LA 4ª NOCHE
Ella dijo:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que
cuando el pescador dijo al efrit que no le creería como no lo viese con
sus propios ojos, el efrit comenzó a agitarse; convirtiéndose nuevamente en
humareda que subía hasta el firmamento. Después se condensó, y empezó a entrar
en el jarrón poco a poco, hasta el fin.
Entonces el pescador cogió rápidamente la tapadera de plomo, con el sello de Soleimán, y obstruyó la boca del jarrón. Después, llamando al efrit, le dijo: "Elige y piensa la clase de muerte que más te convenga; si no, te echaré al mar, y me haré una casa junto a la orilla, e impediré a todo el mundo que pesque, diciendo: "Allí hay un efrit, y si lo libran quiere matar a los que le liberten." Luego enumeró todas las variedades de muertes para facilitar la elección. Al oírle, el efrit intentó salir, pero no pudo, y vio que estaba, encarcelado y tenía encima el sello de Soleimán, convenciéndose entonces de que el pescador le había encerrado en un calabozo contra el cual no pueden prevalecer ni los más débiles ni los más ñiertes de los efrits.
Y comprendiendo que el pescador le llevaría hacia el mar, suplicó: "¡No me lleves! ¡No me lleves!" Y el pescador dijo: "No hay remedio." Entonces, dulcificando su lenguaje, exclamó el efrit: "¡Ah pescador! ¿Qué vas a hacer conmigo?" El otro dijo: "Echarte al mar, que si has estado en él mil ochocientos años, no saldrás esta vez hasta el día del Juicio. ¿No te rogué yo que me dejaras la vida para que Alah te la conservase a ti y no me mataras para que Alah no te matase? Obrando infamemente rechazaste mi plegaria. Por eso Alah te ha puesto en mis manos, y no me remuerde el haberte engañado."
Entonces dijo el efrit: "Ábreme el jarrón y te colmaré de beneficias." El pescador respondió: "Mientes, ¡oh maldito! Entre tú y yo pasa exactamente lo, que ocurrió entre el visir del rey Yunán y el médico Ruyán."
Y el efrit dijo: "¿Quiénes eran el visir
del rey Yunán y el médico Ruyán?... ¿Qué historia es esa?"
HISTORIA DEL VISIR DEL REY YUNÁN Y DEL MEDICO
RUYÁN
El pescador dijo:
"Sabrás, ¡oh efrit! que en la antigüedad
del tiempo y en lo pasado de la edad, hubo en la ciudad de Fars, en el
país de los ruman, un rey llamado Yunán. Era rico y poderoso, señor de
ejércitos, dueño de fuerzas considerables y de aliados de todas las
especies de hombres.
Pero su cuerpo padecía una lepra que desesperaba a los médicos y a los sabios. Ni drogas, ni píldoras, ni pomadas le hacían efecto alguno, y ningún sabio pudo encontrar un eficaz remedio para la espantosa dolencia. Pero cierto día llegó a la capital del rey Yunán un médico anciano de renombre, llamado Ruyan. Había estudiado los libros griegos, persas, romanos, árabes y sirios, así como la medicina y la astronomía, cuyos principios y reglas no ignoraba, así como sus buenos y malos efectos. Conocía las virtudes de las plantas grasas y secas y también sus buenos y, malos efectos. Por último, había profundizado la filosofía y todas las ciencias médicas y otras muchas además.
Cuando este médico llegó a la ciudad y
permaneció en ella algunos días, supo la historia del rey y de la lepra que le
martirizaba por la voluntad de Alah, enterándose del fracaso absoluto de todos
los médicos y sabios. Al tener de ello noticia, pasó muy preocupado la noche.
Pero no bien despertó por la mañana (al brillar la luz del día y saludar el sol
al mundo, magnifica decoración del Optimo) se puso su mejor traje y fue
a ver al rey Yunán. Besó la tierra entre las manos del rey e hizo votos
por la duración eterna de su poderío y de las gracias de Alah y de todas
las mejores cosas. Después le enteró de quien era, y le dijo:
"He averiguado la enfermedad que atormenta tu cuerpo y he sabido que un gran número de médicos, no ha podido encontrar el medio de curarla. Voy, ¡oh rey! a aplicarte mi tratamiento, sin hacerte beber medicinas ni untarte con pomadas." Al oírlo, el rey. Yunán se asombró mucho, y le dijo: "¡Por Alah! que si me curas te enriquecerá hasta los hijos de tus hijos, te concederé todos tus deseos y serás mi compañero y amigo"
En seguida le dio un hermoso traje y otros presentes, y añadió: "¿Es cierto que me curarás de esta enfermedad sin medicamentos ni pomadas?" Y respondió el otro: "Si, ciertamente. Te curaré sin fatiga ni pena para tu cuerpo." El rey le dijo, cada vez más asombrado: "¡Oh gran médico! ¿Qué día, y qué momento verán realizarse lo que acabas de prometer? Apresúrate a hacerlo, hijo mío." Y el medico contestó:
"Escucho y obedezco."
Entonces salió del palacio y alquiló una
casa, donde instaló sus libros, sus remedios y sus plantas aromáticas. Después
hizo extractos de sus medicamentos y de sus simples, y con estos extractos
construyó un mazo corto y encorvado, cuyo mango horadó, y también hizo una
pelota, todo esto lo mejor que pudo.
Terminado completamente su trabajo, al segundo
día fue a palacio, entró en la cámara del rey y besó la tierra entre sus manos.
Después le prescribió que fuera a caballo al meidán y jugara con la bola y el
mazo.
Acompañaron al rey sus emires, sus
chambelanes, sus visires y los jefes del reinó. Apenas había llegado al
meidán, se le acercó el médico y le entregó el mazo, diciéndole: "Empúñalo
de este modo y da con toda tu fuerza en la pelota. Y haz de modo que
llegues a sudar. De ese modo el remedio penetrará en la palma de la mano y
circulará por todo tu cuerpo. Cuando transpires y el remedio haya tenido tiempo
de obrar, regresa a tu palacio, ve en seguida a bañarte al hamman, y
quedarás curado. Ahora, la paz sea contigo."
El rey Yunán cogió el mazo que le alargaba el
médico, empuñándolo con fuerza. Intrépidos jinetes montaron a caballo y le
echaron la pelota.
Entonces empezó a galopar detrás de ella para alcanzarla y golpearla, siempre con el mazo bien cogido. Y no dejó de golpear hasta que transpiró bien por la palma de la mano y por todo el cuerpo, dando lugar a que la medicina obrase sobre el organismo. Cuando el médico Ruyán vio que el remedio había circulado suficientemente, mandó al rey que volviera a palacio para bañarse en el hammam. Y el rey marchó en seguida y dispuso que le prepararan el hammam. Se lo prepararon con gran prisa, y los esclavos apresuráronse también a disponerle la ropa. Entonces el rey entró en el hammam y tomó el baño, se vistió de nuevo y salió del hammam para montar a caballo, volver a palacio y echarse a dormir.
Y hasta aquí lo referente al rey Yunán. En
cuanto al médico Ruyán, éste regresó a su casa, se acostó, y al despertar
por la mañana fue a palacio, pidió permiso al rey para entrar, lo que éste le
concedió, entró, besó la tierra entre sus manos y empezó por declamar
gravemente algunas estrofas:
¡Si la elocuencia te eligiese como padre,
reflorecería! ¡Y no sabría elegir ya a otro más que a ti!
¡Oh rostro radiante, cuya claridad borraría
la llama de un tizón encendido!
¡Ojalá ese glorioso semblante siga con la luz
de su frescura y alcance a ver cómo las arrugas surcan la cara del Tiempo!
¡Me has cubierto con los beneficias de tu
generosidad, como la nube bienhechora cubre la colina!
¡Tus altas hazañas te han hecho alcanzar las
cimas de la gloria y eres el amado del Destino, que ya no puede negarte
nada!
Recitados los versos, el rey sé puso de pie;
y cordialmente tendió sus brazos al médico. Luego, le sentó a su lado, y
le regaló magníficos trajes de honor.
Porque, efectivamente, al salir del hammam el
rey se había mirado el cuerpo, sin encontrar rastro de lepra, y vio su piel tan
pura como la plata virgen. Entonces se dilató con gran júbilo su pecho. Y al
otro día, al levantarse el rey por la mañana, entró en el diván; se sentó
en el trono y comparecieron los chambelanes y
grandes del reino, así como él médico Ruyán. Por esto, al verle, el rey se
levantó apresuradamente y le hizo sentar a su lado. Sirvieron a ambos
manjares y bebidas durante todo el día. Y al anochecer, el rey entregó al
médico dos mil dinares, sin contar los trajes de honor y magníficos presentes,
y le hizo montar su propio corcel. Y entonces el médico se despidió y
regresó a su casa.
El rey no dejaba de admirar el arte del
médico ni de decir: "Me ha curado por el exterior de mi cuerpo
sin untarme con pomadas. ¡Oh Alah! ¡Qué ciencia tan sublime! Fuerza es
colmar de beneficios a este hombre y tenerle para siempre como compañero y
amigo afectuoso." Y el rey Yunán se acostó, muy alegre de
verse con el cuerpo sano y libre de su enfermedad.
Cuando al otro día se levantó el rey y se
sentó en el trono, los jefes de la nación pusiéronse de pie, y los emires
y visires se sentaron a su derecha y a su izquierda. Entonces mandó llamar al
médico Ruyán, que acudió
y besó la tierra entre sus manos. El rey se levantó en honor suyo, le hizo
sentar a su lado, comió en su compañía, le deseó larga vida y le dio
magníficas telas y otros presentes, sin dejar de conversar, con él hasta
el anochecer, y mandó le entregaran a modo de remuneración cinco trajes de honor
y mil dinares. Y así regresó el médico a su casa, haciendo votos por el
rey.
Al levantarse por la mañana, salió el rey y
entró en el diván, donde le rodearon los emires, los visires y los
chambelanes. Y entre los visires había uno de cara siniestra, repulsiva, terrible,
sórdidamente avaro, envidioso y saturado de celos y de odio. Cuando este visir
vio que el rey colocaba a su lado al médico Ruyán y le otorgaba tantos
beneficios, le tuvo envidia y resolvió secretamente perderlo. El proverbio lo
dice:
"El envidioso ataca a todo el mundo. En el corazón del envidioso está emboscada la persecución, y la desarrolla si dispone de fuerza o la conserva latente la debilidad," El visir se acercó al rey Yunán, besó la tierra entre sus, manos, y dijo: "¡Oh rey del siglo y del tiempo, que envuelves a los hombres en tus beneficios!
Tengo para ti un consejo de gran importancia, que no podría ocultarte sin ser un mal hijo. Si me mandas que te lo revele, yo te lo revelaré." Turbado entonces el rey por las palabras del visir, le dijo: "¿Qué consejo es el tuyo? El otro respondió: "¡Oh rey glorioso! los antiguos han dicho: "Quien no mire el fin y las consecuencias no tendrá a la Fortuna por amiga", y justamente acaba de ver al rey obrar con poco juicio otorgando sus bondades a su enemigo, al que desea el aniquilamiento de su reino, colmándole de favores, abrumándole con generosidades. Y yo, por esta causa, siento grandes temores por el rey."
Al oír esto, el rey se turbó extremadamente, cambió de color; y dijo: "¿Quién es el que supones enemigo mío y colmado por mí de favores?" Y el visir respondió: "¡Oh rey! Si estás dormido, despierta, porque aludo al médico Ruyán." El rey dijo: "Ese es buen amigo mío, y para mí el más querido de los hombres, pues me ha curado con una cosa que yo he tenido en la mano y me ha librado de mi enfermedad, que había desesperado a los médicos.
Ciertamente que no hay otro como él en este
siglo, en el mundo entero, lo mismo en Occidente que en Oriente. ¿Cómo, te
atreves a hablarme así de él? Desde ahora le voy a señalar un sueldo de mil
dinares al mes. Y aunque le diera la mitad de mi reino, poco seria para lo
que merece. Creo que me dices todo eso por envidia, como se cuenta en la
historia, que he sabido; del rey Sindabad."
En aquel momento la aurora sorprendió a
Schahrazada, que interrumpió su narración.
Entonces Doniazada le dijo: "¡Ah,
hermana mía! ¡Cuán dulces, cuán puras, cuán deliciosas son tus palabras!"
Y Schahrazada dijo: "¿Qué es eso comparado con lo que os contaré la noche
próxima, si vivo todavía y el rey tiene a bien conservarme?"
Entonces el
rey dijo para sí: "¡Por Alah! No la mataré sin haber oído la continuación
de su historia, que es verdaderamente maravillosa." Y el rey fue al diván,
y juzgó, otorgó empleos, destituyó y despachó los asuntos pendientes hasta
acabarse el día. Después se levantó el diván y el rey entró en su palacio.
Y cuando se aproximó la noche hizo su cosa acostumbrada con Scheherezade, la hija del visir.
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