3ª NOCHE
Doniazada dijo:
"Hermana mía, suplico que termines tu relato". Y Scheherezade contestó: "Con toda la generosidad y simpatía de mi corazón". Y prosiguió después:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que
cuando el tercer jeique contó al efrit el más asombroso de los tres cuentos, el
efrit se maravilló mucho, y emocionado y placentero, dijo: "Concedo el
resto de la sangre por que había de redimirse el crimen, y dejo en libertad al
mercader".
Entonces el mercader, contentísimo, salió al
encuentro de los jeiques y les dio miles de gracias. Ellos, a su vez, le
felicitaron por el indulto. Y cada cual regresó a su país.
"Pero —añadió Scheherezade— es más
asombrosa la historia del pescador".
Y el rey dijo a Scheherezade: "¿Qué
historia del pescador es esa?" Y Scheherezade dijo:
El pescador dijo:
"Sabrás, ¡oh, efrit!, que en la
antigüedad del tiempo y en lo pasado de la edad, hubo en la ciudad de Fars, en
el país de los rumán (los romanos y los griegos de Bizancio. Por extensión los
cristianos) un rey llamado Yunán. Era rico y poderoso, señor de ejércitos,
dueño de fuerzas considerables y de aliados de todas las especies de hombres.
Pero su cuerpo padecía una lepra que desesperaba a los médicos y los sabios. Ni
drogas, ni píldoras, ni pomadas le hacían efecto alguno, y ningún sabio pudo
encontrar un eficaz remedio para la espantosa dolencia. Pero cierto día llegó a
la capital del rey Yunán un médico anciano de renombre, llamado Ruyán. Había
estudiado los libros griegos, persas, romanos, árabes y sirios, así como la
medicina y la astronomía, cuyos principios y reglas no ignoraba, así como sus
buenos y malos efectos. Conocía las virtudes de las plantas grasas y secas y
también sus buenos y malos efectos.
Por último, había profundizado la filosofía y
todas las ciencias médicas y otras muchas además.
Cuando este médico llegó a la ciudad y
permaneció en ella algunos días, supo la historia del rey y de la lepra que le
martirizaba por la voluntad de Alah, enterándose del fracaso absoluto de todos
los médicos y sabios. Al tener de ello noticia, pasó muy preocupado la noche.
Pero no bien despertó por la mañana —al brillar la luz del día y saludar el sol
al mundo, magnífica decoración del Óptimo— se puso su mejor traje y fue a ver
al rey Yunán. Besó la tierra entre las manos del rey e hizo votos por la
duración eterna de su poderío y de las gracias de Alah y de todas las mejores
cosas. Después le enteró de quién era, y le dijo:
"He averiguado la enfermedad que
atormenta tu cuerpo y he sabido que un gran número de médicos no ha podido
encontrar el medio de curarla. Voy, ¡oh rey! a aplicarte mi tratamiento, sin
hacerte beber medicinas ni untarte con pomadas."
Al oírlo, el rey Yunán se asombró mucho, y le
dijo: "¡Por Alah! que si me curas te enriqueceré hasta los hijos de tus
hijos, te concederé todos tus deseos y serás mi compañero y mi amigo." En
seguida le dio un hermoso traje y otros presentes, y añadió: "¿Es cierto
que me curarás de esta enfermedad sin medicamentos ni pomadas?"
Y respondió el otro: "Sí, ciertamente.
Te curaré sin fatiga ni pena para tu cuerpo". El rey le dijo, cada vez más
asombrado: "¡Oh gran médico! ¿Qué día y qué momento verán realizarse lo
que acabas de prometer? Apresúrate a hacerlo, hijo mío." Y el médico
contestó: "Escucho y obedezco."
Entonces salió del palacio y alquiló una
casa, donde instaló sus libros, sus remedios y sus plantas aromáticas. Después
hizo extractos de sus medicamentos y de sus simples, y con estos extractos
construyó un mazo corto y encorvado, cuyo mango horadó, y también hizo una
pelota, todo esto lo mejor que pudo. Terminado completamente su trabajo, al
segundo día fue a palacio, entró en la cámara del rey y besó la tierra entre
sus manos. Después le prescribió que fuera a caballo al meidán y jugara con la
bola y el mazo.
Acompañaron al rey sus emires, sus
chambelanes, sus visires y los jefes del reino. Apenas había llegado al meidán,
se le acercó el médico y le entregó el mazo, diciéndole: "Empúñalo de este
modo y da con toda tu fuerza en la pelota. Y haz de modo que llegues a sudar.
De este modo el remedio penetrará en la palma de la mano y circulará por todo
tu cuerpo. Cuando transpires y el remedio haya tenido tiempo de obrar, regresa
a tu palacio, ve en seguida a bañarte al hammam y quedarás curado. Ahora, la
paz sea contigo."
El rey Yunán cogió el mazo que le alargaba el
médico, empuñándolo con fuerza. Intrépidos jinetes montaron a caballo y le
echaron la pelota. Entonces empezó a galopar detrás de ella para alcanzarla y
golpearla, siempre con el mazo bien cogido. Y no dejó de golpear hasta que
transpiró bien por la palma de la mano y por todo el cuerpo, dando lugar a que
la medicina obrase sobre el organismo. Cuando el médico Ruyán vio que el remedio
había circulado suficientemente, mandó al rey que volviera a palacio para
bañarse en el hammam. Y el rey marchó en seguida y dispuso que le prepararan el
hammam.
Se lo prepararon con gran prisa, y los
esclavos apresuráronse también a disponerle la ropa. Entonces el rey entró en
el hammam y tomó el baño, se vistió de nuevo y salió del hammam para montar a
caballo, volver a palacio y echarse a dormir.
Y hasta aquí lo referente al rey Yunán. En
cuanto al médico Ruyán, éste regresó a su casa, se acostó, y al despertar por
la mañana fue a palacio, pidió permiso al rey para entrar, lo que éste le
concedió, entró, besó la tierra entre sus manos y empezó por declamar
gravemente algunas estrofas:
¡Si la elocuencia te eligiese como padre,
reflorecería! ¡Y no sabría elegir ya a otro más que a ti!
¡Oh rostro radiante, cuya claridad borraría
la llama de un tizón encendido!
¡Ojalá ese glorioso semblante siga con la luz
de su frescura y alcance a ver cómo las arrugas surcan la cara del Tiempo!
¡Me has cubierto con los beneficios de tu
generosidad, como la nube bienhechora cubre la colina!
¡Tus altas hazañas te han hecho alcanzar las
cimas de la gloria y eres el amado del Destino, que ya no puede negarte nada!
Recitados los versos, el rey se puso de pie,
y cordialmente tendió sus brazos al médico. Luego le sentó a su lado, y le
regaló magníficos trajes de honor.
Porque, efectivamente, al salir del hammam el
rey se había mirado el cuerpo, sin encontrar rastro de lepra, y vio su piel tan
pura como la plata virgen. Entonces se dilató con gran júbilo su pecho. Y al
otro día, al levantarse el rey por la mañana, entró en el diwán, se sentó en el
trono y comparecieron los chambelanes y grandes del reino, así como el médico
Ruyán. Por esto, al verle, el rey se levantó apresuradamente y le hizo sentar a
su lado. Sirvieron a ambos manjares y bebidas durante todo el día. Y al
anochecer, el rey entregó al médico dos mil dinares, sin contar los trajes de
honor y magníficos presentes, y le hizo montar su propio corcel. Y entonces el
médico se despidió y regresó a su casa.
El rey no dejaba de admirar el arte del
médico ni de decir: "Me ha curado por el exterior de mi cuerpo sin untarme
con pomadas. ¡Oh Alah! ¡Qué ciencia tan sublime! Fuerza es colmar de beneficios
a este hombre y tenerle para siempre como compañero y amigo afectuoso." Y
el rey Yunán se acostó, muy alegre de verse con el cuerpo sano y libre de su
enfermedad.
Cuando al otro día, se levantó el rey y se
sentó en el trono, los jefes de la nación pusiéronse de pie, y los emires y
visires se sentaron a su derecha y a su izquierda. Entonces mandó llamar al
médico Ruyán, que acudió y besó la tierra entre sus manos. El rey se levantó en
honor suyo, le hizo sentar a su lado, comió en su compañía, le deseó larga vida
y le dio magníficas telas y otros presentes, sin dejar de conversar con él
hasta el anochecer, y mandó le entregaran a modo de remuneración cinco trajes
de honor y mil dinares. Y así regresó el médico a su casa, haciendo votos por
el rey.
Al levantarse por la mañana, salió el rey y
entró en el diwán, donde le rodearon los emires, los visires y los chambelanes.
Y entre los visires uno de cara siniestra, repulsiva, terrible, sórdidamente
avaro, envidioso y saturado de celos y de odio. Cuando este visir vio que el
rey colocaba a su lado al médico Ruyán y le otorgaba tantos beneficios, le tuvo
envidia y resolvió secretamente perderlo. El proverbio lo dice:
"El envidioso ataca a todo el mundo. En
el corazón del envidioso está emboscada la persecución y la desarrolla si
dispone de fuerza o la conserva latente la debilidad".
El visir se acercó al rey Yunán, besó la
tierra entre sus manos, y dijo: "¡Oh rey del siglo y del tiempo, que
envuelves a los hombres en tus beneficios! Tengo para ti un consejo de gran
importancia, que no podría ocultarte sin ser un mal hijo. Si me mandas que te
lo revele, yo te lo revelaré". Turbado entonces el rey por las palabras
del visir, le dijo: "¿Qué consejo es el tuyo?
" El otro respondió: "¡Oh rey
glorioso! los antiguos han dicho: "Quien no mire el fin y las
consecuencias no tendrá a la Fortuna por amiga", y justamente acabo de ver
al rey obrar con poco juicio otorgando sus bondades a su enemigo, al que desea
el aniquilamiento de su reino, colmándole de favores, abrumándole con generosidades.
Y yo, por esta causa, siento grandes temores por el rey".
Al oír esto, el rey se turbó extremadamente,
cambió de color, y dijo: "¿Quién es el que supones enemigo mío y colmado
por mis favores?" Y el visir respondió: "¡Oh rey! Si estás dormido,
despierta, porque aludo al médico Ruyán". El rey dijo: "Ese es buen
amigo mío, y para mí el más querido de los hombres, pues me ha curado con una
cosa que yo he tenido en la mano y me ha librado de mi enfermedad, que había
desesperado a los médicos. Ciertamente que no hay otro como él en este siglo,
en el mundo entero, lo mismo en Occidente que en Oriente. ¿Cómo te atreves a
hablarme así de él? Desde ahora le voy a señalar un sueldo de mil dinares al
mes. Y aunque le diera la mitad de mi reino, poco sería para lo que merece.
Creo que me dices todo eso por envidia, como se cuenta en la historia, que he
sabido, del rey Sindabad".
En aquel momento la aurora sorprendió a Scheherezade,
que interrumpió su narración.
Entonces Doniazada le dijo: "¡Ah,
hermana mía! ¡Cuán dulces, cuán puras, cuán deliciosas son tus palabras!"
Y Scheherezade dijo: "¿Qué es eso comparado con lo que os contaré la noche
próxima, si vivo todavía y el rey tiene a bien conservarme?"
Entonces el rey dijo para sí: "¡Por
Alah! No la mataré sin haber oído la continuación de su historia, que es
verdaderamente maravillosa". Luego pasaron ambos la noche enlazados hasta
por la mañana. Y el rey fue al diwán y juzgó, otorgó, destituyó y despachó los
asuntos pendientes hasta acabarse el día. Después se levantó el diwán y el rey
entró en su palacio. Y cuando se aproximó la noche hizo su cosa acostumbrada
con Scheherezade, la hija del visir.
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