Ella dijo:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que la joven reina Abriza exclamó: "¡Y veremos quién de todos vosotros es el héroe!"
Y el patricio Massura repuso: "¡Por el Mesías! ¡Has hablado muy bien! ¡Yo seré el primero que se presente a luchar!"
Ella dijo: "Pues aguarda que vaya a avisarle y a saber su respuesta. Si acepta, así se hará; si se niega, será de todos modos el huésped protegido". Y Abriza se apresuró a ir en busca de Scharkán, y le puso al corriente de todo, excepto de quién era ella.
Y Scharkán comprendió que había juzgado mal al dudar de la generosidad de la joven, y se reconvino mucho, y con doble motivo por haberse equivocado al juzgar a la joven y por haberse metido imprudentemente en medio del país de los rumís.
Y después dijo: "¡Oh mi señora! No tengo la costumbre de combatir contra un solo guerrero, sino contra diez a un tiempo, y de esa manera pienso entablar el combate".
Dijo, y se puso en pie de un salto, y se precipitó al encuentro de los guerreros cristianos. Y llevaba en la mano su alfanje y su escudo.
Cuando el patricio Massura vió que se acercaba Scharkán, saltó sobre él de un brinco, y le atacó furiosamente; pero Scharkán paró el golpe que se le dirigía, y se lanzó contra su adversario como un león. Y le dió en el hombro un tajo tan terrible, que el alfanje salió brillando por la cadera, después de haberle atravesado el vientre y los intestinos.
Al ver esto, el valor de Scharkán creció considerablemente a los ojos de la reina, que pensó: "¡He aquí el héroe con quien habría yo podido luchar en el bosque!"
Después se volvió hacia los soldados; y les dijo: "¿Qué esperáis para proseguir el combate? ¿No pensáis vengar la muerte del patricio?" Entonces avanzó a grandes pasos un gigante de aspecto formidable, y cuya cara respiraba una gran energía. Era el propio hermano del patricio Massura. Pero Scharkán no le dió tiempo para más, pues le dió tal tajo en el hombro, que el alfanje salió brillando por la cadera, después de haber atravesado el vientre y los intestinos. Entonces avanzaron otros guerreros, uno a uno, pero Scharkán les hacía sufrir la misma suerte, y para su alfanje era un juego el hacer volar sus cabezas. Y de ese modo mató a cincuenta. Cuando los otros cincuenta que quedaron vieron la suerte que habían corrido sus compañeros, se reunieron en una sola masa, y se precipitaron todos juntos contra Scharkán, pero esto los perdió.
Scharkán los esperaba con toda la bravura de su corazón, más duro que la roca, y los trilló como se trillan los granos en la era, y los desparramó a ellos y a sus almas para siempre.
Entonces la reina Abriza gritó a sus doncellas: "¿Quedan más hombres en el monasterio?" Y ellas contestaron: "No quedan más hombres que los porteros". Entonces la reina Abriza avanzó al encuentro de Scharkán, y le estrechó entre sus brazos, y le besó con fervor. Después contó el número de muertos, y se encontraron ochenta. En cuanto a los otros veinte combatientes, lograron escaparse, a pesar de su estado, y habían desaparecido.
Y Scharkán pensó entonces en limpiar la hoja ensangrentada de su alfanje. Y arrastrado por Abriza, volvió al monasterio, recitando estas estrofas bélicas:
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- ¡Contra mí se han lanzado furiosamente para combatirme el día de mi valentía!
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- Y he arrojado sus altaneros caballos como pasto a los leones, a mis hermanos los leones.
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- ¡Vamos! ¡Libradme del peso de mi ropa, si queréis!
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- En el día de mi valentía no he hecho más que pasar, y he aquí a todos los guerreros tendidos en la tierra abrasadora de mi desierto.
Y como habían llegado al salón, la joven Abriza, sonriente de placer cogió la mano de Scharkán y se la llevó a los labios. Después se levantó el vestido, y aparecieron por debajo una cota de malla y una espada de acero fino de la India. Y Scharkán asombrado. preguntó: "¿Para qué son, ¡oh mi señora! esta cota de malla y esta espada?" Y ella dijo: "¡Oh Scharkán! durante el combate me armé apresuradamente por si tenía que correr en tu auxilio, pero no has necesitado de mi brazo!"
Después la reina Abriza mandó llamar a los porteros, y les dijo "¿Cómo es que sin mi permiso habéis dejado penetrar a los hombres del rey?" Y dijeron: "No es costumbre que pidan permiso los hombres del rey, y mucho menos su gran patricio".
Ella dijo: "¡Sospecho que habéis querido perderme y ocasionar la muerte de mi huésped!
Y rogó a Scharkán que les cortara la cabeza, y Scharkán les cortó la cabeza.
Entonces la reina dijo a sus esclavas: "¡Merecían un castigo más duro!"
Después se volvió hacia Scharkán, y exclamó: "¡He aquí, ¡oh Scharkán! que voy a revelarte lo que ha estado oculto para ti hasta ahora!"
Y dijo así:
"Sabe, ¡oh Scharkán! que soy la hija única del rey griego Hardobios, señor de Kaissaria, y me llamo Abriza. Y tengo por enemiga inexorable a la vieja Madre de todas las Calamidades, que ha sido la nodriza de mi padre y es muy temida y atendida en palacio. Y la causa de esta enemistad entre ella y yo, es una causa que me dispensarás que te cuente, pues intervienen unas jóvenes en esta historia, y ya conocerás con el tiempo todos los pormenores. Así es que la Madre de todas las Calamidades hará cuanto pueda para perderme, sobre todo ahora que he sido la causa de la muerte del jefe de los patricios y de los guerreros. Y dirá a mi padre que he abrazado vuestra causa. Así es que la única resolución que puedo tomar, mientras la Madre de todas las Calamidades me persiga, es irme lejos de mi familia y de mi país. Y te ruego que me ayudes y obres conmigo como yo he obrado contigo, pues te corresponde parte de culpa de cuanto acaba de pasar".
Al oír estas palabras, Scharkán sintió que la alegría le hacía perder la razón, y que su pecho se ensanchaba, y se dilataba todo su ser, y dijo: "¡Por Alah! ¿Quién se atreverá a acercarse a ti, mientras mi alma esté en mi cuerpo? Pero ¿podrías sobrellevar realmente el verte alejada de tu padre y de los tuyos? Y ella contestó: "Seguramente que sí". Entonces Scharkán le hizo que lo jurase, y ella juró. Y después ella dijo: "Ya se ha tranquilizado mi corazón.
Pero tengo que dirigirte otra súplica". Scharkán dijo: "¿Y cuál es esa súplica?" Y ella contestó: "Que vuelvas a tu país, con todos los soldados". Pero él dijo: "¡Oh señora mía! Mi padre Omar Al-Nemán me ha mandado a este país de los rumís para combatir y vencer a tu padre, contra el cual nos ha pedido auxilio el rey Afridonios de Constantinia. Pues tu padre ha mandado confiscar un navío cargado de riquezas, entre ellas tres gemas preciosas que poseen admirables virtudes". Entonces Abriza contestó: "¡Tranquiliza tu alma y endulza tus ojos! Porque he aquí que voy a decirte la verdadera historia de nuestra hostilidad con el rey Afridonios:
"Sabe que nosotros los griegos celebramos una fiesta anual, que es la fiesta de este monasterio. Y cada año en igual fecha acuden aquí todos los reyes cristianos desde todas las comarcas, así como los nobles y los grandes comerciantes. Y también vienen las mujeres y las hijas de los reyes y de los demás; y esta fiesta dura siete días completos. Ahora bien; cierto año fui yo una de las visitantes, y aquí estaba también la hija del rey Afridonios de Constantinia, que se llamaba Safía, y es ahora concubina de tu padre, el rey Omar Al-Nemán, y madre de sus hijos. Pero en aquel momento era todavía doncella. Cuando terminó la fiesta y llegó el séptimo día, que era el día de la marcha, Safía dijo: "No quiero volver por tierra a Constantinia, sino por mar". Entonces le prepararon una nave, en la cual se embarcó con sus compañeras, y mandó embarcar todas las cosas que le pertenecían; y se dieron a la vela, y zarparon. Pero apenas se había alejado el navío, se levantó viento contrario, que hizo desviarse a la nave de su ruta. Y la Providencia quiso que hubiera precisamente en tales parajes un gran navío lleno de guerreros cristianos de la isla de Kafur, en número de quinientos afrangí.(Francos: nombre dado a los europeos)
Y todos estaban armados y forrados de hierro. Y sólo aguardaban una ocasión como aquélla para lograr botín, pues desde hacía tiempo que andaban por el mar. De modo que en cuanto vieron el navío en que estaba Safía, lo abordaron, le echaron los garfios y se apoderaron de él. Después se dieron de nuevo a la vela llevándolo a remolque. Pero levantó una furiosa tempestad que los arrojó a nuestras costas, desamparados. Entonces se arrojaron sobre ellos nuestros hombres, mataron a los piratas, y se apoderaron a su vez de las sesenta jóvenes entre las cuales se encontraba Safía.
También recogieron todas las riquezas acumuladas en los buques.
Vinieron a ofrecer las sesenta jóvenes como regalo a mi padre el rey de Kaissaria, y se guardaron las riquezas. Mi padre escogió para sí las diez jóvenes más hermosas y distribuyó el resto entre su séquito. Después eligió cinco de las más bellas, y se las envió como regalo a tu padre, el rey Omar Al-Nemán. Y entre esas cinco estaba precisamente Safía, hija del rey Afridonios: pero nosotros no nos lo figurábamos, porque ni ella ni nadie nos había revelado su condición ni su nombre, y he aquí ¡oh Scharkán ! cómo Safía llegó a ser concubina de tu padre, el rey Omar Al-Nemán. Y además, le fué enviada con otros muchos regalos, como sederías, paños y bordados de Grecia. Pero a principios de este año, el rey mi padre recibió una carta del rey Afridonios, padre de Safía. Y en esta carta había cosas que no te sabría repetir. Pero decía lo siguiente:
"Hace dos años que cogiste a unos piratas sesenta jóvenes, una de las cuales era mi hija Safía. Hasta ahora no me he enterado, ¡oh rey Hardobios! porque nada me has dicho.
Esto es la mayor ofensa y el mayor oprobio para mí y alrededor de mí. Por lo tanto, en cuanto recibas mi carta, si no quieres ser mi enemigo, me devolverás a mi hija Safía, intacta e íntegra. Si demoras su envío, te trataré como mereces, y mi cólera y mi resentimiento tomarán represalias terribles contra ti".
"Y en cuanto mi padre leyó esta carta, se quedó muy perplejo y muy alarmado, pues la joven Safía había sido enviada como regalo a tu padre, el rey Omar Al-Nemán, y no había ninguna probabilidad de que siguiese intacta e íntegra, puesto que ya la había hecho madre el rey Omar Al-Nemán.
"Comprendimos entonces que aquello era una gran calamidad. Y mi padre no tuvo otro recurso que escribirle una carta al rey Afridonios, en que le exponía la situación, y disculpándose con la ignorancia en que había estado respecto a la personalidad de Safía, y jurándoselo mil veces.
"Al recibir la carta de mi padre, el rey Afridonios se enfureció de una manera trágica; se levantó, se sentó, echó espuma, y dijo: "¿Es posible que mi hija, cuya mano se disputaban todos los reyes cristianos, haya llegado a ser una esclava entre las esclavas de un musulmán? ¿Es posible que se haya rendido a sus deseos y compartido su lecho sin contrato legal? ¡Por el Mesías! que he de tomar de ese cabalgador musulmán, no saciado de mujeres, una venganza que hará hablar al Oriente y al Occidente".
"Y entonces fué cuando el rey Afridonios discurrió enviar embajadores a tu padre con ricos presentes, y hacerle creer que estaba en guerra contra nosotros, y pedirle socorro. Pero en realidad era para hacerte caer a ti, ¡oh Scharkán! y a tus diez mil jinetes en una emboscada.
"En cuanto a las tres gemas maravillosas poseedoras de tantas virtudes, existen realmente. Eran propiedad de Safía, y cayeron en manos de los piratas, y después en las de mi padre, que me las regaló. Y yo las tengo, y ya te las enseñaré. Pero por ahora lo más importante es que busques a tus jinetes y emprendas con ellos el camino de Bagdad, antes de caer en las redes del rey de Constantinia y antes de que os incomuniquen por completo".
Al oír Scharkán estas palabras, cogió la mano de Abrizia y se la llevó a los labios. Y después dijo: "¡Loor a Alah y a las criaturas de Alah! ¡Loor al que te ha puesto en mi camino, para que seas causa de mi salvación y de la salvación de mis compañeros! Pero ¡oh deliciosa y caritativa reina! Yo no puedo separarme de ti después de cuanto ha pasado, y no permitiré que te quedes aquí sola, pues no sé lo que te puede ocurrir. ¡Ven, Abriza, vamos a Bagdad, donde estarás segura".
Pero Abriza, que había tenido tiempo para reflexionar, le dijo: "¡Oh Scharkán! date prisa a marcharte. Apodérate de los enviados del rey Afridonios, que están en tus tiendas, oblígalos a confesar la verdad, y de este modo comprobarás mis palabras. Yo te alcanzaré antes de que hayan pasado tres días, y entraremos juntos en Bagdad". Después se levantó, se acercó a él, le cogió la cabeza con ambas manos, y le besó. Y Scharkán hizo lo mismo.
Y la reina lloraba lágrimas abundantes.
Y su llanto era capaz de derretir las piedras.
Scharkán, al ver llorar aquellos ojos, se enterneció más todavía, y llorando recitó estas dos estrofas:
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- ¡Me despedí de ella, y mi mano derecha enjugaba mis lágrimas, mientras que mi mano izquierda rodeaba su cuello!
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- Y me dijo, medrosa: "¿No temes comprometerte ante las mujeres de mi tribu?" Y le dije: "¡No lo temo! ¿Acaso el día de la despedida no es el de la traición de los enamorados?"
Y Scharkán se separó de Abriza, y salió del monasterio. Montó de nuevo en su corcel, cuyas bridas sujetaban dos jóvenes, y se fué.
Pasó el puente de cadenas de acero, se internó entre los árboles de la selva, y acabó por llegar al claro situado en medio del bosque. Y apenas había llegado, vió tres jinetes frente a él, que habían detenido bruscamente el galopar de sus caballos. Y Scharkán sacó su rutilante espada, y se cubrió con ella, dispuesto al choque. Pero súbitamente los conoció y le reconocieron, pues los tres jinetes eran el visir Dandán y los dos emires principales de su séquito.
Entonces los tres jinetes se apearon rápidamente, y desearon respetuosamente la paz al príncipe Scharkán, y le expresaron toda la angustia que por su ausencia había sentido el ejército. Y Scharkán les contó la historia con todos sus detalles, desde el principio hasta el fin, y la próxima llegada de la reina Abriza, y la traición proyectada por los embajadores de Afridonios.
Y les dijo: "Es probable que se hayan aprovechado de vuestra ausencia para escaparse y avisar a su rey. Y ¡quién sabe si el ejército enemigo habrá destruido al nuestro! ¡Corramos, pues, junto a nuestros soldados!"
Al galope de sus caballos llegaron al valle donde estaban las tiendas. Y allí reinaba la tranquilidad, pero los embajadores habían desaparecido. Se levantó apresuradamente el campo, partieron para Bagdad, y al cabo de algunos días llegaron a las fronteras, donde ya estaban seguros. Y todos los habitantes de aquellas comarcas se apresuraron a llevarles provisiones para ellos y víveres para los caballos. Y descansaron un poco, y luego reanudaron la marcha. Pero Scharkán confió la dirección de la vanguardia al visir Dandán, y se quedó en la retaguardia con cien jinetes, que escogió uno por uno entre lo más selecto de todos los jinetes. Y dejó que el ejército se le adelantara todo un día. y después se puso en marcha con cien guerreros.
Y cuando habían recorrido ya cerca de dos parasanges (Parseks . 1 parsek = 5 Km) acabaron por llegar a un desfiladero muy angosto situado entre dos altísimas montañas. Y apenas habían llegado, vieron que al otro extremo del desfiladero se levantaba una polvareda muy densa. Y esta polvareda avanzaba rápidamente, y cuando se disipó aparecieron cien jinetes, tan intrépidos como leones, que desaparecían bajo las cotas de malla y las viseras de acero. Y aquellos jinetes, apenas estuvieron al alcance de la voz, gritaron: "¡Apeaos, ¡oh musulmanes! y rendíos a discreción, pues si no, ¡por Mariam y Yuhanna! (María y Jesús) vuestras almas no tardarán en volar de vuestros cuerpos!"
Y Scharkán, al oír estas palabras, vió que el mundo se ocurecía ante su vista. Y dijo, inflamadas sus mejillas y lanzando sus ojos relámpagos de cólera: "¡Oh perros cristianos! ¿Cómo os atrevéis a amenazarnos después de haber tenido la audacia de atravesar nuestras fronteras y pisar nuestro suelo? ¿Pensáis que podréis escapar de entre nuestras manos y volver a vuestro país?"
Dijo, y gritó a sus guerreros: "¡Oh creyentes! ¡Sus a esos perros!" Y Scharkán fué el primero en arrojarse sobre el enemigo. Entonces los cien jinetes de Scharkán cayeron sobre los cien jinetes afrangí a todo el galopar de sus caballos, y ambas masas de hombres, con corazones más duros que la roca, se mezclaron.
Y los aceros chocaron con los aceros, las espadas con las espadas, y empezaron a llover golpes. Y crepitando los cuerpos se enlazaban con los cuerpos y los caballos se encabritaban para caer pesadamente sobre los caballos, y no se oía otro ruido que el chasquido de las armas y el choque del metal contra el metal. El combate duró hasta la aproximación de la noche. Y sólo entonces se separaron ambos bandos, y pudieron contarse. Scharkán comprobó que no había entre sus hombres ningún herido grave y exclamó:
"¡Oh compañeros! He navegado toda mi vida por el mar de las ruidosas batallas, en que chocan las oleadas de espadas y lanzas; he combatido con muchos héroes, pero no había encontrado hombres tan intrépidos, guerreros tan valerosos ni héroes tan esforzados como estos adversarios".
Y los soldados de Scharkán respondieron: "¡Oh príncipe Scharkán! tus palabras han dicho la verdad. Pero sabe que el jefe de esos guerreros es el más admirable de todos y el más heroico. Y además, cada vez que uno de nosotros caía entre sus manos, se apartaba para no matarlo, y le dejaba librarse de la muerte".
Al oír estas palabras, se quedó muy perplejo Scharkán, pero después dijo: "Mañana nos pondremos en fila y los atacaremos así, pues somos ciento contra ciento. ¡Y pediremos la victoria al Señor del Cielo!" Y confiados en esta resolución, se durmieron todos aquella noche. En cuanto a los cristianos, he aquí que rodearon a su jefe, y exclamaron: "Hoy no hemos podido dar cuenta de esos musulmanes". Y el jefe les dijo: "Pero mañana nos pondremos en fila, y los derribaremos uno tras otro". Y confiados en esta resolución, se durmieron todos también.
Así es que en cuanto brilló la mañana, e iluminó al mundo con su luz, y salió el sol para alumbrar indistintamente la cara de los pacíficos y de los guerreros, y saludó a Mahomed, ornamento de todas las cosas bellas, el príncipe Scharkán montó en su caballo, avanzó entre las dos filas de sus guerreros, y les dijo: "He aquí que nuestros enemigos están en orden de batalla. Lancémonos, pues, sobre ellos, pero uno contra uno. Por lo pronto, que salga de las filas uno de vosotros e invite en alta voz a uno de los guerreros cristianos a combate singular. Después cada cual afrontará a su vez la lucha de este modo".
Y uno de los jinetes de Scharkán salió de las filas, espoleó a su caballo hacia el enemigo, y gritó: "¡Oh todos vosotros! ¿Hay en vuestras filas algún combatiente, algún campeón bastante intrépido para aceptar la lucha conmigo?"
Apenas había pronunciado estas palabras, salió de entre los cristianos un jinete completamente cubierto de armas y de hierro, y de seda y de oro. Montaba un caballo alazán; su cara era sonrosada, con mejillas vírgenes de pelo.
Llevó su caballo hasta la mitad de la liza, y con la espada levantada se precipitó contra el campeón musulmán, y de un rápido bote de lanza le hizo perder los arzones y le obligó a rendirse al enemigo. Y se lo llevó prisionero, entre los gritos de victoria y de júbilo que lanzaban los guerreros cristianos.
En seguida salió de las filas otro cristiano y avanzó hasta la mitad de la liza, al encuentro de otro musulmán que ya estaba en ella y que era el hermano del prisionero. Y ambos campeones trabaron la lucha, que no tardó en terminar con la victoria del cristiano, pues aprovechando un descuido del musulmán, que no había sabido resguardarse, le dió otro bote de lanza, que le derribó, y se lo llevó prisionero.
Y así siguieron midiendo sus armas, y cada vez se terminaba la lucha con la derrota de un musulmán, vencido por el cristiano. Y así fué hasta que cayó la noche, quedando cautivos veinte guerreros musulmanes.
Scharkán se impresionó mucho al ver este resultado, y reunió a sus compañeros. Y les dijo: "¿No es verdaderamente extraordinario lo que nos acaba de ocurrir?" Mañana avanzaré yo solo frente al enemigo, y provocaré al jefe de esos cristianos. Y luego de vencerle, averiguaré la razón que le ha movido a violar nuestro territorio y a atacarnos. Y si se niega a explicarse, lo mataremos; pero si acepta nuestras proposiciones, haremos las paces con él". Y tomada esta resolución, se durmieron todos hasta por la mañana.
Y llegada la mañana, Scharkán montó a caballo y avanzó solo hacia las filas de los enemigos; y vió avanzar, en medio de cincuenta guerreros que se habían apeado, a un jinete, que no era otro que el jefe de los cristianos en persona. Llevaba pendiente de los hombros una clámide de raso azul que flotaba por encima de la cota de malla; blandía desnuda una espada de acero y montaba un caballo negro que llevaba en la frente una estrella blanca del tamaño de un dracma de plata. Y este jinete tenía una cara de niño, con mejillas frescas y sonrosadas y vírgenes de bozo. Y tan hermoso era, que semejaba la luna que sale gloriosamente por el horizonte oriental.
Y cuando estuvo en medio de la liza, este joven jinete se dirigió a Scharkán, y en lengua árabe, con el acento más puro, le dijo: "¡Oh Scharkán, oh hijo de Omar Al-Nemán, que reina en los pueblos y en las ciudades, en las plazas fuertes y en los castillos, prepárate a la lucha, porque será muy dura! ¡Y como eres el jefe de los tuyos y yo el jefe de los míos, queda acordado desde ahora que el vencedor en esta lucha se apoderará de los soldados del vencido y será su dueño!"
Pero ya Scharkán, con el corazón lleno de rabia, semejante al león enfurecido, había lanzado su corcel contra el cristiano. Y chocaron uno contra otro con un empuje heroico, resonando los golpes. Y se habría creído ver el choque de dos montañas, o la mezcla ruidosa de dos mares que se encontraran. Y no cesaron de combatir desde por la mañana hasta que fué completamente de noche. Y entonces se separaron, y cada cual volvió junto a los suyos.
Luego Scharkán dijo a sus compañeros: "¡En mi vida he encontrado un combatiente como ése! Y lo más extraordinario es que cada vez que su adversario queda descubierto, en lugar de herirle se limita a tocarlo ligeramente en el sitio descubierto con el regatón de la lanza. Nada comprendo de toda esta aventura, pero ¡ojalá hubiese muchos guerreros de tal intrepidez!"
Y al día siguiente se reanudó la lucha del mismo modo y con igual resultado. Y al tercer día, en medio del combate, el hermoso joven lanzó el caballo al galope y lo paró bruscamente, aunque tirando torpemente de las riendas. Entonces el caballo se encabritó, y el joven se dejó derribar, y cayó al suelo, pero como naturalmente.
Y Scharkán saltó del caballo y se precipitó sobre su enemigo con la espada levantada, dispuesto a atravesarlo. Y el hermoso cristiano exclamó: "¿Es así como proceden los héroes? ¿Manda la galantería tratar así a las mujeres? Al oír estas palabras, Scharkán miró al joven jinete, y habiéndolo examinado bien reconoció a la reina Abriza. Pues era en realidad la reina Abriza, con la cual le había pasado en el monasterio lo que le había pasado.
Y Scharkán arrojó su espada, y se prosternó ante la joven, y besó la tierra entre sus manos, y le dijo: "Pero ¿por qué has obrado así, ¡oh reina!?" Y ella dijo: "He querido experimentarte en el campo de batalla y ver cuál era tu valor. Pues sabe que todos mis guerreros que han combatido con los tuyos son mis doncellas, y son jóvenes como yo y vírgenes. Y en cuanto a mí, si no hubiera sido por mi caballo, que se encabritó a destiempo, otras cosas habrías visto, ¡oh Scharkán!"
Y Scharkán, sonriendo, dijo: "¡Loor a Alah, que nos ha reunido, ¡oh reina Abriza, soberana de los tiempos!" Y la reina dió en seguida la orden de marcha, y le volvió a Scharkán los veinte prisioneros, uno tras otro. Y todos fueron a arrodillarse delante de la reina, y besaron la tierra entre sus manos.
Y Scharkán se dirigió hacia las hermosas jóvenes, y les dijo: "¡Los reyes se honrarían si pudiesen contar con unos héroes como vosotras!" Después se levantaron los campamentos, y los doscientos jinetes emprendieron juntos el camino de Bagdad, y anduvieron así seis días completos, al cabo de los cuales vieron relucir a lo lejos las mezquitas gloriosas de la ciudad de paz.
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.