Y CUANDO LLEGÓ LA 380ª NOCHE
Ella dijo:
"..¡Sígueme y ya verás!" Se acercó entonces por detrás al hombre, y con mucho cuidado quitó el cabestro al asno, se lo puso él mismo, sin que el hombre notase el cambio, y echó a andar como una acémila, mientras su compañero se alejaba con el asno que habían libertado.
Cuando estuvo seguro el ladrón de que el burro iba ya lejos, detuvo su marcha bruscamente, y sin volverse, intentó el hombre obligarle a marchar, tirando de él. Pero al sentir aquella resistencia, se volvió para regañar al borrico, y vió sujeto con el cabestro al ladrón en lugar del animal y mirándole con aspecto humilde y ojos implorantes. Se quedó tan estupefacto, que permaneció inmóvil frente al ladrón; y al cabo de un momento, pudo por fin articular algunas sílabas y preguntar: "¿Quién eres?" El ladrón exclamó con voz lacrimosa: "¡Soy tu asno, oh amo mío! ¡Pero mi historia es asombrosa! Porque has de saber que en mi juventud era yo un bribón dado a toda clase de vicios vergonzosos. Un día entré completamente borracho y repugnante en casa de mi madre, la cual, al verme, sin poder dominar su ira, me colmó de reproches y quiso echarme de la casa. Pero yo la rechacé y hasta le pegué, influido por mi borrachera. Entonces, indignada ante mi conducta para con ella, mi madre me maldijo, y el efecto de su maldición fue variar repentinamente mi forma y convertirme en borrico. A la sazón ¡oh amo mío! me compraste por cinco dinares en el zoco de los burros, y me has tenido todo este tiempo, y te he servido como animal de carga, y me pinchabas en la grupa cuando, rendido ya, me negaba a andar, y lanzabas contra mí mil juramentos que no me atreveré a repetir nunca. ¡Eso es todo! Y no podía yo quejarme porque me faltaba el don de la palabra, y lo más que hacía a veces, aunque raramente, era recurrir al cuesco para reemplazar así el lenguaje que carecía. Por último, sin duda ha debido recordarme con agrado hoy mi madre, y debió entrar la piedad en su corazón e incitarla a implorar para mí la misericordia del Altísimo. ¡Porque indudablemente obedece esta misericordia el que ahora haya yo vuelto a mi primitiva forma humana, oh amo mío!"
Al oír estas palabras, exclamó el pobre hombre: "¡Oh semejante mío, perdóname mis yerros para contigo, ¡por Alah sobre ti! y olvida los malos tratos que te hice sufrir sin darme cuenta! ¡No hay recurso más que en Alah!" Y se apresuró a quitar el ronzal que sujetaba al ladrón, y se fue muy arrepentido a su casa, donde pasó la noche sin poder pegar los ojos de tantos remordimientos y pena como sentía.
Algunos días después, fue el pobre hombre al zoco de los burros para comprarse otro asno; ¡y cuál no sería su sorpresa al encontrar en el mercado a su primer borrico con el aspecto que tenía antes de transformación! Y pensó: "¡Sin duda debió el bribón cometer ya algún otro delito!" Y se acercó al asno, que se había puesto a rebuznar al reconocerle, se inclinó a su oreja y le dijo con todas sus fuerzas: "¡Oh bribón incorregible!, has debido ultrajar y pegar otra vez tu madre para transformarte de nuevo en borrico. Pero ¡por Alah! ¡No seré yo quien vuelva a comprarte!" Y le escupió furioso en la cara, y se fue a comprar otro asno notoriamente conocido como hijo de padre y madre pertenecientes a la especie de los asnos.
Y Schehrazada dijo todavía aquella noche:
EL FLAGRANTE DELITO DE SETT ZOBEIDA
Cuentan que el Comendador de los Creyentes, Harún Al-Raschid, entró un día a dormir la siesta en las habitaciones de su esposa Sett Zobeida, y ya iba a echarse cuando notó precisamente en mitad del lecho una extensa mancha, fresca todavía, de cuyo origen no podía dudarse. Al ver aquello, se ennegreció el mundo ante el califa, que llegó al límite de la indignación. Hizo llamar al punto a Sett Zobeida, y con los ojos inflamados de cólera y temblándole la barba, le dijo: "¿De qué es esa mancha que hay en nuestro lecho?" Sett Zobeida acercó la cabeza a la mancha consabida, la olió y dijo: "Es de licor de hombre, ¡oh Emir de los Creyentes!" Conteniendo a duras penas el estallido de su cólera, exclamó él: "¿Y puedes explicarme la presencia de ese líquido aún tibio en un lecho donde no me he acostado contigo desde hace más de una semana?" Ella exclamó muy conmovida: "La fidelidad sobre mí y alrededor de mí ¡oh Emir de los Creyentes! ¿Acaso me acusas de fornicación?"
Al-Raschid dijo: "Tanto te acuso, que ahora mismo voy a hacer venir al kadí Abi-Yussuf para que examine la cosa y me dé su parecer acerca de ella. ¡Y te juro por el honor de mis antecesores ¡oh hija de mi tío! que no retrocederé ante nada si el kadí te declara culpable!"
Cuando llegó el kadí, Al-Raschid le dijo: "¡Oh Abi-Yussuf, dime qué puede ser esa mancha!"
El kadí se acercó al lecho, puso el dedo en la mancha, se lo llevó luego a la altura de los ojos y de la nariz, y dijo: "¡Es licor de hombre, ¡oh Emir de los Creyentes!..."
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
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