
homenaje, siempre que el rey me lo permita". Y el rey ordenó: "Puedes
hablar".
Ella dijo:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado,
dotado de ideas justas y rectas! que cuando el mercader vio llorar al ternero,
se enterneció su corazón, y dijo al mayoral: "Deja ese ternero con el
ganado".
Y a todo esto, el efrit se asombraba
prodigiosamente de esta historia asombrosa. Y el jeique dueño de la gacela
prosiguió de este modo:
¡Oh señor de los reyes de los efrits! todo
esto aconteció. La hija de mi tío, esta gacela, hallábase allí mirando, y
decía: "Debemos sacrificar ese ternero tan gordo". Pero yo, por
lástima, no podía decidirme, y mandé al mayoral que de nuevo se lo llevara,
obedeciéndome él.
El segundo día, estaba yo sentado, cuando se
me acercó el pastor y me dijo: "¡Oh amo mío! Voy a enterarte de algo que
te alegrará. Esta buena nueva bien merece una gratificación". Y yo le
contesté: "Cuenta con ella". Y me dijo: "¡Oh mercader ilustre!
Mi hija es bruja, pues aprendió la brujería de una vieja que vivía con
nosotros. Ayer, cuando me diste el ternero, entré con él en la habitación de mi
hija, y ella, apenas lo vio, cubriose con el velo la cara, echándose a llorar,
y después a reír. Luego me dijo: "Padre, ¿tan poco valgo para ti que dejas
entrar hombres en mi aposento?" Yo repuse: "Pero ¿dónde están esos
hombres? ¿Y por qué lloras y ríes así?" Y ella me dijo: "El ternero
que traes contigo es hijo de nuestro amo el mercader, pero está encantado. Y es
su madrastra la que lo ha encantado, y a su madre con él. Me he reído al verle
bajo esa forma de becerro. Y si he llorado es a causa de la madre del becerro,
que fué sacrificada por el padre".
Estas palabras de mi hija me sorprendieron
mucho, y aguardé con impaciencia que volviese la mañana para venir a enterarte
de todo".
Cuando oí ¡oh poderoso efrit! -prosiguió el
jeique- lo que me decía el mayoral, salí con él a toda prisa, y sin haber
bebido vino creíame embriagado por el inmenso júbilo y por la gran felicidad
que sentía al recobrar a mi hijo. Cuando llegué a casa del mayoral, la joven me
deseó la paz y me besó la mano, y luego se me acercó el ternero, revolcándose a
mis pies. Pregunté entonces a la hija del mayoral: "¿Es cierto lo que afirmas
de este ternero?" Y ella dijo: "Cierto, sin duda alguna. Es tu hijo,
la llama de tu corazón". Y le supliqué: "¡Oh gentil y caritativa
joven! si desencantas a mi hijo, te daré cuantos ganados y fincas tengo al
cuidado de tu padre". Sonrió al oír estas palabras, y me dijo: "Sólo
aceptaré la riqueza con dos condiciones: la primera, que me casaré con tu hijo,
y la segunda, que me dejarás encantar y aprisionar a quien yo desee. De lo
contrario, no respondo de mi eficacia contra las perfidias de tu mujer".
Cuando yo oí, ¡oh poderoso efrit! las
palabras de la hija del mayoral, le dije: "Sea, y por añadidura tendrás
las riquezas que tu padre me administra. En cuanto a la hija de mi tío, te
permito que dispongas de su sangre".
Apenas escuchó ella mis palabras, cogió una
cacerola de cobre, llenándola de agua y pronunciando sus conjuros mágicos.
Después roció con el líquido al ternero, y le dijo: "Si Alah te creó
ternero, sigue ternero, sin cambiar de forma; pero si estás encantado, recobra
tu figura primera con el permiso de Alah el Altísimo".
Ella dijo. E inmediatamente el ternero empezó
a agitarse, y volvió a adquirir la forma humana. Entonces, arrojándose en sus
brazos, le besó. Y luego le dije: "¡Por Alah sobre ti! Cuéntame lo que la
hija de mi tío hizo contigo y con tu madre
Y me contó cuanto les había ocurrido. Y yo
dije entonces: "¡Ah hijo mío! Alah, dueño de los destinos, reservaba a
alguien para salvarte y salvar tus derechos”.
Después de esto, ¡oh buen efrit! Casé a mi
hijo con la hija del mayoral. Y ella, merced a su ciencia de brujería, encantó
a la hija de mi tío, transformándola en esta gacela que tú ves. Al pasar por
aquí encontreme con estas buenas gentes, les pregunté qué hacían, y por ellos
supe lo ocurrido a este mercader, y hube de sentarme para ver lo que pudiese
sobrevenir. Y esta es mi historia".
Entonces exclamó el efrit: "Historia
realmente muy asombrosa. Por eso te concedo como gracia el tercio de la sangre
que pides".
En este momento se acercó el segundo jeique,
el de los lebreles negros, y dijo:
Sabe, ¡oh señor de los reyes de los efrits!
que estos dos perros son mis hermanos mayores y yo soy el tercero. Al morir
nuestro padre nos dejó en herencia tres mil dinares.
Yo, con mi parte, abrí una tienda y me puse a
vender y comprar. Uno de mis hermanos, comerciante también, se dedicó a viajar
con las caravanas, y estuvo ausente un año. Cuando regresó no le quedaba nada
de su herencia. Entonces le dije: "¡Oh hermano mío! ¿No te había
aconsejado que no viajaras?"
Y echándose a llorar, me contestó:
"Hermano, Alah, que es grande y poderoso, lo dispuso así. No pueden serme
de provecho ya tus palabras, puesto que nada tengo ahora".
Le llevé conmigo a la tienda, lo acompañé
luego al hammam y le regalé un magnífico traje de la mejor clase. Después nos sentamos
a comer, y le dije: "Hermano, voy a hacer la cuenta de lo que produce mi
tienda en un año, sin tocar al capital, y nos partiremos las ganancias".
Y, efectivamente, hice la cuenta, y hallé un beneficio anual de mil dinares.
Entonces di gracias a Alah, que es poderoso y grande, y dividí la ganancia
luego entre mi hermano y yo. Y así vivimos juntos días y días.
Pero de nuevo mis hermanos desearon marcharse
y pretendían que yo les acompañase. No acepté, y les dije: "¿Qué habéis
ganado con viajar, para que así pueda yo tentarme de imitaros?" Entonces
empezaron a dirigirme reconvenciones, pero sin ningún fruto, pues no les hice
caso, y seguimos comerciando en nuestras tiendas otro año. Otra vez volvieron a
proponerme el viaje, oponiéndome yo también, y así pasaron seis años más. Al
fin acabaron por convencerme, y les dije: "Hermanos, contemos el dinero
que tenemos". Contamos, y dimos con un total de seis mil dinares. Entonces
les dije: "Enterremos la mitad para poder utilizar si nos ocurriese una
desgracia, y tomemos mil dinares cada uno para comerciar al por menor". Y
contestaron: "¡Alah favorezca la idea!" Cogí el dinero y lo dividí en
dos partes iguales; enterré tres mil dinares y los otros tres mil los repartí
juiciosamente entre nosotros tres. Después compramos varias mercaderías,
fletamos un barco, llevamos a él todos nuestros efectos, y partimos.
Duró un mes entero el viaje, y llegamos a una
ciudad, donde vendimos las mercancías con una ganancia de diez dinares por
dinar. Luego abandonamos la plaza.
Al llegar a orillas del mar encontramos a una
mujer pobremente vestida, con ropas viejas y raídas. Se me acercó, me besó la
mano, y me dijo: "Señor, ¿me puedes socorrer? ¿Quieres favorecerme? Yo, en
cambio, sabré agradecer tus bondades". Y le dije: "Te socorreré; mas
no te creas obligada a la gratitud". Y ella me respondió: "Señor,
entonces cásate conmigo, llévame a tu país y te consagraré mi alma. Favoréceme,
que yo soy de las que saben el valor de un beneficio. No te avergüences de mi
humilde condición". Al oír estas palabras, sentí piedad hacia ella, pues
nada hay que no se haga mediante la voluntad de Alah, que es grande y poderoso.
Me la llevé, la vestí con ricos trajes, hice tender magníficas alfombras en el
barco para ella y le dispensé una hospitalaria acogida llena de cordialidad.
Después zarpamos.
Mi corazón llegó a amarla con un gran amor, y
no la abandoné de día ni de noche. Y como de los tres hermanos era yo el único
que podía gozarla, estos hermanos míos sintieron celos, además de envidiarme
por mis riquezas y por la calidad de mis mercaderías. Dirigían ávidas miradas
sobre cuanto poseía yo, y se concertaron para matarme y repartirse mi dinero,
porque el Cheitan sin duda les hizo ver su mala acción con los más bellos
colores.
Un día, cuando estaba yo durmiendo con mi
esposa, llegaron hasta nosotros y nos cogieron, echándonos al mar. Mi esposa se
despertó en el agua, y de súbito cambió de forma, convirtiéndose en efrita. Me
tomó sobre sus hombros y me depositó sobre una isla. Después desapareció
durante toda la noche, regresando al amanecer, y me dijo: "¿No reconoces a
tu esposa?" Te he salvado de la muerte con ayuda del Altísimo. Porque has
de saber que soy una efrita. Y desde el instante en que te vi, te amó mi
corazón, simplemente porque Alah lo ha querido, y yo soy una creyente en Alah y
en su Profeta, al cual Alah bendiga y preserve. Cuando yo me he acercado a ti
en la pobre condición en que me hallaba, tú te aviniste de todos modos a
casarte conmigo. Y yo, en justa gratitud, he impedido que perezcas ahogado. En
cuanto a tus hermanos, siento el mayor furor contra ellos y es preciso que los
mate".
Asombrado de sus palabras, le di las gracias
por su acción, y le dije: "No puedo consentir la pérdida de mis
hermanos".
Luego le conté todo lo ocurrido con ellos,
desde el principio hasta el fin, y me dijo entonces: "Esta noche volaré
hacia la nave que los conduce, y la haré zozobrar para que sucumban". Yo
repliqué: "¡Por Alah sobre ti! No hagas eso, recuerda que el Maestro de
los Proverbios dice:"¡Oh tú, compasivo del delincuente! Piensa que para el
criminal es bastante castigo su mismo crimen", y además considera que son
mis hermanos". Pero ella insistió: "Tengo que matarlos sin
remedio". Y en vano imploré su indulgencia. Después se echó a volar llevándome
en sus hombros y me dejó en la azotea de mi casa.
Abrí entonces las puertas y saqué los tres
mil dinares del escondrijo. Luego abrí mi tienda, y después de hacer las
visitas necesarias y los saludos de costumbre, compré nuevos géneros.
Llegada la noche, cerré la tienda, y al
entrar en mis habitaciones encontré estos dos lebreles que estaban atados en un
rincón. Al verme se levantaron, rompieron a llorar y se agarraron a mis ropas.
Entonces acudió mi mujer y me dijo: "Son tus hermanos". Y yo le dije:
"¿Quién los ha puesto en esta forma?" Y ella contestó: "Yo
misma. He rogado a mi hermana, más versada que yo en artes de encantamiento,
que los pusiera en ese estado. Diez años permanecerán así".
Por eso, ¡oh efrit poderoso! me ves aquí,
pues voy en busca de mi cuñada, a la que deseo suplicar los desencante, porque
van ya transcurridos los diez años. Al llegar me encontré con este buen hombre,
y cuando supe su aventura, no quise marcharme hasta averiguar lo que
sobreviniese entre tú y él. Y este es mi cuento".
El efrit dijo: "Es realmente un cuento
asombroso, por lo que te concedo otro tercio de la sangre destinada a rescatar
el crimen".
Entonces se adelantó el tercer jeique, dueño
de la mula, y dijo al efrit: "Te contaré una historia más maravillosa que
las de estos dos. Y tú me recompensarás con el resto de la sangre".
El efrit contestó: "Que así sea".
Y el tercer jeique dijo:
¡Oh sultán, jefe de los efrits! Esta mula que
ves aquí era mi esposa. Una vez salí de viaje y estuve ausente todo un año.
Terminados mis negocios, volví de noche, y al entrar en el cuarto de mi mujer,
la encontré acostada sobre los tapices de la cama con un esclavo negro. Estaban
conversando y se besaban haciéndose zalamerías, riendo y excitándose con
juegos. Al verme, ella se levantó súbitamente y se abalanzó a mí con una vasija
de agua en la mano; murmuró algunas palabras luego, y me dijo arrojándome el
agua: "¡Sal de tu propia forma y reviste la de un perro!"
Inmediatamente me convertí en perro, y mi esposa me echó de casa. Anduve
vagando hasta llegar a una carnicería, donde me puse a roer huesos. Al verme el
carnicero, me cogió y me llevó con él.
Apenas penetramos en el cuarto de su hija,
ésta se cubrió con el velo y recriminó a su padre: "¿Te parece bien lo que
has hecho? Traes a un hombre y lo entras en mi habitación". Y repuso el
padre: "¿Pero dónde está ese hombre?" Ella contestó: "Ese perro
es un hombre. Lo ha encantado una mujer; pero yo soy capaz de
desencantarlo".
Y su padre le dijo: "¡Por Alah sobre ti!
Devuélvele su forma, hija mía". Ella cogió una vasija con agua, y después
de murmurar un conjuro, me echó unas gotas y dijo: "¡Sal de esa forma y
recobra la primitiva!" Entonces volví a mi forma humana, besé la mano de
la joven, y le dije: "Quisiera que encantases a mi mujer como ella me
encantó". Me dió entonces un frasco con agua, y me dijo: "Si
encuentras dormida a tu mujer, rocíale con esta agua y se convertirá en lo que
quieras". Efectivamente, la encontré dormida, le eché el agua, y dije: "¡Sal
de esa forma y toma la de una mula!" Y al instante se transformó en una
mula, y es la misma que aquí ves, sultán de reyes de los efrits".
El efrit se volvió entonces hacia la mula, y
le dijo: "¿Es verdad todo eso?" Y la mula movió la cabeza como
afirmando: "Sí, sí; todo es verdad".
Esta historia consiguió satisfacer al efrit,
que, lleno de emoción y de placer, hizo gracia al anciano del último tercio de
la sangre.
En aquel momento Scheherezade vio aparecer la
mañana, y discretamente dejó de hablar, sin aprovecharse más del permiso.
Entonces su hermana Doniazada dijo:
"¡Ah, hermana mía! ¡Cuán dulces, cuán amables y cuán deliciosas son en su
frescura tus palabras!" Y Scheherezade contestó: "Nada es eso
comparado con lo que te contaré la noche próxima, si vivo aún y el rey quiere
conservarme". Y el rey se dijo: "¡Por Alah! no la mataré hasta que le
haya oído la continuación de su relato, que es asombroso".
Después el rey y Scheherezade pasaron
enlazados la noche hasta por la mañana. Entonces el rey marchó a la sala de
justicia.
Entraron el visir y los oficiales y se llenó
el diwán de gente. Y el rey juzgó, nombró, destituyó, despachó sus asuntos y dio
órdenes hasta el fin del día. Luego se levantó el diwán y el rey volvió a
palacio.
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