Y CUANDO LLEGO LA 116ª NOCHE
Ella dijo:
Efectivamente, había allí cuatro pollos asados, dorados y olorosos, sazonados con especias finas; había cuatro grandes tazones, que contenían: el primero mahallabia perfumada con naranja y con alfónsigos partidos y canela; el segundo, pasas maceradas, perfumadas discretamente con rosas; el tercero, ¡oh el tercero! Baklawa hojaldrada y dividida en rombos de una sugestión infinita; el cuarto, katayefs de jarabe espeso, prontos a estallar por lo generosamente rellenos.
En la otra mitad de la bandeja veíanse mis frutas predilectas: higos arrugados por la madurez, cidras, limones, uvas frescas y plátanos. Y entre una y otra cosa destacábanse las flores: rosas, jazmines, tulipanes, lirios y narcisos.
Me animé al ver todo esto hasta el límite de la animación, y alejé mis pesares para dar sólo morada a la alegría. Pero me preocupaba el no ver rastro de criatura viviente entre las criaturas de Alah. Y como no veía ni criada ni esclava que viniera a servirme no me atrevía a probar nada, y aguardé pacientemente a que viniera la amada de mi corazón; pero pasó la primera hora, y ¡nada! después la segunda y la tercera, y ¡nada tampoco! Entonces empecé a sentir violentamente la tortura del hambre, pues llevaba mucho tiempo sin comer, a causa de los pasados desencantos; pero ahora que me cercioraba del éxito, me volvió el apetito, por la gracia de Alah, y se lo agradecí a mi pobre Aziza, que me lo había predicho, explicándome con exactitud el misterio de aquellas señas.
Así, pues, no pudiendo resistir más el hambre, me arrojé sobre los adorables katayefs, que prefería a todo, y quién sabe cuántos deslicé en mi garganta, pues parecían amasados con perfumes del Paraíso por los dedos diáfanos de las huríes. Después arremetí contra los rombos crujientes de la jugosa baklawa, y me comí todos los que me deparó mi buena suerte; luego me tragué toda la copa de la blanca mahallabia salpicada de alfónsigos partidos, y no pudo ser más fresca para mi corazón; me decidí en seguida por los pollos, y me comí uno, o dos, o tres, o cuatro, pues estaba muy sabiamente hecho el relleno oculto en su cavidad, sazonado con granos ácidos de granada, después de lo cual me dirigí hacia las frutas para endulzarme, y acaricié mi paladar seleccionando ampliamente entre todas ellas.
Acabé la comida gustando una, dos, tres o cuatro cucharadas de granos dulces de granada, y glorifiqué a Alah por sus beneficios.
Puse fin a todo extinguiendo la sed en la vasija barnizada, sin utilizar la copa, que estaba de sobra.
¿Qué pasó durante aquella noche...? Sólo sé que por la mañana, al despertarme los rayos de sol, estaba tendido, no en las alfombras magníficas, sino sobre el mármol desnudo, y tenía sobre el vientre un poco de sal y un puñado de polvo de carbón. Me levanté enseguida, me sacudí, miré a derecha e izquierda, pero no vi rastro de criatura viviente alrededor. Así es que mi perplejidad fué tan grande como mi emoción. Y me enfurecí contra mí mismo, arrepintiéndome de lo débil de mi carne y de mi escasa resistencia contra la fatiga. Y me encaminé tristemente hacia casa, donde encontré a mi pobre Aziza, que se lamentaba humildemente y recitaba llorando estos versos:
¡La brisa danzarina se levanta y viene hacia mí a través de la pradera! ¡Antes de que su caricia se pose en mis cabellos, me lo anuncia su perfume!
¡Oh brisa suave, ven a mí! ¡Las aves cantan! ¡Toda pasión seguirá su destino!
¡Si yo pudiera, ¡oh amor! cogerte en mis brazos, como el amante aprisiona contar su pecho la cabeza de su amada...!
¡Endulza con tu aliento la amargura de esta alma, que se sumerge en el dolor!
Después de partir tú, ¡oh Aziz! ¿Qué alegrías me quedarán en este mundo, y qué gusto le encontraré en adelante a la vida?
¿Quién me dirá si el corazón de mi amado está como mi corazón, abrasado por la llama del amor?
Al verme Aziza se levantó rápidamente, se secó las lágrimas, y me dirigió palabras muy dulces, ayudándome a quitarme la ropa. Y después de olfatearla, me dijo: "¡Por Alah! ¡Oh hijo de mi tío! no son éstos los perfumes que deja en la ropa el contacto de una mujer adorada. ¡Cuéntame lo que haya ocurrido!"
Y me apresuré a satisfacerla.
Entonces, muy preocupada, exclamó: "¡Por Alah! ¡Oh Aziz! ya no estoy tranquila; temo que esa desconocida te haga pasar grandes disgustos. Sabe que la sal echada en tu piel significa que te encuentra muy soso, por haberte dejado dominar por el sueño. Y el carbón significa que Alah ennegrezca tu cara, porque es mentira tu amor.
Así, ¡oh amado Aziz! esa mujer, en vez de ser amable contigo y despertarte, ha tratado con desprecio a su huésped, haciéndole saber que sólo servía para comer y para dormir. ¡Líbrete Alah del amor de esa mujer sin misericordia y sin corazón!"
Y al oír estas palabras me golpeé el pecho, y exclamé: "¡Yo soy el único culpable! porque ¡por Alah! tiene razón esa mujer, pues los verdaderos enamorados no duermen. ¿Y qué podré hacer ahora, ¡oh hija de mi tío!? ¡Dímelo!"
Y como mi pobre prima Aziza me quería de veras, llegó al límite del enternecimiento al verme tan apesadumbrado. ..
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y discretamente, aplazó su relato hasta el otro día.
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