Y CUANDO LLEGÓ LA 400ª NOCHE
Y CUANDO LLEGÓ LA 400ª NOCHE
Y CUANDO LLEGÓ LA 394ª NOCHE
Ella dijo:
... Al oír tales palabras, Al-Raschid llegó al límite del asombro, porque no había dado nunca semejante orden, y hacía más de un año que no se paseaba por el río. Miró, pues, a Giafar y le interrogó con los ojos acerca de lo que significaba aquello. Pero Giafar, tan asombrado como el califa, se encaró con el barquero viejo, y le dijo: "¡Oh jeique" he aquí dos dinares para ti. Pero date prisa a llevarnos en tu barca y a ocultarnos en una de esas casetas abovedadas que hay a flor de agua, sencillamente para que podamos ver el paso del califa y su séquito sin que nos vean y nos prendan". Tras de dudar mucho, el barquero aceptó la oferta, y después de llevar en su barca a los tres, los guareció en una caseta y extendió sobre ellos una manta negra para que se les divisase menos aún.
Apenas se habían colocado así, vieron acercarse el barco, iluminado por la claridad de teas y antorchas que alimentaban con madera de áloe, esclavos jóvenes vestidos de raso rojo, con los hombros cubiertos con mantos amarillos y la cabeza envuelta en muselina blanca. Unos se hallaban a proa y otros a popa, y levantaban sus teas y sus antorchas, pregonando de cuando en cuando la prohibición consabida. También vieron a doscientos mamalik de pie, alineados a ambos lados del barco, rodeando un estrado situado en el centro, donde aparecía sentado en trono de oro un joven vestido con un traje de paño negro realzado con bordados de oro; y a su derecha se mantenía un hombre que se asemejaba asombrosamente al visir Giafar; y a su izquierda se mantenía con el alfanje desenvainado, otro hombre que se asemejaba exactamente a Massrur, mientras en la parte baja del estrado estaban sentadas por orden veinte cantarinas y tañedoras de instrumentos.
Al ver aquello, exclamó Al-Raschid: "¡Giafar!"
El visir contestó: “!A tus órdenes, oh Emir de los Creyentes!" El califa dijo: "¡Seguramente debe ser uno de nuestros hijos, quizá Al-Mamúm o quizá Al-Amín! Y de los dos que están de pie a su lado, uno se parece a ti y el otro a mi portaalfanje Massrur. ¡Y las que se sientan al pie del estrado parecen de un modo extraño a mis cantarinas habituales y a mis tañedoras de instrumentos! ¿Qué piensas de todo esto? ¡Yo estoy sumido en una perplejidad grande!" Giafar contestó: "¡Yo también, ¡por Alah! oh Emir de los Creyentes!"
Pero ya habíase alejado de su vista el barco iluminado, y libre su angustia exclamó el viejo barquero: "¡Por fin estamos seguros! ¡No nos ha visto nadie!"
Y salió de la caseta y condujo a la orilla a sus tres pasajeros. Cuando desembarcaron, se encaró con él el califa, y le preguntó: "¡Oh jeique! ¿dices que el califa viene todas las noches a pasearse como hoy en ese barco iluminado?" El otro contestó: "¡Sí, señor, y ya hace un año de esto!" El califa dijo: "¡Oh jeique! somos extranjeros que estamos de viaje, y nos gusta regocijarnos con todos los espectáculos y pasear por todos los sitios donde hay cosas hermosas que ver! ¿Quieres, pues, admitir estos diez dinares y esperarnos aquí mismo mañana a esta hora?" El barquero contestó: "¡Quiero y me honro!" Entonces se despidieron de él el califa y sus dos acompañantes y regresaron al palacio comentando aquel espectáculo extraño.
Al día siguiente, después de tener reunido el diwán durante toda la jornada y de recibir a sus visires, chambelanes, emires y lugartenientes, y de despachar los asuntos corrientes, y juzgar y condenar, y absolver, el califa se retiró a sus habitaciones, quitándose sus ropas reales para disfrazarse de mercader, y acompañado de Giafar y Massrur tomó el mismo camino que la víspera, y no tardaron en llegar al río, donde les esperaba el viejo barquero. Se metieron en la barca y fueron a ocultarse en la caseta, en la cual esperaron la llegada del barco iluminado.
No tuvieron tiempo de impacientarse, porque algunos instantes después apareció el barco sobre el agua encendida por las antorchas y al son de los instrumentos. Y divisaron a las mismas personas que la víspera, el mismo número de mamalik y los mismos invitados, en medio de los cuales se hallaba sentado en el estrado el falso califa entre el falso Giafar y el falso Massrur.
Al ver aquello, Al-Raschid dijo a Giafar: "¡Oh visir, estoy viendo una cosa que nunca habría creído si fueran a contármela!" Luego dijo al barquero: "¡Oh jeique toma diez dinares más y condúcenos a la zaga de ese barco; y nada temas, pues no nos han de ver porque están en medio de la luz y nosotros en las tinieblas. Nuestro objeto es disfrutar el hermoso espectáculo de esta iluminación sobre el agua!" El barquero aceptó los diez dinares, y aunque muy atemorizado, empezó a remar sin ruido por la estela del barco, cuidando de no entrar en el círculo luminoso...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.