PERO CUANDO LLEGO LA 118ª NOCHE
Ella dijo:
"Sabe que la pelota representa que tu corazón, a pesar de hallarte en casa de tu amada, vaga por el aire, por tu poco fervor; los huesos de dátiles quieren decir que estás desprovisto de sabor como éstos, pues la pasión, que es la pulpa del corazón, falta por completo a tus amores; los granos de algarrobo, que, es el árbol de Ayub, (El Job de la Biblia) padre de la paciencia, sirven para recordarte esa virtud, tan preciosa para los enamorados; en cuanto al hueso de pata de carnero, verdaderamente no tiene explicación".
Pero yo volví a interrumpir: "¡Oh Aziza! olvidas el cuchillo y los dos dracmas". Y Aziza, temblando, me dijo: "¡Oh Aziz! tengo miedo por tu suerte. Los dos dracmas simbolizan sus dos ojos. Y con eso quiere decirte: "¡Juro por mis dos ojos que si volvieses aquí y te durmieras, te degollaría con un cuchillo!"
¡Oh hijo de mi tío! ¡Cuánto miedo me causa todo esto, y no tengo otro consuelo que mis sollozos!"
Entonces mi corazón se compadeció de su dolor, y le dije: "¡Por mi vida sobre ti, o hija de mi tío! ¿Cómo podríamos remediar este mal? ¡Ayúdame a salir de esta desventura!"
Y ella contestó: "¡Es preciso que te conformes con mis palabras y que las obedezcas, porque si no, nada haremos"! Y yo dije: "¡Escucho y obedezco! ¡Lo juro por la cabeza de mi padre!"
Entonces Aziza, confiada en mi promesa, me abrazó, y me dijo: "Pues bien; he aquí mi plan. Tienes que dormir aquí todo el día, y de ese modo no te tentará el sueño esta noche. Y cuando despiertes, te daré de comer y beber. Y así no tendrás que temer nada". Y en efecto, Aziza me obligó a acostarme, y se puso a darme masaje, y bajo la influencia de aquel masaje tan delicioso, no tardé en dormirme; y al despertar cuando ya anochecía, la encontré sentada a mi lado, haciéndome aire con el abanico. Y adiviné que había estado llorando, pues su ropa estaba empapada de lágrimas. Entonces Aziza se apresuró a darme de comer, y ella misma me ponía los pedazos en la boca, y yo no tenía más que tragarlos, y así hizo hasta que me quedé completamente harto.
Después me dió una taza de azufaifas con agua de rosas y azúcar, un refresco excelente. Enseguida me lavó las manos, me las limpió con una servilleta perfumada con almizcle, y me roció con agua de rosas. Enseguida me trajo un magnífico ropón, me lo puso, y me dijo: "¡Si Alah quiere, esta noche será para ti la noche de tus delicias!" Y al acompañarme hasta la puerta, añadió: "Y sobre todo, no olvides mi encargo". Yo pregunté: "¿Qué encargo es ése?" Y ella dijo: "¡Oh Aziz! La estrofa que te he enseñado".
Llegué al jardín, entré en la sala, y me senté sobre las riquísimas alfombras. Y como estaba harto, miré indiferente las bandejas, y me puse a velar hasta la medianoche. Y no veía a nadie, ni oía ningún ruido. Y me pareció entonces que aquella noche era la más larga del año. Pero tuve paciencia, y aguardé un poco más. Y cuando habían transcurrido las tres cuartas partes de la noche, y empezaban a cantar los gallos, comenzó el hambre a torturarme, y poco a poco se hizo tan fuerte, que no podía resistir la tentación de la bandeja, y de pronto me puse de pie, quité el paño, comí hasta la saciedad, y bebí un vaso, y después dos, y hasta diez.
Me sentí dominado por un gran sopor, pero me defendí enérgicamente, me enderecé, y moví la cabeza en todos sentidos. Y he aquí que cuando iba a rendirme el sueño oí un rumor de risas y sedas. Y apenas había tenido tiempo de incorporarme y lavarme las manos y la boca, vi que el gran cortinaje del fondo se levantaba. Y entró ella, sonriente y rodeada de diez esclavas jóvenes, hermosas como estrellas. Y era la propia luna. Estaba vestida con una falda de raso verde, bordada de oro rojo. Y sólo para darte una idea de ella, ¡oh mi joven señor! te diré los versos del poeta:
¡Hela aquí! ¡La joven magnífica de mirada arrogante! ¡A través del vestido verde, sin botones, se tienden alegres los pechos espléndidos! ¡Su cabellera está destrenzada!
Y si deslumbrado le pregunto su nombre, me dice: ¡soy la que abrasa los corazones en un fuego inmortal!"
Y si le hablo de los tormentos de amor, me contesta:” ¡Soy la roca sorda y el azur sin eco! ¡Oh joven candoroso! ¿Se queja alguien de la sordera de la roca y de la sordera del azur?”
Y entonces le digo: "¡Oh mujer! ¡Si tu corazón es la roca, sabe que mis dedos, como en otro tiempo los de Moisés, harán brotar do roca la limpidez de un manantial!"
Cuando le recité estos versos, sonrió y me dijo: "¡Está muy bien! Pero ¿cómo has logrado vencer el sueño?" Y contesté: "¡La brisa que te ha traído ha vivificado mi alma!"
Entonces se volvió hacia sus esclavas, les guiñó el ojo, y se alejaron en seguida, dejándonos completamente solos en la sala. Y ella vino a sentarse muy cerca de mí, me alargó su pecho, y me echó los brazos al cuello muy efusivamente. Yo me precipité entonces sobre su boca, y le chupé el labio superior, y ella me chupó el inferior. La cogí después por la cintura, y ambos rodamos juntos por la alfombra. Me deslicé entonces entre la delicada abertura de sus piernas, y le desabroché toda la ropa. Y empezamos a retozar, cambiando besos y caricias, pellizcos y mordiscos, alzamientos de muslos y de piernas y brincos locos por toda la sala. De tal modo, que acabó por caer extenuada en mis brazos, muerta de deseo.
Y aquella noche fue una noche muy dulce para mi corazón, y una gran fiesta para mis sentidos, según dice el poeta:
¡Alegre fué para mí la noche, la más deliciosa entre todas las noches de mi destino! ¡La copa no dejó un instante de verse llena!
Aquella noche dije al sueño: "¡Vete, ¡oh sueño! que mis párpados no te desean!" Y dije a las piernas y a los muslos de plata: "¡Acercaos!"
Al llegar la mañana, cuando quise despedirme de mi amor, me detuvo y me dijo: "Aguarda un momento. Tengo que revelarte una cosa".
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
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