Y CUANDO LLEGÓ LA 359ª NOCHE
Ella dijo:
... una isla que les pareció el paraíso, de tanto como hubo de maravillarles su hermosura. La tierra que hollaban era de azafrán dorado; las piedras eran de jade y de rubíes; extendíanse las praderas en cuadros de flores exquisitas con corolas ondulantes bajo la brisa que embalsamaban, casándose las sonrisas de las rosas con las tiernas miradas de los narcisos, conviviendo los lirios con los claveles, las violetas, la manzanilla y las anémonas, y triscando ligeras entre las líneas blancas de jazmines las gacelas saltarinas; las frondas de los áloes y de otros árboles de grandes flores refulgentes susurraban con todas sus ramas, desde las que arrullaban las tórtolas en respuesta al murmullo de los arroyos, y con voz conmovida cantaban los ruiseñores a las rosas su martirio amoroso, mientras las rosas escuchábanles atentamente; aquí los manantiales melodiosos se ocultaban bajo cañaverales de azúcar, únicas cañas que en el paraje había; allá, la tierra natural mostraba sin esfuerzo sus riquezas jóvenes y respiraba en medio de su primavera.
Así es que el rey Belukia y Offán se pasearon hasta la noche muy satisfechos en la sombra de los bosquecillos, contemplando aquellas maravillas que les llenaban de delicias el alma. Luego, cuando cayó la noche, se subieron a un árbol para dormir en él; y ya iban a cerrar los ojos, cuando de pronto retembló la isla con un formidable bramido que la conmovió hasta sus cimientos, y vieron salir de las olas del mar a un animal monstruoso que tenía en sus fauces una piedra brillante como una antorcha, e inmediatamente detrás de él, una multitud de monstruos marinos, cada cual con una piedra luminosa en sus fauces. Así es que la isla quedó enseguida tan clara como en pleno día con todas aquellas piedras.
En el mismo momento, y de todos lados a la vez, llegaron leones, tigres y leopardos en tal cantidad, que sólo Alah habría podido contarlos. Y los animales de la tierra encontráronse en la playa con los animales marinos, y se pusieron a charlar y a conversar entre sí hasta la mañana. Entonces volvieron al mar los monstruos marinos, y las fieras se dispersaron por la selva. Y Belukia y Offán, que no habían podido cerrar los ojos en toda la noche a causa del miedo, se dieron prisa a bajar del árbol y correr a la playa, donde se frotaron los pies con el jugo de la planta para proseguir al punto su viaje marítimo.
De tal suerte viajaron por el Segundo Mar durante días y noches, hasta que arribaron al pie de una cadena de montañas, en medio de las cuales se abría un valle maravilloso, en el que todos los guijarros y todos los peñascos eran de piedra imán y no había allá huellas de fieras ni de otros animales feroces. Así es que se pasearon a la ventura durante todo el día, alimentándose con pescado seco, y al caer la tarde se sentaron a la orilla del mar para ver la puesta del sol, cuando de repente oyeron un maullido espantoso, y a algunos pasos detrás de sí vieron a un tigre que se disponía a saltar sobre ellos. Tuvieron el tiempo preciso para frotarse los pies con el jugo de la planta y ponerse fuera del alcance de la fiera huyendo por el mar.
Y se encontraron en el Tercer Mar.
Y fue aquella una noche muy negra, y a impulsos de un viento que soplaba con violencia, el mar se agitó mucho, lo cual hizo la marcha en extremo fatigosa, máxime para viajeros extenuados ya por la falta de sueño. Felizmente, al rayar el alba llegaron a una isla, donde lo primero que hicieron fue echarse para descansar. Tras de lo cual se levantaron con propósito de recorrer la isla, y la hallaron cubierta de árboles frutales. Pero aquellos árboles tenían la facultad maravillosa de que sus frutos crecían confitados en las ramas. Así es que disfrutaron extraordinariamente en aquella isla ambos viajeros, en especial Belukia, a quien gustaban muchísimo las frutas confitadas y todas las cosas almibaradas en general, y se pasó todo el día dedicado a su regalo. Incluso obligó al sabio Offán a detenerse allí diez días enteros, para tener tiempo de saciarse con aquellas frutas deliciosas.
Pero he aquí que al terminar el décimo día había abusado de su dulzor de tal manera, que se le puso malo el vientre, y disgustado, se apresuró a frotarse las plantas de los pies y los tobillos con el jugo del vegetal, haciendo Offán lo propio, y se pusieron en camino por el Cuarto Mar.
Viajaron cuatro días y cuatro noches por este Cuarto Mar, y tomaron tierra en una isla que no era más que un banco de arena muy fina, de color blanco, donde anidaban reptiles de todas formas, cuyos huevos se incubaban al sol. Como no advirtieron en aquella isla ningún árbol ni una sola brizna de hierba, no quisieron pararse allá más que el tiempo preciso para descansar y frotarse los pies con el jugo que contenía el frasco.
Por el Quinto Mar sólo viajaron un día y una noche, porque al amanecer vieron una islita cuyas montañas eran de cristal con anchas venas de oro, y estaban cubiertas de árboles asombrosos que tenían flores de un amarillo brillante. Al caer la noche estas flores refulgían como astros, y su resplandor, reflejado por las rocas de cristal, iluminó la isla y la dejó más brillante que en pleno día. Y dijo Offán a Belukia: "Delante de los ojos tienes la Isla de las Flores de Oro. Se trata de unas flores que, después de caer de los árboles y cuando se secan, se reducen a polvo, y su fusión acaba por formar las venas de donde se saca el oro. Esta Isla de las Flores de Oro no es más que una partícula del sol separado del astro, y caída antaño aquí mismo".
Pasaron, pues, en aquella isla una noche magnífica, y al día siguiente se frotaron los pies con el líquido precioso y penetraron en la sexta región marítima.
Viajaron por el Sexto Mar...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
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