PERO CUANDO LLEGO LA 113ª NOCHE
Ella dijo:
La vi, sonriente, asomada en una ventana abierta en el piso alto. No intentaré pintarte su hermosura, porque mi lengua es demasiado torpe para ello. Sabe únicamente que apenas me hubo visto se puso el dedo índice entre los labios. Bajó después el dedo del corazón, lo unió al índice izquierdo, y se puso los dos entre los pechos. En seguida se metió dentro, cerró la ventana y desapareció.
Y completamente sorprendido, e inflamadlo por el deseo, por mucho que miré esperando ver de nuevo aquella aparición que me había arrebatado el alma, permaneció cerrada la ventana obstinadamente. Y no desesperé hasta que, después de haber estado aguardando en el banco hasta la puesta del sol, olvidando el contrato de casamiento y la novia, me cercioré de que decididamente era en vano aguardar. Entonces me levanté con el corazón muy apenado, y me dirigí hacia mi casa. Por el camino desdoblé aquel adorable pañuelo, cuyo perfume me había deleitado tan intensamente, y me creí en el Paraíso. Y cuando lo hube desdoblado del todo, vi que en una de las esquinas llevaba escritos estos versos, con una hermosa letra entrelazada:
¡He querido quejarme por medio de esta letra fina y complicada para que conozca la pasión de mi alma! ¡Porque toda letra es la huella del alma que la imagina!
Pero el amigo me dijo: "¿Por qué es tu letra tan fina y tan atormentada, que casi desaparece a mi vista?"
Y contesté: "¡Así estoy yo de atormentada! ¿Tan ingenuo eres que no has adivinado en ella un indicio de amor?"'
Y en la otra esquina del pañuelo estaban escritos estos versos, en caracteres grandes y regulares:
¡Las perlas, el ámbar y el encendido rubor de las manzanas bajo las hojas celosas, a penas podrían decirte la claridad de sus mejillas debajo del bozo!
¡Y si buscaras la muerte, la encontrarías en las intensas miradas de sus ojos, cuyas víctimas son innumerables! ¡Pero si es la embriaguez lo que deseas, deja los vinos del copero! ¿No tienes las rojas mejillas del copero?
Entonces yo, ¡oh mi señor! Me sentí enloquecido, y llegué a mi casa al caer la noche. Y encontré a la hija de mi tía, que estaba llorando; pero al verme se limpió rápidamente los ojos, se acercó a mí, y me ayudó a desnudarme. Y me interrogó dulcemente sobre el motivo de mi retraso, y me dijo que todos los convidados, los emires, los grandes mercaderes y los demás, lo mismo que el kadí y los testigos, me habían aguardado largo rato, pero que al no verme venir habían comido y bebido hasta la saciedad, y se habían ido todos, cada cual por su camino. Después añadió: "¡En cuanto a tu padre, se ha puesto muy furioso, y ha jurado que nuestro casamiento se aplazará hasta el año que viene! Pero ¡oh hijo de mi tío! ¿Por qué has procedido de esa manera?"
Entonces le dije: "Ha ocurrido tal y cual cosa". Y le conté la aventura con pormenores. Enseguida cogió el pañuelo que le alargaba, y después de haber leído lo que en él estaba escrito, derramó abundantes lágrimas. Y dijo después: "¿Pero ella no te ha hablado?"
Yo contesté: "Sólo por señas, de las cuales nada he entendido, y cuya explicación quisiera que me dieses". Ella dijo: "¡Oh mi muy amado primo! si me pidieras hasta los ojos, no vacilaría en sacármelos para ti. Sabe, pues, que para devolver la tranquilidad a tu espíritu estoy dispuesta a servirte con toda abnegación, y a facilitarte un encuentro con esa mujer que tanto te preocupa, y que seguramente está enamorada de ti. Porque esas señas, cuyo misterio lo conocemos nosotras las mujeres, significan que te ama apasionadamente y que te cita para dentro de dos días. Los dedos colocados entre los dos pechos determinan el número dos, mientras que el dedo entre los labios indica que eres para ella lo mismo que su alma, que le da vida al cuerpo. Está, pues, seguro de que mi amor hacia ti ha de obligarme a todos los favores que pueda hacerte, y os pondré a ambos bajo mis alas, para que os protejan".
Le di las gracias por su abnegación y por sus buenos ofrecimientos, y me estuve dos días en casa aguardando la hora de la cita. Y estaba muy triste, y descansaba la cabeza en las rodillas de mi prima, que no dejaba de animarme y alentar mi corazón. Así es que, cuando se acercó la hora de la cita, mi prima se apresuró a ponerme el traje, y me perfumó con sus manos...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada