Y CUANDO LLEGO LA 84ª NOCHE
Ella dijo:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que la venerable anciana prosiguió de esta manera:
"Se cuenta que el califa Abu-Giafar Al-Mansur quiso nombrar kadí a Abí-Hanifa y señalarle diez mil dracmas al año. Pero cuando Abí-Hanifa se enteró de la intención del califa, rezó la oración matutina, se envolvió en su ropón blanco y se sentó sin decir una palabra. Entonces entró el enviado del califa, para entregarle por anticipado los diez mil dracmas y anunciarle su nombramiento. Pero Abí-Hanifa no contestó palabra a todo el discurso del enviado. Entonces el enviado dijo: "Puedes estar seguro de que todo este dinero que te traigo es cosa lícita y admitida por el Libro Noble". Pero Abí-Hanifa replicó: "Verdaderamente, es cosa lícita, ¡pero Abí-Hanifa no será jamás servidor de los tiranos!"
Y dichas estas palabras, la anciana añadió: "Habría querido, ¡oh rey! recordarte más rasgos admirables de la vida de nuestros sabios antiguos. Pero he aquí que la noche se acerca; además, ¡los días de Alah son numerosos para sus servidores!" Y la santa anciana se volvió a echar el velo sobre los hombros, y retrocedió hacia el grupo formado por las cinco doncellas.
El visir Dandán, al llegar a este punto, cesó de hablar un momento, pero a los pocos instantes añadió:
Cuando el rey Ornar Al-Nemán hubo oído estas palabras edificantes, comprendió que aquellas mujeres eran las más perfectas de su siglo, al mismo tiempo que las más bellas y las de espíritu y cuerpo más cultivados. Y no supo qué consideraciones guardarles que fueran dignas de ellas, y quedó completamente encantado con su hermosura, y las deseó ardientemente, al mismo tiempo que se llenaba de respeto hacia la santa anciana que las guiaba. Y por lo pronto les dió para vivienda los aposentos reservados que habían pertenecido en otro tiempo a la reina Abriza, reina de Kaissaria. Y durante diez días seguidos fué personalmente a saber de ellas y a ver por sí mismo si les faltaba algo, y cada vez que iba encontraba a la vieja rezando, pues pasaba los días entregada al ayuno y las noches a la meditación. Y tanto le edificó su santidad, que un día me dijo: "¡Oh mi visir! ¡Qué bendición es tener en palacio una santa tan admirable! Mi respeto hacia ella es tan grande como mi amor hacia esas jóvenes.
Puesto que han transcurrido los diez días de nuestra hospitalidad y podemos hablar de negocios, ven conmigo para pedir a la anciana que fije el precio de esas jóvenes, de esas cinco vírgenes de pechos redondos".
Fuimos, pues, en seguida, y tu padre se lo preguntó a la anciana, que le dijo: "¡Oh rey! sabe que el precio de esas jóvenes está fuera de las condiciones ordinarias, porque su precio no se paga en oro, ni en plata, ni en pedrerías".
Al oír estas palabras, el rey Omar se quedó extraordinariamente asombrado, y le preguntó: "¡Oh venerable señora! ¿En qué consiste el precio de estas jóvenes?" Y ella contestó: "No puedo vendértelas más que con una sola condición: un ayuno de todo un mes, durante el cual te dedicarás a la meditación y a la plegaria. Y al cabo de este mes de ayuno completo, con el cual tu cuerpo se purificará y se hará digno de comulgar con el cuerpo de esas jóvenes, podrás disfrutar totalmente de sus dulzuras'".
Entonces el rey Omar quedó asombrado hasta el límite del asombro, y su respeto a la anciana ya no conoció límites. Y se apresuró a aceptar sus condiciones. Pero la anciana le dijo: "Por mi parte te ayudaré con mis oraciones y con mis votos a soportar el ayuno. Ahora tráeme una colodra de cobre". Y el rey le entregó una colodra de cobre, que ella llenó de agua pura, y empezó a decir oraciones en una lengua desconocida y a murmurar durante una hora frases que ninguno de nosotros entendimos. Después cubrió la colodra con una tela transparente, la precintó con su sello, y la entregó a tu padre, diciéndole:
"Al cabo de los diez días, cortarás el ayuno bebiendo esta agua santa, que te fortalecerá y te lavará de todas las mancillas pasadas. Y ahora me voy a buscar a la Gente de lo Invisible, que son mis hermanos, pues hace mucho tiempo que no los he visto. Volveré en la mañana del undécimo día". Y dichas estas palabras, deseó la paz a tu padre, y se fué.
Entonces el rey eligió una celda completamente aislada del palacio, en la cual no puso más muebles que la colodra de cobre, y se encerró allí para entregarse a la meditación y al ayuno y hacerse merecedor de los cuerpos de aquellas jóvenes. Cerró la puerta por dentro, se metió la llave en el bolsillo y...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente
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