Y CUANDO LLEGÓ LA 352ª NOCHE
Ella dijo:
"...y hasta te cabe el derecho de hablar aún con más amargura. Pero el perdón de las faltas es patrimonio de las almas generosas. Y además, ¿qué harías en este palacio sola con tu dolor, después de haber muerto la gentil amiga que te consolaba con su dulzura?" Al oír estas palabras, se llenaron de lágrimas sus ojos, y permaneció pensativa durante una hora. Tras lo cual me dijo: "Creo que dijiste verdad, Ibn Al-Mansur. ¡Voy a contestarle!"
Entonces ¡oh Emir de los Creyentes! cogió papel y escribió una carta, cuya elocuencia emocionante no sabrían igualar los mejores escribas de tu palacio. No me acuerdo de los términos exactos de aquella carta pero en sustancia decía así:
"A pesar del deseo, ¡oh mi amante! jamás he comprendido el motivo de nuestra separación. Reflexionando bien, es posible que en el pasado errara yo. Pero el pasado ya no existe, y los celos, cualesquiera sean, deben morir con la víctima de la Separadora.
"Déjame que te tenga ahora al alcance de mi vista, para que descansen mis ojos como no lo harían con el sueño.
"Juntos entonces, beberemos nuevamente los tragos refrigerantes; y si nos embriagamos, no podrá censurarnos nadie".
Selló luego la carta y me la entregó; y le dije: "¡Por Alah! ¡He aquí lo que apacigua la sed del sediento y cura las dolencias del enfermo!" Y me disponía a despedirme para llevar la buena nueva al que la esperaba, cuando me detuvo ella aún para decirme: "¡Ya Ibn Al-Mansur, puedes añadir también que esta noche será para nosotros dos una noche de bendición!"
Y lleno de alegría corrí a casa del emir Jobair, a quien encontré con la mirada fija en la puerta por donde debía yo entrar.
Cuando hubo leído la carta y comprendió su alcance, lanzó un gran grito de alegría y cayó desvanecido. No tardó en volver en sí, y preguntóme, todavía anhelante: "Dime, ¿fue ella misma quien redactó esta carta? ¿Y la escribió con su mano?" Yo le contesté: "¡Por Alah que no supe hasta ahora que se pudiese escribir con los pies!"
Por lo demás, ¡oh Emir de los Creyentes! apenas había yo pronunciado estas palabras, cuando oímos detrás de la puerta un tintinear de brazaletes y un ruido de cascabeles y seda, viendo aparecer, un instante más tarde, a la joven en persona.
Como no puede describirse con la palabra dignamente la alegría, no trataré de hacerlo en vano. Sólo he de decirte ¡oh Emir de los Creyentes! que ambos amantes corrieron a echarse en brazos uno de otro, entusiasmados y con las bocas juntas.
Cuando salieron de su éxtasis, Sett Badr permaneció de pie, rehusando sentarse a pesar de las instancias de su amigo. Me extrañó aquello mucho, y hube de preguntarle a qué obedecía. Ella me dijo: "¡No me sentaré hasta que se formalice nuestro pacto!" Dije yo: "¿Qué pacto, ¡oh mi dueña!?" Ella dijo: "Es un pacto que sólo incumbe a los enamorados".
Y se inclinó al oído de su amigo y le habló en voz baja. El contestó: "¡Escucho y obedezco!" Y llamó a uno de sus esclavos, dándole una orden; y el esclavo desapareció.
Algunos instantes después, vi entrar al kadí y a los testigos, que extendieron el contrato de matrimonio de ambos amantes, y se fueron luego, llevando un regalo de mil dinares que les dio Sett Badr. Quise igualmente retirarme; pero no lo consintió el emir, que hubo de decirme: "¡No se dirá que tuviste únicamente parte en nuestras tristezas, sin participar de nuestra alegría!" Y me invitaron a un festín que duró hasta la aurora. Entonces me dejaron retirarme a la estancia que habíanme reservado.
Al despertarme por la mañana, entró en mi estancia un esclavo que llevaba una jofaina y un jarro, e hice mis abluciones, y recé mi plegaria matinal. Tras de lo cual fui a sentarme en la sala de recepción donde vi llegar a poco a los dos esposos, que salían del hammam, frescos aún, después de dedicarse a sus amores. Les deseé una mañana dichosa y les cumplimenté, felicitándoles e invocando bienandanzas sobre ellos; luego añadí: "Soy feliz por haber contribuido en algo a vuestra unión. Pero ¡por Alah! emir Jobair, si quieres darme una prueba de tu estimación para conmigo, explícame qué fue lo que pudo en otro tiempo irritarte hasta el punto de hacer que, para tu desgracia, te separaras de tu enamorada Sett Badr. Ella misma me describió la escena de la pequeña esclava, besándola y mimándola después de haberle peinado y trenzado los cabellos. ¡Pero me parece inadmisible, emir Jobair, que sólo aquello pudiera ocasionar tu resentimiento y no tuvieras otra causa de enojo u otras pruebas y sospechas!"
A estas palabras, el emir Jobair sonrió y me dijo: "Ibn Al-Mansur, tu sagacidad es exclusivamente maravillosa. Ahora que la favorita de Sett Badr ha muerto, se extinguió mi rencor. Puedo, pues, revelarte sin misterio el origen de nuestra desavenencia. Proviene sencillamente de una broma que me gastó, como si ambas fuesen las culpables de ella, un barquero que las llevó en su barca cierto día en que fueron a pasear por el agua.
Me dijo: "Señor, ¿cómo miras siquiera a una mujer que se burla de ti con una favorita a la que ama? Porque has de saber que en mi barca estaban apoyadas con indolencia una contra otra, y cantaban cosas muy inquietantes acerca del amor de los hombres. Y terminaron sus cánticos con estos versos:
¡Menos ardiente que mis entrañas es el fuego; pero en cuanto me acerco a mi amo, el incendio se apaga, y el hielo es menos frío que mi corazón ante sus deseos!
¡Pero no le ocurre así a mi amo! ¡En él, lo que debe estar duro, es blando, y lo que debe tener tierno es duro; pues duro es su corazón como la roca, y su otra cosa es blanda como el agua!
Entonces yo, al oír del barquero semejante relato, sentí oscurecerse el mundo ante mis ojos, y corrí a casa de Sett Badr, donde vi lo que vi. Y bastó aquello para confirmar mis sospechas...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
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